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Capítulo 1 2

Quántico, Virginia

17:14

Temperatura: 36 grados

Mac estaba en la puerta de un aula preguntándole a Genny si sabía de algún buen botánico en el estado de Virginia, cuando una forma borrosa vestida de azul apareció gritando por el pasillo. Al instante siguiente, sintió un agudo dolor en el hombro izquierdo y apenas tuvo tiempo de alzar la mirada, sorprendido, cuando fue golpeado de nuevo por su nueva agente preferida.

– ¡No dijiste nada de serpientes! -Kimberly intentó asestarle un sólido derechazo que a duras penas consiguió esquivar-. ¡No dijiste nada de que encerrara víboras vivas en sus bocas! -Finalizó su frase con un puñetazo en las costillas y el hombre retrocedió tres pasos. Para lo pequeñita que era sabía defenderse muy bien-. ¡Eres un manipulador insensible y mentiroso! -Respiró hondo, preparándose para atacar de nuevo, pero Mac reaccionó a tiempo y pudo detener el golpe, retorcerle el brazo tras la espalda e inmovilizarla contra su cuerpo. Ella, por supuesto, intentó zafarse de su agarre.

– Preciosa -le murmuró al oído-. Agradezco tu entusiasmo, pero me pregunto si no sería mejor que esperaras a que estuviéramos solos.

Percibió la tensión de su cuerpo, pero supo que sus palabras habían surtido efecto porque Kimberly pareció ser consciente de su entorno. Como los estudiantes no solían pelearse en los pasillos de la Academia, todo el mundo les estaba mirando y Genny observaba a Mac con una expresión divertida y un interés en absoluto disimulado.

– Solo estábamos practicando un ejercicio -dijo Mac, arrastrando las palabras-. Siempre estoy dispuesto a echar una mano a un nuevo agente.

– Soltó cautelosamente el brazo de Kimberly y ella no intentó golpearle ni pegarle un pisotón. Bien, habían hecho ciertos avances-. Cariño, ¿por qué no buscamos un lugar donde podamos analizar otras formas de tender una emboscada a un posible sospechoso?

Mac echó a andar hacia la puerta de salida y, tras otro momento embarazoso, Kimberly le siguió. Esperó a doblar la esquina del edificio y acceder a un patio pavimentado bastante solitario antes de atacarle de nuevo.

– ¿Por qué no me advertiste sobre lo que podía haber en su boca? -chilló.

Mac alzó las manos, indicando que se rendía.

– ¿Advertirte de qué? ¡Todavía no sé de qué me estás hablando!

– Ese tipo dejó una serpiente de cascabel en su boca. ¡Una serpiente de cascabel viva!

– Eso habrá hecho que te salga pelo en el pecho. ¿Golpeaste a la víbora con la misma fuerza con la que me has golpeado a mí?

– ¡Le lancé un cuchillo!

– Lo imaginaba.

Kimberly le miró con el ceño fruncido.

– Pero fallé. El agente especial Kaplan la disparó con su arma.

Ah, ahora entendía por qué se sentía tan molesta. Había llegado su gran momento y no había sido capaz de acabar con la serpiente. La chica tenía su orgullo.

– ¡Quiero mi Glock! -exclamó, furiosa.

– Lo sé, cariño. Lo sé. -Mac bajó los brazos y empezó a meditar-. Una serpiente viva… Nunca habría imaginado algo así. En una ocasión dejó un huevo de cocodrilo en la garganta de una chica. Y con la última víctima, Mary Lynn, utilizó un caracol. Pero nunca…, nunca había dejado una serpiente de cascabel viva. Maldita sea. Dale tres años a un tipo y solo conseguirás que se vuelva más perverso.

Esta idea le aterró. De hecho, sintió que el miedo se filtraba en lo más profundo de sus grandes huesos sureños.

Kimberly, que no parecía haberle oído, se frotaba los brazos de forma compulsiva como si, a pesar del calor, intentara reprimir los escalofríos. Parecía una mujer de cristal esforzándose en no romperse en pedazos.

Mac advirtió entonces que Kimberly estaba conmocionada, de modo que le acercó una de las sillas de hierro forjado y le indicó que se sentara.

– Siéntate. Descansa un poco. La autopsia ha terminado, cariño. Aquí no puede ocurrirte nada malo.

– Eso díselo a la muchacha que ha muerto -replicó Kimberly con brusquedad. De todas formas aceptó la silla y, durante un rato, ambos permanecieron sentados en silencio.

Aunque Kimberly lo ignoraba, Mac había pasado la tarde investigando. De hecho, había estado preguntando sobre ella… y la verdad es que había sido todo un descubrimiento. Le había gustado saber que su nueva compañera tenía casta en temas policiales. Su padre había sido un perfilador psicológico brillante que había resuelto montones de casos y había puesto entre rejas a muchos tipos muy malos.

Se decía que su hija había heredado su cerebro y su habilidad para anticiparse a la mente del criminal.

Lo malo era que también la consideraban una especie de lunática. Al parecer, a Kimberly no le gustaban las figuras autoritarias, tampoco simpatizaba con sus compañeros de clase y no parecía sentir demasiado aprecio por nadie. Puede que esa fuera la razón por la que cada vez que Mac tropezaba con ella, Kimberly intentaba matarle.

Y también había descubierto lo que le había ocurrido a su familia. Sin duda, tenía que haberle afectado mucho que sus seres queridos hubieran perdido la vida a manos de un maníaco homicida. De hecho, era una suerte que a él no le hubiera infligido ningún daño físico real.

La observó con disimulo bajo la protección de sus párpados. Su mirada se perdía en la distancia y tenía los ojos desenfocados. Parecía exhausta y estaba demacrada. Profundas sombras rodeaban sus ojos y diversos arañazos rojos ribeteaban su piel. Era evidente que hacía noches que aquella mujer no dormía… Y ahora que la había involucrado en el caso, se preguntó cuántas noches más pasaría sin dormir.

– ¿Fue una sobredosis? -preguntó, por fin.

Kimberly pareció despertar de su estupor.

– No conozco los resultados del análisis toxicológico, pero es evidente que primero le clavaron algo en el muslo izquierdo y entre doce y veinticuatro horas después, le administraron una inyección letal en la parte superior del brazo izquierdo.

– ¿Inyecciones intramusculares? -preguntó Mac.

– Sí.

– ¿Y su ropa estaba intacta? ¿Y también su bolso? ¿No hubo agresión sexual?

– Exacto.

– ¿Alguna herida defensiva? ¿Sangre, piel, algo?

– Nada.

– Mierda.

Ella asintió.

– ¿Conocen su identidad?

– Todavía no. Le tomaron las huellas, pero tardarán cierto tiempo en cotejarlas.

– Necesitamos saber quién es -murmuró Mac-. Necesitamos un listado de sus amigos y familiares. Necesitamos saber con quién salió anoche, adonde fueron, la marca y modelo del coche… Jesús. -Deslizó una mano por su cabello y su mente empezó a moverse a toda velocidad-. Ya han transcurrido como mínimo doce horas. Jesús. ¿Quién está al cargo del caso?

– El agente especial Kaplan.

– Será mejor que vaya a hablar con él.

– Buena suerte -espetó Kimberly.

– Te permitió estar presente en la autopsia.

– Solo porque le prometí que vomitaría.

– ¿Y lo hiciste?

– Estuve a punto -reconoció-. Pero la serpiente de cascabel logró aplacar mis náuseas y cuando Kaplan le reventó la cabeza tuvimos que centrarnos en averiguar cómo recoger sus entrañas por si se consideraban una prueba.

– Menuda primera autopsia… -comentó Mac, con seriedad.

– Sí -replicó ella, dejando escapar un suspiro-. Creo que después de esta, ninguna otra logrará impresionarme.

– Sin duda.

Ambos volvieron a guardar silencio. Posiblemente, Kimberly estaba pensando en la serpiente que desearía haber matado, mientras Mac consideraba si los casos del pasado guardaban alguna relación con este asesinato.

El calor se fue imponiendo, arrollador como una pesada manta, haciendo que se hundieran más en sus asientos y que la ropa se adhiriera a su piel. A Mac nunca le había importado que hiciera calor. De hecho, era perfecto para pasar la tarde junto a la piscina de sus padres, escuchando un disco de Alan Jackson y bebiendo montones de limonada casera. Y después, cuando anochecía, observaba las luciérnagas que centelleaban y revoloteaban por el aire teñido de púrpura.

Pero para él, los veranos ya no eran idílicos. Ahora sé habían convertido en su enemigo, pues cada vez que llegaba una ola de calor, las chicas dejaban de estar a salvo, sobre todo las que iban acompañadas por una amiga.

Tenía que llamar a Atlanta. Tenía que averiguar cuál sería la mejor forma de aproximarse al agente especial Kaplan. E iba a necesitar recursos. Lo antes posible. Los mejores expertos que pudieran encontrar. Un botánico, un biólogo, un geólogo forense, un entomólogo, y solo Dios sabía cuántos «ólogos» más. ¿Habría algún experto en serpientes? Necesitaba encontrar a alguien que supiera todo sobre serpientes de cascabel y qué significaba que una saliera de la boca de una muchacha muerta.

Y después estaba la roca que todavía no había conseguido ver. Y la hoja que había recuperado por la mañana y que no había conseguido rastrear. Estas eran las únicas pistas que tenía.

Necesitaba el cuerpo. Y también sería bueno que pudiera analizar la ropa. Y el bolso. Y el cabello. Y las sandalias. A aquel tipo le gustaba dejar pistas en los sitios más insólitos y, por lo que parecía, había depurado su técnica. Una serpiente de cascabel viva encerrada en un cadáver…

Mierda. Simplemente… mierda.

Se abrió una puerta en algún lugar cercano y Mac oyó unos pasos que se acercaban. Apareció una sombra en el patio e, instantes después, un hombre se detuvo ante ellos. Mac no sabía quién era, pero por la expresión de Kimberly supo que ella sí que le conocía.

– Kimberly -dijo el hombre, con voz serena.

– Papá -replicó ella, con la misma reserva.

Las cejas de Mac desaparecieron bajo la línea de nacimiento de su cabello. Pero entonces, el hombre, que vestía un elegante traje de color gris oscuro, se volvió hacia él.

– Y usted debe de ser el agente especial McCormack. Soy Pierce Quincy. Encantado de conocerle.

Mac estrechó la mano que le tendía. Y entonces lo supo. Sus labios esbozaron una mueca divertida mientras su estómago se relajaba y oía un suave pitido en los oídos. Había tenido la certeza de que el NCIS no había hecho nada durante aquellas ocho horas, pero ahora sabía que se había equivocado.

Y lo sabía porque Pierce Quincy no debería haber sabido su nombre, porque no tenía ninguna razón para conocer a ningún agente de la Academia Nacional. Y eso solo significaba que alguien le había dado instrucciones explícitas de buscar a Mac. Y por lo tanto…

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