Nuevos olfateos. Dos zarpas gigantescas rastrillaron un lado del agujeró. La presa se encontraba a demasiada profundidad y el terreno no era manejable. El oso retrocedió, dejando escapar un gruñido. Si la criatura subía, lo intentaría de nuevo, pero mientras tanto había otras cosas buenas que comer en la oscuridad.
El hombre no dormía. A las dos de la madrugada empezó a empaquetar sus cosas. Ahora tenía que moverse deprisa. Podía sentir la oscuridad que se congregaba en los bordes de su mente. El tiempo se volvía más fluido, los momentos se deslizaban entre sus dedos y desaparecían en el abismo.
La presión aumentaba en la base de su cráneo. Podía sentirlo, una verdadera presencia física en lo alto de su columna, un nuevo zarcillo que empezaba a presionar el canal interno de su oído izquierdo. Estaba bastante seguro de que se trataba de un tumor. Ya había tenido uno, hacía años, cuando el tiempo había empezado a desvanecerse por primera vez. ¿Lo que había perdido al principio habían sido solo minutos? Ya ni siquiera podía recordarlo.
El tiempo se volvía más fluido y los agujeros negros invadían su vida. Le habían extirpado un tumor, pero había aparecido otro nuevo para devorar su cerebro. Probablemente, en estos momentos era del tamaño de una uva. O puede que incluso de una sandía. De hecho, era posible que su cerebro ya ni siquiera fuera un cerebro, sino una gigantesca masa maligna de células que se dividían de forma constante. No le cabía ninguna duda. Eso explicaría los malos sueños y las noches sin dormir. También revelaría la razón por la que el fuego le llegaba ahora con tanta frecuencia, obligándole a hacer cosas que sabía que no debía hacer.
Advirtió que volvía a pensar en su madre. Su rostro pálido, sus hombros delgados y encorvados. También pensaba en su padre, en su forma de moverse por la pequeña cabaña del bosque.
«Un hombre tiene que ser duro, muchachos, un hombre tiene que ser fuerte. No escuchéis nunca a nadie que trabaje para el gobierno, pues ellos solo desean convertirnos en personas dependientes e incapaces de opinar, que no saben vivir sin ayudas federales. Nosotros no somos así, muchachos. Nosotros tenemos tierras. Y mientras conservemos nuestras tierras, siempre seremos fuertes».
Y él era lo bastante fuerte para golpear a su esposa, maltratar a sus hijos y retorcerle el pescuezo al gato. Era lo bastante fuerte y vivía en un lugar lo bastante aislado para hacer lo que le diera la gana sin que ningún vecino oyera los gritos.
Las oscuras nubes de tormenta se estaban congregando, rugían. Ahora estaba sentado, atado a la silla, mientras su padre ataba a su hermano, su madre lavaba los platos y su padre les decía que enseguida les tocaría a ellos Ahora, su hermano y él estaban escondidos debajo del porche delantero, planeando su gran huida; sobre sus cabezas, su madre lloraba y su padre le decía que entrara a limpiarse la maldita sangre que ensuciaba su rostro Y ahora era medianoche y su hermano y él se estaban escabullendo por la puerta principal, en el último momento se habían girado y habían visto a su madre, pálida y silenciosa a la luz de la luna Marchaos, decían sus ojos Escapad mientras podáis. Lágrimas silenciosas surcaban sus magulladas mejillas Ellos habían regresado al interior y ella los había abrazado con fuerza, como si fueran la única esperanza que le quedaba.
Y en aquel momento había sabido que odiaba a su madre tanto como la amaba. Y había sabido que ella compartía ese mismo sentimiento con su hermano y con él. Eran cangrejos apiñados en el fondo de un cubo, subiéndose los unos sobre los otros de forma que, nunca, ninguno de ellos lograra quedar en libertad.
El hombre osciló sobre sus piernas. Sentía que la oscuridad se aproximaba y que su cuerpo se tambaleaba al borde del abismo. El tiempo se deslizaba entre sus dedos.
El hombre se giró, golpeó la pared con el puño y dejó que el dolor le obligara a regresar a la realidad. La sala volvió a enfocarse. Los oscuros puntos abandonaron sus ojos. Bien.
El hombre se dirigió a su vestidor y cogió la pistola.
Y se preparó para lo que ocurriría a continuación.