El amor del hombre por las palabras es su primer paso hacia la ignorancia, y su amor por las definiciones es el segundo. Cuanto más analiza, tanto más necesidad tiene de definir, y cuanto más define tanto más tiende a una imposible perfección lógica, porque el esfuerzo de tender a la perfección lógica es solamente una muestra de ignorancia. Como las palabras son el material de nuestro pensamiento, el esfuerzo de definir es enteramente loable, y Sócrates inició la manía de las definiciones en Europa. El peligro es que, después de tener conciencia de las palabras que definimos, nos veamos aún forzados a definir las palabras definidoras, de modo que al fin, además de las palabras que definen o expresan la vida misma, tenemos una clase de palabras que definen otras palabras, que entonces se convierten en la preocupación principal de nuestros filósofos. Hay evidentemente una diferencia entre las palabras útiles y las palabras ociosas, palabras que cumplen un deber en nuestra vida diaria de trabajo y palabras que sólo existen en los seminarios de los filósofos, y también hay una distinción entre las definiciones de Sócrates y de Francis Bacon y las definiciones de nuestros escritores modernos. Shakespeare, que tenía el más íntimo sentimiento de la vida, lo pasó muy bien, por cierto, sin tratar de definir nada, o más bien porque no trató de definir nada, y por esa razón sus palabras tenían un "cuerpo" de que carecían las de los otros escritores, y su lenguaje estaba imbuido de ese sentido de la tragedia y la grandeza humana que tan a menudo falta hoy. No podemos sujetar sus palabras a una función particular, tal como no podemos sujetarle a una concepción particular de la mujer. Porque en la naturaleza de las definiciones está esa misma tendencia a ahogar nuestros pensamientos y a privarlos de ese color resplandeciente, imaginativo, característico de la vida misma.
Pero si las palabras, por necesidad, recortan nuestros pensamientos en el proceso de la expresión, el amor por un sistema es aun más fatal para quien quiere advertir agudamente la vida. Un sistema no es más que una bizca mirada a la vida, y cuanto más lógicamente se desarrolla ese sistema tanto más horrible se hace ese estrabismo mental. El deseo humano de ver solamente una fase de la verdad que percibimos, y de elevarla a un sistema lógico perfecto, es una de las razones por las cuales nuestra filosofía está destinada a ser cada vez más ajena a la vida. El que habla de la verdad, la lastima con ello; el que trata de demostrarla la mutila y la falsea; el que le pone una etiqueta de una escuela de pensamiento, la mata; y quien se declara creyente la entierra. Por lo tanto, toda verdad que ha sido erigida en sistema está tres veces muerta y enterrada. La endecha que todos cantan en el funeral de la verdad es: "Yo tengo toda la razón y tú te equívocas del todo". No importa nada qué verdad entierren, pero es esencial que hagan el entierro. Porque así la verdad sufre a manos de sus defensores, y todas las facciones y todas las escuelas de filosofía, antiguas y modernas, se ocupan solamente de demostrar un punto: "Yo tengo toda la razón y tú te equivocas del todo." Los alemanes, con su Gründlichkeit, que escriben un pesado volumen para demostrar una verdad limitada hasta que la han convertido en un absurdo, ( [78]) son quizá los peores pecadores, pero la misma enfermedad del pensamiento puede verse o notarse más o menos en casi todos los pensadores occidentales, y se hace peor y peor a medida que se ponen más abstractos.
Como resultado de esta lógica deshumanizada, tenemos la verdad deshumanizada. Tenemos hoy una filosofía que se ha hecho más extraña a la vida, que ha desconocidocasitoda intención de enseñarnos el significado de la vida y la sabiduría de la vida, una filosofía que ha perdido ese sentimiento íntimo de la vida, o ese conocimiento de la vida, de que hablamos como esencia misma de la filosofía. Este íntimo sentimiento de la vida es lo que William James ha llamado "el material de la experiencia". A medida que pasa el tiempo, creo, la filosofía y la lógica de William James se harán cada vez más devastadoras para la moderna manera de pensar en Occidente. Antes de que podamos humanizar la filosofía occidental, debemos humanizar la lógica occidental. Tenemos que volver a una manera de pensar que tenga más impaciencia por entrar en contacto con la realidad, con la vida y, sobre todo, con la naturaleza humana, que por ser meramente correcta, lógica y consistente. Tenemos que reemplazar la enfermedad de pensar tipificada por el famoso descubrimiento de Descartes: "Pienso, luego existo", por la declaración más humana y más sensata de Wait Whitman: "Soy suficiente como soy". La vida o la existencia no tiene que ponerse de rodillas y pedir a la lógica que demuestre que existe, o que está allí.
William James pasó la vida tratando de demostrar y defender el modo chino de pensar, sin saberlo. Sólo hay esta diferencia: que si William James hubiera sido chino, no habría escrito tantas palabras para argüir su posición, sino que la habría expuesto simplemente en un ensayo de trescientas o quinientas palabras; o en una nota de su diario, escrito en la holganza, habría dicho que así lo creía porque así era. Habría tenido timidez de las palabras mismas, por temor a que, cuantas más palabras usara, tanto mayor sería la probabilidad de que no se le comprendiera. Pero William James era un chino en cuanto estaba agudamente advertido de la vida y de las variedades de la experiencia humana, en su rebelión contra el racionalismo mecanista, su ansiedad por mantener constantemente fluido el pensamiento, y su enojo con la gente que cree haber descubierto la única verdad importante, "absoluta" y universal, y haberla encerrado en un sistema acabado. Era chino, también, en su insistencia sobre la importancia del sentido artístico de la realidad perceptiva, sobre y contra la realidad conceptual. El filósofo es un hombre que mantiene sus sensibilidades en el más alto punto de foco, y contempla el flujo de la vida, pronto para quedar sorprendido por nuevas y extrañas paradojas, inconsistencias e inexplicables excepciones a la regla. En su negativa a aceptar un sistema, no porque sea incorrecto sino porque es un sistema, echa a pique todas las escuelas de filosofía de Occidente. En verdad, como dice James, la diferencia entre la concepción monista y la concepción pluralista del universo, es una distinción muy fecunda en la historia de la filosofía. James ha hecho posible a la filosofía olvidar hermosos castillos en el aire y retornar a la vida misma.
Confucio dijo: "La verdad no puede abandonar a la naturaleza humana; si lo que se considera una verdad abandona la naturaleza humana, no se puede considerar que es una verdad". Y también dice, en una frase ingeniosa que podría haber salido de boca de James: "No es la verdad lo que hace grandes a los hombres, sino los hombres los que hacen grande a la verdad." No, el mundo no es un silogismo o un argumento, es un ser: el universo no habla, vive; no discute: llega, y nada más. Lo ha dicho un escritor inglés bien dotado: "La razón es apenas un ítem del misterio; y detrás de la conciencia más orgullosa que jamás reinó, la razón y la estrañeza se sonrojaban frente a frente. Lo inevitable se enrancia, en tanto que la duda y la esperanza son hermanas. No sin fortuna, el universo es silvestre, con sabor de caza, como el ala de, un halcón. La naturaleza es un milagro total: lo mismo no vuelve sino para ser diferente". Parece que los lógicos occidentales necesitan precisamente un poco de humildad; su salvación radica en que alguien les cure de esa hegeliana hinchazón de la cabeza.