Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

En suma, todavía hay una creencia en la depravación total, en que el goce de esta vida es pecado y maldad, en que para estar cómodo hay que ser virtuoso, y que en definitiva el hombre no puede salvarse sino por un poder mayor y externo. La doctrina del pecado es todavía la presunción básica del Cristianismo, como se le practica en general hoy, y los misioneros cristianos que tratan de lograr conversos comienzan en general por llevar a quienes quieren convertir la impresión de una conciencia del pecado y de la maldad de la naturaleza humana (que es, claro está, el sine qua non para la necesidad del remedio primario que tiene guardado el misionero). En suma, no se puede hacer cristiano a un hombre antes de convencerlo de que es un pecador. Alguien ha dicho con cierta crueldad: "La religión en nuestro país se ha reducido tanto a la contemplación del pecado, que un hombre respetable ya no se atreve a mostrar la cara en la iglesia."

El mundo griego pagano era un mundo diferente, por sí, y por lo tanto su concepción del hombre era también muy diferente. Lo que más me llama la atención es que los griegos hicieron a sus dioses como hombres, en tanto que los cristianos desearon hacer a los hombres como dioses. Esa compañía olímpica es por cierto jovial, amorosa, cariñosa, embustera, discutidora e irrespetuosa de sus votos; un grupo de personas que aman la caza, que dirigen sus carros y arrojan sus jabalinas como los mismos griegos; y personas que se casaban y que tenían una cantidad increíble de hijos ilegítimos. Por cuanto atañe a la diferencia entre dioses y hombres, los dioses apenas tenían poderes divinos para lanzar centellas en el cielo y hacer crecer la vegetación en la tierra; eran inmortales, y bebían néctar en lugar de vino… las frutas eran casi las mismas. Y uno siente que puede tener intimidad con esta gente, que puede ir de caza, con una mochila a la espalda, en compañía de Apolo o Atena, o detener a Mercurio a su paso y conversar con él como con un mensajero telegráfico, y si la conversación se hace demasiado interesante, podemos imaginar a Mercurio diciendo:, "Sí. Claro. Lo siento, pero tengo que correr a entregar este mensaje a la calle tal." Los hombres griegos no eran divinos, pero los dioses griegos eran humanos. ¡Qué diferentes del perfecto Dios cristiano! De modo que los dioses no eran más que otra raza de hombres, una raza de gigantes, dotados de inmortalidad, que no tenían los hombres de la tierra. De este ambiente salieron algunas de las narraciones más inefablemente bellas, las de Démeter y Proserpina y Orfeo. La creencia en los dioses se daba por sentada, porque hasta Sócrates, cuando estaba por beber la cicuta, propuso una libación a los dioses para que le apresuraran el viaje de este mundo al próximo. Una actitud muy parecida a la de Confucio. Era menester que así fuese en aquel período; desgraciadamente, no hay modo de saber qué actitud hacía el hombre y hacia Dios tomaría el espíritu griego en el mundo moderno. El mundo griego pagano no era moderno, y el moderno mundo cristiano no es.griego. Esa es la lástima.

En total, los griegos aceptaban que la suerte del hombre era una suerte mortal, sujeta a veces a un Destino cruel. Una vez aceptado eso, el hombre era bastante feliz tal como se consideraba, porque los griegos amaban esta vida, y este universo, y les interesaba comprender lo bueno, lo verdadero y lo hermoso en la vida, además de estar plenamente ocupados en la comprensión científica del mundo físico. No había un mítico "Período de Oro", en el sentido del Jardín del Edén, ni una alegoría de la Caída del Hombre; los mismos helenos no eran más que criaturas humanas transformadas de las piedras recogidas y arrojadas sobre el hombro por Deucalíon y su esposa Pyrrha, cuando bajaban a la llanura después del Gran Diluvio. Las enfermedades y los males se explicaban cómicamente; se producían por el irrefrenable deseo de una joven por abrir y ver una caja de joyas: la Caja de Pandora. La fantasía griega era hermosa. Tomaban el carácter humano casi como era: los cristianos podrían decir que estaban "resignados" a una suerte mortal. ¡Pero era tan bello ser mortal!; había lugar para el ejercicio de la comprensión, y del espíritu libre, especulativo. Algunos de los sofistas pensaban que la naturaleza del hombre era buena, y algunos pensaban que la naturaleza del hombre era mala, pero no existía la aguda contradicción de Hobbes y Rousseau. Finalmente, en Platón, se veía al hombre como un compuesto de deseos, emociones y pensamientos, y la vida humana ideal consistía en vivir juntos, en la armonía de esas tres partes del ser, bajo la guía de la sabiduría o la verdadera comprensión.

Platón pensaba que las "ideas" eran inmortales, pero las almas individuales eran bajas o nobles, según amaran la justicia, el conocimiento, la temperancia y la belleza, o no. El alma también adquiría una existencia independiente e inmortal en Sócrates; nos lo dice en Phaedo: "Cuando el alma existe por sí, y queda librada del cuerpo, y el cuerpo queda librado del alma, ¿qué es eso sino la muerte?" Evidentemente, la creencia en la inmortalidad del alma es algo que los puntos de vista cristiano, griego, taoísta y confucianista tienen en común. Es claro, nada hay en ello para que salten los modernos creyentes en la inmortalidad del alma. La creencia de Sócrates en la inmortalidad no significaría nada, probablemente, para un moderno, porque muchas de sus premisas en apoyo de tal creencia, como la reencarnación, no pueden ser aceptadas por el hombre moderno.

El punto de vista chino sobre el hombre también llegó a la idea de que el hombre es el Señor de la Creación ("Espíritu de las Diez Mil Cosas"), y en el criterio confucianista el hombre figura como igual del cielo y la tierra (en el "Trío de Genios"). El ambiente era anímista: todo estaba vivo o habitado por un espíritu, las montañas, los ríos, y todo lo que llegaba a una gran edad. Los vientos y el trueno eran espíritus también; cada una de las grandes montañas y cada río estaba regido por un espíritu que era prácticamente su dueño: cada clase de flor tenía en el cielo un hada que atendía a las estaciones y al bienestar de la flor, y había una Reina de Todas las Flores cuyo cumpleaños caía en el duodécimo día de la segunda luna; cada sauce, pino, ciprés, zorro o tortuga que llegaba a una gran edad, digamos unos centenares de años, adquiría por ese mismo hecho la inmortalidad y se convertía en un "genio".

Con este ambiente animista, es natural que el hombre sea considerado también una manifestación del espíritu. Este espíritu, como toda la vida en el universo entero, es producido por la unión del principio masculino, activo, positivo, o yang, y el principio femenino, pasivo, negativo, o yin, lo cual, en realidad, no es más que una conjetura afortunada y sagaz sobre la electricidad positiva y negativa. Cuando este espíritu se encarna en un cuerpo humano se le llama p'o; cuando no está sujeto a un cuerpo y flota como espíritu, se le llama hwen. (Un hombre de poderosa personalidad, o "espíritu", se dice en China, tiene mucho p´oli o energía p'o.) Después de la muerte, ese hwen sigue ambulando. Normalmente no molesta a la gente, pero si nadie sepulta y ofrece sacrificios al extinto, el espíritu se convierte en un "espectro errante", por cuya razón se establece un Día de Todas las Almas en el decimoquinto día de la séptima luna para un sacrificio general a aquellos que se ahogaron en el agua o murieron en alguna tierra extraña y no fueron sepultados. Además, si el extinto fue asesinado o murió sufriendo un daño que se le infería, el sentido de la injusticia, en el espectro, le obliga a vagar siempre y causar molestias hasta que se venga el daño y se satisface el espíritu. Entonces, todos los inconvenientes se detienen.

Mientras vive, el hombre, que es espíritu hecho forma en un cuerpo, tiene necesariamente ciertas pasiones, deseos, y un flujo de "energía vital", o en lenguaje de más fácil comprensión, "energía nerviosa". En y por sí mismas, estas características no son buenas ni malas, sino apenas algo que se ha dado a la vida humana y es inseparable de ella. Todos los hombres y las mujeres tienen pasiones, deseos naturales y nobles ambiciones, y también una conciencia; tienen sexo, hambre, temor, enojo, y están sujetos a enfermedades, dolores, sufrimientos y muerte. La cultura consiste en producir en armonía la expresión de estas pasiones y deseos. Este es el punto de vista confucianista, que cree que viviendo en armonía con esta naturaleza humana que se nos ha dado, podemos llegar a ser los iguales del cielo y de la tierra, según se repite al final del Capítulo VI. Los budistas, sin embargo, consideran los deseos mortales de la carne esencialmente como los cristianos medievales: son una molestia de la que hay que librarse. Hombres y mujeres demasiado inteligentes o inclinados a pensar en demasía, aceptan a veces este punto de vista y se hacen monjes o monjas; pero, en conjunto, el buen sentido confucianista lo veda. Asimismo, y con un toque taoísta, se considera que las jóvenes hermosas y talentosas que sufren una suerte áspera son "hadas caídas", a quienes se castiga por tener pensamientos mortales o haber descuidado sus deberes en el cielo, y se las envía a esta tierra a vivir una predestinada suerte de sufrimientos mortales.

6
{"b":"104199","o":1}