Z caminó rápidamente hacia la escalera, no dispuesto a caer en esa escena. Estaba casi a salvo cuando Tohr salió de la puerta oculta en el primer descanso. El hermano parecía ceñudo, pero bueno, nunca estaba de fiesta.
– Hey, Z, espera.
Zsadist maldijo, y no bajó su respiración. No tenía ningún interés en quedarse a escuchar una mierda acerca de política y procedimiento, y de eso era de lo único que hablaba Tohr últimamente. El hombre estaba enloqueciendo a la Hermandad, organizando turnos, tratando de convertir a cuatro tiros al aire como eran V, Phury, Rhage y Z en soldados. No le extrañaba que siempre se viera como si le doliera la cabeza.
– Zsadist. Dije, espera.
– Ahora no…
– Si, ahora. El hermano de Bella le mandó una petición a Wrath. Solicitando que le sea asignado un estado de Sehclusion con él como su Whard.
Oh, mierda. Si eso ocurría, sería lo mismo que si Bella se hubiera ido. Demonios, era como si fuera una pieza de equipaje. Ni siquiera la Hermandad podía escudarla de su Whard.
– ¿Z? ¿Escuchaste lo que te dije?
Asiente con la cabeza, idiota, se dijo a si mismo.
Apenas se las arregló para hundir la barbilla.
– ¿Pero por qué me estás contando eso?
Tohr apretó la boca.
– ¿Quieres aparentar que ella no significa nada para ti? Bien. Sólo pensé que querrías saberlo.
Tohr se dirigió hacia el comedor.
Z agarró la barandilla y se frotó el pecho, sintiendo como si alguien hubiera reemplazado el oxígeno de sus pulmones por alquitrán. Miró hacia arriba y se preguntó si Bella pasaría por su habitación antes de irse. Tendría que hacerlo, porque su diario estaba allí. Podía dejar la ropa, pero no su diario. A no ser, por supuesto, que ya lo hubiera sacado.
Dios… ¿Cómo le diría adiós?
Amigo, se debían una conversación. No podía imaginarse que le diría, especialmente después de que lo hubiera visto practicar su odiosa magia con ese asesino.
Z entró en la biblioteca, levantó uno de los teléfonos, y disco el número del móvil de Vishous guiándose por el diseño de las teclas. Escuchó como sonaba en el auricular y también a través del vestíbulo. Cuando V contestó, le contó sobre el Explorer, el teléfono móvil y las payasadas que había hecho en el tren delantero.
– Me pongo a ello -dijo V-. Pero ¿Dónde estás? Hay un extraño eco en el teléfono.
– Llámame si ese auto se mueve. Estaré en el gimnasio. -Colgó y se dirigió al túnel subterráneo.
Supuso que podría conseguir alguna ropa del vestuario y llevarse a un estado de absoluto agotamiento. Cuando sus muslos gritaran, sus pantorrillas se hubieran convertido en piedra y su garganta estuviera seca a causa de los resuellos, el dolor le aclararía la mente, lo limpiaría… Ansiaba el dolor más de lo que ansiaba la comida.
Cuando llegó al vestuario, fue al cubículo que le habían asignado y sacó sus zapatillas con colchón de aire y un par de pantaloncillos para correr. De cualquier forma prefería andar sin camisa, especialmente si estaba sólo.
Se había quitado las armas y estaba a punto de desvestirse cuando sintió que algo se movía por el vestuario. Rastreando el sonido en silencio, se interpuso en el camino de… un extraño a medias.
Hubo un sonido de metal cuando el pequeño cuerpo se estrelló contra uno de los bancos del vestíbulo.
Mierda. Era el muchacho. ¿Cual era su nombre? John algo.
Y el muchacho John se veía como si fuera a desmayarse mientras miraba hacia arriba con los ojos vidriosos, saliéndose de las órbitas.
Z miró hacia abajo desde toda su estatura. En ese momento su humor era absolutamente maligno, negro y frío como el espacio, y aun así de alguna forma, no le apetecía rasgarle un nuevo agujero en el culo al muchacho que no había hecho nada malo.
– Vete de aquí, muchacho.
John manoseó algo. Un block y un lapicero. Mientras ponía los dos juntos, Z sacudió la cabeza.
– Si, no sé leer, ¿recuerdas? Mira sólo vete. Tohr está arriba en la casa.
Z se dio la vuelta y se sacó la camisa de un tirón. Cuando escuchó un jadeo, miró sobre su hombro. Los ojos de John estaban fijos en su espalda.
– Cristo, muchacho… Vete a la mierda de aquí.
Cuando Z escuchó el sonido de pasos alejándose, se deshizo de los pantalones, se puso los pantaloncillos de futbol negros, y se sentó en un banco. Levantó los Nikes agarrándolos por los cordones y dejó que colgaran entre las rodillas. Mientras miraba las zapatillas para correr, tuvo un estúpido pensamiento sobre cuantas veces había metido los pies en ellas y castigado su cuerpo en la fatigosa rutina a la que se dirigía. Luego pensó sobre cuantas veces había dejado que lo hirieran deliberadamente en peleas con lessers. Y cuantas veces le había pedido a Phury que lo abatiera.
No, no pedido. Demandado Había habido momentos cuando le había demandado a su mellizo que le pegara una y otra vez hasta que su cara con cicatrices quedaba toda hinchada y el palpitante dolor en los huesos era todo lo que conocía. A decir verdad, no le gustaba involucrar a Phury. Prefería que le doliera en privado y si hubiera podido se hubiera hecho el daño él mismo. Pero era difícil golpearse con fuerza a si mismo a sangre fría.
Lentamente Z bajo las zapatillas al piso y se inclinó hacia atrás apoyándose contra el casillero, pensando acerca de donde estaba su mellizo. Arriba en el comedor. Al lado de Bella.
Sus ojos se desviaron al teléfono que estaba ubicado en la pared del vestíbulo. Tal vez debería llamar a la casa.
Un suave silbido se escuchó cerca de él. Dirigió los ojos hacia la izquierda y frunció el ceño.
El muchacho estaba allí con una botella de agua en la mano, y avanzaba tentativamente, el brazo estirado en frente de él, la cabeza ladeada. Como si quisiera congraciarse con una pantera y tuviera la esperanza de salir de la experiencia con todos los miembros todavía unidos.
John depositó la botella de Poland Spring en el banco como a tres metros de Z. Luego se dio la vuelta y salió corriendo.
Z miró la puerta por donde el muchacho había desaparecido. Cuando se cerró, pensó en otras puertas del Complejo. Específicamente en las puertas principales de la mansión.
Dios. Bella también se iría pronto. Incluso podría estar yéndose en ese preciso momento.
Justo en ese mismo minuto.
CAPÍTULO 25
– ¿Manzanas? ¿Qué mierda hago preocupándome por manzanas? -gritó O al móvil. Estaba a punto de romper cabezas, estaba tan cabreado, ¿y U charlaba acerca de las malditas frutas?- Sólo llamo para decirle que tenemos tres Betas muertos. Tres de ellos.
– Pero esta noche había mil ochocientos kilos de manzanas comprados en cuatro diferentes…
O empezó a pasear por la cabaña. Era eso o que lo ayudaran, iba a perseguir a U hasta quemar sus bordes.
Tan pronto como O regresó del Omega fue hacia la granja, sólo para encontrarse con dos marcas chamuscadas en el césped así como la puerta trasera estropeada. Mirando a la cocina a través de la ventana, pudo ver la sangre negra por todo el lugar y otra marca de quemadura en el azulejo.
Maldito infierno, pensó, imaginándose la escena. Conocía al Hermano que había hecho el trabajo, porque dejaba la suciedad en la cocina, al lesser que había muerto en el suelo lo habían cortado en tiras antes de ser apuñalado.
¿Había estado su mujer con el guerrero en ese momento? ¿O fue una visita de la familia tratando de trasladar sus cosas y el Hermano sólo estaba protegiéndolos?
Malditos fueran esos Betas. Esos tres asnos piojosos, pichas-flojas, inútiles hijos de puta, se habían matado a sí mismos, entonces nunca tendría respuestas. Y si su mujer no había estado allí, tan seguro como el infierno que si ella estaba viva no regresaría pronto, gracias a la pelea que había habido.