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Ahora avanzaban más despacio, pues el límite de velocidad era de treinta y cinco kilómetros por hora. Ninguno de los dos protestó, porque de repente había millones de cosas que ver y apenas el tiempo suficiente para verlas. Los hierbajos bordeaban el serpenteante camino, salpicados de flores amarillas y blancas. Más allá, entre los árboles, los helechos creaban una gruesa moqueta verde y suntuosos robles y majestuosas hayas entrelazaban sus ramas en lo alto, rompiendo el sol en una docena de piezas de oro. Una mariposa amarilla pasó a toda velocidad ante ellos. Al oír jadear a Kimberly, Mac volvió la cabeza y vio que un cervatillo y su madre cruzaban la carretera a sus espaldas.

Dos pinzones amarillos jugaban al pilla-pilla en un bosquecillo de pinos. Minutos después llegaron al primer mirador, donde los árboles retrocedían y la mitad del estado de Virginia se mostraba una vez más ante ellos.

Mac necesitaba parar. No era la primera vez que se encontraba en un lugar como este, pero en ocasiones un hombre sentía la necesidad de sentarse a mirar. Kimberly y él se embebieron de aquel panorama de bosques esmeralda, salpicados de piedras grises y flores salvajes de brillantes colores. Las montañas Blue Ridge realmente sabían ofrecer un buen espectáculo.

– ¿Crees que de verdad es ecologista? -preguntó Kimberly en un murmullo.

Mac no tuvo que preguntarle a quién se refería.

– No estoy seguro, aunque siempre elige lugares de grandes dimensiones.

– El planeta agoniza -dijo ella, con voz suave-. Mira a la derecha. Hay extensiones de abetos muertos, probablemente por el pulgón lanígero, que está infestando tantos y tantos bosques. Aunque estas montañas pertenezcan a un parque natural protegido, ¿cuánto tiempo crees que estará a salvo el valle que se extiende ante nosotros? Algún día, esos campos se dividirán y todos esos árboles distantes se convertirán en centros comerciales que alimentarán a los hambrientos consumidores. Antaño, la mayor parte de los Estados Unidos tenía un aspecto parecido, pero ahora tienes que conducir cientos de kilómetros para encontrar paisajes de semejante belleza.

– Es el progreso.

– Eso es solo una excusa.

– No -replicó Mac-, Y sí. Todo cambia. Las cosas mueren. Probablemente, deberíamos estar preocupados por nuestros hijos. De todos modos, sigo sin saber qué tiene eso que ver con el hecho de que un hombre se dedique a matar a mujeres inocentes. Quizá al Ecoasesino le gusta pensar que es diferente. Quizá tiene un poco de conciencia y le molesta matar por el simple hecho de matar. Sin embargo, sus cartas y sus comentarios sobre el medio ambiente. La verdad es que creo que todo eso no es más que un montón de mierda que se inventa para permitirse hacer lo que realmente desea: secuestrar y asesinar a esas muchachas.

– En psicología aprendimos que existen muchas razones distintas por las que la gente se comporta de cierta forma. Y esto también se aplica a los asesinos. A algunos, es su ego lo que les impulsa a matar. Su ego superdesarrollado les obliga a anteponer sus necesidades a todo lo demás y les impide poner límites a su conducta. Algunos ejemplos son el asesino en serie que mata porque le gusta sentirse poderoso, el niño que aprieta el gatillo porque le apetece o el agente de bolsa que se carga a su amante después de que esta le haya amenazado con contárselo todo a su esposa; y la mata porque realmente cree que su deseo de seguridad es más importante que la vida de otra persona. Pero también existe otro tipo de asesino: el asesino moral. Se trata del fanático que entra en una sinagoga y empieza a disparar a diestro y siniestro porque cree que es su obligación. O aquel que dispara a los médicos que practican abortos porque considera que lo que hacen es pecaminoso. Esas personas no matan para satisfacer a su niño interior, sino porque creen estar haciendo lo correcto. Puede que el Ecoasesino entre en esta categoría. Mac arqueó una ceja.

– ¿De modo que esas son nuestras únicas opciones? ¿Perturbados inmaduros por un lado y perturbados justicieros por el otro?

– Técnicamente hablando, sí.

– De acuerdo. ¿Quieres que hablemos de psicología? Yo también sé jugar a eso. Creo que fue Freud quien dijo que todo lo que hacemos comunica algo sobre nuestra forma de ser.

– ¿Conoces a Freud?

– Eh, no te dejes engañar por mi atractivo físico, bonita. Tengo cerebro en la cabeza. Según Freud, la corbata que eliges, el anillo que llevas o la camisa que compras dice algo sobre ti. Nada es aleatorio; todo lo que hace tiene una intención. Bien, centrémonos ahora en lo que hace ese tipo. Siempre secuestra a mujeres que viajan en pareja y que fueron vistas por última vez saliendo de un bar. ¿Por qué lo hace? En mi opinión, los asesinos que actúan como terroristas atacan a personas que profesan ciertas creencias, pero les da igual que sus objetivos sean hombres, mujeres o niños. El asesino moral ataca al médico que practica abortos por su profesión, no por su sexo. Sin embargo, nuestro hombre lleva a sus espaldas ocho crímenes en Georgia… y dos más si consideramos que también ha actuado aquí. En todos los casos, ha escogido como víctimas a jóvenes universitarias que una noche salieron a tomar algo. ¿Qué nos dice eso sobre él?

– Que no le gustan las mujeres -respondió Kimberly en voz baja-. Especialmente las que beben.

– Las odia -continuó Mac-. Son mujeres libertinas, mujeres desinhibidas… no sé cómo las categoriza en su mente, pero es evidente que las odia. Ignoro el motivo, y es posible que ni siquiera él lo sepa. Quizá cree que realmente lo hace por el medio ambiente, pero si nuestro hombre; realmente pretendiera salvar el mundo, existiría cierta variedad entre sus víctimas. Sin embargo, solo ataca a mujeres. Y punto. En mi opinión, eso les convierte en otro tipo de perturbado muy peligroso.

– ¿No crees en los perfiles?

– Kimberly, hace cuatro años que tenemos su perfil. Pregúntale a esa pobre chica de la morgue si nos ha sido de alguna ayuda.

– Es un pensamiento amargo.

– Realista -replicó él-. Ningún hombre trajeado va a resolver esté caso en las oficinas. Este caso solo puede resolverse aquí, deambulando por las montañas, sudando a mares y esquivando serpientes de cascabel, porque eso es lo que quiere el Ecoasesino. Odia a las mujeres, pero cada vez que dejaba una de sus víctimas en un terreno peligroso, también nos apunta a nosotros A los agentes de la ley. A los equipos de búsqueda y rescate. Pues somos nosotros quienes tenemos que andar por estas colinas y sudar a mares… y estoy seguro de que lo sabe.

– ¿Alguna vez ha resultado herido algún miembro de los equipos de rescate?

– Demonios, sí. En la Garganta Tallulah hubo diversas caídas y extremidades rotas, dos voluntarios sufrieron un golpe de calor en el campo de algodón y durante nuestra maravillosa búsqueda por el río Savannah, un tipo tuvo que vérselas con un caimán y otros dos fueron mordidos por víboras.

– ¿Alguna baja?-preguntó ella.

Mac contempló el vasto y profundo terreno.

– Todavía no, preciosa -murmuró.


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