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– He estado trabajando en la cuestión de las grabaciones para Justicia. Cuando van derechos al asunto, lo que quieren es algo que llaman jurisdicción móvil para grabaciones. Actualmente, si Justicia o el FBI quieren grabar a alguien, no pueden decir simplemente «Jimmy Machismo, alias el Puño, es un hampón, así que nos dais las cintas y lo arreglamos». En cambio, tienen que detallar los lugares exactos en los que tiene lugar la actividad sospechosa. Si cambian la norma y consiguen jurisdicción móvil, pueden ser mucho menos concretos en las peticiones y poner las grabadoras donde quieran.

Simon se pasa los dedos por la barba, sopesando detenidamente la cuestión.

– Eso tiene un gran potencial de mano-dura-contra-el-delito.

– Sin la menor duda -respondo-. Pero arroja las libertades civiles a la basura.

– ¡Oh, vamos! -interrumpe Julian-. Olvídate del paño de lágrimas. Eso no traerá problemas. Lo apoya Justicia, lo apoya el FBI y lo odian los delincuentes; es un asunto a prueba de bomba.

– No hay nada a prueba de bomba -le replico-. Y cuando el York Times te lo plante en primera página y diga que ahora Hartson tiene derecho a meter las narices en tu casa, sin ninguna sospecha razonable, todos, desde la prensa progresista a los ultraconservadores, se rasgarán las vestiduras. Justo lo que Bartett necesita. No es un buen tema para un año de elecciones, y lo más importante, no está bien.

– ¿No está bien? -se mofa Julian.

Menudo asno pomposo de la política.

– Ésa es mi opinión. ¿Algún problema?

– A sus rincones -interviene Simon, haciendo gesto de separarnos-. Hablaremos después de eso, Michael. ¿Algo más?

– Una cosa. El martes recibí la nota de Gestión y Presupuestos sobre la nueva revisión de Medicaid. Al parecer, en uno de sus programas de protección a largo plazo, Sanidad y Servicios Sociales quiere negar las prestaciones a quienes tengan antecedentes penales.

– Otro plan de mano-dura-contra-el-delito para la reelección. Es asombroso lo creativos que nos ponemos cuando están en juego nuestros puestos de trabajo.

Busco su mirada, preguntándome qué querrá decir con eso. Añado con precaución:

– El problema es que yo creo que entra en conflicto con el programa presidencial de ayuda al trabajo y su instancia de rehabilitación en la legislación penal. Los de Sanidad pueden pensar que es un modo estupendo de ahorrar dinero, pero no se pueden hacer las dos cosas.

Simon se toma un segundo para pensarlo. Cuanto más largo sea el silencio, más de acuerdo está.

– Escríbelo -dice finalmente-. Me parece que puedes tener algo de…

– Aquí está -lo interrumpo mientras saco un informe de dos páginas de la cartera-. Están a punto de sacarlo, así que le di prioridad.

– Gracias -dice cuando le paso el informe. Agradezco con la cabeza y Simon se dirige de nuevo al grupo sin darle más importancia. Está acostumbrado a los excesos de celo.

Cuando completamos la ronda, Simon pasa a los nuevos temas. Mirándolo, estoy verdaderamente asombrado de que en todo momento se lo ve y se lo oye más tranquilo incluso que cuando empezó.

– No hay mucho que decir -comienza con su tono siempre firme-. Quieren que le echemos otro vistazo a esa cosa del censo…

Levanto la mano el primero.

– Es todo tuyo, Michael. Quieren repasar las diferencias surgidas entre contar narices de una en una y hacer un análisis estadístico.

– Por cierto, había un editorial en el…

– Lo vi -me interrumpe-. Por eso nos solicitan datos. Nada muy elaborado, pero quiero poder darles una respuesta mañana.

– Simon lanza una última mirada en torno a la sala-. ¿Alguna pregunta? -Ninguna mano se levanta-. Bien. Si me necesitan, estoy a su disposición. -Se levanta de su asiento y despide la reunión.

Inmediatamente, la mitad de los presentes, incluidos Pam y yo, se dirige a la puerta. La otra mitad se queda y forma una fila para hablar con Simon. Para ellos no es más que el acto final de la comedia del ego: sus proyectos son de tan alto secreto que es absolutamente imposible hablar de ellos ante el resto de nosotros.

Cuando voy hacia la puerta, veo a Julian saltándose un puesto en la cola.

– ¿Qué pasa? -le pregunto-. ¿No te gusta andar con el resto de la clase?

– Es asombroso, Garrick, siempre sabes exactamente lo que está en marcha. Por eso siempre te da los temas sexy, los buenos como el censo. Oooh, muchacho, oro puro. Allá voy, señores actuarios.

– ¿Sabes? -le digo, mientras finjo que su chiste me ha hecho gracia-, siempre he tenido una teoría sobre ti, Julian. En cuarto grado, cuando te sacaban a la pizarra, siempre intentabas hablar de ti mismo, ¿no es así?

– ¿Eso te parece gracioso, Garrick?

– La verdad, creo que es muy gracioso.

– Yo, también -dice Pam-. No de histeria, pero gracioso.

Comprendiendo que nunca podrá sobrevivir a un enfrentamiento contra ambos, Julian se pone grosero:

– Podéis iros los dos a la mierda.

– Aguda respuesta.

– Bien elaborada.

Se vuelve, airado, y regresa a la cola. Pam y yo vamos hacia la puerta. Al salir echo una mirada hacia atrás y pillo a Simon volviéndose rápidamente. ¿Estaba mirándonos? No, no hagas interpretaciones. Si lo supiera, yo lo sabría. Necesariamente.

Evitamos la cola del ascensor, cogemos la escalera y nos vamos de vuelta al EAOE. En cuanto estamos solos veo que Pam cambia de humor. Camina mirando al suelo sin decir una palabra.

– No te machaques con ese tema -le digo-. Gimbel no te informó y tú no podías saberlo.-No me importa qué me dijera; mi trabajo es saberlo. Si no, no tengo nada que hacer aquí. Quiero decir, según están las cosas, apenas puedo figurarme qué más puedo hacer.

Ya estamos -el Yin de su propio Yang-, dureza contra sí misma. Al contrario de Nora, cuando Pam se enfrenta a las críticas su primera reacción es atacarse a sí misma. Es el clásico mecanismo de defensa de las personas con éxito… y el modo más sencillo de disminuir sus propias expectativas.

– Venga, Pam, sabes que tu sitio está aquí.

– Según Simon, no.

– Pero si incluso Caroline dijo…

– Olvídate de la lógica. Nunca funciona. Y quiero enfadarme conmigo misma un rato. Si quieres alegrarme el ánimo, cambia de tema.

Ya estamos otra vez, sinceridad guerrillera.

– Muy bien, qué te parece un poco de cotilleo de oficina: ¿quién crees tú que filtró lo de la fiesta de cumpleaños?

– Nadie -dice cuando entramos de nuevo en los pasillos estériles del EAOE-. Sólo lo decía para marcarse un tanto.

– Pero el Herald…

– Abre los ojos, muchacho. Era una fiesta para Lawrence Lamb, el Primer Amigo. En cuanto corrió la voz, el edificio entero vino corriendo. Nadie se pierde una función social con el Presidente. O con Nora.

Me paro justo delante de la sala 170. Nuestra oficina.

– ¿Piensas que yo fui por eso?

– ¿Me vas a dar otra razón?

– Tal vez.

– Ni siquiera sabes mentir, ¿verdad? -se ríe Pam-. Hasta eso es demasiado.

– ¿De qué hablas?

– Estoy hablando de tu disposición inquebrantable a ser siempre un boy scout.

– ¡Oh, y tú eres la hiper cool!

– Chica de la gran ciudad -dice, sacudiéndose orgullosamente alguna mota invisible del hombro.

– Pam, tú eres de Ohio.

– Pero he vivido en…

– No me cuentes otra vez lo de Nueva York. Estabas en la facultad, te pasabas la mitad del tiempo en tu habitación y el resto en la biblioteca. Además, tres años no dan para fabricar un hiper cool.-Pero sí para estar segura de no ser un boy scout.

– ¿Quieres dejar eso ya? -Antes de que pueda terminar, suena mi busca. Miro la pantallita digital pero no reconozco el número de teléfono. Me lo saco del cinturón y leo el mensaje: «Llama. Nora.»

Mis ojos no muestran reacción. Mi voz es supersuave.

– Tengo que contestar -le digo a Pam.

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