Con una superexistencia, o también una existencia normal de lombrices, el hombre está destinado a crear una u otra cosa, porque no puede remediarlo. Cuando un niño tiene superexistencia de energía, su forma normal de caminar se transforma en una serie de saltos o en una carrera. Cuando el hombre tiene una superexistencia de energía, su forma de caminar se transforma en baile. Así, pues, el baile no es nada más que una forma ineficiente de caminar, ineficiente en el sentido de que se pierde energía desde el punto de vista utilitario, no desde el estético. En lugar de ir directamente a un punto, que es el camino más rápido, un bailarín valsa y llega dando un círculo. En verdad, nadie trata de ser patriótico cuando está bailando, y ordenar a un hombre que baile según el ideario capitalista o fascista o proletario es destruir el espíritu de juego y la gloriosa ineficiencia del baile. Si un comunista trata de lograr un objetivo político, o de ser un leal camarada, debe caminar y nada más, no bailar. Los comunistas parecen conocer lo sacrosanto del trabajo, y no lo sacrosanto del juego. ¡Cómo si el hombre en la civilización no trabajara ya en demasía, comparado con todas las demás especies y variedades del reino animal, y ese monstruo, el Estado, tuviera que invadir también con sus reclamos la poca holganza que el hombre tiene, su escaso tiempo para el juego y el arte!
Esta comprensión del verdadero carácter del arte, en tanto es simple juego, debe ayudarnos a aclarar el problema de la relación entre el arte y la moral. La belleza es solamente buena forma, y hay buena forma en la conducta así como en la buena pintura o en un puente hermoso. El arte es mucho más amplio que la pintura y la música y el baile, porque en todo hay buena forma. Hay buena forma en un atleta que gana una carrera; hay buena forma en un hombre que lleva una hermosa vida de la niñez a la juventud, a la madurez y a la ancianidad, cada edad adecuada al momento; hay buena forma en una campaña presidencial bien dirigida, bien encauzada y que llega gradualmente a un final de victoria, y hay buena forma también en reír y en escupir, como lo practicaban tan cuidadosamente los viejos mandarines en China. Cada actividad humana tiene una forma y una expresión, y todas las formas de expresión yacen dentro de la definición del arte. Es imposible, pues, relegar el arte de la expresión a los escasos terrenos de la música y la danza y la pintura.
Por lo tanto, con esta interpretación más amplia del arte, la buena forma en la conducta y la buena personalidad en el arte están íntimamente relacionadas y son de igual modo importantes. Puede haber un lujo en nuestros movimientos corporales, como en el movimiento de un poema sinfónico. Dada esa superexistencia de energía, hay fluidez y gracia y respeto de las formas en todo lo que hacemos. La fluidez y la gracia provienen de un sentimiento de competencia física, un sentimiento de capacidad para hacer más que bien una cosa: para hacerla bellamente. En los terrenos más abstractos, vemos esta belleza en todo el que cumple una buena tarea. El impulso de hacer una bella tarea o una tarea limpia, es esencialmente un impulso estético. Hasta un buen asesinato, una conspiración bien cumplida, es cosa bella de ver, por condenable que sea el acto. En los detalles más concretos de nuestra vida también hay, o puede haber, fluidez y gracia y competencia. Todas las cosas que llamamos "las amenidades de la vida" pertenecen a esta categoría. Hacer bien y apropiadamente un piropo es hacer bello piropo, y, en cambio, pronunciar un piropo con mal gusto es grosero.
Este desarrollo de las amenidades del discurso y de la vida y de los hábitos personales llegó a un punto muy elevado a fines de la Dinastía Chin (siglos III y IV de nuestra era) en China. Fue ésa la época en que estaban de moda las "conversaciones en holganza". Las mujeres vestían con sumo cuidado, y muchos hombres eran famosos por su elegancia. Hubo una moda de tener "barbas hermosas", y los hombres aprendieron a andar vestidos con túnicas sumamente sueltas. Estaban diseñadas de tal modo estas ropas que no había en el cuerpo ningún sitio inalcanzable en caso de que uno quisiera rascarse una picazón. Todo se hacía graciosamente. El chu, un manojo de crines de cola de caballo atadas en torno a un mango para espantar los mosquitos y las moscas, llegó a ser un importante accesorio de la conversación, y aun hoy las conversaciones sin prisa, holgazanas, se llaman, en obras literarias, chut'an o sea "conversaciones chu". "Debía, uno tener el chu en la mano y agitarlo graciosamente en el aire durante la conversación. El abanico pasó a ser también un bello adminículo en las conversaciones: los conversadores lo abrían y cerraban, tal como en Occidente los ancianos suelen quitarse los anteojos y volver a colocarlos durante un discurso, y era cosa digna de verse. En punto a utilidad, el chu o el abanico era poco más útil que el monóculo de un inglés, pero formaba parte del estilo de conversación, como un bastón es parte de un estilo de caminar. Entre las más bellas amenidades de la vida que he observado en Occidente se cuentan el choque de los tacos de un caballero prusiano cuando se inclina ante una dama en un salón, y la reverencia de las jóvenes alemanas, con una pierna cruzada detrás de la otra. Considero que ambos son gestos supremamente bellos, y es lástima que esta costumbre haya pasado de moda.
Muchas son las amenidades que se practican en China. Se cultivan cuidadosamente los gestos de los dedos, manos y brazos. El método del saludo entre los manchúes, llamado tach'ien, es también muy bello. Una persona entra en una habitación y, con un brazo caído a un lado, dobla una de las piernas y hace una graciosa reverencia. En caso de haber varias personas sentadas en la habitación, hace un gracioso giro sobre el eje de su pierna recta, mientras se encuentra en aquella postura, de manera que saluda a todos los presentes. También es digno de contemplar el culto jugador de ajedrez que coloca las piezas en el tablero. Cuidadosamente balanceada en el índice una de las piedritas blancas o negras que son las piezas del ajedrez chino, la empuja suavemente desde atrás con un movimiento hacia afuera del pulgar y un movimiento hacia adentro del índice, y la hace descender graciosamente en el tablero. Los cultos mandarines de antaño hacían gestos sumamente hermosos cuando se enojaban. Usaban túnicas con las mangas recogidas en los extremos, mostrando el forro de seda, las mangas llamadas "mangas de cascos de caballo", y cuando estaban muy disgustados blandían el brazo derecho o los dos brazos hacia abajo y, con un sonoro tirón, echaban hacia abajo los "cascos de caballo" doblados, y salían graciosamente de la habitación. Esto se llama fohsiu o sea "limpiarse las mangas y salir".
También es hermoso oír el discurso de un funcionario culto entre los mandarines. Sus palabras surgen con bella cadencia, y los tonos musicales del acento de Pekín tienen un gracioso altibajo musical. Las sílabas se pronuncian con gracia y lentamente, y en el caso de los verdaderos eruditos, el lenguaje está recamado de joyas del estilo literario chino. Y también debe verse cómo ríe o escupe un mandarín. Es delicioso, en verdad. El acto de escupir se hace generalmente en tres compases musicales; los dos primeros son los sonidos de aspirar y de despejar la garganta como preparación del compás final de escupir, que se ejecuta con rápida fuerza: staccato después de legato. No me importan en realidad los gérmenes que así pueblan el aire, si el acto de escupir se realiza estéticamente, porque he sobrevivido a esos gérmenes sin efectos apreciables sobre mi salud. La risa de un mandarín es también un proceso regulado y artísticamente rítmico, con un dejo de artificial y estilizado, y rematado por un volumen cada vez más generoso, placenteramente suavizado por una blanca barba, cuando la hay.
Esta risa es un arte cuidadosamente cultivado en el actor, como parte de su técnica teatral, y quienes van al teatro se encantan y aplauden cuando aprecian una risa perfectamente ejecutada. Claro está que se trata de algo muy difícil, porque hay muchas clases de risas: la risa de la felicidad, la risa de ver que alguien cae en nuestra trampa, la risa de desdén o desprecio y, la más difícil de todas, la risa de la desesperanza, del hombre que es sorprendido y vencido por la fuerza de circunstancias abrumadoras. Los espectadores chinos vigilan estas cosas y los gestos de las manos y los pasos del actor, llamados t'aipu o "pasos de escenario" los últimos. Cada movimiento del brazo, cada inclinación de la cabeza, cada giro del cuello, cada inclinación de la espalda, cada movimiento ondulante de la flotante manga y, naturalmente, cada paso del pie, es un gesto cuidadosamente practicado. Los chinos clasifican la acción teatral en las clases de canto y acción, y hay siempre piezas en que se acentúa el canto, y otros dramas en que se acentúa la acción de los personajes. "Acción" quiere decir en este caso los movimientos del cuerpo, las manos y el rostro, tanto como la acción más general de las emociones y las expresiones. Los actores chinos tienen que aprender a sacudir la cabeza para manifestar desaprobación, a levantar las cejas para demostrar sospecha, y a mesarse suavemente la barba para expresar paz y satisfacción,