– Oidme, muchachos. -Les tocó brevemente en los hombros-. Sois un verdadero par, ¿Lo sabeis? Nuestro genio residente y un tiburón humano juntos. ¿Qué os parece? -Mientras lo miraron de una manera rara, preguntó- ¿Está Rhage en su cuarto?
Cuando asintieron, se acercó y llamó a la puerta de Hollywood. Rhage contestó y Phury sonrió, puso su mano en aquel grueso picaporte.
– Oye, hermano.
Debio de haber hecho una pausa demasiado larga, porque los ojos de Rhage se volvieron perspicaces.
– ¿Qué pasa, Phury?
– Nada. -Dejó caer su mano-. Sólo pasaba por aquí. Ten cuidado con tu hembra, ¿Me entiendes?… afortunado, afortunado… eres un afortunado macho, muy afortunado. Es tarde.
Phury fue a su cuarto, deseando que Tohr estuvieran alrededor…, deseaba saber donde estaba su hermano. Mientras que se lamentaba por el macho se armó, entonces comprobó el pasillo. Podía oír a la Hermandad que hablaba en el estudio de Wrath.
Evitándolos se desmaterializo al pasillo de estatuas y entró en el cuarto contiguo al de Zsadist. Después de cerrar la puerta, se dirigió al baño y encendió la luz. Contempló su reflejo en el espejo.
Desenvainando una de sus dagas, agarró un trozo grueso de su pelo y tomó la cuchilla, cortando las ondas. Hizo esto repetidas veces, dejando que el pelo rojo, rubio y castaño cubriera el piso. Cuando solo quedaba aproximadamente una pulgada de largo en toda la cabeza, agarró una lata de crema de afeitar, enjabono su cráneo, y tomó una navaja de afeitar de debajo del lavabo.
Cuando quedo calvo limpió los residuos de su cuero cabelludo y de su camisa. Le picaba el cuello por el pelo que le habia caido, su cabeza se sentía demasiado ligera. Frotó su mano sobre su cuero cabelludo, apoyandose en el espejo, y se miró.
Entonces tomó la daga y puso la punta en su frente.
Con mano temblorosa, dibujó con el cuchillo hacia abajo desde el centro de la cara, terminando con una S curva en su labio superior. La sangre manó y goteó. La limpio con una toalla blanca.
Zsadist se armó con cuidado. Cuando estuvo listo caminó hacia su armario. El dormitorio estaba a oscuras, y andaba por hábito más que por ver algo, dirigiéndose hacia el fondo al cuarto de baño. Fue al lavabo, y se inclinó sobre el agua que se precipitaba, acunó el torrente frío en sus manos. Salpicó su cara y se frotó los ojos. Bebió un poco con las palmas.
Cuando se estaba secando, sintió que Phury entraba en el dormitorio y se movía a su alrededor, aunque no pudiera ver al macho.
– Phury… Te iba a ver antes de marcharme.
Con la toalla bajo su barbilla, Z miró su reflejo en el espejo, viendo sus nuevos ojos amarillos. Pensó en su vida y supo que la mayor parte de ella era una mierda. Pero habian dos cosas que no lo eran. Una hembra. Y un macho.
– Te quiero -dijo con una voz áspera, comprendiendo que era la primera vez que le había dicho estas palabras a su gemelo-. Sólo necesitaba sacar esto.
Phury caminó hacia él.
Z retrocedió con horror ante el reflejo de su gemelo. Sin cabello. Con una cicactriz en su cara. Ojos llanos y sin vida.
– Oh, dulce Virgenv -respiró Z-. Qué joder ¿Qué te hiciste…?
– Yo también te quiero, hermano. -Phury levantó su brazo. En su mano habia una jeringuilla hipodérmica, uno de los dos había sido abandonado por Bella-. Y tu tienes que vivir.
Zsadist giró alrededor y vio como el brazo de su gemelo se balanceaba hacia abajo. La aguja se clavó en el cuello de Z y sintió que la morfina iba directamente a su yugular. Gritando, agarró de los hombros a Phury. Cuando la droga empezó a surtir efecto, él cedió y con alivio cayó al suelo.
Phury se arrodilló a su lado y acarició su cara.
– Sólo te tengo a ti para vivir. Si mueres no tengo nada. Estoy completamente perdido. Y tú eres necesario aquí.
Zsadist trató de extender la mano, pero no pudo levantar los brazos cuando Phury se incorporó.
– Dios Z, sigo pensando que nuestra tragedia va a terminar. ¿Pero no se acabara, verdad?
Zsadist se desmayó con el sonido de las botas de su gemelo que salian del cuarto.
CAPÍTULO 45
John estaba acostado en la cama, enroscado de lado, mirando fijamente la oscuridad. El cuarto que le habían dado en la mansión de la Hermandad era lujoso, anónimo y no lo hacía sentirse ni mejor ni peor.
En algun sitio en la esquina, oyó el tañir del reloj una vez, dos veces, tres veces… Siguió contando los tonos bajos, rítmicos hasta que consiguió llegar ha seis. Dando una vuelta sobre su espalda, consideró el hecho que en otras seis horas esto sería el principio de un nuevo día. Medianoche. Ya no el martes, sino el miércoles.
Pensó en los días, semanas, meses y años de su vida, tiempo que tenia porque lo había experimentado y por lo tanto podría poner la demanda de su paso.
Cuan arbitraria, esta diferencia de tiempo. Como gente humana y vampiros, para tener que reducir el infinito en algo que ellos pudieran creer que controlaban.
Qué sandez. Tú Nunca controlaste nada en tu vida. Y tampoco en la de ellos.
Dios, si sólo hubiera un modo de hacer esto. O al menos ser capaz de volver a hacer algunas cosas. Qué maravilloso sería si pudiera golpear sólo un botón de rebobinado y luego corrigiera el infierno del día pasado. De este modo no se sentiría como se sentía ahora.
Gimió y dio vuelta sobre su estómago. Este dolor era… incomparable, una revelación de la peor clase.
Su desesperación parecía una enfermedad, afectando su cuerpo entero, haciéndolo temblar aunque no tenia frió, sacudiendo su estómago aunque estaba vacío, haciendo florecer el dolor en sus articulaciones y pecho. Nunca había pensado que la devastación emocional era una aflicción, peor aún, y sabía que iba a estar enfermo un rato.
Dios… Debería haber ido con Wellsie, en vez de quedarse en casa para trabajar en las tácticas. Si hubiera estado en aquel coche, tal vez podría haberla salvado… ¿o tal vez estaría muerto también?
Bien, sería mejor que esta existencia. Incluso si no había nada en su vida futura, aun si sólo se desmayara, seguramente sería mejor que esto.
Wellsie… muerta, muerta. Su cuerpo, eran cenizas. Por lo que John había oído por casualidad, Vishous había puesto su mano derecha sobre ella en la escena y luego había tomado lo que había quedado. Una ceremonia formal sería realizada, excepto que nadie podría hacerla sin Tohr.
Y Tohr también se había ido. Desapareció. ¿Quizás estaba muerto? Había estado así, cerca del alba cuando se había ido… de hecho, tal vez ese había sido el punto. Tal vez había salido corriendo a la luz para poder irse con el espíritu de Wellsie.
Irse, irse… todos parecían irse.
Sarelle… perdido el lessers, también. Perdida antes de que él realmente la conociera. Zsadist iba a tratar de recuperarla, pero ¿Quién sabía qué pasaría?
John imaginó la cara de Wellsie su pelo rojo y su pequeño vientre embarazado. Él vio la caricia de Tohr, sus ojos azul marino y sus amplios hombros en el cuero negro. Imaginó a Sarelle estudiando minuciosamente aquellos viejos textos, sus letras mayúsculas, su pelo rubio, largo, sus manos pasando las páginas.
La tentación de comenzar a llorar otra vez, se elevó, John se sentó rápidamente, frenando el impulso. El llanto. No lloraría otra vez por nadie. Las lágrimas eran completamente inútiles, una debilidad no digna de sus recuerdos.
La Fuerza sería su ofrenda. El Impulso su elogio. La Venganza el rezo en sus tumbas.
John salió de la cama, usó el cuarto de baño, luego se vistió, resbalando sus pies en los Nikes que Wellsie le había comprado. En unos momentos estaba abajo, pasando por la puerta secreta que conducía al túnel subterráneo. Andaba rápidamente por el laberinto de acero, sus ojos fijos, sus brazos balanceándose con el ritmo preciso de un soldado.