Quantico, Virginia
20:05
Temperatura: 36 grados
– Entonces, ¿qué tenemos? -preguntó Quincy.
Eran las ocho de la tarde y Rainie, el agente especial Kaplan, el supervisor Watson y él se habían reunido en un aula que casi nunca se utilizaba. Nadie parecía demasiado contento, en parte porque la mitad estaban agotados después de haber analizado la escena del crimen bajo aquel calor abrasador y, en parte, porque no tenían ninguna información que aportar a pesar de que ya llevaban catorce horas trabajando.
– Creo que tendríamos que seguir investigando a McCormack -insistió Kaplan-. Ya saben que en este trabajo no existen las coincidencias y el hecho de que estuviera aquí en el mismo momento en que uno de sus viejos casos se reavivara… En mi opinión, es demasiada coincidencia.
– No ha sido ninguna coincidencia; estaba planeado -replicó Rainie, irritada. Su opinión al respecto era muy clara-. Ya ha hablado con su jefe y sabe que McCormack nos ha contado la verdad.
– Todo el mundo protege a los suyos.
– ¿Está insinuando que el Servicio de Investigación de Georgia al completo está implicado en este crimen? ¿Hemos pasado de una simple coincidencia a una teoría de conspiración?
Quincy levantó la mano, deseoso de interrumpir aquella discusión antes de que empezara… una vez más.
– ¿Y qué hay del anuncio? -le preguntó a Kaplan.
– Según el director del Departamento de Asuntos Públicos, el anuncio llegó ayer con instrucciones de que fuera publicado hoy, pero el Quantico Sentry es una publicación semanal y su próxima edición no verá la luz hasta este viernes. Al director no le gustó el anuncio, pues consideraba que ocultaba un mensaje codificado, quizá relacionado con drogas, así que me lo envió.
Kaplan le pasó una copia del anuncio en cuestión, deslizándola sobre la mesa. Era un recuadro pequeño, de cinco por cinco centímetros, perfilado por un borde negro en cuyo interior había un bloque de texto. El texto rezaba: «Querido director, el reloj hace tictac… El planeta agoniza… Los animales lloran… Los ríos gritan. ¿Pueden oírlo? El calor mata…»
– ¿Por qué un anuncio? -preguntó Watson.
– El Quantico Sentry no publica cartas al director.
– ¿Cuáles son sus normas para la publicación de anuncios? -preguntó Quincy.
Kaplan se encogió de hombros.
– Se trata de un periódico civil que se publica con la colaboración del Departamento de Asuntos Públicos de esta base, de modo que cubre cualquier tema de actualidad local. Hay montones de anuncios de comerciantes locales, obras benéficas, servicios para el personal militar y demás. En realidad, no difiere demasiado de cualquier otro pequeño periódico regional. Para que el anuncio sea aceptado, tiene que estar impreso y se tiene que efectuar el pago de antemano.
– ¿De modo que nuestro hombre se tomó el tiempo necesario para conocer los requisitos de publicación y, sin embargo, no se dio cuenta de que no podría ser publicado hoy? -preguntó Watson, escéptico-. En mí opinión, ese tipo no es tan inteligente.
– Consiguió lo que quería -respondió Quincy-. Estamos leyendo el mensaje el día deseado.
– Por simple casualidad -replicó Watson.
– En absoluto. Ese hombre lo hace todo con un propósito. El Quantico Sentry es el periódico más antiguo del Cuerpo. Forma parte de su tradición y orgullo. Quería publicar en él su mensaje por la misma razón que se deshizo del cadáver en la base. Nos está acercando su crimen. Esta pidiendo a gritos nuestra atención.
– Además, encaja con el mismo patrón -prosiguió Rainie-. Hasta ahora teníamos el modus operandi del Ecoasesino, pero ahora también tenemos la carta. En mi opinión, nuestro siguiente paso es obvio.
– ¿Y cuál se supone que es? -preguntó Watson.
– ¡Llamar a McCormack! Volver a darle el caso, porque él conoce a ese tipo mejor que nosotros. Y como es muy probable que haya otra muchacha ahí fuera, creo que también deberíamos llamar a algunos expertos para, que examinaran una vez más el cadáver y esos pequeños detalles que dejó el asesino, como la serpiente de cascabel, la hoja y la roca. Vamos. Como dice el anuncio, el reloj hace tictac y ya hemos perdido el día entero.
– Los envié al laboratorio -replicó Kaplan.
– ¿Qué usted ha hecho qué? -preguntó Rainie, incrédula.
– Envié la roca, la hoja y… hum, los diversos fragmentos de serpiente al laboratorio criminalista de Norfolk.
– ¿Y qué diablos va a hacer con esos objetos un laboratorio criminalista? ¿Espolvorearlos en busca de huellas?
– No es mala idea…
– ¡Es una idea terrible! ¿No ha escuchado a McCormack? ¡Tenemos que encontrar a esa muchacha!
– ¡Basta! -Quincy habló con voz autoritaria desde el otro lado de la mesa, pero no sirvió de nada. Rainie ya se había levantado de la silla, con los puños cerrados, y Kaplan parecía estar igual de ansioso por pelear. Había sido un día muy largo. Abrasador, agotador, extenuante. El tipo de día que fomentaba las peleas en los bares y que obstaculizaba la cooperación entre casos de homicidio multijurisdiccionales.
– Debemos avanzar por dos caminos a la vez -dijo Quincy con firmeza-, de modo que cierren la boca, siéntese y préstenme atención. Rainie tiene razón. Tenemos que actuar deprisa.
Rainie volvió a sentarse muy despacio en su asiento. Kaplan la imitó y, a regañadientes, le prestó toda su atención.
– En primer lugar vamos a asumir que, quizá, ese hombre es el Ecoasesino. ¡Eh, eh, eh! -Kaplan ya estaba abriendo la boca para protestar, así que Quincy le dedicó la misma mirada severa que antaño solía utilizar con los nuevos agentes. El hombre guardó silencio al instante-. Aunque no tengamos la absoluta certeza, es evidente que este caso de homicidio coincide con un patrón previamente observado en Georgia. Teniendo en cuenta las similitudes, debemos considerar que hay otra muchacha secuestrada y, por lo tanto, debemos examinar las pruebas que hallamos en el cadáver como si fueran las piezas de un rompecabezas geográfico. -Miró a Kaplan.
– Puedo llamar a algunos expertos en botánica, biología y geología para que examinen lo que tenemos -dijo el agente especial, a regañadientes.
– Deprisa -dijo Rainie.
Kaplan le lanzó una mirada.
– Sí, señora.
Rainie se limitó a sonreír.
Quincy respiró hondo.
– En segundo lugar -continuó-, necesitamos ampliar nuestro campo de investigación. Al leer los sumarios de los casos de Georgia he tenido la impresión de que nunca supieron gran cosa sobre el asesino. Generaron un perfil y una lista de suposiciones, pero ninguna de ellas ha sido demostrada de forma alguna. Creo que deberíamos comenzar haciendo tabula rasa e ir generando nuestras propias impresiones sobre el crimen. Por ejemplo, ¿por qué el asesino dejó el cadáver en los terrenos de Quantico? Es evidente que se trata de un hombre que desea poner a prueba a las autoridades. Se siente tan invencible que se atreve a moverse por la agencia de investigación de élite de los Estados Unidos. También tenemos las diversas cartas al director, además de sus llamadas telefónicas al agente especial McCormack. Esto hace que nos planteemos diversas preguntas: ¿el asesino intenta reafirmar su sentimiento de poder y control, o se pone en contacto con los responsables de la ley con la esperanza de que lo atrapen, pues se siente culpable? ¿El informante anónimo es el asesino o alguien completamente distinto?
»Y en tercer lugar, debemos preguntarnos por qué el objetivo de su juego no son los marines ni el FBI, sino el agente especial McCormack.
– Oh, supongo que bromea -gruñó Kaplan.
Quincy le dedicó su fría y dura mirada.
– Imagine por un momento que el informante anónimo es el asesino y que, gracias a sus llamadas, ha conseguido traer al agente especial McCormack hasta Virginia. Eso significaría que el asesino pretendía atacar en esta zona y que, para poder empezar el juego, deseaba que el agente especial McCormack estuviera cerca. El anuncio del Quantico Sentry encaja en este patrón, pues el viernes el periódico habría sido distribuido por toda la base y, sin duda, McCormack habría comprendido que el juego había empezado.
Rainie parecía preocupada.
– Eso escaparía de lo normal -musitó.
– Lo sé. No es normal que un asesino fije como objetivo a un agente de la ley concreto, pero cosas más extrañas han ocurrido…, y como oficial al mando de la investigación, McCormack era el miembro más visible de los grupos de operaciones de Georgia. Si el asesino se identifica con un objetivo específico, es lógico que este sea McCormack.
– De modo que tenemos dos hipótesis -murmuró Rainie-: un psicópata corriente que intenta molestar a McCormack o un perturbado azotado por la culpabilidad que sigue asesinando a jóvenes, pero muestra señales de remordimiento. ¿Por qué ninguna de estas teorías me ayudará a dormir mejor esta noche?
– Porque en ambos casos se trata de un tipo letal. -Quincy se volvió hacia Kaplan-. Supongo que habrá pedido que analicen el anuncio del Quantico Sentry.
– Lo han intentado -replicó-, pero la verdad es que no hay mucho con lo que trabajar. El sello y el sobre son autoadhesivos, así que no hay restos de saliva. Tampoco se han encontrado huellas y, al tratarse de un anuncio impreso, no se puede analizar la caligrafía.
– ¿Y la forma de pago?
– Lo hizo en efectivo. Se supone que no se debe enviar dinero por correo pero, al parecer, nuestro asesino es un alma confiada.
– ¿Y el matasellos?
– De Stafford.
– ¿El pueblo de al lado?
– Sí, fue enviado ayer. Todos sus movimientos han sido locales. Un tipo de la zona asesina a una mujer y envía su mensaje.
Quincy arqueó una ceja.
– Es astuto. Ha hecho sus deberes. Bueno, el papel es un buen lugar por donde empezar. El doctor Ennunzio dijo que el GBI le había enviado el original de una carta al director. Me gustaría que le dejara también este anuncio, pues es posible que le proporcione cierta información que pueda cotejar.
Kaplan tuvo que reflexionar unos instantes.
– Podrá quedárselo una semana -dijo por fin-. Pero después, lo querré de vuelta en mi laboratorio.
– Su cooperación quedará convenientemente registrada -le aseguró Quincy.
Se oyeron unos golpes en la puerta. Quincy apretó los labios, frustrado por aquella intrusión ahora que por fin parecían estar avanzando, pero Kaplan ya se estaba poniendo en pie.