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– Vamos, venga, usted sabe de qué se trata. Estuvo allí aquella noche.

Me dirige un sutilísimo movimiento de cabeza.

– Es importante, Harry. Si no lo fuera no habría venido de este modo. Por favor.

Los otros agentes lo observan. Todos conocen las órdenes de Nora. No quería que la molestasen. Aun así, la pelota es suya. Y finalmente, dice:

– La llamaremos.

Sonrío ligeramente.

Se mete en la oficina del ujier que está al lado y coge el teléfono. No puedo oír lo que dice y, para asegurarse de que no le leemos los labios, nos da la espalda. Cuando ha terminado, vuelve a la escalera. Me mira con cara de palo.

– Hoy es su día de suerte.

Respiro hondo una vez más y corro hacia la escalera. Por el rabillo del ojo consigo ver al agente del pelo negro abrir el registro de visitantes y apuntar mi nombre. Harry niega con la cabeza y lo detiene.

– A éste, no -le dice.

CAPÍTULO 31

Al entrar en la habitación de Nora veo que cierra a toda prisa un cajón de la mesa. Se vuelve hacia mí y enarbola una gran sonrisa. Se le borra casi al instante.

– ¿Qué es lo que pasa?

– ¿Dónde has estado las últimas dos horas?

– Pues… aquí-dice-. Firmando cartas. Pero dime qué…

– No me mientas, Nora.

– ¡No estoy mintiendo! Pregunta al Servicio… No he salido ni una vez.

Esto es difícil de discutir, pero aun así…

– ¿Has visto un papelito por ahí? -pregunto, escudriñando su cama.

– ¿Pero qué…?

– Un trocito de papel -repito, levantando la voz y mirando por la alfombra cosida a mano-. Creo que se me cayó esta mañana. Tenía escritas las palabras «Woodley Park Marriott».

– Cálmate, Michael. No sé de qué me estás hablando.

– No pienso seguir con esto, Nora. Ya está. Se acabó. Lamento mucho si te trae complicaciones, pero eres la única que puede respaldarme. Todo lo que tienes que decir es que Simon tenía el dinero y así entonces yo…

Me sujeta por los hombros y me para donde estoy.

– ¿De qué demonios me hablas?

– Lo han matado, Nora. Le pegaron un tiro en mitad de la frente.

– ¿A quién? ¿La frente de quién?

– Vaughn. Han matado a Vaughn. -Al decir esas palabras me sube por la garganta un geiser de emociones-. Tenía los ojos…-continúo-. Porqué… Estaba ayudándome, Nora. ¡A mí!

Le tiembla la boca y se separa un paso de mí.

– ¿Qué…?

Antes de que pueda terminar la frase retrocede hasta la cama y se sienta en el colchón. Tiene la mano sobre la boca y los ojos anegados en lágrimas.

– ¡Oh, Dios mío!

– Te digo que esta vez vas a venir directa…

– Muy bien, espera un momento -dice temblándole la voz-. ¿Cuándo…? Oh, Dios santo… ¿Cuándo fue?

– En el hotel… teníamos que encontrarnos en el Marriott. Pero cuando entré en la habitación, estaba allí tirado, Nora… sin nadie más que yo para echarle la culpa.

– ¿Pero cómo…?

– Un tiro. Justo en la cabeza. Probablemente abrió la puerta y… un disparo. No hizo falta más. Donde cayó… todo… los sesos… todo por la alfombra.

– Y tú…

– Tropecé con… encima de él. Encontrarán mis huellas digitales por todas partes… el picaporte de la puerta… el cinturón… sólo necesitan un folículo de mi pelo. Estaba allí tirado saliéndole espuma de sangre por la boca… espumarajos resecos… pero no se movía… no podía. Había por todas partes, Nora… en las manos, en la corbata… por todas partes…

Nora levanta la vista rápidamente.

– ¿Te vio alguien?

– Estaba preocupado por si el FBI andaba por allí, pero no creo que pudiera haber llegado tan lejos si…

El timbre del teléfono resuena por la habitación. Los dos pegamos un salto.

– Déjalo que suene -me dice.

– Pero y si es…

Ambos nos miramos. Salvación frente a disculpa. Naturalmente, ella es la primera en reaccionar.

– Debería…

– … cogerlo -me muestro de acuerdo.

Lentamente, se dirige hacia el escritorio. El teléfono insiste. Descuelga el aparato.

– ¿Sí? -dice vacilando. Al instante mira hacia mí. Malo-. Sí. Sí está -añade, tendiéndome el teléfono con el brazo bien estirado-. Es para ti.

Cojo el teléfono, angustiado.

– Aquí Michael -digo luchando contra el vértigo.

– Ya sabía que estarías ahí. ¡Lo sabía! ¿Qué demonios tienes en la cabeza? -exclama alguien. Es una voz conocida.

– ¿Trey?

– Creí que ibas a mantenerte alejado de ella.

– Es que… yo sólo…

– Da lo mismo. Lárgate de ahí.

– No lo entiendes.

– Confía en mí, Michael, el que no se entera eres tú. Acaba de llamarme…

– A Vaughn le han pegado un tiro en la cabeza -le suelto-. Está muerto.

Trey ni siquiera hace una pausa. Después de cuatro años de escopetero de la Primera Dama está acostumbrado a las malas noticias.

– ¿Dónde fue? ¿Cuándo?

– Hoy. En el hotel. Entré allí y encontré el cuerpo. No sabía qué hacer, así que me fui corriendo.

– Bueno, pues será mejor que sigas corriendo. Lárgate de ahí ahora mismo.

– ¿De qué me estás hablando?

– Acaba de llamarme un amigo del Post. Sacan la historia en su sitio web: el asesinato de Caroline, los informes de toxicología, todo.

– ¿Y mencionan algún sospechoso?

Trey me concede otra larga pausa.

– Me ha dicho que tú te vas a llevar un palo. Lo siento, Michael.

– ¿Estás seguro? -digo, cerrando los ojos-. Puede que sólo estuviera buscando…

– Me preguntó cómo se escribía tu nombre.

Las piernas me flaquean y tengo que apoyarme en el escritorio. Ya está. Estoy muerto.

– ¿Te encuentras bien? -pregunta Trey.

– ¿Qué te dice? -pregunta Nora.

– ¡Michael! ¿Estás ahí? -resuena la voz de Trey por el teléfono-. ¿Estás bien, Michael?

El mundo entero se vuelve borroso. Es como aquella noche en la azotea, sólo que esta vez es realidad. Mi realidad. Mi vida.

– Escucha -dice Trey-. Márchate de la Residencia… apártate de Nora. Ven aquí y podemos… -Se queda en silencio de repente.

– ¿Qué? -pregunto.

– ¡Oh, no! -gime-. No puedo creerlo.

– ¿Qué? ¿Es sobre la noticia?

– ¿Pero cómo…?

– ¡Pero dímelo, Trey! ¿Qué es?

– Lo estoy viendo pasar en las pantallas de la AP… ¡Está en los teletipos, Michael! Deben de haberlo cogido de la web del Post.

Hijos de perra. Ahora esto ya no hay quien lo pare.

– Tengo que marcharme de aquí.

– ¿Adonde vas? -pregunta Nora.

– ¡No se lo digas! -me grita Trey-. ¡Lárgate! ¡Ya mismo!

En medio del pánico cuelgo el teléfono y corro hacia la puerta. Nora viene detrás.

– ¿Qué te ha dicho Trey? -me pregunta.

– Ha salido. Ha salido la historia. Caroline. Yo. Todo. Dice que está en todas las noticias.

– ¿Y hablan de mí?

Me quedo mirándola.

– ¡Por todos los santos!

– Ya sabes a qué me refiero.

– La verdad es que no, Nora -le vuelvo la espalda y me encamino hacia la escalera principal.

– ¡Lo siento, Michael! -me grita.

No me detengo.

– ¡Por favor, Michael!

Continúo adelante. Estoy a punto de dejar el pasillo cuando ella gasta su último cartucho.

– ¡Ésa no es la mejor salida!

Para eso sí que me paro.

– ¿A qué te refieres?

– Si vas por la escalera te encontrarás de frente con el Servicio Secreto.

– ¿Tienes alguna idea mejor?

Me coge por la mano y me conduce un poco más allá del pasillo. Me resisto justo lo indispensable para hacerle saber que no soy su marioneta.

– Ahórrame los juegos de poder, Michael. Estoy intentando sacarte de aquí.

– ¿Estás segura?

No le gusta que la acuse.

– ¿Tú piensas que]o hice yo?

No estoy nada seguro de lo que pienso, y éste no es momento de pararse a pensarlo.

– Indícame el camino.

En la esquina del fondo del pasillo abre unas puertas de vaivén y damos a lo que parece una pequeña panadería. Una nevera pequeña, un fregadero de barra, unas cuantas vitrinas con paquetes de cereales y aperitivos. Justo lo suficiente para ahorrarte bajar tres tramos hasta la cocina. En una esquina del cuarto, sobre la barra, hay dos paneles cuadrados de metal con unas ventanitas del tamaño de un disco compacto. Nora coge las asas que hay abajo de uno de los paneles, los levanta y se abre algo parecido a una ventana de guillotina. Detrás del panel hay un pequeño tubo que parece suficiente para dos personas.

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