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Capítulo 28

Parque Nacional Shenandoah, Virginia

23:51

Temperatura: 32 grados

Llegaron los expertos y se hicieron cargo de la escena. Llevaban consigo linternas, además de focos alimentados por generadores. Los voluntarios, armados con palos, hicieron de manipuladores de serpientes de emergencia, mientras otros hombres, provistos de recias botas y gruesos pantalones, vadeaban entre el montón de rocas para recoger el cadáver y depositarlo en una camilla.

Kathy Levine permaneció junto a Mac mientras este informaba de su hallazgo a las autoridades pertinentes. Al ser un parque nacional, Shenandoah era jurisdicción del FBI, de modo que Watson seguiría teniendo su caso y Mac y Kimberly quedarían relegados una vez más al papel de intrusos.

A Kimberly no le importaba. Estaba sentada a solas en la acera, delante del albergue Big Meadows, observando los vehículos de emergencias que se amontonaban en el aparcamiento: ambulancias y equipos médicos que no tenían a nadie a quien salvar, un destacamento de bomberos que no tenía fuegos que extinguir y la furgoneta del forense, el único profesional que podría ejercer su profesión esta noche.

Hacía calor. La humedad se deslizaba por su rostro como si fueran lágrimas…, o quizá todavía estaba llorando. Le resultaba difícil saberlo. Por primera vez en su vida se sentía completamente vacía. Era como si todo aquello que había sido en alguna ocasión hubiera desaparecido, como si se hubiera vaciado por un desagüe. Sin huesos, su cuerpo no tendría peso. Sin piel, dejaría de tener forma. El viento llegaría y se la llevaría volando como si fuera un montón de ceniza… y quizá sería mejor así.

Nuevos coches llegaban y se marchaban. Los extenuados voluntarios accedían al interior de la improvisada cantina, donde engullían cubos de agua helada y hundían los dientes en jugosos gajos de naranja mientras los equipos médicos curaban sus pequeños cortes y torceduras. En su mayoría, se limitaban a desplomarse sobre las sillas plegables metálicas que se diseminaban por la sala, sintiéndose físicamente extenuados y emocionalmente vacíos tras una búsqueda que había culminado con una amarga decepción.

Mañana, todo esto habría terminado. Los voluntarios de búsqueda y rescate regresarían a su vida cotidiana, a sus rituales mundanos y a sus preocupaciones rutinarias. Regresarían junto a sus familias, sus grupos excursionistas o sus departamentos de bomberos.

¿Y Kimberly qué haría? ¿Regresaría a la Academia para disparar a las dianas y fingir que eso la hacía más dura? ¿Para practicar nuevos simulacros en el Callejón Hogan, donde tendría que esquivar balas de pintura y rivalizar en valor con actores sobrepagados? Podía someterse a la última ronda de exámenes, graduarse para convertirse en una agente del FBI y pasar el resto de su vida fingiendo que su carrera le hacía sentirse realizada. ¿Por qué no? A su padre le había funcionado.

Deseaba apoyar la cabeza en la dura acera que bordeaba el aparcamiento. Deseaba fundirse con el cemento hasta que el mundo dejara de existir. Deseaba regresar a una época en la que no supiera tantas cosas sobre las muertes violentas o qué podían hacerle a un cuerpo humano docenas de serpientes de cascabel.

Antes le había dicho la verdad a Mac. Estaba cansada. Habían sido seis años de extenuantes noches sin dormir. Deseaba cerrar los ojos y no volver a abrirlos nunca más. Deseaba desaparecer.

Unos pasos se acercaban. Una sombra cayó entre ella y los faros de la ambulancia. Alzó la mirada y vio a su padre, cruzando el aparcamiento con uno de sus impecables trajes de sastre. Su delgado semblante estaba serio; sus ojos oscuros eran inescrutables. Avanzaba hacia ella con firmeza, como un hombre duro y peligroso que venía a hacerse cargo de los suyos.

A Kimberly ya no le quedaban fuerzas para resistirse.

– Estoy bien… -empezó.

– Cállate -replicó Quincy, con voz tosca. Entonces, le pasó un brazo por la espalda para ayudarla a levantarse de la acera y, para sorpresa de ambos, la abrazó con fuerza-. Dios mío, estaba tan preocupado por ti -susurró, apretando la mejilla contra su cabello-. Cuando recibí la llamada de Mac… Kimberly, me estás matando.

Y para sorpresa de ambos, ella se echó a llorar una vez más.

– No lo conseguimos. Estaba segura de que esta vez lo conseguiría, pero fuimos demasiado lentos y ella ya estaba muerta. Oh, Dios, papá. ¿Cómo es posible que siempre llegue demasiado tarde?

– Shhh…

Kimberly echó la cabeza hacia atrás hasta que pudo ver su anguloso rostro. Durante gran parte de su infancia, su padre había sido una figura distante y fría. Ella le respetaba, le admiraba y se esforzaba continuamente para que se sintiera orgulloso de ella. Sin embargo, él seguía siendo inaccesible, una persona demasiado importante que solía abandonar su hogar a todo correr para ayudar a otras familias y pocas veces estaba cerca de la suya. De repente, sintió la necesidad de que su padre lo entendiera.

– Si tan solo hubiera sido capaz de avanzar más deprisa… No tengo experiencia en las montañas. ¿Cómo puedo haberme criado tan cerca de aquí y no saber nada sobre la naturaleza? No hacía más que tropezar y caer, papá, y me metí entre las ortigas… Por el amor de Dios, ¿por qué no fui capaz de avanzar más deprisa?

– Lo sé, cariño. Lo sé.

– Mac tenía razón. Deseaba salvar a Mandy y a mamá, pero como no pude ayudarlas, pensaba que salvar a esa muchacha serviría. Pero ellas siguen estando muertas y, ahora, esa chica también ha muerto. ¿De qué sirve todo esto?

– Kimberly, lo que les ocurrió a tu madre y a Mandy no fue culpa tuya…

Se apartó de él y empezó a gritar. Sus palabras resonaban por todo el aparcamiento, pero ella no parecía darse cuenta.

– ¡Deja de decir eso! ¡Siempre dices lo mismo! ¡Por supuesto que fue culpa mía! ¡Fui yo quien confió en él! ¡Fui yo quien le habló de nuestra familia! ¡Sin mí, nunca habría sabido dónde encontrarlas! ¡Sin mí, nunca las habría matado! ¡Deja de mentirme, papá! ¡Lo que les ocurrió a mamá y a Mandy fue culpa mía! ¡Simplemente dejé que te culparas a ti mismo porque sabía que eso te haría sentir mejor!

– ¡Ya basta! Solo tenías veinte años. Eras demasiado joven. No puedes culparte de lo ocurrido.

– ¿Por qué no? Tú lo haces.

– Entonces, los dos somos idiotas, ¿de acuerdo? Los dos somos idiotas. Lo que les ocurrió a Mandy y a tu madre… yo habría muerto por ellas, Kimberly. Si lo hubiera sabido, si hubiera podido, te juro que habría dado la vida por ellas. -Su respiración era más rápida y jadeante. Kimberly se quedó desconcertada al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.

– Yo también habría dado mi vida por ellas -susurró.

– Hicimos todo lo que pudimos, y lo hicimos lo mejor que pudimos. Pero él era nuestro enemigo, Kimberly. Él les quitó la vida. Y Dios intentó ayudarnos, pero el enemigo era demasiado astuto.

– Quiero que regresen.

– Lo sé.

– Las echo de menos continuamente. Incluso a Mandy.

– Lo sé.

– Papá, no sé por qué sigo viva…

– Porque Dios se apiadó de mí, Kimberly. Porque sin ti, creo que me habría vuelto loco.

Volvió a abrazarla con fuerza. Ella lloró desconsolada, apoyada en su pecho, y pudo sentir que su padre también lloraba, pues las lágrimas caían sobre su cabello. Su estoico padre, que ni siquiera lloraba en los entierros…

– Deseaba tanto salvarla -susurró Kimberly.

– Lo sé. No es malo preocuparse por los demás. Algún día, ese será tu punto fuerte.

– Pero duele. Y ahora ya no podemos hacer nada. El juego ha terminado y ha ganado la persona equivocada… Me siento incapaz de regresar a casa a esperar que comience el siguiente partido. Estamos hablando de vidas y de muertes. Deberíamos tomárnoslo más en serio.

– No ha terminado, Kimberly.

– Por supuesto que sí. No conseguimos encontrar a la segunda chica. Ahora, lo único que podemos hacer es esperar.

– No. Esta vez no. -Su padre respiró hondo y se separó lentamente de ella. Entonces la miró en la oscura y sofocante oscuridad, con el semblante más triste que Kimberly había visto en su vida-. Kimberly -le dijo, con voz calmada-. Lo siento mucho, cariño, pero esta vez no había solo dos chicas. Esta vez, el asesino se llevó a cuatro.

Cuando logró llegar a la escena del crimen, Rainie resoplaba con fuerza. Las lámparas iluminaban el camino, haciendo que fuera sencillo avanzar, pero la pendiente era demasiado pronunciada. Y aunque era más de medianoche y la luna brillaba en el cielo, parecía que nadie se había molestado en comentárselo al calor. Tenía la camiseta y los pantalones cortos empapados; había echado a perder el tercer conjunto del día.

Odiaba este tiempo. Odiaba este lugar. Deseaba regresar a casa, pero no al piso que compartía con Quincy en un elevado edificio de Manhattan, sino a Bakersville, Oregón, donde los abetos alcanzaban alturas asombrosas y la fresca brisa del océano agitaba el agua. Donde las personas se conocían por su nombre y, aunque resultaba difícil escapar del pasado, te proporcionaba un ancla para el presente. Bakersville, su pueblo, su comunidad, el lugar donde se sentía como en casa…

El ataque de nostalgia la golpeó con fuerza, como había hecho con tanta frecuencia durante los últimos meses. El dolor del pasado le llenaba de una inquietud tan grande que cada vez le resultaba más difícil ocultarlo. Sabía que Quincy se había dado cuenta, pues en ocasiones veía que la miraba con una pregunta en los ojos. Deseaba poder darle una respuesta, ¿pero cómo iba a hacerlo cuando ni siquiera ella misma sabía lo que le pasaba?

En ocasiones ansiaba cosas que no sabía nombrar. Y en ocasiones, cuando pensaba en lo mucho que amaba a Quincy, todo esto le hacía aún más daño.

Encontró a Mac reunido con tres personas alrededor del cadáver. La primera parecía el médico forense, la segunda tenía pinta de ayudante y la tercera era una mujer pelirroja con el cabello corto y el rostro salpicado de pecas. Tenía la constitución de un petardo, con las piernas musculosas y la espalda amplia de una excursionista versada. No pertenecía al departamento forense. Probablemente, era quien dirigía las operaciones de búsqueda y rescate.

Treinta segundos después, Mac efectuó las presentaciones pertinentes y Rainie se sintió complacida al descubrir que no se había equivocado. El forense resultó ser Howard Weiss, su ayudante era Dan Lansing y la pelirroja era Kathy Levine, la mujer que había organizado la búsqueda.

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