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– ¿No puede darme por lo menos hasta mañana a última hora? Hay una última cosa que quiero preguntarle a Nora. Si tengo razón, lo entenderá usted. Si estoy equivocado y no saco nada… puede usted ponerme un buen lazo rojo y yo me ofreceré personalmente a la prensa.

Se toma un momento para pensarlo. Una promesa con resultados reales.

– Mañana a las cinco -dice finalmente-. Pero recuerde lo que le he dicho: Vaughn sólo está buscando otro primo. En cuanto lo tenga a usted bien pillado, se escabullirá.

Asiento con la cabeza mientras él se va hacia la puerta.

– Lo veré mañana a las cinco.

– A las cinco en punto. -Está a punto de irse cuando se gira con la mano todavía en el pomo de la puerta-. Por cierto -dice-. ¿Qué le ha parecido Nora en «Dateline»?

Se me hace un nudo en la garganta al sentir que tensa el dogal.

– ¿Por qué lo pregunta?

– Por nada. Estuvo muy bien, ¿eh? Nunca se hubiera dicho que estaban ya en el margen de error… y fue como si fuera ella la que mantuviera a toda la familia unida.

Escudriño sus ojos, intentando leer entre líneas. No tiene ningún motivo para sacar a relucir las encuestas.

– Ella es fuerte cuando tiene que serlo -digo.

– Entonces supongo que eso quiere decir que no necesita mucha protección -y antes de que pueda responder, añade-: claro que tal vez lo haya entendido al revés. En esto de los medios siempre parece que las cosas son mejores de lo que son, ¿no cree? -Y con un movimiento de cabeza cómplice, se gira hacia la antesala, cierra el interruptor de la luz y sale. La puerta da un golpe tras él.

A solas en la oscuridad, me repito las últimas palabras de Adenauer. Aunque a los dos nos siguen faltando algunas piezas, él tiene las suficientes para hacerse el cuadro. Por eso ha tomado una decisión: haga yo lo que haga, para mí se ha acabado. Ahora la única cuestión es saber a quién voy a arrastrar conmigo.

Después de que se haya marchado espero un minuto entero antes de ir hacia la puerta. Al margen de lo que digan los horarios, a la hora de hacer viajes casi nada se hace a la hora. Si van con retraso, todavía puedo pillarla. Voy por mi camino habitual y cruzo hacia el Ala Oeste. Pero en cuanto me da el aire de la noche, sé que ando muy corto. No hay centinela de la infantería de marina plantado bajo la luz exterior del Vestíbulo Oeste. El Presidente no está en el Despacho Oval. Atravieso a toda velocidad la Columnata Oeste y entro volando en el corredor de la Planta Baja. Mientras corro oigo aplausos y vítores que resuenan por el pasillo. Muy a lo lejos se oye el resoplido de un tren de vapor. Primero despacio, luego de prisa. Más de prisa. Va cogiendo velocidad, como a latidos. Rechinando. Zumbando. El helicóptero.

A la mitad del pasillo giro bruscamente a la derecha para entrar en la Sala Diplomática y me doy de bruces con la última persona que esperaba encontrar en una despedida.

– ¿Adonde te diriges? -pregunta Simon sin sorpresa en la voz.

Se me tensa la mandíbula. No puedo evitar imaginármelo con Nora en el asiento de atrás. Aun así, lo rechazo.

– A ver la salida.

– ¿Desde cuándo eres un turista?

No contesto. Necesito que me lo diga ella. Me giro y paso rodeándolo. Él me coge por el brazo. Es una presa firme.

– Llegas demasiado tarde, Michael. No puedes detenerlos.

– Ya veremos -digo soltándome.

Antes de que pueda contestar, sigo adelante y empujo las puertas del Pórtico Sur. En el camino hay un grupo de veinticinco personas que todavía aplauden. Los restos de la celebración posterior a «Dateline». En el prado del Jardín Sur, el Marine One está a punto de despegar. Tengo que guiñar los ojos para luchar contra el viento de las aspas, y aun así veo levantarse del suelo el panzudo helicóptero color verde militar. La fuerza del viento de las aspas choca contra mi pecho como una ola, mi corbata y mi tarjeta me flamean contra el hombro. Detrás de los cristales a prueba de balas, en su asiento blindado, el líder del mundo libre nos dice adiós con la mano. Dos asientos más atrás, Nora está enfrascada en una conversación con su hermano. Levanto la cabeza y contemplo el despegue. Simon está en lo cierto. No hay manera de pararlo. Está fuera de mi control. De un golpe, las luces del helicóptero se apagan y la Primera Familia desaparece en la negrura del cielo. Como ya no queda nada que vitorear, la gente empieza a dispersarse. Y yo me quedo allí parado. Solo. De vuelta a un mundo de uno.

– Eso es una estupidez -digo mientras la camarera nos pone una jarra de cerveza en la mesa.

– No me hables de estupideces -dice Trey, sirviéndose un vaso-. Estuve allí hoy y lo vi con mis propios ojos. Ahora lo mejor será planear el modo de salir.

Mientras dice esas palabras, mis ojos están fijos en la camarera que limpia la mesa de al lado. Como la pinza mecánica del juego de feria, va bajando el brazo y elevando después las cosas importantes: vasos, menús, un plato de cacahuetes. El resto es basura. Con un movimiento del brazo barre las botellas vacías y las servilletas usadas para que caigan en el cubo de plástico de los desperdicios. Un movimiento rápido, y ya está. Es lo que ella hizo: tras la diversión, barrer la basura. Con todo, me niego a creerlo.

– Tal vez Vaughn estuviera equivocado. Tal vez cuando Nora vuelva…

– Espera un momento, ¿vas a darle la oportunidad de que se explique? Después de lo de esta noche… ¿has perdido la cabeza?

– No es que tenga mucha elección.

– Hay cantidad de elecciones. Montones de carritos de compra hasta arriba: odiarla, despreciarla, maldecirla, ignorarla, pretender que eres natural y aborrecerla como una…

– ¡Basta! -lo interrumpo con los ojos todavía fijos en la camarera-. Ya sé que parece que… sólo que… no tenemos todos los datos.

– ¿Qué más necesitas, Michael? ¡Se está acostando con Simon!

Siento una opresión en el pecho. Sólo pensarlo…

– Lo digo en serio -susurra mirando recelosamente a las mesas de alrededor-. Por eso mataron a Caroline. Descubrió que esos dos andaban de patinaje horizontal y cuando empezó a chantajearlos decidieron contraatacar. El único problema era que necesitaban alguien a quien echar la culpa.

– Yo -murmuro. Y sin duda tiene sentido.

– Piensa cómo se lo montaron. No fue una simple coincidencia que aparecieseis en el bar aquella noche; estaba preparado. Ella te llevó allí a propósito. Todo: despistar a la escolta, fingir que se había perdido… hasta coger el dinero. Todo era parte de su plan.

– No -susurro, separándome de la mesa-. Así, no.

– ¿Y tú qué…?

– Vamos, Trey, no había modo de saber que la policía del distrito de Columbia iba a pararnos por exceso de velocidad.

– No, tienes razón… eso fue pura casualidad. Pero si no te hubieran parado, ella te lo hubiera colocado en el coche. Piénsalo. Lían a Vaughn y hacen que parezca que fuiste tú quien lo trajo. Cuando Caroline aparece muerta a la mañana siguiente, entre Vaughn y el dinero eres tú quien tiene la pistola humeante.

– No sé. Quiero decir, si la cosa es así, ¿por qué entonces no me han entregado? Todavía tengo la «pistola». La tiene la policía bajo custodia.

– No estoy muy seguro. Puede que estén preocupados de que los polis identifiquen a Nora. Puede que estén esperando hasta después de las elecciones. O puede que estén esperando a que lo haga el FBI por su cuenta. Mañana a las cinco en punto.

Seguimos sentados en silencio y yo contemplo mi cerveza, estudiando las burbujas que suben. Finalmente, miro a Trey.

– De todos modos, tengo que hablar con ella. -Y antes de que pueda reaccionar, añado-: No me preguntes por qué, Trey. Es sólo que… ya sé que tú piensas que es una tramposa… pero créeme, yo también sé que es una tramposa, pero que debajo de eso… tú no lo has visto, Trey. Lo único que ves es alguien para quien trabajas, pero detrás de toda esa pose de chica dura y todas esas tonterías de cara al público, en una serie distinta de circunstancias, podría ser fácilmente tú o yo.

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