Wytheville, Virginia
03:24
Temperatura: 34 grados
– Tienen que entenderlo, no creo que esté bien.
– Es posible que su hermano haya secuestrado y asesinado a más de diez mujeres. ¡El hecho de que no esté bien es el menor de sus problemas!
– No creo que quisiera hacerles daño…
– ¡Joder! -exclamó Mac. Estaba de pie ante Ennunzio, que se había desplomado sobre el borde de la cama. Quincy y Rainie ya habían llegado y estaban vigilando la puerta. Kimberly, que había arrebatado la jeringuilla a Nora Ray, custodiaba a la joven en la esquina derecha de la sala. El ambiente general era sumamente hostil-. ¡Es usted quien hace las llamadas!
Ennunzio agachó la cabeza.
– ¿Por qué? ¡Ha estado jugando conmigo desde el principio!
– No intentaba jugar con usted. Solo intentaba ayudar…
– Usted dijo que el informante podía ser el asesino. ¿Por qué?
– Quería que se tomaran las llamadas más en serio. Juro por Dios que he hecho lo imposible por ayudarles, pero yo tampoco sé demasiado.
– Podría habernos dicho el nombre de su hermano.
– Eso no le habría servido de nada. Frank Ennunzio no existe. Ignoro dónde estará viviendo ahora, pero sin duda lo hace bajo un nombre falso. Por favor, tienen que comprenderlo. Hace más de treinta años que no hablo con mi hermano.
Todos se sorprendieron al oír estas palabras. Mac frunció el ceño, pues no le gustaba aquella noticia. Cruzó los brazos sobre su pecho y empezó a dar vueltas por la pequeña habitación.
– Quizá debería empezar desde el principio -sugirió Quincy, con voz serena.
Ennunzio asintió con la cabeza.
– Hace cinco años me enviaron a Atlanta para trabajar en un caso, el secuestro de la hija de un joven doctor. Me pidieron que analizara las notas que había enviado el secuestrador a sus padres. Mientras estaba allí desaparecieron dos chicas más, dos estudiantes de la Universidad Estatal de Georgia. Decidí recortar los artículos del periódico, pues me pareció algo más que una simple coincidencia: estaba trabajando en un caso de secuestro y habían desaparecido dos muchachas más. Así fue como empecé a seguir el caso de las jóvenes desaparecidas, tanto aquel verano como el siguiente, cuando otras dos muchachas desaparecieron durante una ola de calor.
»Ahora sé que el caso de las jóvenes desaparecidas no tenía nada que ver con el mío. Estuve trabajando en lo que resultó ser una serie de casos de rescate: un joven muy chic, que trabajaba en uno de los clubes más importantes del país, utilizaba su posición para identificar y acechar a familias jóvenes y pudientes. Tardamos tres años, pero logramos detenerle, en gran medida gracias a sus notas de rescate.
»Sin embargo, los secuestros que se producían durante las olas de calor eran obra de una bestia completamente distinta. El sospechoso siempre atacaba a jóvenes universitarias que viajan en pareja. Dejaba un cadáver cerca de una carretera y el segundo en alguna localización remota. Y siempre enviaba notas a la prensa. «El reloj hace tictac… El calor mata». Hace largo tiempo que recuerdo esas palabras. Son de esas que no se olvidan.
La voz de Ennunzio se quebró. Deslizó la mirada hacia la moqueta, perdido en sus pensamientos.
– ¿Qué hizo su hermano? -preguntó Rainie, en voz baja-. Háblenos de Frank.
– Nuestro padre era un hombre duro.
– Algunos padres lo son.
– Trabajaba en las minas de carbón, bastante cerca del lugar que hemos visitado hoy. Es una vida implacable. Te rompes la espalda trabajando durante el día y vives en la más mísera pobreza durante la noche. Era una persona muy colérica.
– Las personas coléricas suelen convertirse en agresores físicos -comentó Rainie.
Ennunzio por fin la miró.
– Sí, así es.
– ¿Su hermano mató a su padre?
– No. Las minas pudieron antes con él. El polvo del carbón se acumuló en sus pulmones, empezó a toser y, un día, ya no tuvimos que seguir temiéndole.
– Ennunzio, ¿qué hizo su hermano?
– Asesinó a nuestra madre -susurró el lingüista-. Mató a la mujer a la que habíamos intentado proteger durante toda la infancia.
Su voz se quebró de nuevo. No parecía capaz de mirar a nadie. Sus hombros se combaron, agachó la cabeza y empezó a retorcerse las manos, que tenía apoyadas en el regazo.
– Tienen que comprenderlo… Después del funeral, nuestra madre perdió un poco la cabeza. Empezó a pegarle gritos a Frank y a decirle que era un desagradecido; en cuanto nos dimos cuenta, había ido en busca del cinturón de mi padre. Al principio, Frank no hizo nada. Permaneció inmóvil en el suelo hasta que ella se hartó de azotarle, hasta que estuvo tan cansada que ni siquiera fue capaz de moverse. Entonces se levantó del suelo y la cogió en brazos, con suma gentileza. Lo recuerdo perfectamente. Frank solo tenía catorce años, pero era grande para su edad y mi madre tenía la constitución de un pajarillo. Entonces la llevó en brazos hasta su habitación y la acostó en la cama.
»Me dijo que saliera de casa, pero fui incapaz de hacerlo. Me quedé en medio de la sala mientras él retiraba las lámparas de aceite de sus soportes y vertía su contenido por todas las habitaciones. Creo que entonces supe qué pretendía hacer. Mi madre simplemente miraba, tumbada en la cama, jadeante. No pronunció ni una sola palabra. Ni siquiera levantó la cabeza. Frank iba a matarla y creo que ella se lo agradecía.
»Tras rociar de aceite la cabaña, se dirigió a la estufa y tiró al suelo los carbones que ardían en ella. Al instante, el conjunto de la casa estalló en llamas. Era una vieja cabaña de madera, reseca por el paso del tiempo y sin ninguna capa de aislante. Puede que la casa también se lo agradeciera. No lo sé. Solo recuerdo que mi hermano me cogió de la mano y me obligó a cruzar la puerta. Nos quedamos fuera, viendo cómo ardía la casa. En el último momento, mi madre empezó a gritar y me pareció verla de pie, en medio de aquellas llamas, con los brazos sobre la cabeza y clamando al cielo. Pero ya no había nada que ninguno de los dos pudiéramos hacer por ella. Ni tampoco por nosotros.
»Mi hermano me dejó junto a la carretera y me dijo que pronto pasaría alguien. Y también me dijo: «Recuerda esto, Davey. El calor mata». Acto seguido desapareció entre los árboles y, desde entonces, no he vuelto a verle ni a hablar con él. Una semana después me llevaron con una familia de acogida de Richmond y ahí terminó todo.
»Cuando cumplí los dieciocho, regresé brevemente a la zona, pues quería visitar la tumba de mis padres. Descubrí que alguien había hecho un agujero en la lápida y había insertado en su interior un papel enrollado en el que ponía: «El reloj hace tictac… El planeta agoniza… Los animales lloran… Los ríos gritan. ¿Pueden oírlo? El calor mata». Creo que eso resume lo que piensa mi hermano al respecto.
– ¿Todo debe morir? -preguntó Kimberly, sombría.
– Todo lo bello. -Ennunzio se encogió de hombros-. No sé si podrán entenderlo. Para nosotros la naturaleza era nuestro refugio, pues allí nos escondíamos de nuestro padre, pero también era nuestra prisión, pues era una zona despoblada donde nadie podía ver lo que realmente ocurría. Mi hermano adoraba el bosque, pero también lo odiaba. Amaba a nuestro padre, pero también lo odiaba. Y amaba a mi madre, pero también la odiaba. Para él, creo que las líneas siguen estando confusas. Odia lo que ama y ama lo que odia, así que está atrapado en una red de la que nunca podrá escapar.
– De modo que busca el calor -murmuró Quincy-, porque purifica.
– Y utiliza la naturaleza, que le salvó, pero también le traicionó -añadió Rainie.
Deslizó sus ojos preocupados hacia Nora Ray-. ¿Por qué sospechabas que era él? Tenía entendido que no habías visto a la persona que os atacó a ti y a tu hermana.
– Por la voz -respondió Nora Ray-. Recordaba… Reconocí la voz. De cuando ese hombre se acercó a la ventanilla de nuestro coche y nos preguntó si necesitábamos ayuda.
– ¿Le viste el rostro?
– No.
– De modo que el hombre al que oíste aquella noche podría haber sido el doctor Ennunzio, su hermano o cualquier otra persona con una voz similar. ¿No crees que deberías haber hablado de esto con alguno de nosotros, antes de atacarle con una jeringa?
Nora Ray miró a Rainie con dureza.
– No fue a su hermana a quien mató.
Rainie suspiró.
– ¿Y qué vas a hacer ahora, Nora Ray?
– No lo sé.
– ¿Crees la historia del doctor Ennunzio?
– ¿Y usted? -replicó ella.
– Estoy intentando decidirlo. Si te soltamos, ¿volverás a atacarle?
– No lo sé. -Sus ojos, excesivamente brillantes, se posaron en Ennunzio-. Es posible que fuera su hermano y no usted, pero debería avergonzarse de sí mismo. Usted es agente del FBI. Se supone que tiene que proteger a las personas. Sin embargo, sabía algo del asesino y prefirió callar.
– No tenía ninguna información que proporcionar, ni un nombre ni una dirección…
– ¡Usted conocía su pasado!
– Pero no su presente. Lo único que podía hacer era observar y esperar. Pero en el mismo instante en que la nota de mi hermano apareció en un periódico de Virginia, envié una copia al Servicio de Investigación de Georgia, porque quería que el agente especial McCormack se ocupara del caso. Hice todo lo que estaba en mi mano por captar la atención de la policía…
– Han muerto tres chicas -espetó Nora Ray-, así que no creo que sus esfuerzos hayan servido de nada.
– Ojalá hubiera podido estar seguro… -murmuró Ennunzio.
– Cobarde -replicó Nora Ray.
Ennunzio prefirió guardar silencio.
Quincy respiró hondo y miró a Rainie, Mac y Kimberly.
– Por lo tanto…
– Sigue habiendo un asesino en libertad y una joven desaparecida -respondió Mac-. Ahora tenemos un móvil, pero eso solo nos ayudará en el juicio. En estos momentos, lo único que importa es que aún no ha amanecido, hace un calor insoportable y hay una joven perdida en alguna parte. Ennunzio, ese hombre es su hermano, así que intente pensar como él.
El lingüista forense movió la cabeza hacia los lados.
– Al principio entendía alguna de las pistas, pero solo porque ambos habíamos pasado mucho tiempo al aire libre. En cambio, las pruebas que están analizando ahora, las muestras de agua, los sedimentos, el polen… Ahí no puedo ayudarles. Necesitan a los expertos.
– ¿Su hermano tenía algún lugar favorito?