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¿Cómo demonios…?

Detrás de mí oigo que se abre la puerta del Despacho Oval. Barbara me anuncia:

– Ya está listo. Pueden pasar.

Simon se va directo a la puerta, pasando por delante de mí. Yo lo sigo sintiéndome como a punto de vomitar.

– ¿Qué tal ha ido? -me pregunta Pam.

Estoy de pie frente a su mesa.

– No lo sé, fue como si… -Su teléfono suena e interrumpe mi pensamiento.

– Espera un momento -dice, descolgando-. Aquí Pam. Sí. No, ya lo sé. Lo tendrá la semana próxima. Estupendo. Gracias. -Cuelga y me mira-. Perdona… decías que…

– Es difícil de explicar. Cuando apareció Simon, pen…

El teléfono vuelve a interrumpirme.

– No te preocupes, que suene -me dice Pam.

Estoy a punto de continuar cuando la veo mirar el identificador de la llamada. Conozco esa expresión de susto en su cara. Es una llamada importante.

– No importa -digo-. Cógelo.

– Sólo será un minuto -promete, mientras descuelga el auricular-. Aquí Pam. Sí, yo… ¿qué? No… no lo hará. Prometo que no. -Escucha durante un largo rato. Esto va a durar más de un minuto.

– ¿Por qué no vuelvo más tarde? -le susurro.

– Lo siento muchísimo -me dice sin palabras pero tapando el auricular.

– No te preocupes. No tiene importancia.

Al salir del despacho de Pam procuro decirme a mí mismo que eso es verdad. Y al cruzar la antesala, decido llamar a Trey, que probablemente siga enfadado conmigo. Mientras voy a mi despacho, veo un par de calzoncillos blancos Fruit-of-the-Loom colgados del pomo. Sobre ellos, un cartelito impreso en la láser:

Bien venido a casa, Maestro del Informe.

Besos de Mariposa.

Todas tus adoradoras.

Quito los calzoncillos y abro la puerta. Dentro, todavía es peor. Encima del sillón, tapando el canapé, colgando de las lámparas y de los cuadros, por todas partes hay ropa interior masculina. Calzoncillos, eslips, hasta un taparrabos pequeño de seda. Y para rematarlo, una docena de tangas blancos forman la palabra «Mike» sobre la mesa.

– ¡Saludemos todos al maestro! -exclama Trey desde su escondite detrás de la puerta. Se pone de rodillas y hace una reverencia a mis pies-. ¿Qué decís vos, oh, Maestro del Informe?

– Increíble -le digo, admirando los esfuerzos.

– Te he llenado hasta los cajones -dice muy ufano-. ¿Lo captas? ¿Cajones?

– Lo capto -digo quitando otros tres de la silla-. ¿De dónde has sacado todo esto, por cierto?

– Son míos.

– Increíble -digo, lanzándolos a través del despacho.

– Qué, ¿pensabas que iba a comprar todo esto para una broma de un día? El humor tiene su precio, muchacho. -Olfatea el aire dos veces seguidas-. Y ahora, tú lo estás pagando.

Tengo que admitir que es justo lo que necesitaba.

– Gracias, Trey.

– Sí, sí, sí, pero ahora cuéntame cómo te fue. ¿Pusiste una buena pose para la foto?

– ¿Qué foto?

– Michael, por favor, que soy yo. Sabes muy bien que te sacan una foto cuando pierdes la virginidad. Y por muy asustado que estés, todo el mundo tiene siempre un ojo puesto en la cámara. Siempre.

Deja aflorar una sonrisa mínima.

– ¡Lo sabía! -dice Trey entre risas-. ¡Eres más previsible que un calendario de banco! ¿Qué pusiste? ¿Mentón rígido? ¿Ojos entornados?

– ¿Estás de broma? Saqué la artillería de gala: mentón rígido, labios apretados y dedo señalando el informe, para subrayar la dinámica estudiante-profesor.

– Bonito toque -asiente Trey-. ¿Eso lo convenció de lo de las grabaciones?

– Te lo explicaré de este modo: ¿sabes esa sensación que tienes justo antes de cortarte el pelo? ¿Cuando una mañana te levantas y de repente tu pelo está como una esterilla de baño? ¿Y cada día que pasa está peor? Y entonces, precisamente el día que tienes que ir a cortarte el pelo, te despiertas y por arte de magia, espontáneamente, tienes el pelo fantástico. ¿Sabes lo que te digo? ¿Como que todos tus temores no tenían motivo? -Trey asiente mientras yo hago una pausa preparando el efecto-. ¡Bueno, pues hoy no! -grito a todo pulmón-. ¡Hoy he tenido el pelo espantoso durante todo el día!

– No puede haber salido tan mal -dice Trey, riendo.

– No, fue peor que malo. Fue horrible. Trágico. Tan trágico que se aproximaba a lo poético.

– Lo poético es bueno. A todo el mundo le gusta una buena frase rimada.

– Tú no estabas allí, Trey. Ya estaba bastante nervioso por mi cuenta como para que encima apareciera Simon. Y cuando cogió la solicitud de información financiera y me la metió por el gaznate… qué hijoputa, la guardó sólo para molestarme. Por eso no nos han mandado sus expedientes; de algún modo averiguó lo que pasaba. Y después de aquello, me descentré. Cada vez que el Presidente me hacía una pregunta, yo lo único que me parecía que podía hacer era parpadear.

– Créeme, todo el mundo se siente así ante el Presidente.

– Eso no…

– Eso es verdad; en el momento en que aparece él, ¡zas!, toda la cama meada.

Sigue sin convencerme, pero tengo que sonreír.

– Si tú lo dices…

– Sabes perfectamente que es verdad. Con el Presidente no hay nada pequeño, y cuando te hace una pregunta, quieres saberte la respuesta. Ahora cuéntame qué más pasó. ¿Conseguiste birlar algo gracioso? ¿Lápices? ¿Plumas? ¿Camisetas de tengo-poder-presidencial-corriendo-por-mis-venas?

– No tanto -digo, sentándome-. Sólo esto… -Meto la mano en el bolsillo y saco un par de gemelos con el sello presidencial.

– No me digas que…

– Se los quitó de su propia camisa. Creo que fue su manera de tranquilizarme.

– ¿Tranquilizarte? Zopenco, ¡has conseguido los gemelos del gran jefazo! ¡Tiene que haberle gustado lo que le dijiste!

– Ya lo veremos cuando tome su decisión. Deben de estar votando en estos mom…

El timbre del teléfono me interrumpe. El identificador de llamadas dice llamada externa. Podría ser ésta.

– ¿No vas a cogerlo? -pregunta Trey.

– Aquí Michael -contesto.

– Qué, ¿te preguntó por nosotros? -dice Nora con una carcajada.

– ¿Qué quieres decir?

– Papá. ¿Te preguntó si me metías mano?

– Esa cuestión decidió no tocarla -digo, preguntándome todavía cómo pudo Simon descubrir lo de mi solicitud-. Probablemente ya tenía razones suficientes para odiarme.

– Estoy segura de que lo hiciste muy bien. Te regaló unos gemelos, ¿verdad?

– ¿Cómo lo…?

– Salvo que seas un incompetente total, se los da a todo el mundo el día del primer informe. Tiene docenas en el cajón. Nixon solía hacer lo mismo. Una historia para contar a tus hijos.

Cojo los gemelos y me los vuelvo a guardar en el bolsillo. Sin saber muy bien qué más decir, me siento aliviado al ver la luce-cita roja que me indica que hay una llamada en espera.

– Espera un momento -digo a Nora; paso a la otra línea sin comprobar siquiera quién llama; ha sido una equivocación-. Aquí Michael.

– Buen trabajo, hoy -dice una voz grave. Es Simon.

– Gr-gracias.

– Lo digo en serio, Michael. Al principio tropezaste un poco, pero ahora creo que aprendiste la lección. ¿Tengo razón?

Me está preguntando si voy a dejar las cosas como están. Después de oír que empujó a Adenauer contra mí, es evidente qué alternativa me queda. Aun así, hay algo que no sabe. Si supiera que tengo que ver a Vaughn, diría algo. Lo que significa una de estas dos cosas: o Vaughn tiene realmente algo que ofrecer, o está preparando una trampa bien jodida.

– Sí -vacilo-. Aprendí la lección.

– Bien. Entonces hablemos de las grabaciones.

– Espere un momento. -Pulso una tecla para volver con Nora-. Oye, tengo prisa, es Simon.

– ¿Pero qué…?

Demasiado tarde. Ya no estoy.

– ¿Qué decía de las grabaciones…? -pregunto tras volver a pulsar.

– Fue francamente interesante -me responde-. Cuando tú te marchaste, me fui hasta la Sala Roosevelt para la votación preliminar. El problema era que el FBI, Justicia, hasta los chicos de la policía, todos estaban en contra de nosotros.

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