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Capítulo 39

Condado de Lee, Virginia

16:53

Temperatura: 38 grados

– ¿Hola? ¿Hola? ¿Puedes oírme? -Kimberly había encontrado un conducto de unos doscientos milímetros que se adentraba en el suelo y parecía la sección de una tobera. Miró a través de él, intentando ver adonde conducía, pero solo vio oscuridad. Deslizó la mano por la parte superior y no le cupo ninguna duda de que soplaba una corriente de aire procedente de algún lugar. Lanzó un guijarro para hacerse una idea de la profundidad, pero nunca lo oyó aterrizar.

Mac ya corría hacia ella, seguido de Nora Ray. Kimberly se agachó y ahuecó las manos junto a la boca para amplificar su voz.

– ¿Hay alguien ahí?

Apoyó la oreja en la boca del tubo. ¿Había oído movimiento? ¿El sonido de algo que se movía en las oscuras y húmedas profundidades? Resultaba difícil saberlo con certeza.

– ¡Hoooolaaaaaa! Mac por fin se detuvo junto a ella. Tenía el cabello de punta por el sudor y los pantalones y la camisa pegados a la piel. Cayó de rodillas a su lado y acercó la boca a la tobera.

– ¿Hay alguien ahí? ¿Karen Clarence? ¿Tina Krahn? ¿Estáis ahí?

– Quizá está dormida -murmuró Kimberly.

– O inconsciente.

– ¿Estáis seguros de que esto conduce a la caverna? -preguntó Nora Ray.

Kimberly se encogió de hombros.

– No, pero tampoco sabemos con certeza que la joven esté cerca de aquí.

– Esto no puede ser la entrada -replicó Nora Ray-. Nadie podría pasar por este agujero.

– No, no puede ser la entrada, pero podría ser un respiradero o un tragaluz. Alguien se tomó la molestia de colocar aquí esta tubería y eso tiene que significar algo.

– La caverna es muy grande -murmuró Mac. También él lanzó un guijarro, pero el resultado fue idéntico-. Según la página web, existen diversas salas conectadas por largos túneles y algunas de ellas son del tamaño de una pequeña catedral. Puede que esta tubería conduzca a una de esas salas y permita que entre un poco de luz natural.

– Necesitamos una entrada -dijo Kimberly.

– ¿En serio?

– Yo me quedaré aquí y seguiré gritando. Nora Ray y tú seguiréis buscando la entrada. Puede que oigáis la reverberación de mi voz y que eso os ayude a encontrarla. Además… -Kimberly vaciló-, si una de las muchachas está ahí abajo, no quiero que piense que nos hemos ido. Quiero que sepa que vamos a encontrarla. Que todo acabará pronto.

Mac asintió y le dedicó una mirada que no supo descifrar. Nora Ray y él prosiguieron la búsqueda, mientras Kimberly se sentaba en el suelo polvoriento y acercaba la boca a la tubería oxidada.

– Soy Kimberly Quincy -gritó. No estaba segura de qué decir, así que empezó por lo básico-. Estoy con el agente especial Mac McCormack y con Nora Ray Watts. Hemos venido a ayudarte. ¿Puedes oírme? Yo no puedo. Si estás demasiado débil para gritar, podrías golpear algo.

Esperó. Nada.

– ¿Tienes sed? Traemos agua y comida. También tenemos una manta. Tengo entendido que las cuevas son frías, incluso en esta época del año. Y apuesto a que estás harta de la oscuridad.

Esta vez le pareció oír algo. Guardó silencio y contuvo el aliento. ¿Un golpe contra las rocas? ¿O quizá una joven asustada y muerta de frío, arrastrándose hacia el agujero que se abría en el techo de la cueva?

– Hay un equipo de búsqueda y rescate en camino. Y también especialistas en carsts. Traen el equipo necesario para sacarte de ahí. Por cierto, si crees que ahí abajo hace frío, espera a ver el calor que hace aquí arriba. Más de treinta y ocho grados a la sombra. Pronto echarás de menos el frescor de la caverna, pero estoy segura de que te encantará volver a ver la luz del sol. Y los árboles y el cielo y los rostros sonrientes de los miembros del equipo de rescate, que están ansiosos por encontrarte.

Hablaba sin parar. O, mejor dicho, divagaba. Le extrañaba que su voz sonara tan clara.

– No tengas miedo. Sé lo duro que es estar sola en la oscuridad, pero ya estamos aquí. Llevamos mucho tiempo buscándote. Vamos a entrar en esa caverna y a llevarte de nuevo a la luz. Y vamos a encontrar al hombre que te hizo esto, para que nunca más vuelva a ocurrir nada similar.

Ahora oyó sonidos. Unos sonidos sorprendentemente fuertes, como si alguien aplastara gravilla. Kimberly levantó la cabeza, emocionada, pero entonces se dio cuenta de que aquel sonido no procedía de la tubería, sino de los dos polvorientos camiones que avanzaban hacia ella. Uno llevaba la pegatina de un murciélago pegada a la ventanilla del conductor.

El primer camión se detuvo y un hombre salió corriendo hacia la parte posterior. Sin perder ni un instante, abrió la puerta de carga y empezó a sacar su equipo.

– ¿Es usted quien ha informado de la desaparición de un espeleólogo? -gritó el hombre, hablando por encima del hombro. El segundo camión ya se había detenido y de él habían salido dos hombres que también se apresuraron a recoger su equipo.

– Sí.

– Lamento la demora. Habríamos llegado antes si no hubiera sido por ese maldito árbol. ¿Qué puede decirnos de la persona desaparecida?

– Creemos que fue abandonada en la caverna hace al menos cuarenta y ocho horas. No va debidamente equipada y lo más probable es que solo le dejaran un galón de agua.

El hombre la miró con seriedad.

– ¿Qué? ¿Le importaría repetírmelo?

– No es espeleóloga -replicó Kimberly-. Solo es una muchacha, la víctima de un crimen violento.

– ¿Bromea?

– No.

– Demonios, no estoy seguro de querer saber nada más. -El hombre se volvió hacia sus compañeros-. Bob, Ross, ¿habéis oído eso?

– Una chica que no va debidamente equipada, perdida en algún lugar de la caverna. No quieres saber nada más -respondieron sin dedicar ni una sola mirada a Kimberly, pues estaban ocupados poniéndose calzones largos a pesar del calor reinante. A continuación, cada uno de ellos cogió un recio mono azul y se lo puso encima de los calzones. Ambos sudaban con profusión, pero no parecía importarles.

– Soy Josh Shudt -se presentó tardíamente el primero, acercándose y tendiéndole la mano-. Yo no diría que soy el líder de este grupo, pero probablemente soy lo que más se aproxima. Hay otros dos hombres en camino, pero teniendo en cuenta lo que acaba de contarnos, nos pondremos en marcha de inmediato.

– ¿Esta tubería conduce a la caverna?

– Sí, señora. Es un tragaluz que conecta con la cámara principal que descansa bajo sus pies.

– He estado hablando por ella. No sé si me habrá oído…

– Estoy seguro de que esa joven se lo agradece -dijo Shudt.

– ¿Puedo acompañarles?

– ¿Dispone de equipamiento?

– Solo llevo lo puesto.

– Eso no es equipamiento. Dentro de la cueva hay una temperatura constante de doce grados. Es como meterse en una puta nevera, incluso antes de entrar en contacto con el agua. Para llegar a la caverna Orndorff hay que descender doce metros por una cuerda hasta llegar al suelo, que está cubierto por unos setenta centímetros de agua. Después hay que recorrer nueve metros de túneles anegados que apenas miden unos treinta centímetros de altura y solo entonces se accede a la cámara principal, que afortunadamente tiene una bóveda de unos doce metros. Espero que no tropecemos con ningún mapache rabioso ni con ninguna serpiente venenosa.

– ¿Serpientes? -preguntó Kimberly, con un hilo de voz.

– Sí, señora. Al menos no hay murciélagos. Me entristece decir que la Caverna Orndorff agoniza. Y aunque los murciélagos la siguen considerando un invernáculo aceptable, en esta época del año están fuera comiendo insectos. De octubre a abril es otra historia y, si eres espeleólogo, no te aburres ni un momento.

– Pensaba que eran barranquistas.

– No, señora. Somos espeleólogos; nos dedicamos a explorar cuevas. Así que no se preocupe. Encontraremos a la joven desaparecida. ¿Saben cómo se llama?

– Karen o Tina.

– ¿Tiene dos nombres?

– No sabemos cuál de las dos víctimas es.

– Dios mío, de verdad que no quiero saber nada más sobre su caso. Usted haga su trabajo y nosotros haremos el nuestro.

Shudt regresó al camión y empezó a vestirse mientras Mac y Nora Ray se acercaban a todo correr. Tras efectuar unas rápidas presentaciones, Mac, Kimberly y Nora Ray se hicieron a un lado mientras los tres hombres se ponían gruesas botas de excursionismo y recios guantes de cuero y preparaban sus mochilas.

Habían traído consigo diversas cuerdas de brillantes colores. Con hábiles movimientos, las enrollaron y las cargaron a los hombros. Tras probar diferentes fuentes de iluminación, se ajustaron los cascos. Shudt miró a sus compañeros y gruñó a modo de aprobación. Entonces, regresó a la parte trasera de su camión y sacó un tablero largo.

Lo utilizarían para sacar a la víctima de la caverna si era incapaz de caminar por sí misma. O si estaba muerta.

Shudt miró a Mac.

– Nos iría bien que alguien nos ayudara con las cuerdas desde la superficie. ¿Alguna vez ha trabajado con anclajes?

– He practicado un poco de montañismo.

– Entonces es nuestro hombre. Adelante.

Shudt se volvió por última vez hacia Kimberly.

– Siga hablando por la tubería -le dijo-. Nunca se sabe.

Los hombres dieron media vuelta y se internaron en el bosque. Kimberly se sentó una vez más en el suelo y Nora Ray la imitó.

– ¿Qué le decimos? -murmuró la joven.

– ¿Qué era lo que más deseabas oír?

– Que todo iba a terminar. Que iban a sacarme sana y salva de ahí.

Kimberly reflexionó unos instantes y, entonces, ahuecó las manos alrededor de la boca y se inclinó sobre la tubería.

– ¿Karen? ¿Tina? Soy Kimberly Quincy de nuevo. El equipo de búsqueda y rescate ya va para allí. ¿Me oyes? Lo más duro ha terminado. Pronto estarás de nuevo en casa, con tu familia. Pronto estarás a salvo.

Tina había escarbado todo cuanto podía escarbar. Había empezado al nivel de las rodillas y había hecho agujeros hasta donde podía alcanzar. Entonces, a modo de experimento, había introducido los embarrados dedos de los pies en los dos primeros agujeros, se había sujetado a los siguientes con las manos y había conseguido trepar medio metro.

Sus piernas temblaban con fuerza. De repente se sentía ligera como una pluma y, al mismo tiempo, tan pesada como un ancla. Subiría disparada hacia la superficie como una araña humana o caería pesadamente al suelo y nunca más sería capaz de levantarse.

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