– Tengo más preguntas -espetó Mezquino, con voz tensa.
– En cuanto haya sido atendida, estoy seguro de que mi hija estará encantada de cooperar.
– ¡Ahora no está cooperando!
– Kimberly -dijo su padre, reprendiéndola.
Ella se encogió de hombros.
– Estoy cansada, tengo calor y me duele todo el cuerpo ¿Cómo se supone que puedo pensar con claridad cuando me han sido negadas el agua y la atención médica adecuada?
– Tienes razón. -Quincy, que ya estaba cruzando la sala, la ayudó a levantarse de su silla metálica plegable-. De verdad, agente, sé que mi hija es una mujer muy fuerte, pero incluso usted debería saber que no se debe interrogar a nadie sin proporcionarle antes el tratamiento adecuado. Me la llevo con los médicos. Después podrá hacerle todas las preguntas que quiera.
– No sé…
Quincy ya había pasado el brazo derecho alrededor de la cintura de Kimberly y su mano izquierda sostenía el brazo que ella le había pasado por los hombros, como si necesitara apoyo con desesperación-. Vaya al puesto médico en media hora. Estoy seguro de que, para entonces, Kimberly estará lista y dispuesta a cooperar.
Quincy y Kimberly abandonaron la sala, él cargando en parte su peso y ella fingiendo una impresionante cojera.
Por si Mezquino les seguía, Quincy la llevó directamente al puesto de primeros auxilios. Mientras estuvo allí, Kimberly bebió agua, comió cuatro gajos de naranja y fue atendida por un médico… durante aproximadamente treinta segundos. Este le dio un bálsamo para las piernas y los brazos y, entonces, Quincy y su hija abandonaron el puesto médico y se internaron en una remota sección del aparcamiento.
Rainie les estaba esperando. Y también Mac. Cada uno en un vehículo.
– Sube al coche -le dijo Quincy-. Hablaremos durante el camino.