Una de las particularidades del valle del Issa es que en él viven más demonios que en otros lugares. Es posible que los sauces carcomidos, los molinos y la maleza de las orillas sean especialmente acogedores para estos seres que se aparecen tan sólo cuando ellos lo desean. Los que lo han visto dicen que el demonio es más bien pequeño, del tamaño de un niño de nueve años, que lleva un frac verde, chorrera, el pelo recogido en forma de cadogán, medias blancas y que, con la ayuda de unos zapatos de tacón alto, procura ocultar las pezuñas, de las que se avergüenza. Hay que aceptar estas explicaciones con cierta reserva. ¿Quién sabe si los demonios, conocedores de la supersticiosa admiración de la gente por los alemanes -hombres expertos en comercio, investigación y ciencia-, no tratarán de darse importancia vistiéndose como Emmanuel Kant, de Koenigsberg? No en vano, junto al Issa, al que posee una fuerza impura se le llama también el «alemancillo», dando a entender con ello que el demonio es un aliado del progreso. De todos modos, cuesta creer que pudieran vestirse así cada día. Por ejemplo, uno de sus entretenimientos favoritos consistía en bailar en los cobertizos donde se agrama el lino y que suelen estar en las afueras del pueblo: ¿cómo podrían, con sus fracs, levantar esas nubes de polvo y agramiza, sin preocuparse por mantener un aspecto respetable? ¿Y por qué, al estar dotados de una especie de inmortalidad, habrían elegido precisamente un traje del siglo dieciocho?
En realidad, nadie sabe hasta qué punto pueden cambiar de aspecto. Cuando una joven enciende dos velas, en la vigilia de San Andrés, y se mira en el espejo, puede ver su futuro: el rostro del nombre al que unirá su vida, y a veces hasta el rostro de la muerte. ¿Será el demonio disfrazado, o actuarán otros poderes mágicos? Y ¿cómo distinguir a los seres aparecidos con la llegada del cristianismo, de los antiguos, de los de siempre, de la bruja del bosque, que intercambia a los recién nacidos en sus cunas, o de los duendecillos que, por la noche, salen de sus palacios, ocultos en las raíces de los saúcos? ¿Se comunicarán de algún modo entre sí los demonios y estos otros seres más recientes, o estarán simplemente allí, unos junto a otros, como ocurre con los arrendajos, los gorriones y las cornejas? ¿Dónde estará el país en el que se refugian unos y otros cuando la tierra se ve aplastada por hileras de tanques, cuando los que van a ser fusilados cavan sus propias tumbas junto al río, mientras, entre sangre y lágrimas, penetra la Industrialización en la aureola de la Historia? ¿Podríamos imaginar una especie de congreso que se celebrara en las cavernas situadas en lo más hondo de la tierra, allí donde el calor pasa a ser insoportable debido al fuego del centro líquido del planeta; un congreso en el que centenares de miles de pequeños demonios, vestidos de frac, serios y cariacontecidos, escucharan a los oradores que representan al comité central de los infiernos? Supongamos que los oradores anuncien que, por el bien de la causa, se prohibirá corretear por los bosques y praderas, que el momento exige otros medios y que los mejores especialistas actuarán a partir de entonces de manera que la mente de los mortales ya no pueda sospechar su presencia. Se oirían aplausos, pero no espontáneos, porque los congresistas comprenderían que fueron necesarios tan sólo en un primer período, que el progreso los ha relegado a oscuros abismos y que ya no podrán seguir contemplando puestas de sol, ni el vuelo del martín pescador, ni el brillo de las estrellas ni cualquier otra maravilla del mundo inconmensurable. Los campesinos del valle dejaban antaño, junto a la puerta de sus casas, un recipiente lleno de leche para las apacibles serpientes de agua, que no temían a los hombres. Luego se convirtieron en fervientes católicos, y la presencia de los demonios les recordó la lucha por el dominio final del alma humana. ¿Qué será de ellos en el futuro? Al hablar de todo esto, no se sabe qué tiempo escoger, si el presente o el pasado, como si lo que fue no perteneciera totalmente al pasado mientras éste perdure en el recuerdo de las generaciones (o tan sólo en el de un cronista).
¿Acaso los demonios han escogido el Issa por sus aguas? Se dice que éstas poseen unas propiedades que influyen en el carácter de los que nacen junto a sus orillas. Suelen ser excéntricos, intranquilos, y sus ojos azules, su pelo claro y su complexión más bien pesada dan una falsa idea de buena salud nórdica.