Quántico, Virginia
14:03
Temperatura: 36 grados
El agente especial McCormack iba a conseguir que la echaran de la Academia del FBI. Kimberly reflexionó sobre ello mientras conducía por las sinuosas carreteras de Quántico, en dirección a la autopista principal. Después de hablar con Mac, se había duchado y se había puesto el uniforme adecuado: pantalones de uniforme y la camisa azul marino de la Academia del FBI. A continuación había guardado su pistola Crayola en la funda de la pretina de sus pantalones y había añadido las esposas al cinturón. Aunque contaba con el prestigio de ser una nueva agente, deseaba causar una buena impresión.
Podría haberle dicho que no. También reflexionó sobre ello mientras conducía. La verdad es que no conocía de nada a aquel tipo. Sí, era atractivo y tenía unos ojos azules preciosos, pero no sabía nada de él. Ni siquiera estaba segura de creer la historia que le había contado. Sí, estaba convencida de que el Ecoasesino había causado estragos en el estado de Georgia, pero aquello había ocurrido tres años atrás, a cientos de kilómetros de Virginia. ¿Por qué un chiflado de Georgia iba a asesinar de repente en Virginia? ¿Y por qué un chiflado de Georgia iba a dejar un cadáver en la puerta del FBI?
Aquello no tenía ningún sentido. Mac simplemente había visto lo que necesitaba ver. No era el primer policía obsesionado con un caso ni tampoco sería el último.
Pero nada de esto explicaba la razón por la que Kimberly había decidido saltarse las clases de la tarde, una infracción que podía quedar registrada en su expediente. Ni tampoco explicaba la razón por la que en estos momentos se dirigía hacia la oficina del médico forense del condado, a pesar de que su supervisor le había dicho de forma explícita que se mantuviera alejada del caso. Sabía que con este pequeño acto de insubordinación podía conseguir que la echaran de la Academia.
Y sin embargo, había aceptado en el mismo instante en que Mac se lo había pedido. Deseaba hablar con el médico forense. Deseaba estar presente en la autopsia de una pobre chica a la que nunca había conocido.
Deseaba… Deseaba saber lo ocurrido. Deseaba conocer el nombre de la joven y sus sueños ahora truncados. Deseaba saber si había sufrido o si había muerto con rapidez. Deseaba saber qué errores había cometido el asesino, para poder seguirle y conseguir que se hiciera justicia, pues aquella muchacha merecía algo mejor que ser abandonada en el bosque como si fuera basura.
En definitiva, Kimberly estaba proyectando. Como antigua estudiante de psicología, reconocía las señales. Y como hija y hermana de dos mujeres que habían sufrido una muerte violenta, sabía que no podría parar aunque lo intentara.
Había encontrado a la víctima y había estado a solas con ella en las oscuras sombras del bosque. Ahora no podía darle la espalda y alejarse.
Kimberly había seguido las indicaciones que le habían dado en la base de los marines. Había preguntado por el investigador del NCIS y le habían dicho que ya se había marchado pues deseaba estar presente en la autopsia de la víctima.
El hecho de que el agente especial Kaplan estuviera presente en la autopsia lee concedía una buena excusa para intentar participar en el proceso. Se había acercado a la morgue para hablar con él, pero ya que estaba aquí…
Lo malo era que un agente especial experimentado recelaría más que un médico forense extenuado sobre las intenciones de una nueva agente que intentaba colarse en su investigación.
Esta era la razón por la que Mac le había pedido ayuda. Sabía que Kaplan no iba a permitir que otro agente participara en el caso; en cambio, una simple estudiante… «Saca a relucir tus puntos débiles», le había aconsejado. «Nadie sospecha nunca de un insignificante novato».
Kimberly aparcó el coche delante de un vulgar edificio de cinco plantas y respiró hondo. Se preguntó si en alguna ocasión su padre se habría sentido tan nervioso como ella por un caso. ¿Alguna vez se había desviado del camino correcto? ¿Alguna vez lo había arriesgado todo para averiguar la verdad sobre la muerte de una joven en un mundo en el que asesinaban a tantas rubias?
Su frío y distante padre. Fue incapaz de imaginarle nervioso y, de alguna forma, esto la alentó. Enderezó los hombros y se puso en marcha.
Nada más entrar, el olor la abrumó. Era demasiado antiséptico, demasiado estéril. Era el olor de un lugar que, definitivamente, tenía cosas que ocultar. Se acercó a la zona de recepción, que estaba cercada por un cristal, realizó su petición y agradeció que la recepcionista la dejara pasar de inmediato.
Kimberly siguió un largo pasillo de paredes sombrías y suelos de linóleo hasta llegar a la parte posterior del edificio. Aquí y allá había camillas de metal dispuestas contra paredes de color hueso y puertas de acero gris que conducían a otros lugares, con controles de seguridad que pedían códigos de acceso que ella desconocía. Aquí el aire era más frío. Sus pasos resonaban con fuerza y los fluorescentes zumbaban sobre su cabeza.
Sus manos temblaban sobre sus costados y podía sentir las primeras gotas de sudor deslizándose pegajosamente por su espalda. Debería ser un alivio encontrarse en este gélido lugar y escapar del asfixiante calor del exterior, pero no lo era.
Al llegar al final del pasillo empujó una puerta de madera que conducía a un nuevo vestíbulo. Este era el lugar donde se encontraba la oficina del médico forense. Pulsó un timbre y no se sintió demasiado sorprendida cuando se abrió una puerta y el agente especial Kaplan asomó la cabeza.
– ¿Está buscando al forense? En estos momentos está ocupado.
– En realidad, le estaba buscando a usted.
El agente especial Kaplan enderezó la espalda. Estaba tan cerca que Kimberly pudo ver el suave brillo plateado de su cabello oscuro, que llevaba cortado al estilo militar. Tenía el rostro arrugado, los ojos severos y unos labios estrechos que se reservaban la opinión antes de sonreír. No era un hombre cruel, pero sí un tipo duro. Al fin y al cabo, era el encargado de mantener a raya al conjunto del NCIS y los marines.
Esto no iba a ser fácil.
– Soy la nueva agente Kimberly Quincy -se presentó, tendiéndole la mano. El hombre se la estrechó con firmeza a la vez que le dedicaba una expresión cautelosa.
– Se ha dado un buen paseo.
– Me han dicho que quería hacerme algunas preguntas y, teniendo en cuenta la intensidad de mi programa, pensé que sería más sencillo que yo le encontrara. En la base de los marines me dijeron que estaba aquí, de modo que decidí acercarme.
– ¿Sabe su supervisor que ha abandonado la Academia?
– No se lo he dicho directamente, pero cuando hablé con él por la mañana, hizo hincapié en la importancia de que cooperara al cien por cien en la investigación del NCIS. Por supuesto, le aseguré que haría todo lo que estuviera en mi mano por ayudar.
– Aja -replicó Kaplan.
Pero eso fue todo. Permaneció junto a la puerta, observándola y permitiendo que el silencio se alargara. Si este hombre tenía hijos, seguro que nunca intentarían salir a hurtadillas por la noche.
Los dedos de Kimberly estaban desesperados por moverse, así que metió las manos en los bolsillos y deseó una vez más llevar encima su Glock. Era difícil intentar proyectar seguridad cuando ibas armado con una pistola de juguete pintada de rojo.
– Tengo entendido que ha visitado la escena del crimen -dijo Kaplan, de pronto.
– Me acerqué a echar un vistazo.
– Dio un buen susto a mis chicos.
– Con el debido respeto, señor, sus chicos se asustan fácilmente.
Los labios de Kaplan esbozaron algo parecido a una sonrisa.
– Eso mismo les he dicho -replicó y, por un instante, ambos fueron cómplices en aquella conspiración. Sin embargo, el momento pasó-. ¿Por qué le interesa tanto este caso, nueva agente Quincy? ¿Su padre no le enseñó nada mejor?
Los hombros de Kimberly se tensaron y, al darse cuenta, se obligó a sí misma a respirar con calma.
– No solicité entrar en la Academia porque mis intereses se centraran en la costura.
– ¿Eso significa que, para usted, este caso simplemente tiene un interés académico?
– No.
Su respuesta hizo que el hombre frunciera el ceño.
– Se lo preguntaré otra vez. ¿Por qué está aquí, nueva agente Quincy?
– Porque yo la encontré, señor.
– ¿Porque usted la encontró?
– Sí, señor. Y me gusta terminar aquello que empiezo. Mi padre me lo enseñó.
– No le corresponde a usted llevar este caso.
– No, señor. Es su caso. Yo solo soy una simple estudiante. Sin embargo, le agradecería que tuviera la bondad de dejarme observar.
– ¿Bondad? Nadie me considera bondadoso.
– Su imagen no quedará dañada si permite que una novata inexperta esté presente durante una autopsia y vomite hasta las entrañas, señor.
Los labios del agente se curvaron y aquella sonrisa cambió el contorno de su rostro, haciéndolo atractivo e incluso cercano. El humano que había en él salió al exterior y Kimberly pensó que todavía había alguna esperanza.
– ¿Ha presenciado alguna vez una autopsia, nueva agente Quincy?
– No, señor.
– Le advierto que no le impresionará la sangre, sino el olor. O quizá el zumbido de la sierra quirúrgica cuando le corten el cráneo. ¿Cree que está preparada?
– Estoy bastante segura de que vomitaré, señor.
– En ese caso, puede pasar -dijo, antes de murmurar- lo que hay que hacer para formar a un novato.
Tras mover la cabeza hacia los lados, Kaplan abrió la puerta y le permitió acceder a la fría y estéril sala.
Tina sentía náuseas, pero intentaba reprimirlas con todas sus fuerzas. Su estomago se contrajo, su garganta se tensó y la bilis empezó a ascender. Con amargura y dolor, la obligó a descender de nuevo.
Tenía la boca sellada con cinta adhesiva y le aterraba la idea de ahogarse en su propio vómito.
Se encogió un poco más, haciéndose un ovillo. Esta postura pareció aliviar en parte los calambres que sentía en el abdomen. Puede que esto le concediera unos minutos más. ¿Y entonces qué? No lo sabía.
Vivía en una negra tumba de oscuridad. No veía nada y oía muy poco. Sus manos estaban atadas a la espalda, pero la cinta no le apretaba demasiado. Creía que sus tobillos también estaban atados pues, cada vez que movía los pies, oía un sonido burbujeante y conseguía un poco de espacio adicional.