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TERCERA PARTE LO QUE SOMOS

(ÚLTIMA ODISEA)

El economista británico Andrew Oswald y un colega estadounidense han dado con la fórmula para ser feliz (que desmiente el dicho de que el dinero no da la felicidad). La fórmula es:

r=h(u (y,z,t))+e

r = felicidad que uno considera que disfruta y es equivalente a una constante matemática (h).

u = nivel real de felicidad.

z = características personales y demográficas.

y = los ingresos económicos reales.

t = el factor tiempo.

e = los cambios de opinión y preferencias.

Con el hallazgo de la fórmula matemática, anhelo constante de la humanidad, Oswald ha concluido que un matrimonio duradero aporta tanta felicidad personal como una paga extra de 96.000 $, mientras que la pérdida de un empleo cuesta, en términos de felicidad, 64.000 $.

Diario, El Levante, 6 de noviembre de 1999.

ÍTACA *
Si vas a emprender el viaje hacia Ítaca,
pide que tu camino sea largo,
y rico en experiencias y aventuras.
A lestrigones, cíclopes o fiero
Poseidón, nunca temas.
No hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes,
ni al fiero Poseidón encontrarás nunca
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.
Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas
de verano en que arribes a bahías
nunca vistas, con ánimo gozoso.
Detente en los emporios de Fenicia,
adquiere hermosos artículos:
madreperla y coral, ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos
– cuanto puedas invierte en voluptuosos
y delicados perfumes.
Visita
muchas ciudades egipcias y aprende,
con avidez aprende de los sabios.
A Ítaca tenla siempre en la memoria.
Llegar allá es tu meta,
mas no apresures el regreso.
Mejor que se dilate largos años
y, en tu vejez, arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.
Un hermoso viaje te dio Ítaca. Sin ella
el camino no hubieras emprendido.
Mas, ninguna otra cosa puede darte.
Aunque pobre la encuentres, no hubo engaño.
Rico en saber y en vida como has vuelto,
comprendes qué significan las Ítacas.

LA LLAMADA DE LA AVENTURA

A diferencia de Penélope, tú nunca miras atrás. Sabes que no puedes cambiar el pasado.

Cada día, al despertar, sientes la llamada de la aventura, adviertes que la vida es un estado de ánimo, y el ánimo una forma de vida. Eres un hombre nuevo cada nuevo día que amanece. No te das por vencido jamás porque jamás has sospechado que hubiese algo que pudiera vencerte. Vili dice que eres un inconsciente, un irresponsable. Que tu mejor virtud es que careces de conciencia, y que esa falta es también lo más peligroso que hay en ti. Que tienes valor porque no sabes que tienes valor, que si lo supieras dejarías de tenerlo. Que, en este mundo sin héroes, te ocurre lo mismo que a todos los héroes de antaño: que son tan atrevidos que acaban comportándose como imbéciles; tan codiciosos que les cuesta entender que lo único valioso que lograrán atesorar a lo largo de sus vidas son esas cosas que nadie puede robarles; que se arriesgan incluso a morir, que ocasionalmente mueren, porque su ignorancia de seres vivos los ha transformado en incapaces de temerle a aquello que no conocen.

Dice Vili que, en vez de taparte los oídos para no oír los cantos de las sirenas, seguramente, a veces te tapas los oídos para no oír que no hay cantos, que no hay sirenas. Que no hay.

Ya es abril, y no llueve.

Hace meses que dejó de llover.

Recuerdas que eso ocurrió en octubre. La lluvia cesó de pronto. Entonces el cielo negro se abrió, igual que un fruto podrido, y dejó de malgastar sus fuerzas en escupir frenéticamente agua fangosa y rayos sobre la ciudad desarmada.

Y salió el sol. Un sol resplandeciente.

El invierno transido que llegó después fue seco, helador pero sin chubascos ni inclemencias.

Ahora, el sol se jacta de haber estudiado Bellas Artes durante el tiempo en que las nubes ocuparon su lugar. Brilla con fuerza, y la gente por la calle parece simplemente el ganado del sol, el rebaño que el sol apacienta y vigila con interés. El astro rey ilumina como nunca, poseedor de los paisajes urbanos, lo colorea todo bajo su incesante actividad.

Tan real que parece mentira, el buen sol. Tan lejano que probablemente lo es.

Hoy el día será fresco, y el aire relativamente puro. Lo ha dicho por la radio una voz cantarina de mujer que tú imaginas sin cuerpo. Sin piernas, sin labios, sin edad. Sólo una voz de mujer fluyendo desde el vacío, arrullándote mientras despiertas.

Son las siete y media de la mañana del día de cumpleaños de Penélope. Pero a ti los cumpleaños, a diferencia de Penélope, siempre te han importado poco. Su oropel y su irrazonable puntualidad. Su monótono rigor. El papel fosforescente envolviendo las sorpresas más baratas e improvisadas. Los cantos desafinados alrededor de la tarta empalagosa. No, los aniversarios no te emocionan demasiado.

Tendrás que hacerle un regalo, de todas formas.

Te preguntas qué.

Quizás le gustaría una novela. Jorge te recomendó a un escritor. Te dijo un día: «Se dice por ahí que este tío escribe con la polla y folla con la pluma. Es buenísimo, como comprenderás».

Vale, tal vez, aunque puede que sea más conveniente un perfume caro. Cuanto más caro mejor.

Hoy es igualmente el día de tu exposición, tu primera exposición después de más de dos años. En estos últimos seis meses has pintado mucho. Ochenta nuevos cuadros, enfebrecidos, deslumbrantes como el sol. No está mal para tan poco tiempo de trabajo. Tu marchante no se lo podía creer. Tu galerista se muestra expectante e ilusionado.

Esta vez tu galerista es un hombre. Un hombre maduro, bien afeitado y sensato, que huele a vetiver y a buenas compañías. Esta vez no ha habido entre vosotros ninguna tensión sexual que debas solucionar.

Menos mal, porque nunca te han gustado las tensiones, y tiendes a resolverlas cuanto antes.

No lo puedes evitar, es tu naturaleza.

Además, como san Agustín, quieres dejar el sexo.

Pero, como san Agustín, todavía no.

Menos mal que tu galerista es un hombre prudente. Felizmente, en esta ocasión, se trata de un hombre de negocios al que no encuentras atractivo, y mucho menos femenino. Y es que ellas, las galeristas, suelen llevar siempre algún problema pegado en las faldas que, al final, se queda enganchado en tu pantalón.

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* «Ítaca», del libro: 75 poemas de Constantino Cavafis. Traducción de Lázaro Santana. Ed. Visor, 1973, Madrid

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