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Capítulo 30

Parque Nacional Shenandoah, Virginia

02:43

Temperatura: 31 grados

Rainie y Mac seguían trabajando en el cuerpo de la víctima cuando Quincy apareció junto a ellos Los miró unos instantes antes de posar sus ojos en Kathy Levine y, entonces, les dedicó una mirada inquisidora.

– Es de los nuestros -explicó Rainie.

– ¿De verdad?

– Bueno, se arriesgó a organizar un equipo de búsqueda basándose simplemente en la corazonada de Mac y, en estos momentos, está recogiendo arroz del bolsillo de un cadáver Tú dirás.

Quincy arqueó una ceja y miró de nuevo a Levine.

– ¿Arroz?

– Blanco y crudo -dijo ella-. De grano largo Pero yo no soy cocinera, sino botánica, así que es posible que quiera una segunda opinión.

Quincy centró su atención en Mac, que estaba examinando con cautela el pie izquierdo de la joven.

– ¿Por qué arroz?

– Ojalá lo supiera.

– ¿Algo más?

– Lleva un collar una especie de frasco con un fluido de color claro Podría ser una pista También hemos encontrado nueve fragmentos de hoja diferentes, cuatro o cinco muestras de tierra, media docena de tipos de hierba, algunos pétalos de flores aplastados y montones de sangre -Mac señaló la pila de recipientes en los que habían guardado las pruebas-. Sírvase usted mismo Y le deseo buena suerte a la hora de determinar si proceden de la excursión de la muchacha por estos bosques o si fue él quien las dejó. Definitivamente, esta nueva estrategia está cambiando las cosas. ¿Qué ha ocurrido con Kimberly?

– La tienen los federales.

Al oír estas palabras, los tres levantaron la cabeza.

– Creo que ha habido un cambio de planes -explicó Quincy, esbozando una triste sonrisa.

– Quincy -dijo Mac-. Dígame de qué diablos está hablando.

Quincy miró a Rainie.

– Llegó el equipo del FBI, sin Kaplan y sin Watson. De hecho, no reconocí a ninguno de los agentes. Entraron y, al ver a Kimberly, se la llevaron para interrogarla. Me ordenaron que esperara delante del albergue.

– ¡Serán gilipollas! -explotó Rainie-. Primero no querían tener nada que ver con todo esto y ahora han montado su propio equipo y nadie más está autorizado a jugar. ¿Qué van a hacer? ¿Empezar desde el principio, a pesar de lo avanzado de la partida?

– Supongo que eso es exactamente lo que pretenden. De todos modos, recuerda que el FBI puede organizar una búsqueda bastante buena. Traerán operadores informáticos, escenógrafos, manipuladores de perros, equipos de búsqueda y rescate, expertos en topografía y pilotos de reconocimiento. En veinticuatro horas habrán instalado un centro de operaciones, los aviones analizarán la zona con fotografías infrarrojas y los voluntarios estarán ahí para ayudar. Tampoco es tan mala idea.

– Las fotografías infrarrojas son una verdadera estupidez en esta época del año -replicó Mac-. Nosotros ya lo intentamos y les aseguro que creíamos que cada maldita roca y cada maldito oso eran nuestro objetivo. De hecho, los ciervos también parecen humanos en esas fotografías. Al final teníamos cientos de objetivos distintos y ni uno solo de ellos era la muchacha desaparecida. Además, buscar en esta zona significa asumir que la siguiente víctima se encuentra en algún lugar de estos bosques, pero sé que no es así. Ese hombre nunca repite un lugar y, además, el objetivo principal de su juego consiste en ir incrementando su dificultad. Esa muchacha se encuentra en algún lugar distante y, lo crean o no, mucho más peligroso.

– A juzgar por lo que he visto de momento, es muy probable que tenga razón. -Quincy dio media vuelta y contempló el oscuro camino-. Supongo que los agentes federales tardarán unos diez minutos en llegar, y esa demora se debe a que Kimberly me ha prometido que no será sincera en sus respuestas. Sé que eso se le da bien. -Hizo una mueca y los miró-. Eso significa que durante los próximos diez minutos seguiré formando parte del caso y tendré cierta autoridad sobre las pruebas. Señora Levine, como botánica, ¿podría decirme si alguna de estas muestras está fuera de lugar?

– El arroz -respondió al instante.

– Me llevaré la mitad.

– Y el frasco con el fluido, quizá. Aunque podría tratarse de un objeto personal.

– ¿Tenemos un listado con las prendas que llevaban las jóvenes la última vez que fueron vistas?

– No -respondió Rainie.

– Me llevaré la mitad del fluido -musitó Quincy.

Mac asintió y al instante sacó un frasco de cristal del equipo de procesamiento de pruebas. Quincy advirtió que le temblaban un poco las manos. Quizá se debía a la fatiga o, quizá, a la rabia. Sabía por propia experiencia que no importaba, siempre y cuando siguieras cumpliendo con tu trabajo.

– ¿Por qué se lleva solo la mitad de las muestras? -preguntó Levine.

– Porque si me las llevara enteras, los agentes se darían cuenta de que faltaba algo, me harían preguntas y me vería obligado a devolvérselas. En cambio, si es evidente que no falta nada…

– Nadie preguntará nada.

– Y yo nunca les contaré la verdad -replicó Quincy con una sombría sonrisa-. ¿Y ahora qué más?

Levine señaló las diversas bolsas.

– La verdad es que no lo sé. La luz no es demasiado buena y no llevo ninguna lupa encima. Teniendo en cuenta el estado de esas hojas, yo diría que se le quedaron pegadas mientras se abría paso entre la maleza. Sin embargo, si no dispongo de más tiempo para analizar…

– El asesino suele dejar tres o cuatro pistas -dijo Mac.

– De modo que estamos pasando algo por alto.

– O lo está haciendo más difícil -sugirió Rainie.

Mac se encogió de hombros.

– Yo diría que el montón de falsos positivos que tenemos ya complican bastante el juego.

Quincy consultó su reloj.

– Disponen de cinco minutos. Examinen las pruebas y váyanse. Y Rainie, cariño, creo que será mejor que desconectes el teléfono móvil.

Mac terminó de analizar el pie y se acercó a la cabeza de la joven. La echó hacia atrás, le abrió la boca e introdujo un dedo enguantado en la cavidad.

– En dos ocasiones escondió pruebas en la garganta de la víctima -dijo, a modo de explicación. Giró la mano a la izquierda, después a la derecha y, dejando escapar un suspiro, movió la cabeza hacia los lados.

– Creo que tengo algo -anunció entonces Rainie-. ¿Podéis darme más luz? La verdad es que podría tratarse simplemente de caspa.

Quincy acercó la linterna y Rainie examinó el cabello de la joven. Los mechones parecían estar cubiertos por una fina capa de polvo. Mientras Rainie sacudía la cabeza de la víctima, nuevos restos cayeron sobre la bolsa de plástico que había colocado debajo.

Levine se acercó un poco más, cogió un poco de polvo entre sus dedos y lo olisqueó.

– No sé. No es caspa, pues la textura es demasiado arenosa. Casi… no sé.

– Guarden una muestra -ordenó Quincy, dirigiendo una vez más la mirada hacia el camino. Lo oyó de nuevo. Ya no estaban demasiado lejos. Podía oír pasos descendiendo por el sendero.

– Rainie… -murmuró, con voz tensa.

Ella se apresuró a guardar un poco de polvo en un frasco de cristal, lo tapó y lo guardó en el bolsillo trasero de su pantalón. Kathy ya tenía parte del arroz y Mac había escondido la mitad del fluido.

Ya se había puesto en pie cuando Quincy se dirigió a Levine.

– Si le preguntan, empezaron a trabajar en la escena bajo mis órdenes. Esto es lo que han encontrado y lo han catalogado según los procedimientos. Y en cuanto a mí, lo último que saben es que me vieron alejarme de la escena. Confíe en mí; no dirá ninguna mentira.

Los pasos se acercaban. Quincy le tendió la mano a la botánica.

– Gracias -le dijo.

– Buena suerte.

Quincy empezó a descender por la ladera y Rainie y Mac se apresuraron a seguirle. Levine les observó mientras la oscuridad les engullía. Enseguida se quedó completamente a solas.

– Por última vez, ¿cómo supieron que tenían que venir al parque? ¿Qué fue lo que les condujo a usted y al agente especial McCormack a Big Meadows y al cadáver de otra joven?

– Tendrá que preguntar al agente especial McCormack sobre sus razonamientos. A mí, personalmente, me apetecía venir de excursión.

– ¿De modo que descubrió el cadáver por arte de magia? ¿Su segundo cadáver en veinticuatro horas?

– Supongo que tengo un don.

– ¿Va a pedir otra baja por depresión? ¿Va a necesitar más tiempo para lamentarse, señorita Quincy, mientras encuentra los cadáveres que faltan?

Kimberly apretó los labios El «agente mezquino» -que se había presentado con su verdadero nombre, aunque hacía rato que había olvidado cual era- ya llevaba dos horas con esto. Él se había dedicado a atacar y ella a regatear Ninguno de ellos se lo estaba pasando demasiado bien y, de hecho, teniendo en cuenta lo avanzado de la hora y la falta de sueño, ambos estaban algo más que un poco hartos.

– Quiero agua -dijo Kimberly.

– En un minuto.

– He estado caminando cinco horas a casi cuarenta grados Deme agua o, cuando sea víctima de la deshidratación, le demandaré, acabaré con su carrera y le impediré conseguir la generosa pensión gubernamental con la que pretende costearse su jubilación ¿Está claro'?

– Su actitud no es demasiado buena para una persona que aspira a convertirse en agente -replicó Mezquino.

– Ya Tampoco les gustaba demasiado en la Academia Quiero mi agua.

Mezquino mantuvo el ceño fruncido Era evidente que intentaba decidir si debía ceder o no, cuando la puerta se abrió y entró en la sala el padre de Kimberly Resultaba extraño que, por primera vez en años, ella se alegrara realmente de verle., a pesar de que se habían separado hacía tan solo unas horas.

– El equipo médico te atenderá ahora -anunció Quincy.

Kimberly parpadeó vanas veces seguidas y entonces lo entendió.

– Oh, gracias a Dios Me duele todo.

– Espere un minuto -empezó Mezquino.

– Mi hija ha tenido un día muy duro No solo ha ofrecido su ayuda para encontrar a una mujer perdida sino que, como podrá ver si le mira los brazos y las piernas, lo ha hecho a expensas de un gran coste personal.

Kimberly sonrió a Mezquino Era cierto Tenía un aspecto terrible.

– Me metí de cabeza en una zona de ortigas -explicó alegre-. Y entre hiedra venenosa Y me estrellé contra una docena de árboles Por no hablar de lo que les hice a mis tobillos Oh sí, necesito atención médica.

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