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Capítulo 22

Parque Nacional Shenandoah, Virginia

13:44

Temperatura: 36 grados

Kathy Levine era una mujer diminuta e inteligente que tenía el cabello pelirrojo cortado muy corto y un montón de pecas en la nariz. Saludó a Mac y Kimberly con vigor cuando entraron en el albergue Big Meadows, un recinto construido a base de vigas y cristal, y les indicó que la siguieran a una oficina posterior.

– Ray me dijo que tenían la imagen de una hoja. No la hoja real, sino la imagen.

– Así es. -Mac se apresuró a, entregarle la imagen escaneada. Kathy la dejó sobre la mesa, delante de ella, y encendió de un golpetazo una lamparilla para poder verla con todo detalle. La nueva luz no comportó cambio alguno en la sala, que ya estaba iluminada por toda una pared de luz solar.

– Podría tratarse de abedul gris -dijo por fin la botánica-. Sería más sencillo si tuvieran la hoja real.

– ¿Es usted dendróloga?-preguntó Kimberly, con curiosidad.

– No, pero sé qué hay en mi parque. -La mujer volvió a apagar la lamparilla de un palmetazo y los miró con franqueza-. ¿Están familiarizados con los refugia?

– ¿Con los refugios? -preguntó Mac.

– Lo que pensaba. Refugia es el término que se utiliza para referirse a aquellas plantas que existen como reliquias glaciales en un clima al que ya no pertenecen. Hace millones de años, toda esta área estaba cubierta de hielo y, cuando este se derritió, ciertas plantas permanecieron. En la mayoría de los casos, empezaron a crecer a mayor altura, buscando las frías condiciones que necesitaban para sobrevivir. El abeto bálsamo y el cedro rojo son dos ejemplos de refugia que se encuentran en este parque. Y también el abedul gris.

– Ray nos dijo que solo crecía en un área concreta -dijo Mac.

– Sí. Justo al otro lado de la puerta. Permitan que se lo enseñe en un mapa. -La botánica se levantó de la silla y se acercó a la estantería que se extendía a lo largo de la pared. Acto seguido, procedió a desplegar el mapa más grande que Kimberly había visto en su vida. Llevaba por título «Mapa geológico del condado de Shenandoah» y estaba repleto de rayas púrpura brillante, fucsia oscuro y naranja neón. Había las suficientes para herir los ojos de una persona.

– Este es el mapa geológico que incluye esta sección del parque. Nosotros nos encontramos aquí. -Levine dejó caer la inmensa hoja de papel sobre la desordenada superficie de su escritorio y se apresuró a señalar un punto de color verde lima situado cerca de la base-. La mayor extensión de abedules grises crece en la meseta pantanosa que cruza el campamento Big Meadows, pero también pueden encontrarse diseminados aquí y allá en un radio de kilómetro y medio. Por lo tanto, si lo que están buscando es el abedul gris de Virginia, puedo decirles que se encuentran en el lugar exacto.

– Genial -murmuró Mac-. Ojala pudiéramos estar seguros de que lo que buscamos es abedul gris. ¿Hay mucha gente en la zona en esta época del año?

– ¿Se refiere a los campistas? En estos momentos hay unas treinta personas registradas. Por lo general suele haber más, pero el calor ha espantado a muchos. También recibimos bastantes excursionistas que vienen a pasar el día al parque pero, debido al calor, la mayoría lo visita sin abandonar la comodidad del aire acondicionado de sus coches.

– ¿Los huéspedes tienen que registrarse?

– No.

– ¿Disponen de patrullas o vigilantes de algún tipo que controlen el parque?

– Contamos con el personal necesario por si surgen problemas, pero no nos dedicamos a recorrer el parque para asegurarnos de que todo va bien.

– De modo que cualquier persona puede entrar y salir dé aquí sin que nadie lo sepa.

– Mierda.

– ¿Les importaría explicarme de qué va todo esto? -Levine asintió a Kimberly-. Sé que va armada, así que podrían contarme lo demás.

Mac pareció reflexionar sus palabras. Miró a Kimberly, pero esta no supo qué decirle. Puede que careciera de jurisdicción, pero seguía siendo un agente especial. En cambio, ella había dejado de ser una estudiante de la Academia del FBI a las seis en punto de aquella misma mañana.

– Estamos trabajando en un caso -explicó Mac, con sequedad-. Tenemos razones para creer que esta hoja podría estar relacionada con la desaparición de una joven local. Si descubrimos de dónde procede, la encontraremos a ella.

– ¿Está diciéndome que esa muchacha podría estar en algún lugar de mi parque? ¿A pesar del calor que hace?

– Es una posibilidad.

Levine cruzó los brazos sobre su pecho y los miró a ambos con intensidad.

– ¿Saben? -dijo, por fin-. Creo que ha llegado el momento de que me muestren algún documento que les identifique.

Mac se llevó la mano al bolsillo trasero y sacó sus credenciales. Kimberly se limitó a quedarse como estaba. No tenía nada que enseñar ni nada que decir. Por primera vez fue consciente de la inmensidad de lo que había hecho. Durante toda su vida solo había deseado una cosa. ¿Qué iba a hacer ahora?

Les dio la espalda. A través de las ventanas, la brillante luz del sol le abrasaba los ojos. Los cerró con fuerza, intentando centrarse en la sensación de calor que invadía su rostro. Ahí fuera había una muchacha. Una muchacha que necesitaba su ayuda.

Su madre y su hermana seguían estando muertas. Y Mac tenía razón: nada de lo que hiciera cambiaría nada. ¿Qué diablos estaba intentando demostrar? ¿Que era tan capaz de autodestruirse como Mandy?

¿O quizá que, por una vez, deseaba hacer algo bien? Deseaba encontrar a aquella muchacha y sentirse feliz por un día, pues cualquier cosa tenía que ser mejor que este dolor que llevaba seis años soportando.

– Aquí pone Servicio de Investigación de Georgia -le estaba diciendo Levine a Mac.

– Sí, señora.

– Si la memoria no me falla, estamos en Virginia.

– Sí, señora.

– Ray no les hizo tantas preguntas, ¿verdad?

– Ray nos ayudó mucho en nuestra investigación. Agradecemos sus esfuerzos y nos complace que usted se haya ofrecido a hablar con nosotros.

Levine, que no se dejó engañar, se volvió hacia Kimberly.

– Supongo que usted no tiene credenciales.

Kimberly dio media vuelta.

– No, no las tengo -replicó, con voz monótona.

– Escuchen, en estos momentos debe de haber una temperatura de treinta y ocho grados a la sombra y, aunque no me gusta demasiado hacer trabajo de campo con este calor, esta es la profesión que he elegido. Por lo tanto, será mejor que empiecen a contármelo todo, pues no me hace ninguna gracia haber descuidado las obligaciones que me impone mi gobierno solo para hablar con unos candidatos a policía que, por lo que parece, están fuera de su jurisdicción.

– Estoy investigando un caso -replicó Mac, hablando con voz clara. El asesino comenzó sus andanzas en Georgia, donde atacó a ocho muchachas. Si quiere ver las fotografías, puedo enseñarle tantas como su estómago pueda soportar. Tengo razones para creer que ese hombre ahora, está operando en Virginia. El FBI está al tanto de lo ocurrido pero, para cuando logre descubrir quién hizo qué a quién, es muy probable que esa muchacha ya haya alimentado a diez osos durante toda una semana. Llevo años trabajando en este caso. Conozco a ese hombre. Y tengo razones legítimas para pensar que ha secuestrado a una joven y la ha abandonado en este parque. Sí, allí fuera hace calor. Sí, ella está perdida. Y no, no estoy dispuesta a quedarme de brazos cruzados esperando a que un puñado de federales cumplimente todos los papeles necesarios. Pretendo encontrar a esa joven, señora Levine, y la señora Quincy se ha ofrecido a ayudarme. Por eso estamos aquí hablando con usted. Y si eso le molesta, peor para usted porque es muy probable que esa joven esté en su parque… y le aseguro que necesita nuestra ayuda.

En el rostro de Kathy Levine se dibujó una expresión preocupada.

– ¿Tiene referencias? -preguntó por fin.

– Puedo darle el nombre de mi supervisor en Georgia.

– ¿Está al tanto de este caso?

– Me envió aquí para investigarlo.

– Si coopero con ustedes, ¿qué significará?

– No dispongo de jurisdicción en este estado, señora. Oficialmente hablando, no puedo ordenarle nada.

– Pero usted cree que la muchacha podría estar aquí. ¿Desde cuándo?

– Seguramente la abandonó durante el día de ayer.

– Ayer la temperatura alcanzó los treinta y ocho grados -comentó Levine.

– Lo sé.

– ¿Sabe si está equipada?

– Ese tipo secuestra a las muchachas durante la noche, a la salida de un bar. Como mucho llevará su bolso y ropa de fiesta.

Levine pestañeó un par de veces.

– Dios mío. ¿Y no es la primera vez que lo hace?

– Ha secuestrado a ocho jóvenes en Georgia y, de momento, solo una de ellas ha conseguido sobrevivir. Lo único que deseo es que ahora puedan ser dos.

– Disponemos de un equipo de búsqueda y rescate en el parque -anunció Levine-. Si… si usted tiene razones poderosas por las que creer que hay, digamos, una excursionista perdida en el área de Big Meadows y si usted informara de su desaparición, tendría autoridad para llamar al equipo.

Mac se quedó inmóvil. Aquella oferta era inesperada y desesperadamente necesaria. ¡Un equipo de búsqueda y rescate! ¡Diversas personas buscando a la joven! ¡Expertos que habían recibido la formación necesaria! En otras palabras, aquella era la primera oportunidad genuina de éxito que habían tenido en todo el día.

– ¿Está segura? -preguntó Mac-. Podría ser una búsqueda inútil. Podría estar equivocado.

– ¿Se equivoca con frecuencia?

– No en este tipo de cosas.

– En ese caso…

– Me gustaría informar de la desaparición de una excursionista -dijo Mac de inmediato.

– Permítame hacer una llamada -replicó la señora Levine.


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