Parque Nacional Shenandoah, Virginia
03:16
Temperatura: 31 grados
Mac siguió las luces traseras del coche de Quincy, que les alejaron del frenético caos de Big Meadows y les internaron en la oscuridad de una carretera serpenteante iluminada tan solo por la luna y las estrellas.
Kimberly guardó silencio largo rato, al igual que Mac. Volvía a estar cansada, pero ahora de un modo distinto. Era el tipo de fatiga física que sentías tras un día largo y extenuante y pocas horas de sueño. El tipo de cansancio que más le gustaba. Le resultaba familiar. Y casi reconfortante. Siempre había forzado su cuerpo y siempre se había recuperado con rapidez. En cambio, sus destrozadas emociones…
Mac se inclinó y le cogió la mano. Momentos después, ella le estrujó los dedos entre los suyos.
– Me vendría bien un poco de café -dijo él-. Unos cinco litros.
– A mí me vendrían bien unas vacaciones. Unas cinco décadas.
– ¿Y qué tal una ducha fría?
– ¿Y qué me dices de aire acondicionado?
– Y ropa limpia.
– Y una cama blandita.
– Y una bandeja gigante de galletas de mantequilla mojadas en leche.
– Y una jarra de agua helada con rodajas de limón.
Ella suspiró. Él la imitó.
– No vamos a acostarnos en breve, ¿verdad? -preguntó en voz baja.
– Creo que no.
– ¿Qué ha ocurrido?
– No estoy seguro. Apareció tu padre y nos dijo que había llegado el equipo del FBI encargado del caso y que ya no estábamos invitados a la fiesta. Malditos sean los federales.
– ¿Han sacado a Rainie y a papá del caso? -preguntó Kimberly, incrédula.
– Todavía no. Probablemente ha ayudado el hecho de que ambos apagaran los teléfonos móviles y efectuaran una rápida retirada. De todos modos, parece que los federales están intentando volver a inventar la rueda y tu padre sabe que no hay tiempo para eso. Hemos estado trabajando con Kathy Levine para identificar qué objetos del cuerpo de la víctima podrían ser pistas y nos hemos llevado la mitad. Creo que esto nos convierte, oficialmente, en desertores. ¿De verdad deseas ser agente del FBI, Kimberly? Porque después de esto…
– Que se joda el FBI. Ahora cuéntame el plan.
– Trabajaremos con Rainie y con tu padre. Intentaremos encontrar a las dos muchachas que quedan, después buscaremos al hijo de puta que hizo todo esto y lo clavaremos a la pared.
– Eso es lo más bonito que he oído en toda la noche.
– Bueno -dijo él, con modestia-. Me esfuerzo.
Poco después, el coche de Quincy se detuvo en uno de los miradores panorámicos y Mac le siguió. Debido a lo avanzado de la hora, no había otros coches en las proximidades y se encontraban lo bastante lejos de Skyline Drive como para ser invisibles desde la carretera. Los cuatro salieron de sus respectivos vehículos y se reunieron alrededor del capó del coche de alquiler de Mac.
La noche seguía siendo caliente y pesada. Los grillos cantaban y las ranas croaban, pero incluso esos sonidos sonaban apagados. Era como si todo permaneciera en silencio, expectante. Debería haber rayos y truenos. Vendría bien una impresionante tormenta de esas que caían durante el mes de julio, que trajera consigo lluvia purificante y temperaturas más frescas. Sin embargo, la ola de calor se cernía sobre ellos, cubriendo el mundo con una pegajosa humedad y silenciando a la mitad de las criaturas de la noche.
Quincy se había quitado la chaqueta, se había aflojado la corbata y se había arremangado.
– De modo que tenemos tres pistas posibles -dijo, intentando comenzar una conversación-. Un frasco de líquido, arroz y el polvo que cubría el pelo de la víctima. ¿Alguna idea?
– ¿Arroz? -preguntó Kimberly.
– Sin cocinar, blanco, de grano largo -le informó Mac-. Al menos, eso es lo que dijo Levine.
Kimberly movió la cabeza hacia los lados.
– Eso no tiene sentido.
– Le gusta complicar las cosas cada vez más -replicó Mac-. Bienvenida a las reglas del juego.
– ¿A qué distancia cree que se encuentran las otras dos muchachas? -preguntó Rainie-. Si ese tipo secuestró a diversas chicas, es posible que la primera víctima hable por las otras tres. Al fin y al cabo, solo es un hombre y tiene una cantidad de tiempo limitada para hacerlo todo.
Mac se encogió de hombros.
– No estoy seguro de su nueva forma de actuar. Puedo decirle que en Georgia se movía por todas partes. Comenzó en un parque estatal famoso por su garganta de granito, después se desplazó a los campos de algodón, después a la ribera del río Savannah y por último a las marismas saladas de la costa. Cuatro regiones claramente distintas del estado. Aquí, como usted bien dice, existen ciertos asuntos prácticos que le limitan a la hora de deshacerse de los cuerpos, sobre todo si tiene que hacerlo en menos de veinticuatro horas.
– La logística necesaria para transportar diversos cuerpos es complicada -comentó Quincy.
– Es probable que el vehículo elegido sea una furgoneta, pues esta ofrece la posibilidad de esconder a las mujeres secuestradas, inyectarles veneno en las venas y llevarlas al lugar elegido. En este caso habrá necesitado bastante espacio, teniendo en cuenta que se llevó a cuatro mujeres.
– ¿Cómo se las habrá apañado para secuestrar a cuatro jóvenes a la vez? -murmuró Kimberly-. Se supone que al menos una de ellas intentaría pelear.
– Dudo que tuvieran ninguna oportunidad. Su método de emboscada preferido consiste en utilizar una pistola de dardos. Se acerca al coche, les dispara ketamina de efecto rápido y ellas se sumergen en la tierra de los sueños antes de poder protestar. Si se acerca otro coche, puede fingir ser el conductor de cuatro jóvenes que han bebido demasiado. Entonces, en cuanto deja de haber moros en la costa, las mete en su furgoneta, les inyecta más ketamina para que sigan estando inconscientes durante el tiempo necesario e inicia la segunda fase de su plan maestro. No es un asesino brillante, pero es evidente que hace bien su trabajo.
Todos asintieron con tristeza. Sí, no cabía duda de que ese hombre hacía bien su trabajo.
– Rainie me ha dicho que ha recibido una nueva llamada -le dijo Quincy a Mac.
– Sí, en la escena. El tipo que llamó me juró que no era el asesino. Se puso furioso cuando le acusé de los crímenes y me dijo que solo intentaba ayudar y que lamentaba que hubieran muerto más chicas. No quiso decirme su nombre ni el del asesino, pero me aseguró que él era un tipo decente.
– Ese hombre miente -dijo Quincy, con voz monótona.
– ¿De verdad lo cree?
– Piense en las dos últimas llamadas. La primera la recibió la noche antes de que encontraran a la primera víctima…, por casualidad, más o menos en el mismo momento en que el asesino debía de estar tramando su emboscada o, quizá, cuando ya había secuestrado a las jóvenes. La segunda la ha recibido esta noche, cuando estaba en la escena del crimen de la segunda víctima. Creo que el agente especial Kaplan lo consideraría una sospechosa coincidencia.
– ¿Cree que el Ecoasesino está cerca? -preguntó Mac.
– A los asesinos les gusta mirar. ¿Por qué este tipo iba a ser diferente? Además, ha dejado un rastro de migajas para que lo sigamos, así que quizá también le gusta seguir nuestros avances. -Quincy suspiró y se apretó el puente de la nariz-. Antes dijo que el servicio de investigación de Georgia había intentado encontrar al Ecoasesino. Rastrearon las drogas utilizadas, establecieron el perfil estándar de las víctimas e investigaron a veterinarios, excursionistas, campistas, amantes de los pájaros y todo tipo de personas a las que les gusta la vida al aire libre.
– Sí.
– Y crearon un perfil. Según este, el asesino es un varón de raza blanca, con una inteligencia superior a la media y, probablemente, un trabajo mediocre. Viaja con frecuencia, tiene habilidades sociales limitadas y tendencia a estallar en cólera cuando se siente frustrado.
– Eso es lo que nos dijo el experto.
– Hay dos cosas que me sorprenden -continuó Quincy-. La primera es que creo que ese tipo es más listo de lo que ustedes creen, pues, por definición, este juego les obliga a centrar su atención inmediata y sus recursos en encontrar a la segunda víctima y no al asesino.
– Bueno, al principio…
– Un rastro se enfría, Mac. Todos los detectives lo saben. Cuanto más tiempo pasa, más difícil resulta encontrar al sospechoso.
Mac asintió a regañadientes.
– Sí, de acuerdo.
– Y en segundo lugar, ahora sabemos algo muy interesante que ustedes no sabían.
– ¿Qué?
– Que ese hombre tiene acceso a la base de los marines de Quantico… y eso estrecha el círculo de sospechosos a un grupo de personas relativamente pequeño del estado de Virginia. Se trata de una pista que no debemos desperdiciar.
– ¿Cree que ha hecho esto un marine o un agente del FBI? -preguntó Mac, con el ceño fruncido.
Quincy tenía una mirada distante en los ojos.
– Todavía no lo sé, pero el cadáver que dejó en Quantico y las llamadas telefónicas que le ha hecho… Sé que ahí hay algo importante, pero todavía no sé de qué se trata. ¿Podría transcribir la conversación que ha mantenido con él esta noche? ¿De forma literal, incluyendo todos los comentarios que haya hecho el informante? El doctor Ennunzio querrá leerlo.
– ¿Crees que todavía va a ayudarnos? -preguntó Kimberly.
– Estás dando por sentado que sabe que nos han retirado el caso. -Quincy se encogió de hombros-. Es un académico de oficina; los agentes de campo nunca se acuerdan de informar de estas cosas a sus colegas. Ellos viven en su mundo y los de la Unidad de Ciencias de la Conducta viven en el suyo. Además, vamos a necesitar su ayuda. De momento, esas cartas y esas llamadas son la única prueba directa que tenemos del Ecoasesino. Si queremos romper este patrón, debemos identificarle. De lo contrario, no estaremos tratando la enfermedad, sino solo los síntomas.
– Supongo que no va a abandonar a esas dos chicas -dijo Mac, con aspereza.
– Sí que voy a hacerlo -respondió Quincy con voz calmada-. Pero usted no.
– ¿Divide y vencerás? -preguntó Rainie.
– Exacto. Mac, usted y Kimberly se centrarán en la búsqueda de esas muchachas. Rainie y yo proseguiremos con la búsqueda del asesino.
– Podría ser peligroso -dijo Mac.
Quincy se limitó a sonreír.
– Por eso me llevo a Rainie conmigo. Pretendo que solo intente acercarse a ella.