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Capítulo 15

Quántico, Virginia

21:28

Temperatura: 32 grados

– No tiene buen aspecto -dijo Rainie.

– Lo sé.

– ¿Y qué diablos le ha pasado en el ojo? Parece que haya librado diez asaltos contra Tyson.

– Supongo que la práctica de tiro ha tenido algo que ver.

– Ha perdido peso.

– No se supone que esto tenga que ser fácil.

– Pero estás preocupado por ella. Vamos, Quincy. Suelta ya a esos fantasmas. Sé que te encantaría darle una paliza a Watson y yo estaré encantada de sujetarlo para que puedas hacerlo.

Quincy suspiró y apartó la mirada del expediente que estaba leyendo, las notas del caso del Ecoasesino de Georgia. Solo eran documentos sumariales pues, probablemente, los informes de investigación, las hojas de evidencia y los registros de actividad llenaban una habitación entera. A ninguno de los dos les gustaba trabajar con informes sumariales pues, por lo general, estaban repletos de conjeturas y conclusiones erróneas. Sin embargo, de momento era lo único que tenían.

El documento que Quincy estaba leyendo llevaba por título: «Perfil. Caso de Atlanta número 832». A Rainie le hormigueaban las manos. Sin duda, se trataba del perfil que había realizado el GBI sobre el Ecoasesino. Le gustaría leerlo, sobre todo después de haber oído el relato de aquel policía de Georgia, pero Quincy lo había cogido primero y probablemente lo leería hasta bien entrada la noche, pellizcándose el puente de la nariz en aquel gesto que significaba que estaba pensando con demasiada intensidad y provocándose un intenso dolor de cabeza.

– Si le digo algo se enfadará -dijo entonces.

– Porque es tu hija.

– Exacto. Y mi hija odia que me involucre en su vida. De hecho, está segura de que los cerdos volarán antes de que acepte mi ayuda.

Rainie le miró con el ceño fruncido. Estaba sentada con las piernas cruzadas sobre la colcha naranja que cubría la cama. Aunque era la cuarta vez que estaba en Quántico, este lugar seguía intimidándola. Parecía que aquellos terrenos gritaban que solo querían ser pisados por agentes de la ley acreditados. Y a pesar de que Quincy y ella llevaban juntos seis años, les seguían dando habitaciones separadas. No estaban casados y la Academia tenía su sentido del decoro.

Rainie sabía cómo funcionaba este mundo. Sabía que si Quincy no fuera su socio, jamás le habrían permitido cruzar aquellas puertas sagradas y, por lo tanto, podía entender las dificultades con las que tropezaba Kimberly, que había decidido seguir el largo camino hacia la élite de los cuerpos encargados del cumplimento de la ley.

– No creo que lo consiga -dijo Rainie con voz monótona-. Está demasiado ojerosa. Parece un perro que ha sido derrotado demasiadas veces.

– Este programa te obliga a forzar los límites. Está diseñado para poner a prueba tu nivel de resistencia.

– ¡No digas tonterías! ¿Acaso crees que Kimberly carece de resistencia? Dios mío, siguió adelante incluso después de que un loco matara a Bethie. Se mantuvo alerta y supo reaccionar cuando ese mismo loco fue a por ella. Yo estaba a su lado, ¿recuerdas? A Kimberly le sobra resistencia. No necesita que un puñado de estúpidos trajeados intente demostrar lo contrario.

– No creo que a Watson le guste que le llamen estúpido.

– Oh, vas a conseguir que me enfade.

– No es mi intención. -Quincy levantó las manos en un gesto conciliador. Después de la reunión mantenida con Watson y Kaplan, se había quitado la americana del traje y ahora que estaba recluido en su habitación, incluso había cometido la osadía de arremangarse la camisa blanca de vestir y aflojarse la corbata. A pesar de todo, seguía pareciendo un agente del FBI y Rainie sintió el irresistible impulso de pelear con él, aunque solo fuera para arruinar un poco su aspecto.

– ¿Qué quieres que haga? -preguntó Quincy.

– Deja de ser agente.

– ¡Yo no soy agente!

– ¡Oh, por el amor de Dios! No hay ningún agente más agente que tú. Estoy segura de que las cadenas de tu ADN están encriptadas. Cuando mueras, en el ataúd pondrá: «Propiedad del FBI».

– ¿Eso se te ha ocurrido a ti solita?

– Sí, estoy en racha. Pero no cambies de tema. Kimberly tiene problemas. Ya la has visto. Y ya has visto cómo la trata Watson. Solo es cuestión de tiempo que las cosas lleguen a un punto crítico.

– Rainie… Supongo que no te gustará oír esto, pero Watson es un supervisor de la Academia que cuenta con una gran experiencia. Puede que tenga razón.

– ¿Qué? ¿Te has vuelto loco?

Quincy dejó escapar un profundo suspiro.

– Kimberly desobedeció las órdenes. Aunque tuviera buenas razones para hacerlo, desobedeció las órdenes. Kimberly es una nueva agente. Esta es la vida que ha escogido y toda su carrera quedará definida por el hecho de que haga lo que le ordenen. Si es incapaz de hacerlo, es posible que el FBI no sea la organización más adecuada para ella.

– Encontró un cadáver. Cuando tú ingresaste en esta Academia, ¿cuántos cadáveres encontraste? Exacto. Kimberly tiene todo el derecho del mundo a hablar un poco sobre su descubrimiento.

– Rainie, mira estas fotografías de la escena del crimen y dime a quién se parece esta chica.

De mala gana, Rainie centró su mirada en las fotografías que se diseminaban a los pies de la cama.

– A Mandy -respondió sin vacilar.

Quincy asintió sombrío.

– Por supuesto que se parece a Mandy. Es lo primero que he advertido y tú no has tardado nada en darte cuenta. Sin embargo, Kimberly no ha mencionado nada al respecto.

– Si se le ocurriera decir, aunque fuera en un susurro, que la víctima le recuerda a su hermana fallecida, sin duda se la llevarían de aquí envuelta en una camisa de fuerza.

– Pero es evidente que la víctima le recuerda a su hermana. Y estoy seguro de que ese es el punto principal de todo este asunto.

Rainie le miró con el ceño fruncido. Quincy estaba recurriendo a la psicología barata. Podía sentir cómo se aproximaba la trampa.

– Tú también estás trabajando en este caso -rebatió ella.

– He trabajado en más de trescientos homicidios, así que he tenido más tiempo que ella para desarrollar cierta objetividad.

– Pero también te has dado cuenta del parecido.

– Sí.

– ¿Y no te preocupa, Quincy?

– ¿Qué? ¿Que una víctima se parezca tanto a Mandy o que Mandy muriera sin que yo pudiera hacer nada por ayudarla? -Rainie consideró que aquella pregunta era una invitación para que abandonara la cama. Él se puso tenso cuando acercó las manos a sus hombros, pero ya lo había esperado. A pesar de los años que llevaban juntos, Quincy seguía teniendo sus barreras y autodefensas. Por lo general no le molestaba demasiado, pero últimamente le entristecía.

– Estás preocupado por ella -susurró.

– ¿Por Kimberly? Por supuesto que sí. Ha elegido un camino difícil. Y a veces… -Dejó escapar el aliento.

– Vamos.

– Kimberly quiere ser dura. Quiere ser fuerte. Y lo entiendo. Después de todo lo que le ha pasado, es natural que sienta deseos de ser invencible. Sin embargo… ¿El hecho de disparar un arma te hace omnipotente, Rainie? ¿El hecho de obligarte a ti misma a correr diez kilómetros diarios significa que nunca serás la víctima? ¿El hecho de enzarzarte en todos los combates físicos imaginables significa que nunca perderás? -No esperó a que respondiera, pues no era necesario-. Kimberly parece creer que si llega a convertirse en agente del FBI, nadie podrá volver a hacerle daño. ¡Oh, Dios, Rainie! ¡No sabes lo duro que es ver a tu propia hija cometiendo tus mismos errores!

Rainie deslizó los brazos alrededor de su espalda y apoyó la cabeza en su pecho. Entonces, como sabía que ninguna palabra podría reconfortarlo, decidió recurrir a un tópico que siempre era seguro: trabajo. Cadáveres. Un intrigante caso de homicidio.

– ¿Crees que ese guaperas de Georgia dice la verdad? -preguntó.

– ¿Ese guaperas de Georgia?

– Solo pienso en Kimberly. Ya sabes que soy una mujer altruista. Y tú ya has leído el expediente. ¿Qué opinas del hecho de que el Ecoasesino de Georgia ahora se dedique a atacar en Virginia?

– Todavía no lo sé -respondió Quincy, a regañadientes. Levantó la mano y la apoyó en su nuca. Momentos después, le acarició el cabello. Ella cerró los ojos y por un momento pensó que las cosas podrían ir bien.

– El Ecoasesino es un caso interesante. Lo que más me sorprende es que los investigadores solo sepan de su existencia por sus crímenes. Después de siete homicidios, siguen sin haber recuperado ningún arma homicida, siguen sin haber identificado ninguna escena del crimen primaria y siguen sin haber recogido restos de cabello, fibra, sangre o semen. Por lo que parece, el asesino pasa una ínfima cantidad de tiempo con cada una de sus víctimas, para reducir así la posibilidad de dejar pruebas. Simplemente ataca, mata y huye.

– Un monstruo eficiente.

Quincy se encogió de hombros.

– La mayoría de los asesinos se mueven por la sed de sangre. No solo desean matar, sino también saborear el dolor y el sufrimiento de sus víctimas. Sin embargo, esta es la cadena de homicidios más fría que he visto jamás. El asesino no parece sentir demasiado interés por la violencia, pero es extremadamente letal.

– Es él quien dispone las reglas del juego -dijo Rainie, pensando en voz alta-. Para él, el deporte no es matar, sino dejar los cadáveres en un lugar concreto y establecerlas pistas. Solo escribe sus notas para asegurarse de que le acreditarán el crimen.

– Y esas notas proporcionan a su juego un enfoque ecológico -prosiguió Quincy-. ¿A este hombre realmente le importa el medioambiente o solo se trata de otra regla del juego? Todavía no sé demasiado, pero estoy bastante seguro de que las notas son una herramienta más. El asesino está decorando un escenario. Es como el Mago de Oz, que se esconde detrás de una cortina y mueve todas las cuerdas… ¿Pero con qué objetivo? ¿Qué es lo que quiere y qué es lo que consigue con todo eso? Todavía no conozco las respuestas.

– ¿Qué similitudes existen entre este caso y el de Georgia? -preguntó Rainie.

– La causa de la muerte -respondió Quincy de inmediato-. No hay demasiados asesinos en serie que maten utilizando tranquilizantes de prescripción. Al menos, varones.

– A las mujeres les encanta el veneno -comentó Rainie.

– Exacto. Sin embargo, tu querido amigo Watson reveló algunos puntos interesantes. En primer lugar, que el Ecoasesino de Georgia siempre dejaba a la primera víctima cerca de una carretera principal, para que su «mapa» pudiera ser encontrado fácilmente. Siguiendo ese patrón, tendría sentido que la víctima hubiera sido abandonada en una base de los marines, pero debería haber aparecido en una de sus carreteras, en la MCB-4 o la MCB-3, y no en un sendero utilizado para correr. En segundo lugar, esa boca cosida me inquieta. Muestra un incremento en su necesidad de violencia; el hecho de que la mutilara post mórtem es una señal evidente de que deseaba que la víctima mantuviera la boca cerrada.

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