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– Coge esto -le dice a Nora, pero ella permanece de piedra-. ¡Cógelo! -le grita, poniéndoselo a la fuerza en la mano-. ¡Y escúchame cuando te hablo! ¿Quieres ser una desgraciada? ¿Eso es lo que quieres?

Se acabó. Basta de melodrama. Me precipito hacia él a toda velocidad.

– He dicho que la suelte…

Lamb se vuelve rápidamente y saca una pistola. Pequeña. Me apunta directamente.

– ¿Qué has dicho? -pregunta.

Me paro en seco y levanto las manos.

– Exactamente -gruñe Lamb.

A su lado, Nora está temblorosa. Por primera vez desde que llegó Lamb, me mira a mí. Lamb la coge por la barbilla y le gira la cabeza hacia él.

– ¿Quién está hablando contigo? ¿Él o yo? ¿Él o yo? -La coge por el cuello, la acerca a él y le susurra al oído-: ¿Te acuerdas de lo que me dijiste? Bien, pues es el momento de mantener la promesa.

Corre la mano hacia el hombro y la empuja hacia abajo, para obligarla a ponerse de rodillas. Las piernas se le doblan, pero por lo menos se resiste.

– ¡No te dejes, Nora! -le grito sólo a un par de metros.

– Último aviso -me dice Lamb, apuntándome con la pistola. Se vuelve otra vez hacia Nora y se asegura de que yo lo vea todo bien. La agarra del cuello con fuerza y le acerca la pistola a la boca-. ¿Quieres que me enfade mucho contigo? ¿Eso es lo que quieres?

Le aprieta el cañón contra los labios y ella mueve la cabeza diciendo que no. Empuja más fuerte. La punta de la pistola rasca contra los dientes apretados. Las rodillas empiezan a ceder.

– Nora, por favor… soy yo. Soy yo sólo. Podemos… podemos arreglarlo… como antes.

Nora mira arriba y sólo puede verlo a él. Lentamente, deja que la pistola resbale entre sus labios. Una lágrima le corre por la mejilla. Lamb sonríe. Y Nora cede. Un último empujón la hace derrumbarse sobre las rodillas. Queda junto a los expedientes dispersos en el suelo. Lamb da un paso atrás y la deja allí sola.

– Ya sabes lo que debes hacer -le dice.

Nora mira el mechero y después otra vez los documentos.

– Es tu oportunidad -añade-. Hazlo bien.

– ¡No lo escuches! -grito.

Sin más advertencia, Lamb se vuelve hacia mí y hace fuego. El arma se dispara con un siseo silencioso. De inmediato, siento un mordisco en el hombro. Me doy una palmada como si quisiera matar un mosquito gigante. Pero cuando levanto la mano la veo cubierta de sangre. Caliente. Tan caliente. Y pringosa. Tengo salpicaduras rojo oscuro por todo el brazo. Sin pensarlo, voy a tocarlo. El dedo entra directamente en el orificio de la bala. Hasta el nudillo. Y entonces noto el dolor. Punzante. Como una aguja gruesa encajada en el hombro. Me recorre todo el brazo como una corriente eléctrica. Me ha disparado.

– ¿Ves lo que me ha hecho hacer? -dice Lamb a Nora-. Tal y como te dije: en cuanto sale la cosa, todo se rompe.

Quiero gritar, pero no me salen las palabras.

– No dejes que te líe -añade Lamb-. Pregúntate a ti misma qué es lo justo. ¿Alguna vez te he puesto en peligro? ¿Alguna vez haría algo en contra de nuestra familia?

Por la expresión vacía de su cara, sé que Nora está perdida. Al ir asentándose el impacto, las punzadas en el hombro se hacen insoportables.

Lamb sigue machacando y señala el mechero en la mano de Nora.

– No puedo hacer nada sin ti, Nora. Sólo tú puedes arreglarlo. Por nosotros. Todo es por nosotros.

Nora contempla el mechero con los ojos llenos de lágrimas.

– Está en tus manos, cariño -la voz de Lamb continúa fría y firme-. Sólo en las tuyas. Si no lo terminas ahora, se lo llevarán todo. Todo todo, Nora. ¿Eso es lo que quieres? ¿Para eso hemos trabajado?

La respuesta de Nora es un susurro arrastrado.

– No.

No quiere levantar la mirada, pero abre el mechero y enciende la llama. Lo sujeta en su mano temblorosa, contemplando el fuego unos segundos.

– Cumple… tu… promesa -dice Lamb con los dientes apretados.

– ¡No! -exclamo yo.

Demasiado tarde. Nora coge la carpeta y la acerca lentamente a la llama.

– Eso es -dice Lamb-. Cumple tu promesa.

– No tienes por qué, Nora. -Pero antes de que pueda terminar, ella mete la esquina de la carpeta en la llama anaranjada. La carpeta es delgada y se inflama con facilidad. En pocos segundos todo el borde arde como una antorcha… Un momento. La carpeta de «Requerimientos» tenía dos dedos de gordo. Esta otra es…

Nora me lanza una mirada y con un tirón de muñeca arroja el papel ardiendo contra Lamb. Como un cohete de fuego le golpea en mitad del pecho mientras los folios en llamas vuelan por todas partes. Su corbata, su chaqueta, empiezan a arder. Grita al ver las llamas que prenden, se da palmadas en el pecho y forcejea hasta quitarse la chaqueta. Las llamas crecen con rapidez. La carpeta archivadora, lanzada por el aire, aterriza junto a la barandilla que rodea el cristal emplomado. Justo a mis pies. Todavía estoy tumbado en el suelo, pero si me estiro hacia adelante… puede que casi… ya está. Sin hacer caso al dolor del hombro, piso la llama para apagarla y recojo los restos chamuscados de la carpeta y leo el rótulo. «Radio (comunicados).»

Miro a Nora, que con las lágrimas corriéndole por la cara está abroncando a Lamb.

– ¡Eres un gilipollas de mierda! -le grita, y le araña con fuerza haciéndole un corte profundo en la mejilla-. ¡Te voy a matar! ¿Me entiendes, vampiro? ¡Te mataré!

Lanza golpes y arañazos en todas direcciones, es como una fiera desatada. Pero cuanto más fuerte grita, más lágrimas vierte y lanza al aire con los movimientos de látigo de su cabeza. Cada pocos segundos, se las va sorbiendo, pero al instante una erupción de chillidos y saliva las vuelve a sacar a la superficie. Lo coge por el pelo y le da un puñetazo en la oreja. Después le levanta la cabeza y le pega con fuerza en la garganta. Golpe tras golpe, directamente a los puntos débiles.

Pero como siempre, Nora va demasiado lejos. Baja la mirada y se da cuenta de que Lamb sigue teniendo la pistola bien asida. Yo me aferró a la barandilla que rodea la vidriera emplomada, tratando de ponerme en pie.

– ¡No, Nora! -le grito.

Pero no titubea. Suelta el pelo de Lamb e intenta alcanzar el arma. Es justo el tiempo que Lamb necesita. Suelta un rápido revés y el cañón de la pistola la golpea en la sien.

– ¡Cómo te atreves a tocarme! -aúlla, loco de rabia-. ¡Yo te crié! ¡No tu padre! ¡Yo! -La coge por el delantero de la camisa, tira de ella y le pega en la cara con la culata de la pistola.

– ¡Nora! -grito. Ella cae al suelo y yo me arrastro hacia allí.

– ¡No te muevas! -amenaza Lamb antes de que pueda dar un paso. Apunta otra vez el arma, haciéndola oscilar de uno a otro. La mira a ella, luego vuelve a girar la cabeza hacia mí. Después, a ella. Después, otra vez a mí. Nunca juntos.

– La mataré -me advierte-. Si vuelves a tocarla, la mataré.

Tiene la camisa tiznada en el pecho y un corte en la mejilla que sangra. Lo miro a sus ojos azules y gélidos y sé que lo dice en serio.

– Larry, no tiene usted que…

– ¡Cállate! -me grita-. Es cosa de ella.

Nora sigue en el suelo, recuperándose del golpe. Se le empieza a hinchar el ojo derecho.

– ¿Estás bien? -le pregunta Lamb.

– Muérete, hijo de puta -le espeta ella, limpiándose la boca con el dorso de la mano.

– Aún no es demasiado tarde -dice Lamb en un tono casi de excitación-. Todavía podemos hacer que funcione, tal y como te dije. Si lo detenemos, seremos unos héroes. Podemos hacerlo, Nora. Podemos. No tienes más que decir lo que hay que decir. Es todo lo que te pido, cariño. Dime que no estoy solo.

Le indico con un gesto a Nora que le siga el juego. Pero ella ni siquiera me mira. Da un último sorbido y ya no hay lágrimas. Sus ojos se clavan en Lamb. Se lame los labios. Con el sabor de la libertad en la lengua, Nora Hartson quiere huir. Hago un último intento de llamar su atención, pero no se vuelve. Esto no va conmigo. Es cosa de ellos.

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