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– ¿Qué hay, Michael? -dice cuando paso por su lado.

– Ah, ¿qué hay? -le replico-. Hola.

– ¿Reunión de Gabinete hoy?

Antes de que pueda contestarle, mete la mano debajo de la mesa y me devuelve mi privilegio favorito. A mi izquierda, la puerta del ascensor se abre y entro en él. No sé muy bien qué ha producido este cambio de cosas, pero mientras dejo que se cierre la puerta, estoy encantado de aceptar el favor.

Al entrar en la oficina de Simon espero encontrarme con la reunión ya en marcha. Pero en cambio, veo que la mayoría de la gente está contando historias y cotilleos. El sillón vacío en la cabecera de la mesa me explica el porqué.

Echo un vistazo alrededor y descubro a Pam en su sitio ya habitual, en el sofá. Desde que ascendió, está prácticamente desaparecida.

– Ahora eres una auténtica gran jefa, ¿eh?

– ¿A qué te refieres? -me pregunta, fingiendo inocencia. Es un clásico movimiento de poder de la Casa Blanca: nunca reconozcas tu ventaja.

Muevo la cabeza y me abro paso hasta un asiento vacío del final.

– Eres transparente, mujer, no engañas a nadie.

– Te engaño a ti -exclama. Sus días de modestia han pasado.

Estoy a punto de replicarle en voz alta cuando se abre la puerta de la sala. Toda la estancia queda en silencio pero luego se reanima. No es Simon, sólo otro adjunto, un tipo con prendedor de corbata de Yale, zapatos caros, blanco anglosajón protestante, que acaba de llegar aquí después de ser funcionario del Tribunal Supremo. No lo soporto. Pam dice que es agradable.

Cuando entra, la oficina está hasta arriba. El único asiento libre que queda está junto a mí. El tipo lo ve en seguida y me mira directamente. Aparto un poco mi silla para asegurarme de que cabe. Pero cuando viene para este lado, pasa de largo y continúa hasta la esquina y allí se apoya en una de las librerías. Prefiere quedarse de pie. Miro a Pam, pero está liada con sus nuevos colegas del canapé. A nadie le gustan los barcos que se hunden.

Como no tengo con quién hablar, me siento y espero a que la puerta se abra de nuevo. Entra Simon en la sala y todo el mundo se calla. En cuanto nuestros ojos se cruzan, aparto la mirada. Él, no. En cambio, viene directo hacia mí y me pone una gruesa carpeta de expedientes en el pecho de un golpe.

– Bien venido otra vez -gruñe.

Miro la carpeta y después a todos los de la sala. Algo va mal. Es demasiado listo para perder el buen humor delante de tanta gente.

– Como lloraste tanto por ello, ahí lo tienes -añade.

– Ni siquiera sé quién…

Se gira y se aleja.

– Se votará el miércoles. Disfrútalo.

Desconcertado, leo el rótulo de la carpeta: «Grabaciones móviles.» Dentro está toda mi investigación. No puedo creerlo, me dan el asunto otra vez.

Levanto la vista en busca de una cara amiga para compartir la noticia, pero sólo una persona mira hacia mí. La persona que entró justo detrás de Simon. Lawrence Lamb. Me ofrece una sonrisa de ánimo y un leve movimiento de cabeza. No necesita decir más. Apunta uno arriba para Nora.

– ¿Está usted seguro de que Simon está de acuerdo?

– Para empezar, no tendría que haberte apartado del asunto -dice Lamb, inexpresivo, mientras caminamos hacia su oficina. Aunque se mueve con la energía de un hombre siempre muy solicitado, de algún modo Lamb consigue aparentar que nunca tiene prisa. A imagen del nudo Windsor doble de su corbata y de su camisa con gemelos, se muestra permanentemente impecable y pulido; el tipo de hombre que, cuando está en el aeropuerto, logra aparecer bien compuesto incluso tras un vuelo de cuatro horas.

– Pero qué pasa si Simon… -digo, yendo a remolque de él y hecho un completo desastre.

– Deja de preocuparte por eso, Michael. Es tuyo. Celébralo.

Pasamos junto al escritorio de la secretaría y comprendo que tiene razón. Lo que pasa es que las viejas costumbres no mueren. Al entrar en su despacho ocupo una silla delante de su mesa.

– No sé qué habrás hecho, pero sea lo que sea, Nora está feliz -me explica-. Sólo con eso, tienes tres deseos concedidos.

– ¿Éste es el primero?

– Si lo es, aquí están los otros dos. -Abre una carpeta que tiene en la mesa y me tiende dos documentos. El primero es un informe de una sola página del FBI.

– El viernes terminaron de investigar a dos personas, y a otras tres durante el fin de semana -explica-. Todos para nombramientos, y todos aparentemente inocentes, lo que sube el total a diez. Sólo quedan cinco sospechosos más.

– ¿Entonces todavía no han llegado a mí?

– Lo mejor para el final -dice, mientras limpia las gafas de leer con un pañuelito con iniciales bordadas-. Pero ya no tardarán.

– ¿Y no se podría conseguir una impresión anticipada de los cinco últimos nombres? ¿Hay algún modo de hacer eso?

– ¿Por qué ibas a…? Ah, ya entiendo -se interrumpe-. Los que todavía estén en la lista… eso nos indicaría quién más está potencialmente involucrado.

– Si Caroline tenía sus expedientes, tenía sus secretos.

– No está mal pensado -admite Lamb-. Déjame hacer unas llamadas. Veremos qué puedo hacer. -Toma una nota para sí; suena el teléfono y lo coge rápidamente-. Aquí Larry -anuncia-. Sí, está aquí. Lo tengo… ya te oí las primeras quince veces. -Hay una breve pausa-. ¡No me grites! ¿Me has oído? ¡Basta! -Tras una rápida despedida, cuelga y se dirige a mí-: Nora te dice hola.

Irreal… Nora suelta mi nombre y por arte de magia estoy el primero en el carnet de baile de Lamb. Es asombroso lo que consiguen una docena de veranos zambulléndose juntos. Echo un vistazo al segundo documento y veo que es un listado de ordenador de cincuenta páginas.

– ¿Éste es el deseo número tres?

– Eso depende de cómo definas deseo. Lo que tienes en las manos es el registro oficial del SETV del día que mataron a Caroline. Según ese registro, Patrick Vaughn obtuvo el acceso exactamente a las 09.02.

– Y yo se lo autoricé.

– Tú. Y se marchó a las 10.05. Ya sabes cómo funciona, Michael: una vez que tuvo la tarjeta de visitante colgada del cuello, podría haberse pasado una hora entera deambulando por el EAOE. Y según el Servicio Secreto, la solicitud de entrada se hizo desde un teléfono interno nada más llegar tú esa mañana a las 08.04.

– Pero yo nunca…

– No estoy diciendo que hicieras la solicitud, me limito a decirte lo que recogen los registros.

Me agito en la silla, incómodo, y repaso los datos mentalmente.

– Así que aquella mañana, en cuanto entré, Simon hizo la llamada.

– Probablemente te vigilaron cuando entrabas por la puerta principal. ¿Recuerdas si había alguien en el vestíbulo?

– Solamente vi a Pam -respondo tras una pausa para pensarlo-. Me dijo lo de la reunión a primera hora.

– Pam, ¿eh? Bueno, supongo que sería demasiado para Simon hacerlo todo él solo.

– Un momento… Pam no…

– No digo que esté involucrada, sólo digo que tengas cuidado. Te mueves en terreno peligroso.

– ¿Y eso qué significa?

Hace una breve pausa. Hay algo que no me dice.

– ¿Algún problema? -pregunto.

– Dímelo tú… ¿Sabes algo de una periodista del Post que se llama Inez Cotigliano?

– La que hizo una petición por la LLI.

Lamb me lanza una mirada de sorpresa.

– ¿Cómo sabes eso?

– Pam tenía una copia.

Se yergue en su sillón y toma nota rápidamente para sus adentros.

– ¿Hay algo incorrecto en eso?

No hace caso de la pregunta.

– ¿Es que ella no debía tenerla?

– Mira, Michael, tardamos cuatro días en reexaminar los registros del SETV y descubrir que tú autorizaste la entrada de Vaughn. Según el Servicio Secreto, Inez lleva pidiendo esos mismos registros desde el día siguiente al de la muerte de Caroline. Un día. Es como si lo supiera… o como si alguien se lo hubiera dicho.

– Así que usted cree que Pam…

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