Литмир - Электронная Библиотека

Según la tostadora, Nora está en la Residencia, pero una llamada de teléfono a su habitación indica otra cosa. Repaso mi copia del horario presidencial y veo por qué. Dentro de quince minutos, la Primera Familia se va de viaje para pasar toda la mañana de mañana en un desayuno de campaña para recaudar fondos. Nueva York y Nueva Jersey. Cinco paradas en total, incluida la noche. Echo una ojeada al reloj y luego otra vez al horario. Si corro, todavía puedo pillarla. Salgo zumbando del despacho. Tengo que saberlo. Pero cuando abro la puerta principal veo que hay alguien que se interpone entre el pasillo y yo.

– ¿Cómo andamos? -pregunta el agente Adenauer-. ¿Le importa si entro?

CAPÍTULO 29

– ¿Cómo es que está sin aliento? -me pregunta Adenauer mientras entra detrás de mí en la antesala-. ¿Está preocupado por algo?

– En absoluto -digo con mi mejor cara de valiente.

– ¿Qué hace por aquí tan tarde?

– Eso mismo iba a preguntarle a usted.

Continúa avanzando y empujándome hacia mi despacho. Me planto firme en la antesala.

– ¿Y adonde iba tan de prisa? -pregunta.

– Iba a presenciar la salida. Despegan dentro de diez minutos.

Se queda pensando mi respuesta, fastidiado de que haya sido tan rápida.

– ¿Podemos sentarnos un momento, Michael?

– Me gustaría, pero estoy a punto de…

– Me gustaría que hablásemos de mañana -ni pestañea.

– Vamos -digo, volviendo hacia mi despacho. Me dirijo a mi mesa; él se va al sofá. Eso ya no me gusta. Se pone demasiado cómodo-. ¿Y cómo le va todo? -le pregunto, intentando adelantar las cosas.

– Nada -dice fríamente-. He estado mirando esos expedientes.

– ¿Encontró algo interesante?

– No me había dado cuenta de que usted había estado primero en Medicina -dice-. Es usted un hombre de muchas facetas.

Estoy preparado para replicar, pero eso no me llevará a ninguna parte. Si lo que quiero es convencerlo de que no haga público el asunto mañana, hará falta cierta sinceridad.

– Ése es el sueño de cualquier niño que tiene unos padres enfermos -le digo-. Ser médico, salvarles la vida. El único problema era que yo no pude soportarlo ni un minuto. No me gustan las pruebas con respuestas exactas. A mí que me den ensayos todos los días.

– Aun así, aguantó usted hasta segundo curso, incluso aprobó Fisiología.

– ¿Adonde quiere ir a parar?

– A ningún sitio. Sólo me preguntaba si alguna vez le explicaron algo sobre inhibidores de la monoaminaoxidasa.

– ¿De qué está hablando?

– Es asombroso, la verdad -me interrumpe-. Tenemos dos medicinas que por separado son inocuas. Pero que si se mezclan… bueno, digamos simplemente que no es nada bueno. -Me observa con atención un tanto exagerada. Allá va-. Déjeme ponerle un ejemplo -continúa-. Supongamos que es usted candidato a tomar el antidepresivo Quarnil. Le dice a su psiquiatra que se encuentra mal; le receta eso y se encuentra usted mejor de repente. Problema resuelto. Naturalmente, tiene que leer el prospecto como con cualquier otra droga. Y si se lee el del Quarnil, verá que mientras se está tomando hay que abstenerse de un montón de cosas: yogur, cerveza y vino, arenques en conserva… y de una cosa llamada seudoefedrina.

– ¿Seudo qué?

– Qué gracioso, es justo lo que pensé que diría. -Pierde la sonrisa y añade-: Sudafed, Michael. Uno de los descongestivos más vendidos en el mundo. Si lo mezclas con Quarnil te vas al suelo más de prisa que con el freno de emergencia de un tren de gran velocidad. Derrame instantáneo. Lo más curioso de todo es que en apariencia parecerá un vulgar ataque al corazón.

– ¿Está diciendo que así murió Caroline? ¿Por una mezcla de Quarnil y Sudafed?

– Es sólo una teoría -dice sin mucha convicción.

Le lanzo una mirada.

– Había Sudafed disuelto en su café -explica Adenauer-. Una docena de pastillas, a juzgar por la potencia de la muestra que sacamos. Ella ni se enteró.

– ¿Y el Quarnil?

– Llevaba años tomándolo. Desde que empezó a trabajar aquí. -Hace una pausa-. Quienquiera que hiciera esto había hecho sus deberes, Michael. Sabían que tomaba Quarnil. Y tenían que tener algo más que nociones básicas de fisiología.

– ¿Así que ésa es su gran teoría? ¿Cree que me enseñaron eso en Michigan? «Veneno 101: cómo matar a sus amigos con productos caseros.»

– Eso lo dice usted, no yo.

Los dos sabemos que es una teoría chapuza, pero si ha estado repasando mi expediente de la universidad, quiere decir que están destripando mi vida entera. Duro.

– Llevan un camino equivocado -le digo-. Yo no ando jugando con drogas. Nunca lo he hecho y nunca lo haré.

– Entonces, ¿qué estaba haciendo ayer en el zoo? -Esto es lo que estaba esperando. Entro directamente al trapo.

– Viendo los monos -digo-. Es sorprendente lo de ahora, todos llevan walkie-talkies.

Mueve la cabeza con desaprobación paternal.

– No tiene ni idea de con quién anda en tratos, ¿verdad? Vaughn no es simplemente un matón de pueblo. Es un asesino.

– Sé lo que me hago.

– Yo no estoy tan seguro. Lo cortaría en rebanadas sólo por divertirse. Ya ha oído lo que le hizo a su compinche Morty, una cuerda de piano por el…

– No creo que fuera él.

– ¿Eso es lo que le dijo Vaughn?

– Es sólo una teoría -digo.

Se levanta del sofá y viene hacia mi mesa.

– Déjeme que le pinte un cuadrito, Michael. Usted y Vaughn están al borde de un precipicio. Y la única salida para ponerse a salvo es un puente movedizo de bambú que cruza al otro lado. El problema es que el puente sólo resiste el paso de una persona más. Y después se vendrá abajo, caerá al cañón. ¿Sabe qué viene después?

– Déjeme adivinarlo: Vaughn cruza corriendo.

– No. Lo apuñala por la espalda, coge su cantimplora, le vacía la cartera y después cruza corriendo. Y partiéndose de risa.

– Es una analogía de lo más rebuscado.

– Sólo intento ayudarlo, Garrick. De veras. Según los testigos, usted fue el último que la vio. Y según el informe de tóxicos, la mató alguien que sabe de drogas. Y según los registros del SETV, usted autorizó la entrada de Vaughn. Así que no me importa qué arreglito tiene con Nora, de cualquier modo, los tengo a él y a usted relacionados. Y al borde del precipicio. ¿Qué quiere hacer?

No contesto.

– Lo que ellos le digan son embustes. Usted les importa un bledo, Michael.

– ¿Y a usted no?

– A pesar de lo que se cree, no quiero verlo tirar su vida por la borda en este asunto, me inspira respeto cómo llegó hasta aquí. Pónganoslo fácil y le prometo que yo se lo pondré fácil a usted.

– ¿Qué quiere decir con «ponerlo fácil»?

– Ya sabe qué andamos buscando. Probar la relación de Nora con Vaughn, consumidor de drogas con traficante de drogas con muerte relacionada con drogas. Denos eso y listos.

– Pero si no…

– No me diga que no se conocen, estoy harto de esa mierda. Si usted no nos facilita relacionar a Nora con Vaughn, entonces utilizaremos la relación de Vaughn con usted.

– ¿Aunque sepan que no es verdad?

– ¿Que no es verdad? Garrick, la única razón por la que estoy retrasando tanto esto es porque se trata de la hija del Presidente, y las evidencias tienen que ser a prueba de bomba. Si no puedo pillarla a ella, sin embargo, ya se lo he dicho, estaría encantado de empezar con usted. Mire, una vez que todo salga a la luz y la prensa se entere de con quién anda ligando no hace falta ser un genio para adivinar el resto. Puede que así nos lleve un paso de ventaja, pero Nora no irá a ninguna parte. -Aprieta las puntas de los dedos con fuerza hacia mi mesa y se inclina hacia mí-. Y a menos que nos dé esa pista, usted tampoco.

Se aparta. Me he quedado sin habla.

– Todavía puedo ayudarlo, Michael. Tiene usted mi palabra.

– Pero si yo…

– ¿Por qué no lo piensa esta noche? -sugiere. No me cambia el plazo, pero yo sigo necesitando aplazarlo, hasta después de reunirme a mediodía con Vaughn.

81
{"b":"116772","o":1}