Литмир - Электронная Библиотека
A
A

También sabía que a pesar de su apasionado socialismo, su total compromiso con el ideal de la igualdad, y su hostilidad hacia la cultura de escuela privada, Jim se sentía amenazado por la seguridad innata que una educación cara proporcionaba. La idea de que su querida Kate fuera hija de un etoniano de toda la vida le ponía físicamente enfermo.

– ¿Lo conocimos? ¿En la fiesta?

– No, no lo creo. Pero lo vi. Jocasta me lo señaló.

– Ah, sí. ¿Cómo es?

– Bueno, es… alto, rubio. Unos kilos de más. Bailaba el charlestón, bastante bien por cierto, con una chica.

– ¿Su mujer?

– No, no lo creo. Ella es abogada. Esa chica parecía tener dieciocho años.

– Vaya por Dios, un ligón -dijo Jim-. Lo que faltaba.

– No seas tonto, querido -dijo Helen.

– No soy tonto. ¿Qué clase de hombre tontea con chicas jóvenes?

– Jim, no estaba tonteando. Sólo estaba bailando.

– Para mí es lo mismo. Bueno, no creo que eso le haga ninguna gracia a Kate. Es demasiado sensata. No quiero que venga a casa -añadió bruscamente.

– ¡Jim! Es probable que venga a casa, si a Kate le gusta. Sé razonable, Jim -dijo con suavidad-, sea como sea, y tanto si a Kate le gusta como si no, no tienes por qué preocuparte. Es demasiado sensata y sabe cuál es su familia. Sabe quién es su padre y no es él. No de verdad.

– Sí lo es -dijo Jim, y salió de la habitación.

Llevaron a Kate a almorzar al Bluebird.

– Le encanta ese sitio -dijo Jocasta-. Se ha convertido en nuestro sitio, suyo y mío.

Había ido tan guapa como siempre, no con vaqueros, sino con una falda larga de flores cortada al bies, y una camiseta blanca bajo una cazadora tejana. Los cabellos sueltos sobre los hombros. Muchos la miraron.

– Oh, Dios -dijo Josh.

Jocasta le acarició el brazo dándole ánimos.

– Todo irá bien.

– No sé. Pero me alegro de saber quién es. No sé si me entiendes.

– Sí. Suerte que Beatrice no ha venido.

Se levantaron hasta que Kate llegó a la mesa y la besaron.

– Me alegro de que me hayáis invitado -dijo Kate-. Me apetecía mucho.

– A nosotros también.

– He pensado que podía traerte las cámaras de las que hablamos -dijo Josh – y que te enseñaría cómo funcionan, luego si quieres.

– Genial.

Kate le sonrió. Jocasta le había dicho que Josh sabía que Martha era su madre.

– Pero si no quieres hablar de ella, no pasa nada. Lo que tú quieras.

– Eres muy amable dejándomelas -dijo.

– No es nada. Lo hago encantado.

– Parecen caras. Las cuidaré mucho.

Hubo un silencio un poco incómodo.

– Vamos a pedir -dijo Jocasta-, y después charlaremos.

– ¿Un vaso de vino, Kate, pequeña? -preguntó Josh.

– Sí, por favor. -Le sonrió-. Es muy raro que me llames pequeña. Como si fueras un tío anciano. Y no lo eres.

– Perdona.

– No, está bien.

Otro silencio incómodo. Jocasta no se lo esperaba, se esperaba que Kate estuviera tan charlatana como siempre.

– Por fin me decidí sobre el contrato -dijo, para romper el silencio-. ¿Te lo ha dicho mi madre? ¿O Fergus?

– No, ¿qué has decidido?

– No hacerlo. Ahora me preocupa haberme equivocado. Es que es mucho dinero para rechazarlo. Pienso en todo lo que podría haber hecho por nosotros, por mis padres. Y por Juliet, por supuesto. Ella necesitará mucho dinero con lo de la música.

– Pero a ti no te habría servido de nada -dijo Josh-, si no te apetecía. Seguro que tus padres prefieren pagarlo con su dinero. No les gustaría estar en deuda contigo. Creo que se sentirían incómodos.

– No se me había ocurrido. Sí, claro. Si nunca se hubiera hablado de ese dinero, encontrarían la forma de pagarle los estudios, ¿verdad?

– Por supuesto.

Kate le sonrió.

– Gracias. Ya me siento mejor.

– ¿Y Style? -dijo Jocasta-. ¿Cuándo es la sesión?

– Le dije a Fergus que no podía hacerlo.

– ¿Por qué? Kate, lo tienen todo reservado.

– Sí, lo sé. No empieces. No creo que pueda hacerlo. Estoy muy baja de moral.

– Cariño, lo siento. ¿Cómo de baja?

– Bueno, lo de siempre. -Miró a Josh, incómoda al hablar del tema delante de él-. Lo de siempre. Como te dije, es como si ahora ya no tuviera opciones.

– ¿No? -dijo Josh-. Pero ahora ya sabes quién era tu madre.

– Sí, pero ella ya no está, ¿no?

Jocasta decidió que se estaban poniendo serios demasiado pronto y cambió de tema.

– Estoy pensando en volver a trabajar.

– ¿De verdad? ¿Por qué?

– Lo echo de menos.

– Ya me lo imaginaba -dijo Kate con suficiencia-. Eres demasiado inteligente para estar todo el día sin hacer nada, esperando a que tu marido vuelva a casa.

Josh se echó a reír.

– Beatrice estaría de acuerdo contigo. Ella tampoco me espera.

– ¿No? ¿Qué hace?

– Es abogada.

– Entonces debe de ser muy inteligente.

– Lo es. Bastante más que yo, eso seguro.

– No creo -dijo Kate, educada-. En fin, Jocasta me alegro mucho. Seguro que Gideon no esperaba que lo dejaras para siempre, y no es como si tuvieras un hijo o algo así.

– No -dijo Jocasta-, ni hablar.

– ¿Te gustaría tener un hijo?

– Oh, no, creo que no.

– ¿Qué? ¿Nunca? -preguntó Kate, mirando a Jocasta con interés-. Porque creo que serías muy buena madre.

– ¿Por qué dices eso? -preguntó Josh.

– Bueno, es muy moderna. No estaría todo el día dando la vara. Sería comprensiva, y entendería lo que siente su hijo. Y es divertida. Mi madre es un sol, pero es un poco… mayor. No se entera mucho.

– Pero si Jocasta tuviera un hijo, también sería mayor cuando él tuviera tu edad -dijo Josh.

Estaba tan interesado en el giro que había tomado la conversación que casi se había olvidado de por qué estaban allí.

– Sí, supongo que sí. Pero creo que Jocasta seguiría siendo joven.

– Bueno, no pienso tener un hijo, y basta -le dijo Jocasta.

Hubo otro silencio.

– Gideon tiene una hija de mi edad, ¿no? Debe de estar muy mimada.

– En algunas cosas, pero en otras, en absoluto. Él no la ve nunca, vive con su madre, cuando no está interna en la escuela.

– ¿Erais mimados vosotros dos? -preguntó Kate, mirándolos-. Vuestro padre es rico, ¿no?

– No tanto como Gideon -dijo Jocasta-, pero no éramos unos mimados. Sí, teníamos todo lo que queríamos. Pero nuestros padres estaban divorciados y nosotros… Yo nunca veía a mi padre. Mi hermanito sí.

– ¿Ah, sí? -preguntó Kate mirando a Josh-. ¿Te llevas bien con tu padre?

– Bueno, sí. Normal.

– Eso es horrible -dijo Kate-. No me puedo imaginar lo que tiene que ser que te manden lejos de esa manera, no ver a tus padres todos los días. Los míos son unos pesados a veces, pero estamos juntos y sabemos que nos tenemos los unos a los otros. Mi madre está obsesionada con que comamos juntos y empiezo a entender por qué. Cuando era pequeña no lo entendía. ¿Tú qué clase de padre eres? -preguntó a Josh-. Tú que tienes hijas, ¿las mandarías internas? Seguramente sí.

Josh respiró hondo. Si alguna vez el Todopoderoso había echado una mano, era entonces.

– ¿Qué clase de padre soy? -dijo-. Es una buena pregunta. Intento ser un buen padre. Me gusta estar con mis hijas y no quiero mandarlas internas. A ver, Jocasta, ¿qué clase de padre dirías que soy?

Jocasta había pillado la intención y había oído cómo respiraba hondo.

– Muy bueno, creo yo -dijo-. Bueno de verdad. Kate, cuando termines tu comida podríamos ir a dar una vuelta si te parece.

Ella les miró, desorientada por aquel brusco final de la comida; le apetecía mucho el postre.

– Vale.

Pidieron la cuenta y Josh pagó en silencio. No recordaba haber tenido nunca tanto miedo, ni siquiera cuando comenzó la escuela primaria a los siete años. Fue el primero en salir a la calle.

– Tengo el coche aquí -comentó-. Podríamos ir al río, si os parece bien.

126
{"b":"115155","o":1}