Литмир - Электронная Библиотека

Capítulo 41

Condado de Lee, Virginia

20:53

Temperatura: 35 grados

A la penumbra del atardecer, los murciélagos salieron de la cueva y se deslizaron ágilmente entre los árboles, haciendo que las luciérnagas se precipitaran hacia el suelo y que sus centelleantes luces se diseminaran. La humedad seguía siendo insoportable, pero ahora que el sol había descendido sobre el cielo y que los murciélagos danzaban en silencio sobre sus cabezas, las sombras habían adoptado una cualidad calmada y casi aplacadora.

Durante su infancia, a Kimberly y a su hermana les había encantado cazar luciérnagas. Solían correr por el jardín posterior con tarros de cristal, intentando capturar a aquellos veloces rayos de luz. A Mandy se le daba bastante mal, pero Kimberly era bastante buena. Entonces se sentaban alrededor de la mesa del jardín y alimentaban a las criaturas con tallos de césped recién cortado o brotes tiernos de diente de león. Y después las dejaban libres de nuevo, porque su madre no quería bichos en casa.

Ahora, Kimberly estaba sentada en el círculo que habían formado sus compañeros alrededor de una linterna Coleman. Sus rodillas y las de Mac se tocaban. Rainie y Quincy estaban discutiendo si debían ponerse en contacto con el juez de instrucción local, mientras Ray y su equipo permanecían a un lado, examinando el cadáver.

– Lo hemos hecho lo mejor que hemos podido -estaba diciendo Quincy-. Ahora tenemos que notificar la muerte al equipo encargado de la investigación.

– Eso solo les joderá -replicó Mac.

– ¿Por qué? ¿Porque hemos movido el cadáver, hemos destruido la cadena de custodia de pruebas y hemos hecho que la escena del crimen sea completamente inútil para los procedimientos de investigación básicos? -Quincy le dedicó una mirada irónica-. Sí, estoy seguro de que tendrán algo que decir sobre el tema.

– No estoy cuestionando lo que hemos hecho -dijo Quincy-. Lo único que intento es que regresemos a la realidad. Hallamos el cadáver, trajimos profesionales para que analizaran las pistas y ahora tenemos que empezar a pensar qué hacer a continuación. Espero que ninguno de vosotros sugiera que volvamos a dejar el cadáver en la cueva… o peor aún, que lo dejemos desatendido.

Todos se agitaron incómodos. Quincy tenía razón; ninguno de ellos había pensado en lo que debían hacer a continuación.

– Si nos ponemos en contacto con el equipo de investigación oficial, pasaremos el resto de la noche en la cárcel -comentó Kimberly-. Y eso contradice el propósito de venir aquí.

– Por supuesto. Pero considero que Mac y tú deberíais continuar. Rainie y yo esperaremos aquí a las autoridades pertinentes. Tarde o temprano, alguien tendrá que enfrentarse a los hechos.

Posó la mirada en Rainie.

– Si no le importa -dijo Ennunzio-, me gustaría continuar con ellos. Quiero estar cerca si el agente especial McCormack recibe otra llamada.

Mac echó un vistazo al teléfono móvil que llevaba colgado de la cintura e hizo una mueca.

– Es poco probable, teniendo en cuenta la potencia de señal que hay en este lugar.

– Sin embargo, a medida que nos acerquemos a la civilización…

– Yo también voy -dijo Nora Ray, mirando fijamente al doctor Ennunzio, como si le estuviera retando a negárselo.

– No es su responsabilidad -replicó Quincy-. Francamente, señorita Watts, si de verdad desea ayudarnos, lo mejor que puede hacer es regresar a casa. Sus padres deben de estar preocupados.

– Mis padres siempre están preocupados, incluso cuando estoy en casa. No pienso irme. Puedo ayudar y voy a quedarme.

Su tono de voz era firme y a ninguno de ellos les quedaban energías para discutir. Kimberly se volvió hacia Ennunzio y le miró con curiosidad.

– ¿Cómo conocía la existencia de esta cueva? Según Josh Shudt, la Caverna Orndorff no es exactamente una gruta ideal para practicar la espeleología.

– No después de lo que le hizo el aserradero -replicó Ennunzio-, pero hace veinte o treinta años era un lugar hermoso. -Se encogió de hombros-. Me crié en esta zona. Pasaba el tiempo libre corriendo por estas montañas y cavernas. Hace ya mucho tiempo de eso, pero me gusta pensar que recuerdo bien todos sus rincones. Y pensé que esos recuerdos podrían resultar de cierta ayuda. Apenas conozco el conjunto del estado, pero me he movido bastante por esta esquina de Virginia.

– ¿Tiene alguna idea de dónde puede haber dejado a la cuarta víctima? -preguntó Quincy, mirando a Mac.

El agente especial movió los hombros en círculo mientras reflexionaba.

– Veamos… ya ha estado en una base de los marines, en un parque nacional y en una caverna subterránea. Así que, ¿qué nos queda? La bahía de Chesapeake ocupa un puesto interesante en la escala de interés geológico. En alguna parte leí que se podía bucear por algunos embalses que se crearon inundando viejos pueblos mineros… y supongo que eso habrá despertado su interés. También hay diversos ríos. La última vez utilizó el Savannah.

– Hay dos cadenas montañosas importantes -dijo Ennunzio, pero Mac movió la cabeza hacia los lados.

– Ya ha estado en el bosque. Ahora buscará algo distinto.

– ¿Quizá en la línea costera? -sugirió Nora Ray, sin apartar los ojos de Ennunzio.

– Las playas de los alrededores están más pobladas que la costa de Georgia -dijo Mac-. Es una posibilidad, pero creo que buscará un lugar más remoto. Podemos consultarlo con Ray.

Le hizo un gesto con la mano y, al instante, el empleado del Instituto Cartográfico se acercó. Ray tenía el rostro pálido y cubierto por una suave capa de sudor. Ahora que había visto un cadáver, era evidente que le resultaba menos atractivo trabajar en un caso de asesinato.

– ¿Ha habido suerte? -le preguntó Mac.

– Un poco. Resulta difícil saber qué buscar en la chica…, el cadáver…, la víctima… El cuerpo -pareció decidir por fin-. Estuvo…, hum…, estuvo en el agua cierto tiempo y quién sabe qué pistas pueden haber sido eliminadas. Kathy ha encontrado una especie de hoja arrugada en el bolsillo de su vestido. En estos momentos la está intentando extraer sin dañarla pues, con esta humedad, el tejido se rompe con facilidad. Josh Shudt ha entrado a la caverna para examinar el anaquel y Lloyd está trabajando con las muestras de tierra que ha encontrado en los zapatos de la chica…, el cuerpo. Yo estoy intentando examinar el bolso, puesto que ustedes dijeron que el asesino a veces dejaba pistas en su interior.

– ¿Le han examinado la garganta?

– No había nada.

– Me pregunto si habrá algo en su estómago -murmuró Mac-. Con la primera muchacha, el mapa, el asesino hizo un gran alarde de imaginación y no estoy seguro de cómo habrá decidido obrar con sus siguientes víctimas. Quizá deberíamos examinarla por dentro.

Nora Ray se levantó al instante y se alejó de la luz de la linterna. Mac la observó alejarse, pero no se disculpó.

El rostro de Ray Lee Chee había adoptado una tonalidad verdosa.

– No va a…, hum… En ningún momento mencionó que tuviéramos que hacer algo similar.

– Necesitamos al juez de instrucción -dijo Quincy.

– No puede pedirle a un geólogo que haga el trabajo de un forense -replicó Rainie.

– Perfecto, porque creo que vomitaría -dijo Ray. Pero no solo lo creía, puesto que se alejó trazando un confuso círculo y, cuando regresó, estaba aún más pálido, pero con una expresión más firme-. Escúchenme, ya hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos, así que propongo que busquemos un hotel, descansemos unas horas e intentemos descifrar las pistas. Sé que el tiempo apremia, pero si queremos estar seguros de que no les enviamos a una búsqueda que solo resultará ser una pérdida de tiempo, es necesario que dispongamos de cierto tiempo para hacer las cosas bien.

– Usted es el jefe -dijo Mac-. Retírese a descansar con sus hombres, si eso es lo que quiere. Nosotros les seguiremos, pero Rainie y Quincy se quedarán aquí con el cadáver.

Ray asintió agradecido y regresó con su equipo.

No parecía haber mucho más que decir ni mucho más que hacer.

Quincy contempló el cielo.

– Todavía hay una chica más -murmuró-. Y ya ha oscurecido.

Tina despertó al oír sollozar a alguien. Tardó unos instantes en darse cuenta de que era ella.

El mundo estaba oscuro y sus ojos se negaban a enfocar. Por un instante sintió pánico. La inflamación le había sellado los párpados de nuevo…, o quizá se había quedado ciega. Entonces se dio cuenta de que la oscuridad no era absoluta, sino que simplemente había adoptado los intensos tonos púrpura de la noche.

Había pasado horas tendida en el barro. Levantó un brazo e intentó moverse, pero el conjunto de su cuerpo protestó. Sus músculos temblaban por el esfuerzo, le dolía la cadera izquierda y las costillas le palpitaban. Por un momento pensó que no sería capaz de conseguirlo, pero entonces giró sobre sí misma en el barro. Se apoyó en los brazos para incorporarse y empezó a ponerse en pie.

Al instante, el mundo empezó a girar. La muchacha avanzó tambaleante hacia la pared del pozo, arrastrando los pies por el denso barro y sujetándose a las enredaderas con desesperación, en busca de apoyo. Se inclinó demasiado a la izquierda, después dio un bandazo demasiado fuerte a la derecha y por fin consiguió tener ambas manos apoyadas contra la pared. Sentía calambres en su revuelto estómago. Se dobló con agonía e intentó no pensar en qué podía estar ocurriendo ahí dentro.

Gritó. Gritó en la soledad del pozo. Y eso fue lo único que pudo hacer.

Los recuerdos regresaron en fragmentos y pedazos. Su glorioso intento por convertirse en una araña humana y su menos gloriosa caída. Levantó los brazos de nuevo, extendió las piernas y las inspeccionó en busca de heridas. Técnicamente hablando, seguía estando ilesa.

Intentó dar un paso, pero su pierna derecha cedió y, al instante, toda ella se zambulló de nuevo en el barro. Lo intentó de nuevo, apretando los dientes, pero el resultado fue idéntico. Sus piernas estaban demasiado débiles. Su cuerpo ya no podía dar más.

Permaneció tumbada con la cabeza apoyada en el fresco y reconfortante barro, advirtiendo que el limo se deslizaba y burbujeaba a centímetros de su rostro. Entonces decidió que, quizá, morir tampoco estaría tan mal.

Si tan solo pudiera conseguir agua… Su boca, su garganta, su arrugado estómago… Su piel agrietada y supurante.

Tras contemplar el barro un minuto más, empezó a incorporarse sobre las manos y las rodillas.

87
{"b":"94110","o":1}