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– ¿Es el hombre bajito y calvo que estaba con ustedes en el London? Me hizo pensar en una foto de Max Jacob que guardo en casa. Y hablando de Roma…

– Bastará una limonada para restablecer el nivel de los humores -dijo Persio-. Y quizá un sandwich de queso.

– Qué mezcla abominable -dijo Claudia.

La mano de Persio había resbalado como un pez por la de Medrano. Persio estaba vestido de blanco y se había puesto zapatillas también blancas. «Todo comprado a última hora y en cualquier parte», pensó Medrano, mirándolo con simpatía.

– El viaje se anuncia con signos desconcertantes -dijo Persio olfateando el aire-. El río ahí afuera parece dulce de leche La Martona. En cuanto a mi camarote, algo sublime. ¿Para qué describirlo? Reluciente y lleno de cosas enigmáticas, con botones y carteles.

– ¿Le gusta viajar? -preguntó Medrano.

– Bueno, es lo que hago todo el tiempo.

– Se refiere al subte Lacroze -dijo Claudia.

– No, no, yo viajo en el infraespacio y el hiperespacio -dijo Persio-. Son dos palabras idiotas que no significan gran cosa, pero yo viajo. Por lo menos mi cuerpo astral cumple derroteros vertiginosos. Yo entre tanto estoy en lo de Kraft, meta corregir galeras. Vea, este crucero me va a ser útil para las observaciones estelares, las sentencias astrales. ¿Usted sabe lo que pensaba Paracelso? Que el firmamento es una farmacopea. ¿Lindo, no? Ahora voy a tener las constelaciones al alcance de la mano. Jorge dice que las estrellas se ven mejor en el mar que en tierra, sobre todo en Chacarita donde resido.

– Pasa de Paracelso a Jorge sin hacer distingos -rió Claudia.

– Jorge sabe cosas, o sea que es portavoz de un saber que después olvidará. Cuando hacemos juegos mágicos, las grandes Provocaciones, él encuentra siempre más que yo. La única diferencia es que después se distrae, como un mono o un tulipán. Si pudiera retenerlo un poco más sobre lo que atisba… Pero la actividad es una ley de la niñez, como decía probablemente Fechner. El problema, claro, es Argos. Siempre.

– ¿Argos? -dijo Claudia.

– Sí, el polifacético, el diez-mil-ojos, el simultáneo.]Eso, el simultáneo! -exclamó entusiasmado Persio-. Cuando pretendo anexarme la visión de Jorge, ¿no delato la nostalgia más horrible de la raza? Ver por otros ojos, ser mis ojos y los suyos, Claudia, tan bonitos, y los de este señor, tan expresivos. Todos los ojos, porque eso mata el tiempo, lo liquida del todo. Chau, afuera. Raje de aquí.

Hizo un gesto como para espantar una mosca.

– ¿Se dan cuenta? Si yo viera simultáneamente todo lo que ven los ojos de la raza, los cuatro mil millones de ojos de la raza, la realidad dejaría de ser sucesiva, se petrificaría en una visión absoluta en la que el yo desaparecería aniquilado. Pero esa aniquilación ¡qué llamarada triunfal, qué Respuesta! Imposible concebir el espacio a partir de ese instante, y mucho menos el tiempo que es la misma cosa en forma sucesiva.

– Pero si usted sobreviviera a semejante ojeada -dijo Medrano- empezaría a sentir otra vez el tiempo. Vertiginosamente multiplicado por el número de visiones parciales, pero siempre el tiempo.

– Oh, no serían parciales -dijo Persio alzando las cejas-. La idea es abarcar lo cósmico en una síntesis total, sólo posible partiendo de un análisis igualmente total. Comprende usted, la historia humana es la triste resultante de que cada uno mire por su cuenta. El tiempo nace en los ojos, en sabido.

Sacó un folleto del bolsillo y lo consultó ansiosamente. Medrano, que encendía un cigarrillo, vio asomarse a la puerta al chófer de don Galo, que observó un momento la escena y se acercó al barman.

– Con un poco de imaginación se puede tener una remota idea de Argos -decía Persio volviendo las hojas del folleto-. Yo por ejemplo me ejercito con cosas como ésta. No sirve para nada, puesto que sólo imagino, pero me despierta al sentimiento cósmico, me arranca a la torpeza sublunar.

La tapa del folleto decía Guía oficial dos caminhos de ferro de Portugal. Persio agitó la guía como un gonfalón.

– Si quieren les hago un ejercicio -propuso-. Otra vez ustedes pueden usar un álbum de fotos, un atlas, una guía telefónica, pero esto sirve sobre todo para desplegarse en la simultaneidad, huir de este sitio y por un momento… Mejor les voy diciendo. Hora oficial, veintidós y treinta. Ya se sabe que no es la hora astronómica, ya se sabe que estamos cuatro horas atrasados con relación a Portugal. Pero no se trata de establecer un horóscopo, simplemente vamos a imaginar que allá minuto más minuto menos son las dieciocho y treinta. Hora hermosa en Portugal, supongo, con todos esos azulejos que brillan.

Abrió resueltamente la guía y la estudió en la página treinta.

– La gran línea del norte, ¿estamos? Fíjense bien: en este mismo momento el tren 125 corre entre las estaciones de Mealhada y Aguim. El tren 324 va a arrancar de la estación Torres Novas, falta exactamente un minuto, en realidad mucho menos. El 326 está entrando en Sonzelas, y en la línea de Vendas Novas, el 2721 acaba de salir de Quinta Grande. ¿Ustedes van viendo, no? Aquí está el ramal de Lousá, donde el tren 629 está justamente detenido en la estación de ese nombre antes de salir para Prilháo Casáis… Pero ya han pasado treinta segundos, es decir que apenas hemos podido imaginar cinco o seis trenes, y sin embargo hay muchos más, en la línea del este el 4111 corre de Monte Redondo a Guia, el 4373 está detenido en Leiria, el 4121 va a entrar en Paúl. ¿Y la línea del oeste? El 4026 salió de Martiganca y cruza Pataias. el 4028 está parado en Coimbra, pero pasan los segundos, y aquí en la línea de Figueira, el 4735 llegó ahora a Verride, el 1429 va a partir de Pampilhosa, ya toca el pito, sale… y el 1432 entró en Casal… ¿Sigo, sigo?

– No, Persio -dijo Claudia, enternecida-. Tómese su limonada.

– Pero ustedes captaron, ¿verdad? El ejercicio…

– Oh, sí -dijo Medrano-. Me sentí un poco como si desde muy arriba pudiese ver casi al mismo tiempo todos los trenes de Portugal. ¿No era ese el sentido del ejercicio?

– Se trata de imaginar que uno ve -dijo Persio, cerrando los ojos-. Borrar las palabras, ver solamente cómo en este momento, en nada más que un pedacito insignificante del globo, montones inabarcables de trenes cumplen exactamente sus horarios. Y después, poco a poco, imaginar los trenes de España, de Italia, todos los trenes que en este momento, las dieciocho y treinta y dos, están en algún sitio, llegan a algún sitio, se van de algún sitio.

– Me marea -dijo Claudia-. Ah, no, Persio, no esta primera noche y con este magnífico coñac.

– Bueno, el ejercicio sirve para otras cosas -concedió Persio-. Finalidades mágicas sobre todo. ¿Han pensado en los dibujos? Si en este mapa de Portugal marcamos todos los puntos donde hay un tren a las dieciocho y treinta, puede ser interesante ver qué dibujo sale de ahí. Variar de cuarto de hora en cuarto de hora, para apreciar por comparación o superposición cómo el dibujo se altera, se perfecciona o malogra. He obtenido curiosos resultados en mis ratos libres en Kraft; no estoy lejos de pensar que un día veré nacer un dibujo que coincida exactamente con alguna obra famosa, una guitarra de Picasso, por ejemplo, o una frutera de Petorutti. Si eso ocurre tendré una cifra, un módulo. Así empezaré a abrazar la creación desde su verdadera base analógica, romperé el tiempo-espacio que es un invento plagado de defectos.

– ¿El mundo es mágico, entonces? -preguntó Medrano.

– Vea, hasta la magia está contagiada de prejuicios occidentales -dijo Persio con amargura-. Antes de llegar a una formulación de la realidad cósmica se precisaría estar jubilado y tener más tiempo para estudiar la farmacopea sideral y palpar la materia sutil. Qué quiere con el horario de siete horas.

– Ojalá el viaje le sirva para estudiar -dijo Claudia, levantándose-. Empiezo a sentir un delicioso cansancio de turista. Será hasta mañana.

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