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Controlo como puedo el pánico y juego mi mejor alternativa: la única cosa cuyo rastro sé que no puede conducir otra vez a mí.

– ¿Han investigado las cuentas bancarias de Simon?

– ¿Por qué íbamos a hacer eso?

– Ustedes compruébenlas -digo, con la esperanza de que así ganaré algún tiempo.

– ¿Quiere decirme algo más? -pregunta Adenauer.

– No, ya está. -Tengo que salir de aquí. Dejo a Adenauer donde está, me incorporo como puedo y voy hacia la puerta.

– Ya lo llamaré cuando tengamos los informes de Toxicología -dice, empezando por fin a resplandecer. Me trajo aquí para estudiar mis reacciones. Y ahora que las tiene, quiere ver qué haré-. No tardarán mucho -añade.

Ni siquiera me paro para girarme. Cuanto menos lo vea, mejor. Ahora lo único que quiero es averiguar si existe alguna conexión entre Nora y Patrick Vaughn.

CAPÍTULO 13

– ¿Entonces cómo crees tú que lo averiguó el FBI? -me pregunta Trey desde la silla que está frente a mi mesa.

– ¿Lo de Nora y yo? No tengo ni idea. Me figuro que por los del Servicio. De todos modos, para ser sincero, estoy más preocupado con lo que insinuó de ella y Vaughn.

– No te lo reprocho… Si tienen algo que lo ligue con Nora, los dos eventualmente podrían…

– Ni lo menciones.

– ¿Por qué? -pregunta Trey-. Tú mismo lo has pensado, y ella no se ha pasado la vida en el bando de los ángeles.

– Eso no significa que vaya a por mí.

– ¿Estás seguro?

– Sí. Completamente. -Muevo la cabeza y añado-: Y aunque no lo estuviera, ¿qué tendría que hacer? ¿Asumir que ella es el enemigo simplemente porque el FBI la menciona en la misma frase que a un asesino llamado Vaughn?

– Pero las drogas…

– Mira, Trey, yo no voy a hacer nada hasta tener datos más concretos. Además, tendrías que haber oído a Adenauer. Por la forma de hablar parecía que tuviera algo que me relacionara a mí con ese tipo.

– ¿Piensas que por eso Vaughn quiere contactar contigo?

– No sé muy bien qué pensar. Por lo que sabemos, Simon dejó la nota firmada por Vaughn, e intenta ligarme con un asesino.

– Suena a un poco demasiado -dice Trey. Se echa hacia atrás en la silla, estira los brazos en el aire y suelta un enorme bostezo. Con la mandíbula yendo de lado a lado, vuelve a poner la silla derecha-. ¿Y qué sabes de ese juicio por asesinato de Vaughn? -pregunta-. ¿Tienes idea de lo que pasó?

– Todavía no. Puede que Pam…

– Lo tendré mañana por la mañana -dice Pam, entrando en mi despacho.

– ¿Tendrás qué? -pregunta Trey.

– El expediente de Vaughn del FBI.

– No comprendo. ¿Desde cuándo…?

– Hasta que Simon contrate un suplente, Pam se ha hecho cargo de las responsabilidades de Caroline -le explico-. Lo que quiere decir que es la nueva dueña y señora de los archivos.

– ¿Adivina a quién vi cuando iba a la oficina del FBI?

– ¿A Simon? -pregunto, nervioso.

– A esa novia tuya loca…

– ¿Viste a Nora?

– La llevaban a alguna función en la Sala del Tratado Indio. Entré en el ascensor y allí estaba ella.

– ¿Te reconoció?

– Imagino que sí: me preguntó si íbamos al mismo sitio. No pude evitar decirle que el FBI no era exactamente una reunión social. Y entonces, me mira directamente, no podía creerlo, y con su voz más dulce y suave me dice: «Gracias por ayudarlo.» Te juro que estuve a punto de pulsar el botón de emergencia allí mismo.

No es difícil descubrir la sorpresa en la voz de Pam.

– En realidad te ha caído bien, ¿verdad? -le pregunto.

– No, no… no fantasees. En el fondo, sigo pensando que necesita una buena patada en su privilegiado culito. Pero, cara a cara… la verdad no es que me guste… sólo es que… tampoco es como yo creía.

– Sentiste pena por ella, ¿eh?

– No la compadezco, si te refieres a eso… pero no es tan simple como parece.

– ¡Naturalmente que no es simple… es una chiflada! -exclama Trey-. ¿Qué demonios os pasa a los dos? Ni que pensaseis que es una niña de cuento. Pues vaya descubrimiento, que es compleja. Bien venidos a la realidad. Thomas Jefferson proclamó la libertad, y luego se lió con una de sus esclavas.

– ¿Y qué? La gente sabe separar las dos cosas.

– ¡Bueno, pues no deberían!

– Bueno, lamento tener que comunicártelo, pero tengo una nación de doscientos setenta millones de patriotas que no están de acuerdo.

Trey mueve la cabeza. Sabe que ésta no la gana.

– ¿Sabéis qué? ¿Por qué no volvemos a lo de Vaughn?

– ¿Hay algún modo de conseguir ese expediente antes? -le pregunto a Pam, volviéndome hacia ella.

– Hago todo lo que puedo -dice, ya condescendiente-. Ellos me dicen que estará mañana.

– Al carajo mañana -dice Trey-. He conseguido el número de Vaughn en información… Podemos llamarlo ahora mismo. -Coge el teléfono y empieza a marcar.

– ¡No! -le grito.

Trey se para en seco.

– Si es el tío que mató a Caroline, sólo me faltaría que descubrieran que lo hemos llamado desde mi teléfono.

Antes de poder terminar, el timbre del teléfono acuchilla la habitación. Pam y yo miramos a Trey, que es el que está más cerca del aparato.

– ¿Quién es? -le pregunto a Trey, que está mirando la pantalla de identificación de llamadas del teléfono.

– Llamada exterior -dice moviendo la cabeza. Eso quiere decir que quien llama lo hace o desde una cabina sin número, un móvil que no se identifica, o que es una de las pocas personas importantes de la Casa Blanca que tienen la identificación cubierta. Me precipito hacia mi mesa acompañado de dos consejos simultáneos.

– Cógelo.

– No lo cojas.

– Déjalo sonar -añade Pam-. Te dejará un mensaje.

– Si te deja un mensaje, estarás en el mismo dilema que ahora -dice Trey-. Asustado de tener que llamarlo.

Sin seguridad, me fío del instinto. Trey gana a Pam.

– Hola, soy Michael -digo, llevándome el auricular a la oreja.

– Michael, ven aquí en seguida -dice Nora al otro lado del hilo.

– ¿Adonde? ¿Dónde estás?

– En el despacho del tío Larry. Acaba de recibir la mierda sobre ese nuevo amigo tuyo, Vaughn.

– ¿Cómo has averiguado lo…?

– Venga, tío, ¿no se te ocurre que el FBI nos manda actualizaciones?

Permanezco en silencio. Finalmente, le pregunto:

– ¿Mal asunto?

– Creo que debes venir aquí. Y de prisa, por favor.

Igual que el día de la bolera, hay algo completamente enervante en notar el miedo en la voz de Nora. Lo intenta con ganas, pero no sabe ocultarlo. Cuelgo el teléfono y corro hacia la puerta.

– ¿Adonde vas? -pregunta Pam.

– No quieres saberlo.

Lawrence Lamb ni siquiera levanta la vista. Sentado en una actitud casi militar, estudia el expediente de una carpeta roja que tiene abierta sobre su enorme escritorio rematado de cuero. Musito un deferente «buenas tardes», pero no muestra interés. Nora, que está mirando por la ventana, se da la vuelta cuando entro.

– ¿Qué pasa? -le pregunto, tan pronto como la puerta del despacho de Lamb en el Ala Oeste se cierra con un golpe.

– Puede que quieras tomar asiento -sugiere Nora.

– No me digas lo que…

– Siéntate, Michael -insiste Lamb con su voz siempre pausada. Con más rapidez de lo que lo hubiera creído capaz, se quita las gafas de leer y levanta la vista. Sus vivos ojos azules dicen el resto: ahora estoy en su despacho.

Me siento junto a Nora en una de las dos sillas frente a la mesa de Lamb y planteo la cuestión de otro modo:

– Nora me ha dicho que ha averiguado usted más cosas sobre Vaughn.

– Y a mí me ha dicho que eres un amigo leal. Lo que significa que sólo haré esta pregunta una vez: ¿Has tenido alguna vez algún trato personal con Patrick Vaughn?

Me vuelvo hacia Nora, que me lee el pensamiento. Con un sutil movimiento de cabeza, responde a mi pregunta sobre Lamb: puedo confiar en él.

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