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Pero eso era diferente, era un acto social. Era lo que más le desagradaba.

Janet estaba de un humor peligroso en ese momento: medio excitada, medio deprimida. Era un humor que Bob conocía bien y temía. Y había desarrollado una de sus obsesiones contra alguien. Siempre había alguien, normalmente un rival en el partido. Normalmente otra mujer. Ahora era la chica nueva, Martha Hartley, porque recibía demasiada atención de todo el mundo.

Fergus Trehearn se puso eufórico al recibir la invitación. Era la clase de ocasión que más le gustaba: glamurosa, divertida, con clase, y repleta de medios. También le encantaba bailar, disfrazarse y nada le hacía más feliz que contemplar a mujeres hermosas en una fiesta.

Fionnuala Keeble, sabia pese a su juventud, rechazó la invitación mediante un mensaje de texto a su padre, que le hizo sonreír.

Se esperaba un gran contingente irlandés, muchos de ellos familia de Gideon.

– Será estupendo que te conozcan por fin -dijo Gideon, sonriendo a Jocasta.

Ella le sonrió y pensó en lo tierno que era que el acento irlandés se le intensificara cada vez que hablaba de Irlanda.

A Josh le apetecía mucho la fiesta. Beatrice y ella habían decidido que, durante un tiempo, se quedarían en casa, resolviendo sus problemas, y dedicarían los fines de semana a las niñas. Rechazarían todas las invitaciones relacionadas con el trabajo. Valía la pena, sin duda, pero la idea de una noche de entretenimiento fue muy bien recibida.

Ronald Forbes, tras sopesar la invitación a la fiesta para celebrar la boda de su única hija, mandó una nota aceptando, y diciendo que esperaba que ella y Gideon fueran muy felices. Incluyó un generoso cheque a modo de regalo de boda.

Sabía que era un gesto sin sentido: con tan poco sentido como su confirmación, porque no tenía ninguna intención de ir. De todos modos, Jocasta estaba desproporcionadamente contenta.

– Estaba convencida de que no vendría.

– Pues ya ves -dijo Gideon, dándole un beso.

Varios días después de mandar la montaña de invitaciones, a Jocasta se le ocurrió la idea.

– Invitaré a Kate Tarrant -dijo a Gideon-. Le hará una ilusión bárbara. Y le compensará un poco todos los problemas que le he causado. Le diré que traiga a su novio, claro, y a un par de amigos. De hecho, invitaré a sus padres también, creo, para que estén tranquilos. Ah, y a su abuela.

– ¡A su abuela! Jocasta, ¿qué haces invitando a abuelas a tu fiesta? A menos que lo hagas para hacerme sentir más joven.

– Gideon, te juro que hasta te podría gustar la abuela de Kate. Es muy sofisticada. Seguro que te pasas la noche bailando con ella.

– Lo dudo. ¿Y qué pasa con Carla? ¿Crees que está bien que se encuentren?

– Carla no vendrá. Está con su madre en Milán. De verdad, Gideon, será divertido. Y quiero que conozcas a Kate.

Capítulo 29

Janet Frean le había conseguido a Martha una entrada para oír hablar a Chad.

– El jueves por la tarde. Sobre la caza del zorro. Para nosotros es un tema importante, porque el voto rural es indeciso. ¿Por qué no vienes a oírle, y después vamos a tomar algo?

– Oh, vale. -Se sintió halagada-. Me apetece. Gracias.

Le gustaba mucho Janet, siempre echaba una mano y estaba a su lado. Una noche en su casa en compañía de otros diputados, en la que no hablaron una palabra de política, la había hecho sentir más integrada en el grupo.

Chad habló desdeñosamente del «gobierno Islington» y su falta de comprensión de lo que significaba la caza del zorro para las sociedades rurales, los empleos que se perderían, y que sólo su partido parecía entenderlo. Hubo gritos y abucheos: «¡Llévate a las cacatúas a China, que cacen ellos!», gritó alguien ingenioso. Chad se mostró imperturbable.

– Seguro que les gustaría, por allí no han oído hablar de la envidia de clase -contestó.

Después se reunieron en el bar del Stranger a tomar una copa.

– No sé cómo lo aguantas -dijo Martha-. Todos esos insultos. Yo no podría.

– Querida mía, podrás y lo aguantarás -dijo Chad. Tenía un subidón de adrenalina-. Es divertido en cuanto te acostumbras. Aunque me temo que esto está perdido. No hay esperanza. La presión para apoyar a Tony será increíble.

– No acabo de entenderlo -dijo Martha-. ¿Cómo funciona?

– Se negocia. Los jefes de partido se ponen en marcha la noche antes de una gran votación, y se negocia. Conocen a todo el mundo personalmente, saben lo que quiere cada uno. Nos das tu voto, dicen, y procuraremos que tu proyecto de ley reciba un empujoncito. Nos das tu voto y tendrás fondos para tu carretera; nos das tu voto, y el título de tu madre se pondrá en marcha. Es vergonzoso.

– Es terrible -dijo Martha.

– Es la política. Ah, hola, Jack. ¿Vienes de la Cámara?

– No -dijo Kirkland. Parecía deprimido-. Estaba en la sede. Los resultados horribles de ese grupo de investigación han llegado. Hemos perdido un diez por ciento de votos potenciales. Sólo en los dos últimos meses. No tengo que deciros por qué. -Echó una mirada fulminante a Chad-. Por suerte, fue un encargo privado mío. Estamos en un buen cuarto puesto, incluso a pesar de Iain Duncan Smith. Esperaba poderlo publicar, si salía bien. Tal como ha salido, me lo guardaré para mí. Esto es un desastre imparable. Ya parecemos viejos y corruptos. Qué pena. Estas cosas son muy duras para los trabajadores del partido. Baja la moral, hace que su trabajo sea el doble de difícil.

– ¿Puedo ver la encuesta? A lo mejor no es tan mala -dijo Janet.

– Janet, es horrible. Pero te la dejaré, si quieres. Que no la vea nadie, por favor. Tú también puedes echarle un vistazo, Chad. Para ver lo que has hecho. Es deprimente.

– Creo que todo se arreglará -dijo Janet a Martha más tarder. Estaban comiendo en el Shepherds de Marsham Street-. Hemos tenido mala suerte, qué se le va a hacer. La gente tiene poca memoria. Otra idiotez de Iain Duncan Smith, otra metedura de pata de Mandy y estaremos de nuevo arriba, volando alto, prometiendo la luna a los votantes. Un buen congreso, que por cierto no podemos permitirnos, y estamos de vuelta.

– Estuve leyendo sobre el SDP -dijo Martha-. Celebraron su primer congreso en un tren. Llevaron el partido a los votantes. Me pareció una gran idea.

Janet la miró pensativa.

– Sí, pero no podemos copiarles. Dirían que no tenemos ideas originales.

– Sí, claro -dijo Martha humildemente.

– Perdona. No quería machacarte. Me preocupo por ti. Te ha caído mucho encima. Tu empleo, que es muy exigente y tus deberes con tu jurisdicción cada fin de semana. Esas asesorías que haces deben de ser muy pesadas. Y no tienes en quién confiar, con quién hablar. ¿O si lo tienes?

– No en el sentido al que tú te refieres -dijo Martha, prudente.

– Sé lo que es la presión. Y es muy complicado, sobre todo para las mujeres. Esto nos afecta mucho. Es un club masculino. De modo que, si tienes problemas, puedes acudir a mí. Yo ya estoy de vuelta. Ya verás cómo necesitas un confidente, alguien que sepa lo que es la presión.

– Vaya, gracias -dijo Martha, un poco incómoda.

– No me des las gracias. Es agradable tener un aliado, una aliada. En potencia, al menos. Tenemos que apoyarnos.

Al día siguiente a primera hora, Janet fue al despacho de Jack para ver la encuesta. Era muy deprimente. Entendía lo que pensaba Jack.

– Creo que la hemos fastidiado. Maldito Chad.

– No es todo culpa suya -dijo ella.

– ¿En serio? ¿De quién es la culpa entonces?

– De Eliot -dijo Janet, y después se rió-. Lo siento, Jack. No tiene gracia.

– Ni pizca. No, tienes razón, es de los dos. Dios mío. ¿Qué vamos a hacer?

– Seguir adelante -dijo-. Mira, he estado pensando. Deberíamos celebrar un congreso.

– Ya lo sé. Pero no tenemos dinero.

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