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Adenauer se sacude un hilito minúsculo de la rodilla del pantalón. El profesor de inglés complaciente hace rato que se fue.

– ¿Entonces nunca han estado ustedes en contacto?

– Exactamente.

– No me estará usted mintiendo, ¿verdad?

Puedo contarle lo de la cita de mañana, o puedo marcarme un farol. No estoy dispuesto a rendirme todavía.

– No he visto ni hablado con ese tipo en la vida.

Menea la cabeza al oírlo.

– Michael, déjeme darle un consejito -dice otra vez en tono preocupado-. Tengo a ese Vaughn perfilado al detalle. Se traiga lo que se traiga entre manos con Nora, los dos lo venderán a usted en un segundo.

Consigo parar el temblequeo de la pierna y hago una profunda inspiración mental. No dejes que se acerque.

– Ya sé lo que dice en el informe del SETV, pero le juro que yo no le autoricé la entrada. -Esperando coger las riendas, me lanzo a un cambio de tema-: ¿Y qué hay de la muerte de Caroline? ¿Ya tienen los resultados?

– Creí que usted decía que fue un ataque al corazón. Este hombre nunca se rinde.

– Ya sabe a qué me refiero, ¿han mandado ya el informe del laboratorio de toxicología?

Mueve la cabeza justo lo suficiente para que vea cómo arquea la ceja.

– No lo sé. Hace tiempo que no pregunto.

Es una mentira patente y quiere que me dé cuenta. No me va a ceder ésa. A no ser que coopere. Y sobre todo, no cuando ya está tan cerca.

– ¿Seguro que no quiere contarme lo que pasó realmente? -pregunta, haciéndose otra vez el maestro.

Yo me niego a contestar.

– Por favor, Michael. Sea lo que sea, nosotros deseamos trabajar con usted.

Es una oferta tentadora… pero no una garantía. Además, si aparece Vaughn… ése no es sólo el medio más rápido para demostrar que es Simon, también es el mejor medio de proteger a Nora. Y a mí mismo. Todavía callado, aparto la vista de Adenauer.

– Usted elige -me dice-. Lo veré el viernes.

– ¿Qué pasa el viernes? -pregunto tras una pausa.

– Vamos, muchacho, ¿cree que vamos a quedarnos aquí sentados esperándolo? Si no he sabido nada de usted en los próximos tres días, hago público lo de Vaughn. Eso será más que suficiente para quitar del medio a Nora. El viernes, Michael. El viernes Norteamérica lo conocerá.

– ¿Iba en serio? -pregunta Trey por teléfono.

Contemplo la tele en blanco del despacho. No contesto. En la pantalla sólo veo mi reflejo.

– Te he hecho una pregunta, Michael: ¿Adenauer iba en serio?

– ¿Eh?

– Si iba…

– Eeeh, eso creo -digo por fin-. Es decir, ¿desde cuándo el FBI hace amenazas gratuitas?

Trey tarda unos segundos en contestar. Sabe lo que estoy pasando, pero eso no significa que vaya a echarse atrás.

– No sólo es un mal día para el pelo -me advierte-. Si por algún lado se filtra aunque sea un pelo…

– Ya lo sé, Trey. Créeme que lo sé, me lees los números todas las mañanas, pero ¿qué puedo hacer? Ayer me decías que me entregase para que Nora no me enterrara a mí; hoy, me sueltas que si algo se sabe, hundo yo solo la Presidencia. Lo único seguro es que en cualquier caso estoy jodido.

– No quería decir que…

– Lo único que puedo hacer es buscar la verdad: encontrar a Vaughn y averiguar si sabe algo de lo que pasó realmente. Y si eso no funciona… -Me interrumpo, incapaz de terminar la frase.

Trey me concede unos segundos para que me tranquilice y finalmente pregunta, todavía decidido a ayudar:

– ¿Y qué pasa con los impresos de la declaración de bienes de Simon? Pensé que íbamos a mirar eso para ver de dónde sacó el dinero.

– Según Adenauer, en sus cuentas bancadas no hay nada raro.

– ¿Y vas a aceptar su palabra?

– ¿Qué otra cosa quieres que haga? Cursé la solicitud hace más de una semana, tendría que estar aquí cualquier día de éstos.

– Bueno, lamento mucho decírtelo, pero cualquier día no sirve. Sólo te quedan tres. Yo que tú, pondría mi voz de chico encantador y tendría esa conversación que Nora te debe hace tiempo.

Vuelvo a mirar la televisión en silencio dando vueltas en la cabeza a esa opción. Está en lo cierto. Aunque, si Vaughn aparece… y si a él también lo ha jodido Simon… ésa es la puerta de una realidad completamente nueva. Tal vez Vaughn fuera aquel que Simon encontró en el bar. Puede que pidiera prestado el dinero. Tal vez por eso no aparece nada en las cuentas del banco.

– ¿Qué dices entonces? -pregunta Trey.

Muevo la cabeza, aunque él no puede verlo.

– Mañana es mi cita con Vaughn -digo entre dudas-. Después de eso, siempre podré hablar con Nora.

La larga pausa me dice que Trey no está de acuerdo.

– ¿Qué? -le pregunto-. Pensé que querías que me reuniera con Vaughn.

– Y quiero.

– Entonces, ¿cuál es el problema?

Otra vez se produce una pausa.

– Ya sé que para ti es difícil aceptar esto, Michael, pero recuerda que, algunas veces, tendrías que pensar en ti mismo.

Me lleva mi buena media hora volver a concentrarme en mi exposición, pero una vez en ello, me atrapa. El expediente de las grabaciones está extendido ante mí y tengo toda la mesa inundada por una pila de artículos jurídicos, estudios científicos, textos de opinión y encuestas de opinión actuales. He pasado los últimos dos meses averiguando cuanto pude sobre el tema. Ahora tengo que pensar cómo explicarlo. No, no simplemente explicarlo: explicárselo al líder del mundo libre.

Dos horas después sigo trabajando en la introducción. Esto no es un debate de secundaria con el señor Ulery. Es el Despacho Oval con T. Hartson. El presidente Hartson. Con el diccionario al lado, vuelvo a escribir la primera frase por decimoséptima vez. Cada palabra ha de ser exactamente la precisa. Y todavía no está ahí.

Primera frase. Toma dieciocho.

Trabajo todo seguido sin almorzar y doy con el núcleo del argumento. Naturalmente que nos han enseñado a presentar un enfoque objetivo, pero seamos sinceros: esto es la Casa Blanca. Todo el mundo opina.

Como resultado, no tardo mucho en elaborar una lista de razones por las que el Presidente debe pronunciarse en contra de las grabaciones móviles. Ésta es la parte fácil. La difícil es convencer al Presidente de que tengo razón. Especialmente en año de elecciones.

A las cinco en punto me tomo mi único descanso: diez minutos de paseo rápido, ida y vuelta al Ala Oeste, justo a tiempo para la primera ronda de patatas fritas que salen de la cafetería. Durante las cuatro horas siguientes repaso cientos de casos penales, buscando los mejores para apoyar mi idea. Será una noche larga, pero si las cosas siguen tranquilas, conseguiré terminarlo.

– ¡Caramelos! ¿Quién quiere caramelos? -anuncia Trey, entrando por la puerta-. ¿Adivinas qué acaban de añadir a las máquinas de monedas? -Antes de que pueda contestar, añade-: Dos palabras, Lucy: Hostess. Magdalenas. Las he visto abajo; nuestra infancia, atrapada detrás de un cristal. Por setenta y cinco centavos nos la devuelven.

– La verdad es que ahora es muy mal momento…

– Comprendo, estás hasta el cuello. Déjame decirte por lo menos lo de…

– No puedo…

– Nada de no puedo. Además, esto es impor…

– Coño, Trey, ¿nunca entiendes una indirecta?

Eso no le ha gustado. Sin decir palabra, me da la espalda y se va hacia la salida.

– Trey…

Abre la puerta.

– Venga, Trey…

En el último segundo, se detiene.

– Oye, creído, no necesito disculpas. Sólo he pasado porque tu periodista favorita del Post acaba de llamarnos por lo de los registros del SETV. Puede que Adenauer espere hasta el viernes, pero Inez se está cobrando hasta el último favor de prensa que le deben. Así que por mucho que estés intentando ponerte en forma para ir a ver al Presidente, tendrías que saber que el reloj sigue haciendo tic-tac y que puede que explote antes de lo que piensas. -Se gira en redondo y cierra de un portazo.

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