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– Grace, mi vida, tienes visita. -La voz de Peter era insegura-. ¿Les hago subir?

– No lo sé, estoy muy cansada.

– No nos quedaremos mucho, señora Hartley.

– Oh -dijo ella, y todos notaron el placer en su voz-. Oh, Ed. Qué alegría. Sí, que suban, Peter.

– Somos dos -le comentó Ed-. He traído a Kate conmigo.

Lo habían decidido de forma improvisada. Había llamado a Kate para decirle que Grace estaba en el hospital y ella había dicho que le mandaría una nota. Entonces él dijo que ese fin de semana iría, porque uno de sus amigos daba una fiesta, y él se la llevaría.

– Bien -dijo ella, pero al cabo de un rato volvió a llamarle.

– Estaba pensando -dijo- que podría ir contigo. A verla un rato.

– Está lejos, Kate, para una visita. -Ed parecía dudoso.

– No importa. Nat puede llevarme. Tiene ruedas nuevas en el coche y quiere que se vean.

– Ya. ¿Qué coche tiene?

– Un Saxo.

– ¿Qué? ¿La bomba?

Parecía muy impresionado. Se pirraban por los coches, pensó Kate.

– Sí.

– Uau. ¿Crees que podríais llevarme?

– Por supuesto. Le encanta fardar.

– Bien, entonces vale. Pero pregúntaselo.

– No hace falta -dijo ella con absoluta tranquilidad-. Le encantará. En serio. Le diré que esté encantado -añadió.

– Bien. Gracias.

Era un caso, pensó Ed, colgando. Guapa, divertida e inteligente. Le caía muy bien. Aunque nunca podría enamorarse de ella. Nunca. Era la hija de Martha y eso lo hacía impensable. Pero por lo que fuera, le consolaba. Le hacía sentir un poco menos desesperado. No era Martha, pero de algún modo extraño sí lo era. Una parte de ella. Literalmente. Había algo en su voz, por ejemplo, un tono que era de Martha. Y cuando se reía, también era como Martha. Y sus ojos, esos enormes ojos oscuros, eran los ojos de Martha. De alguna manera debería ser doloroso, y lo era. Aunque no dolía demasiado.

– Bueno, aquí está. Sólo hace un par de días que ha vuelto a casa y se cansa enseguida, pero… sólo unos minutos.

– Hola, señora Hartley-dijo Ed-. ¿Cómo está?

– Un poquito mejor.

– ¿Se acuerda de Kate?

– Sí, claro que me acuerdo. Gracias por venir, cariño.

– De nada. Le hemos traído esto.

Helen había elegido las flores y eran preciosas.

– Que detalle, Peter, ponlas en un jarrón. Has hecho un viaje muy largo -dijo a Kate.

– No, no tanto. Me ha traído mi novio. En coche. Ha ido a comprar no sé qué -dijo, ansiosa por que Grace no pensara que tenía que invitar también al novio-. El motor necesita un ajuste o algo.

– Ah, vaya. ¿Cuántos años tienes, Kate?

– Dieciséis.

– ¿Vas a la escuela?

– Sí.

– ¿Y qué quieres hacer?

– Creo que me gustaría ser fotógrafa. Pero también podría ser abogada.

– ¡Abogada! Vaya por Dios. Como Martha.

– Sí, bueno, y como Ally McBeal.

– ¿Quién, cielo?

– Ally McBeal. Es una abogada de la tele. Tiene que verla, es muy buena.

– Me acordaré. ¿Cómo está Jocasta? Se llama Jocasta, ¿no?

– Sí, Jocasta -dijo Kate-, está muy bien. Va a tener un hijo.

– ¡Un hijo! Qué alegría. Me hace muy feliz.

– Sí. -Miró a Ed un momento y dijo-: Le manda recuerdos y dice…

– ¿Ah, sí? ¿Qué dice?

– Dice que si es una niña… -dijo Kate, y sonrió con ternura a Grace-, me dijo que le dijera que si es una niña la llamará Martha.

Penny Vincenzi

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Penny Vincenzi, una de las más populares escritoras británicas, está casada y es madre de cuatro hijos. Divide su tiempo entre Londres y Gower, al sur de Gales. Comenzó a escribir con nueve años, cuando creo su propia revista llamada Stories.

Periodista y escritora, su primer trabajo fue en la librería Harrods, con 16 años. Empezó su carrera como secretaria en Vogue, trabajó como periodista para The Times y The Daily Mails y llegó a ser editora externa de Cosmopolitan.

Desde su primera novela, Old Sins (1989), ha publicado trece novelas, entre las cuales se cuentan Another Woman (1994), An Absolute Scandal (2007), The Best of Times (2009) y la trilogía The Spoils of Time.

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