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Levine todavía tenía asuntos que tratar con los forenses, de modo que los tres se retiraron, dejando a Mac y Rainie solos junto al cadáver.

– ¿Dónde está Quincy? -preguntó Mac.

– Me dijo que necesitaba mantener una conversación paternal con Kimberly. Al ver su cara preferí no entrometerme.

– ¿Discuten mucho?

– Solo porque se parecen demasiado. -Se encogió de hombros-. Algún día se darán cuenta.

– ¿Qué me dice sobre Kaplan y Watson? ¿Van a unirse al grupo o no les han permitido abandonar la base?

– Todavía no lo sé. Watson trabaja a jornada completa en la Academia, de modo que, aunque el FBI por fin se haya decidido a formar un equipo para investigar este caso, es posible que prefiera no involucrarle personalmente. Kaplan es el investigador jefe del homicidio de Quantico, de modo que tiene tiempo de sobra para ocuparse del caso, pero carece de jurisdicción. Sin embargo, como es un hombre de recursos, supongo que en una hora o dos se pondrá en marcha y aparecerá rodeado de agentes del NCIS. ¿No cree que somos las personas más afortunadas del planeta? -Deslizó la mirada hacia la bolsa de plástico negro, cuyo contenido estaba bien iluminado por uno de los focos alimentados por un generador-. ¡Joder!

– Recibió dos docenas de mordeduras -dijo Mac-. Como mínimo. La pobre debió de dirigirse directamente hacia el nido y no tuvo ninguna oportunidad.

– ¿Y su bolso? ¿Y la garrafa de agua?

– Todavía no han aparecido, pero tampoco sabemos en qué lugar fue abandonada. A la luz del día podremos encontrar su rastro y seguirlo. Probablemente encontraremos sus cosas durante el camino.

– Parece extraño que se deshiciera del agua.

Mac se encogió de hombros.

– Con este calor, un galón apenas es suficiente para cuatro horas. Ella llevaba aquí al menos veinticuatro, así que…

– Así que, aunque este tipo juegue bien, es un verdadero cabrón. -Rainie se enderezó-. Bueno, ¿quiere que le cuente primero la buena noticia o la mala?

Mac guardó silencio unos instantes. Rainie advirtió que su mandíbula era ahora más huesuda y que habían aparecido nuevas arrugas en su frente. Era obvio que se había esforzado al máximo. Sin embargo, ni siquiera parpadeaba.

– Si de verdad da igual, creo que prefiero empezar por la buena.

– Puede que sepamos su nombre. -Rainie sacó la libreta de espiral del bolsillo trasero de su pantalón y empezó a pasar las páginas. Entonces, observó una vez más el cadáver-. Morena, veinte años de edad, ojos marrones, con una marca de nacimiento en la parte superior del pecho izquierdo…- se inclinó, guardando silencio, y miró de reojo a Mac. El agente ya había apartado la mirada, gesto que Rainie agradeció. Era incapaz de comprender que algunas personas manipularan los cadáveres como si fueran simples muñecas. Aunque estuviera muerta, aquella muchacha tenía una familia, una vida y personas que la amaban profundamente. No había ninguna necesidad de faltarle al respecto de un modo innecesario.

Con suma cautela, desabotonó la parte superior de la blusa de la joven y tuvo que moverle la cabeza para que la luz del foco pudiera iluminar el punto que buscaba. Entonces pudo ver, asomando por el borde de su sujetador negro de satén, una marca de nacimiento de color marrón oscuro en forma de trébol.

– Sí -dijo Rainie en voz baja-. Es Vivienne Benson. Estudiaba en la Universidad Mary Washington de Fredericksburg y durante el verano trabajaba para su tío. Cuando ayer no se presentó al trabajo, el hombre llamó a su casera, que fue a su apartamento y lo encontró vacío… Bueno, solo estaba el perro, aullando desesperado por salir. La mujer se apiadó del pobre animal y después llamó a la policía. Según ella, ni Vivienne ni su compañera de piso, Karen Clarence, serían capaces de salir la noche entera. Sobre todo por el perro, al que querían con locura.

– ¿Karen es rubia?

– No, morena.

Mac frunció el ceño.

– El cadáver que encontramos en Quantico tenía el cabello rubio.

– Lo sé.

– ¿No era Karen Clarence?

– No. Era Betsy Radison. Su hermano la identificó hace unas horas.

– Rainie, en estos momentos estoy un poco cansado. ¿Podría apiadarse de un extenuado agente del servicio de investigación de Georgia y empezar a contarme la historia desde el principio?

– Me encantaría. Resulta que la casera ha sido una verdadera fuente de información. Hace un par de noches, estaba sentada a la fresca cuando Vivienne y Karen bajaron las escaleras a esperar a que las pasaran a recoger. Según dice, Viv y Karen se montaron en un coche con otras dos compañeras de universidad y las cuatro se dirigieron a un bar de Stafford.

– ¿Las cuatro?

– Con Betsy Radison y Tina Krahn, que también viven en Fredericksburg y asisten a los cursos de verano. Las cuatro muchachas salieron el martes por la noche en el Saab descapotable de Betsy. Desde entonces, nadie las ha vuelto a ver. Esta misma noche, la policía de Fredericksburg ha entrado en el apartamento de Betsy y Tina, pero lo único que han encontrado ha sido una docena de mensajes de la madre de Tina Krahn en el contestador. Al parecer, no le gustó la última conversación que mantuvo con su hija y, desde entonces, la ha llamado un montón de veces para hablar con ella.

– Tengo que sentarme -dijo Mac. Se separó del cadáver de Vivienne Benson, encontró un tronco cortado y se dejó caer sobre su tosca forma como si de repente sus piernas ya no pudieran sostenerle. Entonces deslizó una mano por su empapado cabello repetidas veces-. Tendió una emboscada a cuatro jóvenes al mismo tiempo -dijo por fin, intentando asimilar aquella espantosa idea-. Se deshizo de Betsy Radison en Quantico y abandonó aquí a Vivienne Benson. Eso significa que todavía tenemos que buscar a Karen Clarence y Tina Krahn, a quienes podría haber llevado… ¡Maldita sea! ¡La hoja de abedul gris! Me pareció que era una pista demasiado fácil viniendo de él, pero por supuesto… No era ningún final, sino un extraño principio.

– Como dijo Quincy, los asesinos en serie tienden a incrementar el grado de violencia de sus crímenes.

– ¿Ha publicado alguna carta al director? -preguntó.

– Bueno, más que una carta, un anuncio en el Quantico Sentry.

– ¿El periódico de los marines? -Mac frunció el ceño-. ¿El que se distribuye por toda la base?

– Sí. Tenemos el original que envió, pero no revela demasiado en lo que respecta a pruebas forenses. Quincy se lo ha enviado al doctor Ennunzio para que analice el texto.

– ¿Se han reunido con el lingüista forense? Diablos, han estado muy ocupados.

– Lo intentamos -replicó Rainie, con modestia-. Usted no tardará demasiado en verle, pues Quincy ha solicitado que Ennunzio se una al equipo de investigación. Ambos sostienen la teoría de que la persona que le llamaba no era un informante anónimo, sino el propio asesino. Sin embargo, todavía no han conseguido averiguar por qué lo hace.

– La persona que me llama no lo hace para regodearse. Si realmente me estuviera llamando el Ecoasesino, ¿no cree que habría intentado acreditarse la autoría de esas muertes?

– Bueno, puede que sí y puede que no. Existen diversas teorías. La primera es que se siente culpable por lo que hace y solo intenta conseguir que usted le detenga. La segunda es que está mentalmente incapacitado y por eso repite su mensaje una y otra vez. La tercera es que usted también forma parte de este juego e intenta atraerle hacia el bosque, como hace con sus víctimas. Observe el cadáver, Mac. ¿Está completamente seguro de que usted no podría haber acabado así?

– Kimberly ha estado a punto de conocer el mismo destino -replicó él, en voz baja.

La expresión de Rainie se volvió muy gentil.

– Lo sé… Y entonces él también habría ganado, ¿verdad? Pase lo que pase, él ganará.

– Hijo de puta.

– Sí.

– Creo que ya soy demasiado viejo para esta mierda, Rainie -dijo. Y en el mismo instante en que finalizó la frase, su teléfono empezó a sonar.


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