– Me consuela, Penélope. Quiero decir, el horóscopo. La vida es tan insegura que, si cuando me levanto de la cama para ir a trabajar no pudiera leer mi horóscopo y saber así lo que me va a ocurrir a lo largo del día, me daría un patatús. Me moriría mientras mojo las galletas en mi café con leche. Nunca me han gustado las sorpresas.
– No me digas. -Penélope se estiró la blusa y trató de encajar las rodillas debajo de la bandeja de su asiento.
– No. Porque suelen ser todas malísimas. En fin, la mayoría.
– No exageres.
– Bueno, el caso es que, como tú sabes, Mauricio y yo vivimos juntos desde hace cinco meses. -Jana le dio un sorbito esta vez a su copa-. Es tan guapo, tan atento, tan… Claro, es Virgo con ascendente Leo, dentro de él hay orden y fuerza animal a la vez. Es un chico tan independiente y tan seguro como yo. Cuando nos conocimos, enseguida congeniamos. A mí me gustaba muchísimo vivir sola, y él estaba encantado de vivir solo, así que nos fuimos a vivir juntos. Y hasta hoy. Bueno, hasta hace unos veinte días…
– ¿Qué pasó? -preguntó Penélope, resignada.
– Entonces ocurrió. La catástrofe, Penélope, te lo juro. Porque la cosa es que, evidentemente, desde que estoy con Mauricio, además de leer mi horóscopo cada día, también leo el suyo. Y esa horrible mañana, me levanté encantada de la vida, como casi todos los días menos cuando me va a venir el período, abrí el periódico, leí mi horóscopo. No tenía nada de particular. Entonces leí el suyo. Y ocurrió la tragedia.
Hizo una pausa para crear tensión dramática.
– ¿Qué pasó? -se sintió obligada a interesarse Penélope, de nuevo.
– ¿Quieres saber lo que decía exactamente?
– Exactamente, sí.
– Pues decía: «Virgo, si vives en pareja puede que hoy te plantees abandonarla, o al menos engañarla, porque conocerás a otra persona que te arrastrará a una pasión enloquecedora como nunca antes la habías conocido. Ha llegado tu momento en el amor. Esa persona será la más especial de tu vida, tanto que te hará perder el juicio si no tienes cuidado». Eso decía. -Las lágrimas asomaron tímidamente de nuevo a los grandes ojos de la joven-. Estuve a punto de desmayarme sobre mi tazón de Winnie the Pooh.
– Bueno, sólo apuntaba a una posibilidad. Decía «puede que», ¿no es cierto?
– Puede que, sí -asintió Jana, parecía una niña pequeña y desamparada en un mundo de gigantes malos-. Mauricio es modelo, ese día estaba en Nueva York desfilando. Ya sabes en qué mundo se mueven los modelos. La mayor parte del tiempo están rodeados de culos perfectos, miradas lúbricas y chicas con brazos de dos metros de largo terminados en garras. Son frágiles. Cualquiera lo sería viviendo como ellos viven. Mauricio es tan guapo. Siempre pensé que era una suerte tener un novio tan guapo y que no fuese marica. Ese día enloquecí. Lo llamé a Nueva York, pero por supuesto no estaba en su hotel. Ni siquiera sé qué hora era allí. Hablé con él al día siguiente, cuando me llamó a casa por la noche, ya muy tarde, creo que para él serían las seis de la mañana. O sea, que no se había acostado todavía.
– Tendría el jet lag. Esos viajes de cuatro días cruzando el océano trastornan el sueño de cualquiera -la tranquilizó Penélope.
– Sí, o eso o me había estado poniendo los cuernos por ahí.
– Cuando tengas varias opciones para elegir, te aconsejo que escojas la mejor. No te quedes siempre con la mala. Eso te hará sufrir de forma gratuita. Y es absurdo sufrir gratuitamente cuando ya tenemos tantos sufrimientos que nos cuestan un montón. -Penélope se echó el pelo para atrás, detrás de los hombros. Tenía una hermosa melena rubia que le llegaba un poco más arriba de la cintura.
– El caso es que apenas pude soportar los celos, y cuando volvió a casa tres días después, yo ya estaba histérica de los nervios.
– 0h, no.
– Oh, sí. Me comporté con él de mala manera. No paré de hacer alusiones irónicas a la aventura que había tenido. Él no se daba por enterado, me decía una y otra vez: «¿Jana, te encuentras bien?, puedo llamar a mi médico». Un maestro del disimulo.
– Quizás no disimulaba, cariño.
Jana negó con la cabeza, tristemente.
– Entonces yo decidí pagarle con la misma moneda. Pero no tenía ánimos para salir por ahí a buscar un lío sólo por despecho. La verdad es que, a lo largo de nuestra relación, yo lo engañé una vez. Al principio. Cuando todavía lo nuestro no era muy sólido, y más que por deseo, que no lo sentía, por debilidad, por tontear un poco, porque me sentí halagada por el tipo, que era impresionante. Un fotógrafo americano. Pero te aseguro que esas experiencias de sexo esporádico y rápido con auténticos desconocidos no están hechas para mí. No disfruto nada. Cuando llevas un tiempo con un hombre pues, bueno, tienes confianza con él y en la cama todo es mejor. Puedes decirle: «Por aquí, ve por aquí. Eso me gusta, sí». O: «No, no tires por ahí, tío, que te estás equivocando. No me toques ahí porque me estás poniendo los pelos como escarpias y no le veo la gracia al asunto». Pero cuando haces el amor con alguien que acabas de conocer, o que ya conoces, pero con el que nunca te has acostado… ¡Ja! Tienes que aguantarle toda clase de torpezas y cosas repugnantes y babosas que él cree que te hacen delirar de placer cuando en realidad de lo que te dan ganas es de cagarte en su madre. Tienes que disimular con unos quejiditos estúpidos y hacerle creer que has acabado para que él se dé prisa y termine de fastidiarte y… Y al final, acabas teniendo fama de ser una puerca calenturienta, aficionada a los polvos rápidos. -Jana hizo un gesto de repulsión-. En fin, que no me gusta nada el sexo ocasional. Una no puede ir de polla en polla, porque eso a la larga resulta ser un juego de la oca bastante agotador y proclive a los chancros infecciosos.
– Huuum.
– ¿No estás de acuerdo?
– Bueno, yo… Sí, la verdad.
Penélope pensó fugazmente en algunas de sus conquistas recientes. Jana llevaba su parte de razón. Pero ella había estado tan ocupada con el juego de la seducción, del que tan necesitada estaba, que prácticamente en todas las ocasiones había relegado su propio placer a un segundo, incluso inexistente, término.
– Pues eso, que como no tenía ganas de salir a buscar ligue por ahí, decidí inventármelo.
– ¿Queeeé?
– Me lo inventé. Un amante imaginario es mucho menos pesado que uno real. Y no tenía que acostarme con él. Con quien yo quería acostarme era con Mauricio. Con él sí. Es fenomenal, me conoce. Sabe lo que me gusta. Es tierno y tiene un cuerpo perfecto. Se dobla como un junco. Lo quiero, por Dios. Con eso está dicho todo.
– ¿Cómo que imaginario?
– Pues… empecé a mandarme a mí misma cartas de amor, firmadas por un tal Pablo. Las escribía con el ordenador de la oficina. Luego las dejaba en algún sitio donde sabía que Mauricio las vería, pero dando la impresión de que estaban ahí bien guardadas, fuera de su vista. Me negaba a hacer el amor con él diciéndole que estaba cansada, pero poniendo cara de «mira, no lo necesito, ¿sabes?, porque ya estoy servida». Como cuando una come en un buen restaurante antes de llegar a casa y luego no le apetece la comida familiar que hay preparada sobre la mesa. Me rociaba con Eau Sauvage antes de salir del trabajo. Y convencí a Jaime, el chico del reparto, para que dejara algunos mensajes en mi contestador en los que sólo decía, poniendo voz desesperada: «Jaaaana, Jaaanaaa, nena… Esto…». Y luego colgaba. Cosas así.
– Hay que ver.
– Pues sí. Hasta que, claro, Mauricio estalló. Fue un día antes de que voláramos a París. Él tenía que hacer un viaje a Tokio esa misma tarde. Y antes de que yo llamara a mi taxi, me dijo que no estaba dispuesto a soportar más cuernos ni un día más. Que él era un hombre fiel, y pedía lo que daba. Y que a la vuelta de Japón pasaría por el apartamento a recoger sus cosas, aunque prefería no tener que despedirse de mí. Me dijo que me había amado como un loco, y yo a cambio me había comportado con él como una loca. -Jana soltó unas lágrimas; una rodó delicadamente hasta su labio superior y ella la lamió con la punta de la lengua-. ¿No es encantador? Cualquier otro me hubiera dicho que me había portado como una puta. Pero no él. Él me dijo «como una loca». Y la verdad es que dio de lleno en el clavo. -Emitió un sollozo deprimido-. Sólo entonces se me ocurrió pensar que a lo mejor el horóscopo de aquel día estaba equivocado, o que él había sido una excepción en su signo. Puede pasar. Me parece.