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– Un coche guay -dijo Kate.

Era un Saab descapotable y él subió la capota. Una vez en el río, aparcó de cualquier manera, sobre una línea amarilla, en una esquina.

– No pasa nada -dijo-. Vamos a dar un paseo.

Cogió a Kate del brazo y Jocasta le imitó. Kate les miró y sonrió.

– Parecemos una familia -dijo.

– Es curioso que digas eso -aprovechó Josh.

– ¿Por qué?

– Mira, Kate, esto te va a sorprender. -Estaban ya en el paseo que seguía la orilla del río-. Sentémonos -dijo Jocasta, indicando un banco-. Ven, Kate, cariño, dame la mano. Josh, te toca. Adelante.

Kate escuchó en silencio, mirándole muy concentrada y mirando a Jocasta de vez en cuando. Josh habló con dificultad, le costó mucho. Le dijo que él y Martha habían sido buenos amigos, que habían viajado juntos -él y Jocasta habían decidido que una aventura de una noche era una idea poco atractiva-, pero que después él se había ido a Australia, y ella no había podido ponerse en contacto con él.

– No había móviles entonces. Sólo teníamos direcciones de listas de correos, y nadie sabía dónde iba a estar nadie, ni cuándo.

Kate no dijo nada.

– Supongo que entonces ella decidió arreglárselas sola -dijo Jocasta-, era una chica muy independiente. Eso ya lo sabes. Y como te dije el otro día, creía que no podía decírselo a sus padres.

– Qué raro -dijo Kate-. He pensado tanto en esto. Que decírselo fuera peor que abandonar a su hija, y sigo sin entenderlo.

– Ya -dijo Josh-, entiendo que te parezca raro. Tendrás que aceptarlo tal como fue. Puede que sean personas encantadoras, lo son, pero evidentemente Martha creyó que no podrían aceptarlo, la vergüenza y todo eso, porque él es vicario.

– De eso era de lo que quería hablar con ella -dijo Kate con tristeza-. Sólo ella podría haberme ayudado a entenderlo, sólo ella podía darle sentido. ¿Por qué no se presentó cuando la noticia salió en la prensa? Eso tampoco tiene sentido para mí todavía. Encima cuando la conocí me dediqué a gritarle y a decirle que lo único que quería era saber quién era mi padre.

– ¿Qué te dijo? -preguntó Josh.

– Me dijo que no podía decírmelo. Me dijo que él… tú, no lo sabías, y no creía que fuera justo decírtelo después de tantos años.

Hubo un silencio y después Kate dijo:

– Yo no paraba de gritarle. Grité mucho. Ojalá no lo hubiera hecho. Ella dijo que ojalá la dejara intentar explicármelo. Me dijo: escúchame, por favor, sólo un momento. Dije que no y me marché hecha una furia. Ojalá la hubiera escuchado. -Se echó a llorar-. Ojalá la hubiera dejado intentarlo. Podría haberme ayudado.

Se quedaron un rato en silencio, mirando al río, y finalmente Kate dijo:

– La cuestión es que, dijera lo que dijera, todo se resume en una cosa: se avergonzaba de mí. La avergonzaba haberme tenido. Eso no es muy agradable.

– Yo no me avergüenzo -dijo Josh, y le pasó un brazo por los hombros y le dio un beso en la cabeza-. Yo estoy muy orgulloso.

Cuando Kate llegó a casa, Helen y Jim estaban leyendo. Helen le sonrió, pero Jim no levantó la cabeza del periódico.

– ¿Cómo te ha ido, cariño?

– Ha ido bien. Sí. Supongo que Jocasta ya os lo ha dicho, él es mi padre. Su hermano Josh.

– Sí, nos lo ha dicho. Pero pensamos que debían decírtelo ellos. ¿Cómo te sientes? Vaya, qué pregunta más tonta.

– No, no lo es. Una vez me acostumbre a la idea, creo que me gustará. Es simpático. Simpático de verdad. Y ha hablado conmigo enseguida, en cuanto lo ha sabido. Creo que eso es de agradecer. No como ella. Sin embargo -añadió-, también estoy menos enfadada con ella ahora.

– ¿A qué se dedica? -preguntó Jim-. Ese dechado.

– Jim -dijo Helen en tono de advertencia.

– Trabaja para su padre. No le gusta mucho. Le habría gustado ser fotógrafo.

– Por lo visto, su padre le paga bien -comentó Jim-. Tiene un buen coche.

– Sí, es una pasada.

– Bueno, ahora lo verás a menudo -dijo Jim-, ahora que le has encontrado.

– Bastante, supongo. Eso espero, al menos.

Miró a Jim, se acercó a él y se sentó sobre sus rodillas. Le rodeó el cuello con los brazos.

– Es muy simpático -dijo-, y es bastante guapo y divertido. Pero mi padre eres tú. Tú sigues siendo mi padre.

Capítulo 43

– ¿Qué ha sucedido exactamente? -El doctor parecía nervioso. Para ser un médico, muy nervioso.

– Se ha desmayado. He oído un golpe, he subido corriendo y la he encontrado en el suelo. Debe de haberse golpeado la cabeza al caer.

– Tiene el pulso muy bajo, y tiene una herida bastante fea donde se ha golpeado la cabeza. Pero no creo que sufra conmoción. Ha adelgazado mucho -añadió-. Eso sí me preocupa.

– Ya lo sé. No come nada. Es una pesadilla, Douglas. Lo he probado todo. Es como si…

– ¿… no quisiera seguir viviendo? Pobre Grace. No sé cómo lo aguantas. -Douglas Cummings era de su generación y había cuidado sus hijos.

– Bueno -dijo Peter Harley suspirando-, yo tampoco lo sé. Sigo adelante y basta. Pero Grace no puede. Está obsesionada con que yo tengo la fe para sostenerme, y ella no. Dice que ha perdido la fe. Que para mí es más fácil. Puede que tenga razón. Aunque no diría que fácil sea la palabra. Un poco menos horrible, quizá. De todos modos, eso la pone furiosa, y se siente totalmente desconsolada. Adoraba a Martha. Las madres no tienen favoritos, pero…

– De haberla tenido, habría sido Martha, pobre Grace -dijo el doctor Cummings-. La verdad es que Martha era una mujer excepcional.

– Lo era. Me cuesta tanto asimilar que toda esa inteligencia se haya perdido, que no quede nada de su vida. Lo único que anima a Grace es cuando viene a verla Ed. Le ve como un vínculo con Martha. Pero él ha vuelto a Londres, claro. Dios mío, ya no sé qué hacer por ella, cómo ayudarla…

– Me temo que el tiempo es la única cura -dijo el doctor Cummings-. Pero intentaremos alimentarla mejor. Es muy difícil luchar contra el deseo de matarse de hambre. A cualquier edad -añadió-. Intenta que se tome estos complementos alimentarios. Voy a pensarlo bien, porque no querría tener que hospitalizarla, pero…

– Por Dios, no. ¡Eso ni pensarlo!

– Es muy posible que tengamos que hacerlo -advirtió el doctor Cummings.

Cuando el médico se fue, Peter subió a ver a Grace. Estaba dormida, con la cara contraída, y un moretón en la frente, donde se había golpeado al caer. Parecía diminuta, como si hubiera encogido. También estaba fría. Peter fue a buscar otro edredón y la tapó cuidadosamente. Después decidió quedarse un rato a su lado. Parecía confusa cuando hablaba con el médico, y no quería que se despertara sola.

Siempre había estado llena de vida. Incluso cuando la cabeza le dolía mucho seguía trabajando, decía que estaba bien, se negaba a dejarse vencer, como decía ella. Tomaba demasiados analgésicos, él le advertía continuamente que no lo hiciera, pero ella decía que era el menor de dos males. Nada había podido con ella, hasta entonces. Grace suspiró y abrió los ojos. Peter le sonrió.

– Hola, Grace.

Ella no le devolvió la sonrisa. Le miró, de forma bastante inexpresiva, y después se volvió, apartándose de él.

– ¿Te apetece un té, mi vida?

– No, gracias -dijo ella muy educadamente-. No quiero nada. Déjame sola, Peter, por favor.

Clio se sentía irritable. Fergus y ella habían preparado unas pequeñas vacaciones en Italia, para finales de agosto, una especie de fin de semana largo, pero a ella le hacía una ilusión enorme, poder estar juntos un tiempo, disfrutar el uno del otro, lejos de la histeria de Jocasta y Gideon y de Josh y Kate. A veces se preguntaba si no sería mejor quedarse tranquilamente en Guildford, trabajando de médico de familia. Tal vez no sería lo más emocionante, pero al menos no sería un largo y agotador drama.

Tenía que empezar en el Royal Bayswater el primero de octubre. Tenía tiempo de sobra para que le buscaran un sustituto en la consulta, poner el piso en venta y encontrar un sitio en Londres para vivir. E irse de vacaciones.

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