Condado de Lee, Virginia
19:53
Temperatura: 36 grados
El sol inició su descenso, navegando entre naranjas y brillantes olas de calor. Las sombras crecían, pero el calor seguía siendo asfixiante. Y en la serrería abandonada, los vehículos empezaban a amontonarse.
En primer lugar llegaron nuevos miembros de los equipos de búsqueda y rescate, que ayudaron a retirar del pozo el cuerpo sin vida de una joven de corto cabello castaño. Su vestido de flores amarillas estaba hecho harapos debido a la acidez del agua y tenía las uñas de ambas manos rotas y sucias, como si hubiera estado arañando frenética las duras paredes de dolomía.
El resto de su cuerpo estaba azulado e hinchado. Josh Shudt y sus hombres habían encontrado su cadáver flotando en el largo túnel que conectaba la entrada del sumidero de la caverna con la cámara principal. Tras retirarlo, se habían dirigido a la sala de la catedral y allí, sobre un anaquel, habían encontrado una garrafa de agua vacía y un bolso.
Según el carné de conducir, el nombre de la víctima era Karen Clarence y hacía tan solo una semana que había cumplido veintiún años.
No les llevó demasiado tiempo averiguar el resto. El asesino había abandonado a la víctima, sin duda alguna drogada e inconsciente, en la cámara principal. El tragaluz de la tobera que se alzaba a doce metros de altura le habría ofrecido un poco de luz durante las horas del día, la suficiente para que advirtiera la presencia de un estanque poco profundo de agua de lluvia relativamente potable a su izquierda y una corriente de agua tóxica y sumamente contaminada a su derecha. Era posible que hubiera permanecido quieta en el anaquel durante un tiempo. Quizá hubiera probado el agua del pequeño estanque y hubiera sido mordida por uno de sus estresados habitantes, el cangrejo blanco carente de ojos o los diminutos isópodos del tamaño de un grano de arroz. Y también era posible que hubiera tropezado con una serpiente de cuello rojo.
Fuera como fuera, era muy posible que la joven hubiera acabado mojada. Y cuando estás mojado en un entorno en el que hay una temperatura constante de doce grados, solo es cuestión de tiempo que sufras hipotermia.
Shudt les había hablado de un espeleólogo que había sobrevivido dos semanas perdido en los ocho kilómetros de túneles serpenteantes de una gruta subterránea. Por supuesto, él había llevado encima el equipo adecuado y una bolsa llena de barritas energéticas. Además, se había perdido en una caverna en la que el agua era potable y, según la leyenda local, daba buena suerte beber en ella.
Karen Clarence no había sido tan afortunada. Había conseguido no abrirse la cabeza con una gruesa estalactita. Había conseguido no lastimarse una rodilla ni dislocarse una muñeca mientras avanzaba a gatas en la oscuridad, entre las estalagmitas. Sin embargo, en algún momento, se había introducido de cabeza en aquella corriente contaminada. El agua debía de haberle abrasado la piel, del mismo modo que había agujereado su vestido. ¿Acaso ya no le importaba? ¿Sentía tanto frío que había agradecido el roce del líquido abrasador sobre su piel? ¿O simplemente era la decisión que había tomado? Sabía que si permanecía sentada en el saliente moriría y que el estanque poco profundo no conducía a ninguna parte. Por lo tanto, solo la corriente podría llevarla de vuelta a la civilización.
Fuera como fuera, se había internado en la corriente. Mientras su ropa se consumía y su rostro se llenaba de lágrimas, la había seguido hasta el estrecho túnel. Había impulsado su cabeza y sus brazos por aquel largo y diminuto espacio. Y había muerto en aquella oscuridad.
Ray Lee Chee había llegado poco después de las siete, acompañado por Brian Knowles, Lloyd Armitage y Kathy Levine. Habían descargado dos Jeep Cherokee llenos de equipo de campo, material de campamento y arcones de libros. Al principio, su buen humor había bordeado lo festivo, pero entonces habían visto el cadáver.
Al instante, habían dejado en el suelo sus equipos de campo y habían guardado silencio durante un prolongado momento, en señal de respeto hacia aquella joven que nunca habían conocido. Acto seguido, se habían puesto a trabajar.
Treinta minutos después habían llegado Rainie y Quincy, seguidos del doctor Ennunzio. Nora Ray había abandonado el campamento poco después. Y Kimberly la había seguido.
No tenía nada que hacer, pues los expertos ya estaban analizando las pistas y los agentes, el cadáver.
Nora Ray se había internado en el bosque y ahora estaba sentada sobre el tronco cortado de un árbol. Junto a ella crecía un helecho con suaves brotes verdes y la joven deslizaba sus manos entre las frondas.
– Ha sido un día largo -dijo Kimberly, apoyándose en el tronco de un árbol cercano.
– Todavía no ha terminado -replicó la muchacha.
Kimberly esbozó una triste sonrisa. Lo había olvidado. Aquella chica era lista.
– ¿Reuniendo fuerzas?
Nora Ray se encogió de hombros.
– Supongo. Nunca antes había visto un cadáver. Pensaba que me turbaría más, pero la verdad es que, sobre todo, estoy… cansada.
– Provoca el mismo efecto en mí.
Nora Ray por fin la miró.
– ¿Por qué está aquí?
– ¿En el bosque? Cualquier cosa es mejor que el sol.
– No me refiero al bosque, sino al caso. ¿Por qué está trabajando con el agente especial McCormack? Me dijo que usted estaba en el caso de forma ilegal o algo así. ¿Usted…?
– Oh. ¿Te preguntas si soy pariente de una de las víctimas?
Nora Ray asintió con sobriedad.
– No. Esta vez no. -Kimberly se deslizó hasta el suelo y sintió el frescor de la tierra en sus piernas. Así le resultaba más sencillo hablar-. Hasta hace dos días, era estudiante de la Academia del FBI. Me faltaban siete semanas para graduarme y, aunque mis supervisores decían que tenía problemas con las figuras de autoridad, creo que al final lo habría conseguido. Creo que me habría graduado.
– ¿Qué ocurrió?
– Fui a correr por el bosque y encontré un cadáver. Era Betsy Radison, la muchacha que conducía aquella noche.
– ¿Fue la primera?
Kimberly asintió.
– Y ahora estamos encontrando a sus amigas.
– De una en una -susurró Kimberly.
– No me parece justo.
– No, pero tampoco se supone que tenga que serlo. Todo esto es obra de un mismo hombre y nuestro trabajo consiste en detenerle.
Ambas permanecieron en silencio durante un rato. No había demasiados ruidos en el bosque. Una débil brisa mecía los húmedos y pesados árboles y se oía el susurro distante de una ardilla o un pájaro rebuscando entre un montón de hojas secas.
– Mis padres deben de estar preocupados -dijo de pronto Nora Ray-. Mi madre… Desde que murió mi hermana, no quiere que me ausente de casa más de una hora. En teoría, tengo que llamarla por teléfono cada treinta minutos para que pueda gritarme que regrese.
– Se supone que los padres no viven más que sus hijos.
– Sin embargo, ocurre continuamente. Como usted ha dicho, la vida no es justa. -Nora Ray tiró con impaciencia de las hojas del helecho-. Tengo veintiún años, ¿sabe? Debería estar en la universidad. Debería estar planeando mi futuro, tener citas, beber demasiado algunas noches y estudiar diligentemente otras. Debería estar haciendo cosas estúpidas, inteligentes y de todo tipo para moldear mi vida. Sin embargo, mi hermana murió y mi vida se fue con ella. En mi casa nadie hace nada. Solo… existimos.
– Tres años no es tanto tiempo. Es posible que tu familia necesite más tiempo para superar las diferentes fases del pesar.
– ¿Para superarlas? -Su voz sonó incrédula-. No lo estamos superando. Ni siquiera hemos iniciado el proceso. Todo está estancado. Es como si mi vida se hubiera partido por la mitad. Por un lado está todo lo que ocurrió antes de aquella noche, la universidad y un novio y las clases y una fiesta inminente, y por el otro está todo lo que ocurrió después. Pero ese después no tiene ningún contenido. Ese después sigue siendo una losa vacía.
– Tienes tus sueños -dijo Kimberly.
Nora pareció turbada.
– Usted cree que me los invento.
– No. Estoy segura de que sueñas con tu hermana. Sin embargo, hay quien dice que los sueños son la forma que tiene el inconsciente de solucionar las cosas. Si todavía sueñas con tu hermana, es posible que tu inconsciente tenga algo que solucionar. Es posible que tus padres no sean los únicos que todavía no han superado su muerte.
– No me gusta esta conversación -comentó Nora Ray.
Kimberly se limitó a encogerse de hombros y la joven la miró con los ojos entrecerrados.
– ¿Qué es usted? ¿Una especie de psiquiatra?
– He estudiado psicología, pero no soy psiquiatra.
– Así que ha estudiado psicología y ha realizado medio curso en la Academia del FBI. ¿En qué le convierte eso?
– En alguien que también ha perdido a su hermana. Y a su madre. -Kimberly esbozó una sonrisa torcida en la penumbra-. Si hicieran un concurso para saber a quién ha maltratado más la vida, creo que ganaría.
Nora Ray la miró avergonzada. Su mano había regresado al helecho, pero ahora separaba sus hojas de forma metódica.
– ¿Qué ocurrió?
– La misma historia de siempre. El malo cree que mi padre, perfilador criminalista del FBI, le ha destrozado la vida. El malo decide vengarse destruyendo a la familia de mi padre. El malo se centra primero en mi hermana mayor, que está deprimida y nunca se le ha dado bien juzgar a la gente. La mata y consigue que parezca un accidente. Después utiliza todo aquello que ella le ha contado para trabar amistad con mi madre. Pero mi madre es más lista de lo que él cree y, al final, en su muerte no hay nada de accidental. De hecho, la sangre se esparcía por siete habitaciones distintas. Finalmente el malo va a por mí, pero mi padre consigue detenerle antes de que acabe conmigo. He pasado los últimos seis años como tú, intentando averiguar el modo de seguir viviendo con alegría una vida que ya ha sido tan ensombrecida por la muerte.
– ¿Es esa la razón por la que se unió al FBI? ¿Para poder ayudar a los demás?
– No. Me uní al FBI para poder ir armada hasta los dientes. Y también para poder ayudar a los demás.
Nora Ray asintió, como si aquello tuviera sentido.
– Y ahora va a atrapar al hombre que mató a mi hermana. Eso es bueno. El FBI tiene suerte de contar con usted.
– El FBI ya no me tiene.
– Pero me ha dicho que había realizado medio curso…