– ¡Entonces deja de hacer el tonto! Una vez muerta Caroline, tú sabías que ella era la chantajista. Yo llevo todo este tiempo husmeando como un loco y tú no me das ni una pista. ¡Ni una!
– Tú ya lo sabías, Michael.
– Yo no…
– ¡Lo sabías! -exclama con rabia renovada-. Lo dijiste la noche que cenamos comida tailandesa. Te preguntabas si a Simon le estarían haciendo chantaje.
– Y tú podrías haberme respondido: «¡Sí! ¡Probablemente, sí! ¡Igual que a mí!» Y en vez de eso dejaste que me reconcomiera.
– ¿Cómo te atreves a decir eso? ¡He estado de tu parte desde el mismo momento en que empezó todo!
– ¿Entonces por qué no me contaste lo que había pasado con Inez?
– ¡Porque no quería que lo supieras! -grita con voz que retumba por todo el despacho-. ¡Ya está! ¿Esto es lo que quieres? Yo me sentía mortificada cuando sucedió, me daba náuseas.
Y entonces, como si aquello solo no fuera lo bastante malo, Caroline se aprovechó de mi peor momento y me humilló con ello.
Y tú tendrías que ser el que mejor lo entendiera de todos; es mejor guardar la ropa sucia en el armario.
– Sigo sin…
– Eso es lo único que te he ocultado, Michael. Mi ojo morado particular. De lo demás te dije la verdad. Y si tú no te hubieras olido el chantaje por tu cuenta, yo te lo hubiera puesto delante de los ojos.
– Pero aun así, echaste a Inez sobre mí.
– Eso no te lo crees ni por un momento.
Tiene razón. Era un farol para ver cómo reaccionaba. Por lo que veo, pasa.
– ¿Entonces nunca has hablado de esto con Inez?
– Me llamó el día después de que ocurrió. Y le conté menos incluso que a los del FBI. Puedes creerme, si hubiera querido joderte, hubiera hecho lo más fácil de todo.
– ¿Como qué?
– Les hubiera contado lo tuyo -dice clavándome la mirada en los ojos-. Con Nora. De eso podría haber sacado por lo menos veinte mil.
Ya estamos. Sinceridad guerrillera. Si no resultase tan desconcertante, probablemente me echaría a reír. Vuelvo a preguntar:
– ¿Entonces nunca supiste que era Caroline quien exigía dinero?
– No creo que lo pensara nadie. Repásalo, ¿por qué iba a dejar Simon aquel dinero en el bosque? Si hubiera sabido que era Caroline, le habría pagado cara a cara.
No es una mala teoría.
– Tal vez por eso la mató. Cuando fue a contarle a ella el cuento de su versión de la historia, Caroline le hizo algún comentario malicioso y se dio cuenta de que ella era la señorita Dineros.
– Pero ¿matarla por eso? No te ofendas, pero ¿y qué? Ella sabe que es gay. ¿Le importa a alguien?
– Seguro que a Simon, no. Si le importara, nunca hubiera aparecido sin disfraz en un bar gay. Que es por lo que creo que hay algo más que la cuestión gay, no te olvides que Simon tiene mujer y tres hijos. Cualquiera que sea tu opinión, eso no deja de destrozar una vida.
Nos quedamos los dos sentados en silencio, moviendo la cabeza con asentimiento. En un momento, dice Pam:
– Yo sigo pensando que Caroline sabía algo de Nora.
– No quiero hablar de eso.
Pam hace una pausa y continúa:
– Y si no hubiera muerto, apuesto a que te hubiera hecho chantaje a ti. Y que por eso tenía tu expediente.
– Eso nunca lo sabremos -digo, alegrándome de cambiar de tema-. Era su secreto.
– Hablando de secretos, ¿qué pasa con el mío? -pregunta Pam, saltando sobre su propio tema-. ¿Tienes previsto delatarme?
– Tú ahora eres la nueva Reina de la Ética. ¿Tienes pensado trasladar a mi padre?
Nos miramos durante un buen rato y luego bajamos las cabezas con una torpe inclinación de alivio.
– ¿Puedo hacerte una última pregunta? -añado al ver que se gira para marcharse-. ¿Qué ha pasado con el expediente de Vaughn del FBI? Dijiste que nos lo ibas a conseguir.
– Creí que lo habías conseguido a través de Lamb.
– Pues sí. Sólo quería saber por qué no lo conseguí gracias a ti.
Su sonrisa desaparece tal cual. Su entrecejo se tensa y la boca se entreabre de dolor. No, no dolor. Tristeza. Decepción.
– Sigues pensando que yo… después de lo que acabamos de… -la voz vuelve a arrastrarse.
– ¿Qué? ¿Qué ibas a decir?
Ha terminado de darme respuestas. Se precipita hacia la puerta principal de la oficina, tapándose la boca con la mano y conteniendo las lágrimas.
– He hecho cuanto he podido, Michael.
Estoy a punto de seguirla cuando me interrumpe el timbre del teléfono. Resuena simultáneamente en mi despacho y en la antesala. Miro el identificador de llamadas. Llamada exterior. A unos pocos metros, Pam coge la puerta y la abre. Dentro de un segundo se habrá ido. Es difícil, pero elijo esto.
– Aquí Michael -digo al descolgar el teléfono.
Pam sale y la puerta se cierra con un tremendo portazo. Cierro los ojos con fuerza para combatir el ruido.
– ¿Preparado para poner cara de miedo? -pregunta una voz excitada al otro lado del teléfono.
Lo reconozco al instante. Vaughn.
– ¿Está usted loco? -exclamo-. Podrían estar…
– Tardan ochenta segundos en pillar una llamada. No van a encontrar nada.
– Más vale que sea algo bueno.
– ¿Iba a incordiar yo, si no?
Ignoro la pregunta y señalo…
– Veinte segundos.
Va directo al asunto.
– Pues empecé a preguntar a los colegas sobre tu amiguita, ésa, ya sabes, la del papi que manda.
– Entendido -digo, cortante.
– Encontré un par de tíos que la conocen. Parece que sigue con algún problemita de garganta, nariz y oídos… mayormente nariz. Y, ¿cuestión Especial K? Anda comprando como si estuviera en rebajas, un colega de mi colega Pryce dice que es lo que más les va.
– ¿Les? ¿Quiénes son esos les?
– Mira, ahí es donde aprieta el zapato -dice con voz que se pone seria-. Es demasiado lista para ir a comprar los caramelos ella, así que manda al novio a buscarlos.
– ¿Qué novio?
– Por eso llamo, chaval. Me parece que aquella noche del bar te liaron un poco. Aquí, según mi fuente principal, y que lo jura por la vida de su primo, ésa es la verdad…
– Dígame quién es -le exijo.
Me lo lanza directo al estómago.
– No es fácil de decir, Michael. Parece que anda durmiendo con el viejo. Tu jefe favorito.
Simon. No… no puede… Me quedo sin aire tan de repente que casi dejo caer el teléfono. El brazo se me queda tonto y se me cae por el costado. No puede ser.
– Ya sé -dice Vaughn-. Te dan ganas de ir a buscar consuelo, ¿eh? -Antes de que pueda contestar, añade-: Mi colega dice que la primera vez que lo vio pensó que iba de tapadillo, como que no vemos la CNN ni nada. De todos modos, lo sacaron porque estaba preocupado por si lo seguían. Cuando terminaron el negocio, se volvió a su coche y uno de mis chicos que estaba para dar el agua jura que ve a Nora embutida en el asiento de delante. Un buen beso en los labios cuando llega papi, se le tira encima. Y cuando pasan atrás, acción total, tío. Se la hace allí mismo, apretando contra la ventanilla. Mi hombre dice que ella también es fina. Le gusta que se la metan…
– No quiero oírlo.
– Seguro que no, pero si ella anda tirándose a tu patrón, tienes que saber por dónde andan. O sea, que mejor que busquemos un momento para juntarnos.
– ¿Y qué hay de si…?
– Diez segundos -interrumpe-. Apunta. Del viernes en una semana. Siete tarde. Woodley Park Marriott, sala Warren. ¿Lo tienes?
– Sí, ya…
– Cinco segundos. Nos sobra.
– Pero si…
– El viernes que viene, Mikey. Valdrá la pena. -Suena un clic y ya no está.
A solas en la antesala, el silencio me aplasta. No tiene el menor sentido. Si ella… pero no puede. No hay manera. Con el puño apretado, repiqueteo con los nudillos sobre la mesa. No puede ser. Pego un poco más fuerte. Más fuerte. Más fuerte. Golpeo sobre el escritorio hasta que tengo los nudillos despellejados. El del medio está empezando a sangrar. Igual que la nariz de Nora.
Buscando respuestas vuelvo a leer la nota que había tomado. Una semana después del viernes. 19.00 h. Woodley Park Marriott, sala Warren. No consigo sacudirme la náusea que me ahoga, pero me acuerdo de lo que me dijo justo antes de separarnos en el cine. Resta siempre siete. Siete días, siete horas. En un parpadeo, las siete de la tarde se convierten en las doce del mediodía. Una semana a partir del viernes se convierte en este viernes. Mañana. Mañana a mediodía en el Woodley Park Marriott. La clave fue idea de Vaughn. Si el FBI fue capaz de llegar tan cerca de nuestro encuentro en el zoo, necesitaremos algo más que un vendedor de palomitas para conseguir privacidad. Aprovecho los segundos extra para apuntar la hora corregida. Me meto el papel manuscrito en el bolsillo y vuelvo rápidamente a mi despacho y a la única persona que puede resolver mis preguntas.