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– ¿Y cómo sabía que tenías el dinero?

– Puede que volviera atrás y nos viera… o tal vez Caroline lo llamó cuando se dio cuenta de que faltaba dinero.

– No sé. Es demasiado para planearlo en una noche.

– Si consideras lo que está en juego, no -le replico.

Trey echa a andar para cruzar la avenida Pennsylvania y me deja dos pasos atrás. Corro para alcanzarlo tan de prisa como puedo. Llegamos a la cabina de teléfonos que está frente al EAOE y Trey saca el número de teléfono de Vaughn y un puñado de calderilla.

– ¿Estás seguro de que es una buena idea? -le pregunto cuando coge el aparato.

– Alguien tiene que sacarte de este lío, coño. Si hablo yo, no podrán localizarte a ti -aprieta los tres primeros números-, y de este modo, la llamada no sale de tu línea.

– Olvídate de los rastros… te hablo de esta jodida llamada, en general. Si Vaughn la mató, ¿por qué se pone en contacto conmigo?

– Quizá tiene sentimiento de culpa. O a lo mejor quiere hacer un trato. En cualquier caso, por lo menos hacemos algo.

– Pero llamarlo a su casa…

– Sin ofenderte, Michael, me pediste ayuda y no voy a dejar que te quedes sentado sin hacer nada. Aunque Lamb pueda aplazarlo todo hasta después de las elecciones, tú seguirías con los mismos problemas que ahora. Por lo menos con Vaughn hay la oportunidad de encontrar una respuesta.

– Pero ¿y si no es más que una trampa para incautos? Puede que esa sea la trampa: nos relacionan a los dos, Vaughn aporta pruebas y, ¡bum!, me largan a mí.

Trey deja de marcar. La paranoia crece para ambos lados.

– Sabes que eso es posible -le digo.

Los dos nos quedamos mirando el número de Vaughn. Desde luego, es torpe pensar que Vaughn me ayude. Y claro, eso me hace pensar que hay algo más en juego. Lo que tampoco significa que podamos resolverlo con una simple llamada de teléfono.

– Tal vez tendrías que hablar con Nora -sugiere finalmente Trey-. Vuelve a preguntarle si lo conoce.

– Ya lo hice.

– Pero puedes preguntarle…

– ¡Te he dicho que ya lo hice!

– ¡Deja de gritarme!

– ¡Entonces deja de tratarme como un cretino! Yo sé lo que me traigo entre manos.

– Mira, en eso te equivocas. Tú no la conoces, Michael. No sabes nada de ella… no has visto más que los rollos seleccionados.

– Eso no es verdad. Sé un montón de…

– No estoy hablando de flirteos y charlitas políticas. Me refiero a las pequeñas cosas, las de verdad: ¿Cuál es su película favorita? ¿Y su comida favorita? ¿Y qué sabes de su escritor favorito?

– Graham Greene, burritos y Annie Hall -le replico.

– ¿Y te fías de aquel viejo artículo de People? ¡Esas respuestas las escribí yo! ¡No ella, yo! Querían cosas enrolladas y modernas, así que se las di.

En los ojos de ambos va creciendo el enfado, así que, al notarlo, los dos nos tomamos un respiro y miramos a la espalda del otro. Finalmente, Trey rompe el silencio:

– ¿De qué se trata realmente, Michael? ¿De salvarte a ti o de salvar a Nora?

Son unas preguntas tan tontas que no merecen respuesta.

– Está muy bien lo de querer ser un héroe -dice Trey-. Y seguro que ella te agradece la lealtad pero…

– No es simplemente lealtad, Trey. Si ella recibe un golpe, yo caigo con ella.

– A no ser que ella te suelte y caigas tú solo. Así que aquí están las últimas noticias, amigo mío: me importa un bledo que Pam tuviera un agradable encuentro en el ascensor, yo no voy a contemplar cómo te empapelan a ti como sospechoso más plausible.

Paso alrededor de Trey y me dirijo de vuelta hacia el EAOE.

– Te agradezco la preocupación, pero ya sé lo que hago. No he trabajado tanto y llegado tan lejos sólo para rendirme y quedarme sin nada. Sobre todo cuando lo tengo todo controlado.

– ¿Crees que lo controlas? -Da un salto delante de mí y me corta el paso-. Lamento mucho tener que decírtelo, queridito, pero tú no puedes salvarnos a todos. Bueno, no digo que tengas que entregarla… sólo pienso que tienes que prestar un poco más de atención a los hechos.

– ¡No hay ningún hecho! Quienquiera que lo haya hecho, es como si hubiera creado una realidad totalmente nueva.

– Mira, ahí está el error. Aunque quieras engañarte a ti mismo, sigue habiendo unas cuantas verdades eternas en el universo: los zapatos nuevos hacen daño. Los caquis son tremendos. En los festivales aéreos hay desgracias. Y lo más importante, si no tienes cuidado, te vas a pegar un tortazo por proteger a Nora…

– ¿Cómo os va a los dos? -interrumpe una voz masculina a nuestra espalda.

Ambos nos giramos en redondo.

– No quería interrumpir -añade Simon-. Sólo quería saludar.

– ¡Hola! -exclamo.

– Qué tal -dice Trey.

Los dos nos preguntamos cuánto tiempo llevará ahí y empezamos la disección. Si sabe lo que tramamos, lo descubriremos en su lenguaje corporal.

– ¿Y a quién estabais llamando? -pregunta, mientras se mete la mano en el bolsillo izquierdo del pantalón.

– Avisábamos a Pam -respondo-. Tenía que reunirse con nosotros para almorzar.

Simon lanza una mirada a Trey y luego otra vez a mí.

– ¿Y qué tal tu entrevista con Adenauer?

¿Cómo sabe él lo de…?

– Si quieres, después hablamos de eso -añade con la fuerza justa para recordarme nuestro acuerdo. Simon sigue queriendo mantener esto en silencio, incluso si para lograrlo tiene que hacerme aparecer como un homicida. Se baja de la acera y nos hace un brindis con su taza de café recién comprada-. No dejes de decirme si puedo hacer algo.

CAPÍTULO 15

El viernes por la mañana me despierto con la sensación de que me han atizado con una sartén en la parte de atrás de la cabeza. Siete días después de la muerte de Caroline, mis ansiedades están en plena ebullición, y los ojos medio cerrados por la hinchazón. Finalmente, esta semana de dormir mal se cobra su peaje. Arrastro los pies como Frankenstein hasta la puerta de entrada y abro los ojos lo justo para recoger los periódicos. Son las seis y un par de minutos y todavía no he llamado a Trey. Pero ya no tardaré mucho.

Doy dos pasos hacia la mesa de la cocina cuando suena el teléfono. Nunca falla. Lo cojo sin decir hola.

– ¿Quién es la mamaíta del nene? -canturrea.

Le contesto con un bostezo increíblemente largo.

– Ni siquiera te has duchado, ¿verdad? -me pregunta.

– Ni siquiera me he rascado.

– No quiero ni oírlo -dice Trey tras una pausa-. ¿Entiendes lo que te digo?

– Sí, sí, dime las noticias nada más. -Cojo el Post de lo alto de la pila y lo extiendo sobre la mesa. Mis ojos van directos a un pequeño titular en la parte de abajo de la página, a la derecha: «El esperma puede ser auténtico, pero el gobierno dice no a las prestaciones.»

– ¿Qué es lo del esperma, Trey?

Vuelve a haber una pausa.

– Más vale confiar en que nadie esté grabando estas llamadas.

– Cuéntame la historia y nada más. ¿Es sobre esa señora que inseminaron artificialmente con el esperma congelado del marido muerto?

– La misma. Lo conserva en hielo, se hace un crío después de morir el marido y luego solicita a la Seguridad Social las prestaciones del marido. Y ayer, Sanidad y Asuntos Sociales denegó la petición porque el niño fue concebido después de la muerte del padre.

– Entonces déjame adivinarlo: ahora quieren que la Casa Blanca vuelva a evaluar la decisión de Sanidad.

– Un hueso para el perrito -canta-. Puedes creerme, éste es un buen perro, más que ninguno. Así que ahora sólo es cuestión de a quién le endilgan el muerto.

– Diez pavos a que a nosotros. -Miro por encima el resto del periódico y añado-: ¿Hay algo más interesante?

– Depende de si consideras que perder una apuesta es interesante.

– ¿Qué?

– La columna de prensa de Jack Tandy en el Times. En una entrevista del Vanity Fair que estará en los quioscos la semana que viene, Bartlett dice, y cito textualmente: «Si no eres capaz de cuidar de la Primera Familia, ¿cómo vas a poder poner a la familia lo primero?»

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