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– No te creas todo lo que lees, guapo. Esas cosas te pudren el cerebro. -Aparta la mano y me da dos cachetitos en la mejilla. Todavía tengo la boca abierta cuando abre la puerta.

– ¿Pero qué…?

Se baja de un salto, se da la vuelta y me lanza un beso.

– Otro día, muñequito.

Me da un portazo en la cara. Por el parabrisas la veo correr hacia la esquina. Pongo las largas. Mis ojos permanecen todo el tiempo clavados en la curva de su cuello. Finalmente, dobla la esquina y desaparece. Me llevo la mano a la bragueta y me coloco las cosas. La vuelta a casa será larga.

El despertador resuena por la habitación a las seis menos cuarto de la mañana siguiente. En la universidad solía darle a la almohada por lo menos seis veces antes de salir de la cama. En la Facultad de Derecho, el número se redujo a la mitad. A lo largo de los primeros años de trabajo oficial, todavía conseguía ponerlo para que hiciera una única pausa de nueve minutos, pero cuando llegué a la Casa Blanca perdí hasta eso. Ahora, al primer zumbido estoy en pie y dando tumbos hacia la ducha. No llegué a casa hasta casi la una y media, y por el modo en que me late la cabeza es evidente que mis cuatro horas de sueño no han bastado para hacer que me olvide de Simon.

No tardo mucho en completar mis rituales de ducha/afeitado/peinado y dientes, y me enorgullezco de decir que llevo veintisiete días sin gel capilar. Eso no es verdad, comprendo mientras me despierto entre parpadeos. Me puse un poco anoche antes de salir con Nora. Maldición. Allá vamos: boicot del gel capilar… primer día.

Abro la puerta del apartamento y ahí están esperándome cuatro periódicos: el Washington Post, el Washington Herald, el New York Times y el Wall Street Journal. Lleno de ansiedad, hago una rápida comprobación para asegurarme de que en ninguno viene en primera página algo sobre abogados de la Casa Blanca y dinero encontrado. Hasta aquí, todo bien. Los meto en casa, repaso más titulares y marco el número del despacho de Trey.

Dentro de noventa minutos, el Gabinete del Presidente celebrará su reunión diaria de las siete y media en la Sala Roosevelt de la Casa Blanca. Allí, el jefe de Gabinete y los consejeros más próximos al Presidente discutirán una serie de temas que inevitablemente se convertirán en los asuntos calientes del día… y los temas clave para la reelección. Uniformes escolares, control de armas, lo que sea el asunto del momento y lo que pueda aportar votos. En los dos años que llevo en la Asesoría Jurídica de la Presidencia, no me han invitado a esa reunión matutina del Gabinete ni una sola vez. Pero eso no quiere decir que no sepa de qué están hablando.

– ¿Quién necesita amor? -dice Trey para contestar al teléfono.

– Dispara -le respondo, ojeando la primera página del Washington Post.

No pierde ni un segundo.

– Al, la historia de China. A2, bienestar en Chicago. A2, carrera demócrata en Tennessee. A4, Hartson contra Bartlett. A5, Hartson-Bartlett. A6, Hartson-Bartlett. Al5, resumen internacional: Belfast, Tel Aviv y Seúl. A17, página federal. Editoriales… mira lo de Watkins y Lisa Brooks. El editorial de Brooks sobre el censo es el que hay que mirar. Wesley ya la ha llamado.

Wesley Dodds es el jefe del Gabinete presidencial. Con ese la, Trey se refiere a la Primera Dama, Susan Hartson. La jefa de Trey. Y uno de sus más íntimos confidentes es Wesley. Si ya están hablando de eso, es que ya está en la agenda de hoy y en las noticias de esta noche.

– ¿Qué hay de los números? -pregunto.

– Igual que ayer. Hartson lleva unos doce puntos, pero no son doce puntos sólidos. Te digo, Michael, que me parece que baja.

– No lo entiendo, ¿cómo es posible que…?

– Mira la portada del Times.

Rebusco entre la pila y lo saco. Allí, a todo color, hay una foto de E. Thomas Bartlett -el candidato del otro lado a la presidencia de los Estados Unidos- sentado en el centro de un semicírculo y dirigiéndose a un grupo de ciudadanos de la tercera edad embelesados. Se los ve tan felices que se diría que era el propio Franklin D. Roosevelt.

– Me estás tomando el pelo -gimo.

– Créeme, ya lo he oído; en un mundo en el que el número de personas que leen de verdad el periódico disminuye cada día, la foto de portada es la clave total de las noticias. Consigues la foto, y el día es tuyo. ¿Y sabes qué es lo peor? -pregunta Trey-. No soporta a los viejos. Lo he oído decirlo. «Yo, Tom Bartlett, no soporto a los viejos.» Tal cual. Lo dijo. -Trey hace una pausa-. Y creo que también odia a los niños. A los bebés inocentes.

Trey ocupa los cinco minutos siguientes en seleccionar el resto de mi lectura matutina. Según me va diciendo cada página, la voy buscando y le pinto una gran estrella roja junto al titular. Prácticamente en cada artículo busco alguna relación con Simon. Nunca aparece, pero cuando terminamos, los cuatro periódicos están preparados para la lectura. Éste es nuestro ritual diario que fue inspirado por un antiguo miembro del Gabinete que solía hacer que su secretaria le leyera los artículos interesantes por el teléfono móvil mientras conducía hacia el trabajo. Yo no tengo secretaria. Y no necesito móvil. Lo único que necesito es un buen amigo en el lugar adecuado.

– ¿Y qué tal tu cita de anoche? -pregunta Trey.

– ¿Qué te hace pensar que tenía una cita? -faroleo.

– ¿Con quién te piensas que estás tratando? Yo veo, oigo, hablo, me muevo, me estremezco…-Pestes, cotilleos e insinuaciones. Ya me sé tus trucos.

– ¿Trucos? -se echa a reír-. Si nos pinchan, ¿no sangramos?

– No me llores a mí, Argentina. ¿Me prometes que no lo soltarás?

– ¿A ti? ¿Qué te piensas? En primer lugar, la única razón por la que lo sé es porque Nora vino aquí para asegurarse de que no había ningún problema.

– ¿Y qué dijo la Primera Dama?

– No sé. Ahí fue cuando cerraron la puerta. La cabrona es muy gruesa. Estuve poniendo la oreja todo el rato. Pero sólo oí murmullos.

– ¿Alguien más lo oyó? -pregunto, nervioso, mientras arranco una esquina del periódico.

– No, era tarde y estaba en la sala de reuniones, así que sólo estaba yo. ¿Y qué tal fue?

– Muy bien… estupendo. Es fantástica.

– ¿Qué es lo que no me estás contando? -dice Trey tras una pausa.

Este chico es bueno. Demasiado bueno.

– Déjame adivinarlo -añade-. Al principio de la noche, se exhibió por ahí haciendo de mala, y tú, como el resto del país, incluyéndome a mí, te sentiste un poco incitado por el morbillo de la fuerza sexual de la Primera Familia. Así que ya te veo… Ella sopla y rebufa, y tú confiando en que eche tu casa abajo… Pero justo al llegar al momento mágico, justo cuando estás a punto de firmar en la línea de puntos, te llega un aroma de la chica inocente que lleva dentro y justo entonces, das marcha atrás, decidido a salvarla de sus propias locuras.

Me quedo callado un segundo de más antes de decir:

– No sé a qué te…

– ¡Ya está! -exclama Trey-. Siempre jugando a ser protector. Es lo mismo que con aquel cliente de oficio profesional que tuviste durante la campaña: cuantas más mentiras te decía y más te liaba, más convencido estabas de que necesitaba tu ayuda. Y te pasa cada vez que alguien te pone cara de pájaro-con-ala-rota. Eternamente dispuesto a salvar el mundo… Sólo que, con Nora, salir al rescate te hace sentirte como una estrella del rock.

– ¿Quién dice que yo quiero ser una estrella del rock?

– Trabajas en la Casa Blanca, Michael… Todo el mundo quiere ser una estrella del rock. Es la única razón por la que aceptamos tan poco sueldo y un horario abusivo…-Oh, ¿así que ahora vas a decirme que tú harías este trabajo para cualquiera? ¿Que Hartson y el programa son pura mierda? ¿Que todos los que estamos aquí es sólo por presumir?

Trey hace un largo silencio antes de contestar. El idealismo tarda en morir, especialmente cuando tiene que ver con el Presidente. Tal como es, nos pasamos los días cambiando vidas. Y algunas veces tenemos oportunidad de mejorarlas. Por irónico que suene, los dos sabemos que es un trabajo de ensueño. Finalmente, Trey añade:

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