Quántico, Virginia
17:44
Temperatura: 36 grados
Quincy les condujo a un despacho del edificio principal de administración, cuyo rótulo indicaba que pertenecía al supervisor Mark Watson. Watson estaba apoyado en su mesa de trabajo, charlando con dos personas. Mac reconoció a una de ellas, pues era el oficial del NCIS que había visitado la escena del crimen. Había una mujer muy atractiva sentada a su lado, de treinta y muchos años, hermosa melena castaña y rostro sorprendentemente angular. Mac enseguida se dio cuenta de que no pertenecía al FBI pues, por la expresión de su rostro, parecía haber discutido con Watson.
– ¡Kimberly! -exclamó la mujer, incorporándose y dándole un rápido abrazo.
– Rainie. -Kimberly esbozó una débil sonrisa, pero volvió a adoptar una expresión precavida en cuanto Watson se apartó de su escritorio. Era evidente que el supervisor iba a ser el protagonista del espectáculo, pues levantó las manos y esperó a que todos le prestaran atención.
En primer lugar efectuó las presentaciones pertinentes. Rainie resultó ser Lorreine Conner, la socia de Quincy en Investigaciones Quincy amp; Conner, con sede en Nueva York. El oficial del NCIS era el agente especial Thomas Kaplan, que trabajaba en la unidad de Crímenes Generales de Norfolk.
Acto seguido, Watson les anunció que el NCIS había solicitado a Investigaciones Quincy amp; Conner que se encargaran de la investigación, pues, como el cadáver había sido hallado en los terrenos de los marines y cerca de las instalaciones del FBI, consideraban que sería mejor recurrir a especialistas externos. La traducción de esto era la siguiente: todos eran muy conscientes de lo que ocurriría si el malo resultaba ser uno de ellos y alguien consideraba que habían intentado protegerle. De este modo, los políticos se habían cubierto las espaldas.
Mac permaneció junto a la puerta, que había sido cerrada para salvaguardar la privacidad, y Kaplan cedió su silla a Quincy para que se sentara junto a Rainie Conner. Kimberly, que había dejado la máxima distancia posible entre ella y su padre, se encontraba en la esquina más alejada de la sala, con los brazos cruzados sobre el pecho y la barbilla levantada para indicar que estaba dispuesta a pelear.
Ahora que todos sabían quiénes eran sus aliados, podían ponerse a trabajar.
Mark Watson dirigió sus primeras palabras a Kimberly.
– Tengo entendido que hoy ha estado con el agente especial Kaplan, nueva agente Quincy.
– Sí, señor.
– Pensaba que esta mañana le había hablado con claridad. Este caso pertenece al NCIS. No debe inmiscuirse.
– Usted me pidió que cooperara con el NCIS -replicó Kimberly, con voz calmada-. Fui a ver al oficial al mando para darle a conocer mi versión de los hechos. En esos momentos estaba a punto de comenzar la autopsia, así que le pregunté si podía estar presente y tuvo la amabilidad de permitírmelo. -Kimberly esbozó una tensa sonrisa-. Gracias, agente especial Kaplan.
Watson se volvió hacia Kaplan, que encogió sus fornidos hombros de marine.
– Me dijo su nombre y me pidió permiso. ¿Por qué no iba a concedérselo?
– No mentí en ningún momento -se apresuró a decir Kimberly-. Ni tampoco intenté inmiscuirme en la investigación. -Frunció el ceño-. Sin embargo, no pude matar a la serpiente. Pido disculpas por ello.
– Ya veo -replicó Watson-. ¿Y qué me dice de lo que ocurrió horas antes, cuando quebrantó directamente mis órdenes e intentó visitar de nuevo la escena del crimen? ¿También pretendía agilizar la investigación del NCIS?
– Estaba buscando al agente especial Kaplan…
– No me tome por un estúpido.
– Sentía curiosidad. Y al fin y al cabo no importa, pues los marines acataron sus órdenes y me echaron de allí.
– Ya veo. ¿Y qué me dice de lo que ocurrió después de que hostigara a los marines que protegían la escena, nueva agente Quincy? ¿Qué me dice de la hora que pasó conversando con el agente especial McCormack, después de que yo le hubiera dicho explícitamente que no hablara de su hallazgo con ningún miembro de la Academia? ¿Le importaría explicarme eso?
Kimberly se puso rígida y miró de reojo a Mac mientras reprimía una maldición. Por supuesto. Habían estado charlando en la sala Crossroad, delante de todo el mundo. Estúpida, estúpida, estúpida.
Esta vez, Watson no esperó a que Kimberly respondiera. Había puesto la directa… o quizá era consciente de lo tenso que estaba Quincy.
– Imagine mi sorpresa -prosiguió- cuando descubrí que en vez de regresar a su habitación, tal y como le había ordenado, mi estudiante se había dedicado a merodear por el bosque y después había mantenido una animada conversación con un estudiante de la Academia Nacional que resulta que ha trabajado en un caso que guarda un parecido asombroso con el homicidio de esta mañana. ¿Estaba compartiendo información con el agente especial McCormack, Kimberly?
– En realidad, él me la estaba proporcionando a mí.
– Todo esto me resulta extremadamente interesante. Sobre todo desde que hace diez minutos, McCormack se convirtió en el principal sospechoso del agente especial Kaplan.
– ¡Por el amor de Dios! -estalló Mac-. Estoy haciendo todo lo posible por ayudar en un caso que solo es el principio de una larga pesadilla. ¿Tienen alguna idea del terreno que pisan?
– ¿Dónde estuvo anoche? -le interrumpió el agente especial Kaplan.
– Estuve unas horas en el Carlos Kelly, en Stafford. Después regresé a Quántico, donde encontré a la nueva agente Quincy en el campo de tiro. Pero no…
Kaplan había posado sus ojos en Kimberly.
– ¿A qué hora le vio en el campo de tiro?
– Debían de ser las once. No miré el reloj…
– ¿Le vio regresar a los dormitorios?
– No.
– ¿Hacia dónde se dirigió?
– No lo sé. Yo me retiré a mi edificio y no le presté atención.
– Por lo tanto -concluyó Kaplan, mirando a Mac-, nadie sabe dónde estuvo después de las once y media de la noche.
Watson tomó la palabra:
– ¿No le parece demasiada coincidencia que se haya producido un asesinato que guarda tanto parecido con uno de sus casos mientras usted se encuentra en la Academia?
– No es ninguna coincidencia -dijo Mac-. Estaba planeado.
– ¿Qué? -exclamó Watson. Miró a Kaplan, que parecía tan desconcertado como él. Al parecer, ambos eran partidarios de la teoría de que el policía de Georgia era el asesino. ¿Y por qué no? Hallan un cadáver a las ocho de la mañana y cierran el caso antes de las seis. Sería un titular impresionante. Capullos.
– Creo que deberían dejarle hablar -intervino Quincy, con voz calmada-. Por supuesto, solo es el consejo de un especialista externo.
– Sí -le secundó Rainie-. Déjenle hablar. Es posible que averigüemos algo.
– Gracias. -Mac les dedicó una mirada agradecida a la vez que evitaba encontrarse con los ojos de Kimberly. ¿Cómo debía de sentirse en este momento? ¿Herida, confundida, traicionada? No había pretendido causarle ningún problema, pero ahora ya no podía hacer nada.
– Pueden ponerse en contacto con mi supervisor, el agente especial al mando Lee Grogen, de la oficina de Atlanta, para verificar lo que les voy a contar. A partir del año noventa y ocho, en Georgia se produjeron diversos asesinatos similares al que ha tenido lugar hoy aquí. Después del tercero creamos un grupo de operaciones multijurisdiccional encargado de la investigación, pero el Ecoasesino se desvaneció antes de que pudiéramos encontrarle, dejando siete víctimas a sus espaldas. No volvió a matar. Al principio, el grupo especial tenía más de mil pistas que seguir pero, tres años después, apenas nos quedaba nada.
Las cosas volvieron a caldearse hace seis meses, cuando recibimos una carta por correo. Contenía el recorte de una carta al director similar a las que nuestro hombre solía enviar al Atlanta Journal-Constitution . Sin embargo, esta no había sido enviada a ningún periódico de Georgia, sino al Virginia-Pilot. Poco después empecé a recibir llamadas telefónicas…
– ¿Usted o el grupo especial?
– Yo. En mi teléfono móvil. Ignoro la razón, pero de momento he recibido seis llamadas. Mi interlocutor utiliza algún tipo de dispositivo electrónico que distorsiona la voz y siempre me transmite el mismo mensaje: que el Ecoasesino se está poniendo nervioso. Que va a atacar de nuevo. Y que esta vez, ha elegido Virginia como terreno de juego.
– Entonces, su departamento decidió enviarle a Quántico -dijo Watson-. ¿Por qué? ¿Para hacer de perro guardián? ¿Para evitar por arte de magia otro crimen? ¿Por qué no nos comunicó el motivo de su presencia?
Mac le miró con seriedad.
– Me habría encantado explicar el motivo de mí presencia a todo aquel que me hubiese querido escuchar, pero seamos sinceros: aquí, los casos abiertos no valen nada. Todo el mundo habría asumido que estaba obsesionado con una investigación que todavía me quitaba el sueño. Por eso me limité a mantener una reunión preliminar con un lingüista forense de la Unidad de Ciencias de la Conducta, el doctor Ennunzio. Le enseñé las cartas al director, pero debo decirles que desconozco su opinión, pues ha estado eludiendo mis llamadas desde entonces. Y eso es todo. Conseguí una buena pista de una mala forma, pero ustedes están ladrando al árbol equivocado porque son unos inútiles paranoicos.
– Bueno, ha sido un buen resumen de la situación -comentó Rainie.
El rostro de Watson se había sonrojado sobre su corbata roja reglamentaria. Mac siguió mirándole a los ojos. Estaba tan enfadado que había empezado a hacer enemigos cuando lo que necesitaba eran aliados, pero no le importaba. Había muerto otra chica y estaba harto de permanecer encerrado en un despacho, discutiendo sobre un caso que aquellos tipos no lograrían comprender a tiempo.
– No hay ninguna prueba convincente que demuestre que este cadáver está relacionado con los asesinatos de Georgia -dijo por fin Kaplan-. ¿La persona que le llama le dijo que el Ecoasesino iba a atacar esta semana?
– No específicamente.
– ¿Le dijo que lo haría en la Academia del FBI?
– Tampoco.
– ¿Le explicó la razón por la que el asesino se había mantenido inactivo durante tres años?
– No.
– ¿Y por qué decidió atacar en Virginia?
– Tampoco.
– En otras palabras, esa persona no le ha contado nada.
– Exacto, señor. Y ese es el principal problema de nuestra investigación. Han transcurrido cinco años y seguimos sin saber nada. Y como el asesinato de hoy no ha cambiado nada, podríamos dar por zanjado ya este asunto, porque así podría regresar al exterior y, ya sabe, hacer algo.