Quántico, Virginia
10:08
Temperatura: 32 grados
A las ocho en punto de la mañana, el agente especial Kaplan había escoltado a Rainie y a Quincy hasta la escena del crimen acordonada, donde había aparecido el cadáver el día anterior. A las ocho y diez, Kaplan se había marchado para ocuparse de las tareas que tenía que realizar durante el día, dejando a la pareja a solas. Quincy no había tenido nada que objetar, pues le gustaba pasearse por la escena sin que nada distrajera su atención, ya fueran voces que murmuraban, el incesante chasquido de las cámaras o los arañazos de los bolígrafos sobre el papel. La muerte se había llevado una vida, y Quincy prefería la calma que seguía a la tormenta, cuando todos los investigadores se habían marchado y podía quedarse a solas con sus divagaciones.
Rainie, que se encontraba a unos nueve metros de distancia, caminaba sin hacer ningún ruido por los límites del bosque. A estas alturas, ya estaba acostumbrada al modo de trabajar de Quincy y lo hacía con el mismo sigilo que él. Pasaron dos horas recorriendo la cuadrícula y diseccionando lenta y metódicamente cada centímetro de la zona acordonada. Después, conscientes de que incluso los mejores policías podían pasar por alto algún detalle, abandonaron el perímetro para buscar aquello que otros podían no haber visto, aquella pista que por arte de magia haría que el resto de piezas encajaran. Si realmente existía…
Bajo la sombra relativa de los gruesos robles, el calor les martilleaba de forma despiadada. Compartieron una botella de agua, después otra y ahora estaban a punto de terminar el caldeado líquido de la tercera. La camisa blanca de vestir de Quincy, que había planchado por la mañana, se pegaba a su pecho y delgadas perlas de sudor adornaban su rostro. Sus dedos dejaban manchas de humedad en su pequeña libreta y la pluma resbalaba entre el sudor de sus dedos.
Era una mañana brutal, el comienzo brutal de lo que sin duda sería un día brutal. ¿Era esto lo que deseaba el asesino? ¿Agentes de la ley acalorados, trabajando en un entorno húmedo e insoportable que les dejaba sin aliento y hacía que los uniformes se les pegaran al cuerpo? Algunos asesinos se deshacían de sus víctimas en lugares extremadamente duros o desagradables porque les encantaba que los detectives de homicidios tuvieran que vadear por ciénagas o rebuscar en contenedores de basura. Primero humillaban a sus víctimas y después se regocijaban pensando en lo que tendría que hacer la policía.
Quincy se detuvo y se giró una vez más, frunciendo el ceño muy a su pesar. Deseaba conocer este lugar. Deseaba sentir este lugar. Deseaba entender por qué, de todos los lugares posibles que había en esta base que ocupaba ciento sesenta hectáreas, el asesino había decidido deshacerse del cadáver justo en este punto.
Era una zona resguardada y el espeso dosel de árboles hacía que el sendero fuera invisible durante la noche. El camino en sí era lo bastante amplio para que pasara un coche por él, pero las cuatro ruedas tendrían que haber dejado al menos una débil impresión en él y no había ninguna marca. El sujeto no identificado había elegido un punto situado a ochocientos metros de la carretera y había recorrido a pie esta distancia en la más absoluta oscuridad, tambaleándose bajo el peso muerto de un cuerpo de cincuenta kilos. Seguramente había docenas de lugares más accesibles y con menos exigencias físicas.
Así que una vez más: ¿por qué el sujeto no identificado había elegido este lugar?
Quincy empezaba a tener algunas ideas. Y estaba seguro de que Rainie también tendría alguna opinión sobre el tema.
– ¿Qué tal les va? -preguntó Kaplan, que se estaba acercando por el camino de tierra. Parecía más fresco que ellos, sin duda porque había estado en un lugar provisto de aire acondicionado. Quincy se sintió resentido de inmediato.
– Les he traído repelente de insectos -anunció el agente, con voz alegre.
– Es usted el rey de los hombres -le aseguró Quincy-. Ahora mire a sus espaldas.
Kaplan, obediente, se detuvo y miró atrás.
– No veo nada.
– Exacto.
– ¿Eh?
– Baje la mirada -dijo Rainie, impaciente, a seis metros de distancia-. Compruebe sus pisadas.
A primera hora de la mañana, Rainie había recogido su tupido cabello moreno en una coleta, pero esta había empezado a soltarse hacía aproximadamente una hora y ahora los mechones se pegaban a su nuca en sudorosos zarcillos. Parecía enloquecida, pues el cabello se le había rizado por la humedad y sus ojos grises estaban prácticamente negros por el calor. Al haberse criado en la costa de Oregón, con su clima relativamente moderado, Rainie odiaba la temperatura y humedad elevadas. De hecho, Quincy sospechaba que solo tardaría una hora más en empezar a mostrarse violenta.
– No hay ninguna huella -dijo Kaplan.
– Exacto. -Quincy suspiró y desvió su atención de la escena-. Según el Canal Meteorológico, en esta zona cayeron tres centímetros de agua de lluvia hace cinco días. Si abandona el camino para adentrarse en el bosque, verá que hay áreas en las que el terreno todavía está embarrado y es suave al tacto. El espeso dosel de los densos árboles impide que la tierra se cueza al sol y, teniendo en cuenta la humedad, no creo que pueda secarse demasiado.
– Pero el camino es firme.
– Sí. Al parecer, nada endurece tan bien el suelo como el paso diario de cientos de reclutas de los marines y el FBI. El camino está duro como una roca. Se necesitaría algo más que una persona de noventa kilos y un cadáver de cincuenta para dejar alguna marca en él.
Kaplan los miró con el ceño fruncido. Era obvio que no entendía lo que le estaban diciendo.
– Ya les dije que no había ninguna huella. Las buscamos…
Quincy sintió deseos de suspirar de nuevo. Por eso prefería trabajar con Rainie. Advirtió que su compañera miraba al agente especial del NCIS con un nivel renovado de irritación.
– Si alguien se internara en estos bosques desde la carretera, ¿qué ocurriría?
– El terreno está enlodado, de modo que dejaría huellas.
– Es decir, que cualquier visitante casual dejaría huellas porque el suelo está húmedo.
– Sí, supongo que sí.
– ¿Y qué es eso que hay a mi izquierda, a nueve metros de distancia? -preguntó Quincy, con voz clara.
– La ruta de entrenamiento físico.
Quincy le miró.
– Si usted quisiera llevar un cadáver al bosque, sin duda habría seguido el camino pavimentado, pues este le habría ofrecido mayor estabilidad y la seguridad de no dejar ninguna huella, sobre todo cuando el terreno que hay a su alrededor está enlodado.
– El camino arbolado está menos transitado -replicó Kaplan-. Ofrece un mejor escondite.
– Según el informe del forense, lo más probable es que el sujeto no identificado se deshiciera del cadáver durante la madrugada. Teniendo en cuenta la hora, ese hombre ya estaba bien escondido. ¿Por qué siguió el camino de tierra? ¿Por qué se arriesgó a dejar huellas?
– ¿Quizá porque no es muy listo? -replicó Kaplan, que no estaba nada convencido.
Rainie movió la cabeza hacia los lados, impaciente.
– Porque lo sabía. Porque había estado en este camino. Porque sabía que la tierra se había endurecido y le protegería. Además, la amplitud del sendero reducía las probabilidades de que el cadáver se arañara con la rama de algún árbol o que una ramita arrancara accidentalmente un trozo de tela. Reconózcalo, Kaplan. El sujeto no identificado no puede ser cualquiera. Esa persona conoce este lugar. De hecho, es muy probable que haya corrido por este sendero en algún momento de los últimos cinco días.
Cuando regresaron a la Academia, era evidente que Kaplan se sentía desanimado.
– El martes por la noche hablé con los cuatro marines que estaban de guardia -anunció-. Me dijeron que aquella noche no ocurrió nada que escapara de lo normal, ni vehículos desconocidos ni conductores sospechosos. Comentaron que había sido una noche especialmente movida, pues los estudiantes de la Academia Nacional habían salido disparados en busca de bares provistos de aire acondicionado, y que los coches habían estado entrando y saliendo hasta las dos de la mañana. De todos modos, me aseguraron que todos sus ocupantes habían mostrado las identificaciones pertinentes y que, en su opinión, todo había sido normal.
– ¿Llevan un registro de las personas que entran y salen del recinto? -preguntó Rainie, que caminaba detrás de Quincy.
– No, pero todos los conductores deben mostrar sus pases de seguridad. Los marines que están de guardia también pueden pedirles que les enseñen el carné de conducir y que les comuniquen su destino final.
– ¿Cómo es un pase de seguridad?
Kaplan señaló el cuello de la camisa de Rainie, del que colgaba una tarjeta de plástico blanco.
– Es similar, pero el color varía. Algunos son azules, otros blancos y otros amarillos. Cada color indica un nivel de autorización distinto. Una tarjeta amarilla indica que se trata de un huésped que puede entrar sin escolta, una persona que tiene acceso libre al recinto. Hay otras tarjetas en las que pone «Visitante Escoltado», y eso significa que a esa persona no se le permite entrar en la base si no va acompañada de la persona apropiada.
Rainie observó su pase.
– A mí no me parece tan complicado. ¿No podrían haber robado uno?
– Hay que registrar el pase tanto para entrar como para salir. Y le aseguro que la policía del FBI se toma este asunto muy en serio. Ninguno de nosotros se alegraría demasiado si cualquiera que pasara por aquí pudiera llevarse un pase de seguridad.
– Solo preguntaba -dijo Rainie, adoptando un tono suave.
A pesar del tono apologético, Kaplan le miró con el ceño fruncido. Era evidente que la conversación que habían mantenido antes había herido su ego.
– No se puede robar una insignia. No se puede entrar así como así en esta base. Por el amor de Dios, nos tomamos estas cosas muy en serio. De acuerdo, es posible que tengan razón y que el asesino sea alguien de dentro. Es una idea que me entristece, aunque realmente no sé por qué, pues si todos los buenos chicos fueran buenas personas, yo me quedaría sin trabajo, ¿no?
– No es un pensamiento demasiado esperanzador -replicó Rainie.
– Es el peor pensamiento del mundo. -Kaplan miró a Quincy-. ¿Sabe? He estado pensando… Teniendo en, cuenta que no se produjo ninguna agresión sexual y que no existe un «arma homicida», ¿no deberíamos estar investigando también a las mujeres?