Литмир - Электронная Библиотека

– ¿Y entonces qué es lo que había en tu letra pequeña?

– Tienes que comprenderlo, fue nada más empezar, todavía estaba…

– Dime lo que hiciste -insisto.

Hace una pausa, cierra el puño y se golpea suavemente con los nudillos varias veces en la mejilla. Penitencia.

– ¿Me prometes que no se lo contarás a nadie?

– Pam…

Me conoce perfectamente. Al final, pregunta:

– ¿Te acuerdas de en qué estaba trabajando Caroline cuando yo llegué?

Me quedo pensando unos segundos y luego niego con la cabeza.

– Una pista, cuando Blake anunció que dimitía…

– … Kuttler fue nominada. Iba a ocupar el puesto de Blake en el Tribunal Supremo.

– Eso es -dice Pam-. Y ya sabes lo que pasa cuando un magistrado renuncia a su puesto. Cualquier abogado que se precie empieza a pensar que es el más guapo. Así que cuando el Gabinete empezó a revisar en la lista de nominados, nos tocó a nosotros hacer las comprobaciones. Por esa misma época me cayó el primer plazo del crédito escolar para la Facultad de Derecho. Tenía un crédito de noventa mil dólares, o sea que más de mil dólares al mes. Añádele a eso el primero y el último mes de alquiler del apartamento al que acababa de trasladarme, más el depósito de la fianza, más los plazos del coche, más el seguro, más la tarjeta de crédito, más el hecho de que tardas un mes en cobrar la primera paga… llevaba aquí nueve días en total y ya estaba hasta el cuello. Y de pronto, se pone en contacto conmigo una periodista del Washington Post que se llama Inez Cotigliano.

– Ésa es la chica que…

– Ya sé quién es, Michael. Vivía en la habitación de al lado en mi último año de universidad.

– Así que eres tú la que…

– Nunca le dije nada de ti, lo juro por la vida de mi madre. Bailamos aquella vez y nada más. Créeme, para mí fue más que suficiente.

– Te escucho -le digo, cruzando los brazos.

– De todos modos, como yo revisaba a todos los posibles nominados para el Supremo, Inez, como cualquier reportero hambriento de esta ciudad, intentaba descubrir quiénes estaban en la lista restringida.

– Pam, no me digas que tú…

– Me ofreció cinco mil dólares por confirmarle que Kuttler era la que estaba mejor situada. Yo no sabía qué otra cosa hacer. Todo iría bien en cuanto empezaran a venir los cheques del sueldo, pero para eso faltaban tres semanas -mientras cuenta la historia, rehúsa mirarme.

– ¿Y entonces el Post adelantó el dinero?

– ¿El Post? Nunca lo hubieran permitido. Todo venía del bolsillo de Inez, se moría por tener algo grande. Su padre está metido en fondos de inversión en Connecticut. Su familia tiene la patente de la Aspirina o de algo así de absurdo.

– Pero eso era información confidencial.

– Apareció el peor día de mi vida, Michael. Y por si esto te hace sentirte mejor, yo me sentía tan destrozada por el remordimiento que acabé devolviéndole todo el dinero. Tardé casi un año.

– Pero ella tuvo la infor… -Me corto en seco. Juzgar es muy fácil; basta coger la maza. La única pega es que yo sé lo que es que te machaquen los dedos-. Debió de ser un gran día para Inez.

– Su primer trabajo en primera página, en la parte inferior, pero en la Al: «Hartson se queda con tres: Kuttler va primera.» Pero no importaba. El Herald les ganó la baza. Sacaron una historia parecida el mismo día, lo que supongo que significa que yo no era la única que filtraba cosas.

– Eso no es más que buscar excusas y tú lo sabes.

– No llegué a darle nada concreto; sólo le dije quién estaba mejor situado.

– Entonces, ¿qué pasó? ¿Caroline lo descubrió?

– Tardó menos de una semana -dice Pam-. Al repasar mi expediente, probablemente se fijó en la conexión. Inez Cotigliano. Vecina en el colegio. Periodista nueva. En cuanto lo descubrió, podía haberme despedido, pero su norma era mantener a su alrededor a la gente con problemas y cobrar por sus secretos. Y en cuanto quise darme cuenta, estaba atrapada en su red.

– ¿Cómo lo hacía?

Por primera vez desde que empezamos a hablar, Pam me mira. En sus ojos se ve el miedo a ser juzgada.

– ¿Cómo lo hacía? -repito.

– Cuatro días después de publicarse la noticia, recibí un anónimo pidiéndome que pagara diez mil dólares. En dos pagos. Con seis meses de diferencia. -Con aspecto cansado, se sienta-. Me pasé varios días sin dormir. Cada vez que cerraba los ojos, te aseguro, todavía lo veo: todo aquello por lo que había luchado colgando justo allí delante de mí. Y me encontraba tan mal que empecé a escupir sangre. Pero al final… no había manera de impedirlo… y no podía permitirme empezar de nuevo. -Se tapa los ojos con las manos y se frota la parte alta de la frente haciendo círculos lentos, tensos-. Dejé el dinero en una taquilla de Amtrack en la estación Union.

– Creí que no tenías con qué…

– Vendí el coche, fui haciendo de morosa con el préstamo, y saqué el máximo de efectivo autorizado de todas las tarjetas de crédito que conseguí. Mejor ser poco solvente que no tener futuro profesional.

Dice algo más, pero ya no la escucho. Una oleada de ira rompe contra la base de mi cráneo. Hasta los dedos de los pies se me tensan.

– ¿Qué? -me pregunta al ver la rabia en mi rostro.

– ¡Tú lo sabías! -rujo-. ¡Sabías todo el tiempo que era ella la del chantaje!

– Pero eso no…

– ¡Y me mandaste directamente a verla! Cuando vine el primer día y te pregunté si Caroline era de fiar, ¡me dijiste que sí! ¿Qué coño estabas pensando?

– Tranquilízate, Michael.

– ¿Por qué? ¿Para que así puedas seguir con más medias verdades? ¿O para servirme a Inez en bandeja? ¡Me has mentido, Pam! ¡Me mentiste con lo del teléfono, me mentiste en lo del expediente y me mentiste en lo de Caroline! Piénsalo por una vez: si yo no hubiera ido a verla aquel día, nada de esto… -Una vez más me interrumpo y miro atentamente a Pam. Inclinando la cabeza veo cambiar el prisma. Ella sabe lo que pasa por mi mente.

– Espera un momento -me interrumpe-. ¿Tú piensas que yo…?

– ¿Me estás diciendo que me equivoco?

– ¡Estás como una cabra, Michael! ¡Yo no la maté!

– Tú lo has dicho, no yo.

– ¡Nunca le hice nada! ¡Nunca! -insiste-. Lo juro, ¡yo creía que era mi amiga!

– ¿De verdad? ¿Así que todos tus amigos te sacan grandes cantidades de dinero por chantaje? Porque si ése es el caso, me vendrían bien unos miles extra. En billetes pequeños, por supuesto.

– Eres un gilipollas.

– Llámame lo que quieras, por lo menos yo no te estoy exprimiendo para sacarte dinero. Quiero decir, que si eso es un amigo, no resistiría ver a tus enemigos.

– Nunca tuve enemigos. Por lo menos hasta ahora.

– ¿Y qué me dices de…?

– ¿No lo entiendes, Michael? ¿Ni siquiera me has escuchado? Todo lo que yo tenía era una nota y un lugar. Nunca supe quién era.

– Pero tú sabías que Caroline tenía acceso a los expedientes.

– Eso no importaba, era… -se interrumpe-. Era como de mi familia.

Me lleva un segundo procesar esa información.

– ¿Así que nunca sospechaste de ella?

– Sospeché de ti antes que de ella.

No estoy muy seguro de cómo debo reaccionar ante esto.

– Además -continúa Pam-, no hacen falta los archivos del FBI para descubrir que Inez y yo fuimos juntas a la escuela. Imaginé que alguna otra persona había sumado dos y dos y entonces investigó por su cuenta.

– Pero bueno, ¿no te pareció raro cuando Caroline apareció muerta con treinta mil billetes en la caja fuerte y todos nuestros expedientes sobre la mesa? Es decir, que si andas buscando a un chantajista…

– Te juro que fue lo primero que pensé. Pero hasta ese momento yo no había ni alzado una ceja de interrogación.

– ¿Alzar una ceja? ¡Si es como una huella de ADN, lo único que le faltaba era sangre en la punta de los dedos y un tatuaje en la frente que dijera «matamos por dinero»!

– ¡No hagas chistes con esto!

79
{"b":"116772","o":1}