– ¡Mírate, eres un jodido esqueleto! A no ser que te alimentes, te quedarás.
Bella entró en la habitación mientras Zsadist le decía:
– Intenta mantenerme aquí y verás a dónde te lleva, hermano.
Con toda la Hermandad mirando, los dos hombres estaban nariz-contra-nariz, las miradas cruzadas, enseñándose los colmillos.
Jesús, pensó ella. Tanta agresividad.
Pero… Tohrment tenía razón. Ella no había sido capaz de verlo en la oscuridad del dormitorio, pero aquí con la luz Zsadist se veía medio muerto. Los huesos de su cráneo de abrían camino por su piel; la camiseta le colgaba por el cuerpo; los pantalones le colgaban. Sus oscuros ojos eran tan intensos como siempre, pero el resto de él estaba en dura forma.
Tohrment negó con la cabeza.
– Sé razonable…
– Ver a Bella vengada. Eso es totalmente razonable.
– No, no lo es -dijo ella. Su interjección atrajo hacia ella todas las cabezas.
Cuando Zsadist la miró, sus iris cambiaron, del destello de sus brillantes oscuros enfadados al que estaba acostumbrada, al incandescente amarillo.
– Tus ojos -susurró ella-. ¿Qué les ha pasado…?
Wrath la cortó.
– Bella tu hermano ha solicitado que te quedes un poco más.
Su sorpresa fue grande, miró desde la distancia a Zsadist.
– ¿Qué, mi señor?
– No quiere que levante tu sehclusión ahora mismo, quiere que te quedes aquí.
– ¿Por qué?
– Ni idea. Tal vez podrías preguntárselo.
Dios, como si las cosas no fueran lo suficiente confusas. Volvió a mirar a Zsadist, pero él estaba concentrado en la ventana al otro lado de la habitación.
– Eres, desde luego, bienvenida para quedarte -dijo Wrath.
Al tensarse Zsadist, ella se preguntó como de cierto era eso.
– No quiero ser vengada -dijo ella fuerte. Cuando la cabeza de Zsadist se giró, le habló directamente-. Estoy agradecida por todo lo que has hecho por mí. Pero no quiero que nadie sea herido intentando coger al lesser que me retuvo. Especialmente tú no.
Frunció el ceño.
– Ese no es problema tuyo.
– El infierno si no lo es -cuando se lo imaginó yendo a luchar, el terror le anuló todo-. Dios, Zsadist… no quiero ser responsable de que salgas y de que te maten.
– Ese lesser va a acabar en una caja de pino, no yo.
– ¡No puedes decirlo en serio! Virgen querida, mírate. Es imposible que puedas luchar. Estás muy débil.
Hubo un silbido colectivo en la habitación, y los ojos de Zsadist se oscurecieron. Oh… mierda. Bella se puso la mano sobre la boca. Débil. Lo había llamado débil. Delante de toda la Hermandad. No existía mayor insulto. Simplemente insinuar que un hombre no podía manipular la fuerza era imperdonable en la clase guerrera, no importaba la base. Pero venir y decirlo delante de testigos, era una total castración social, una condena irrevocable de su valor como hombre.
Bella se le acercó rápidamente.
– Lo siento, no pensé…
Zsadist apartó los brazos de su alcance.
– Aléjate de mí.
Ella se puso la mano sobre la boca cuando dio un paso a su alrededor como si fuera una granada. Se dirigió hacia la puerta y sus pasos se dirigieron hacia el vestíbulo. Cuando ella fue capaz, chocó contra la mirada desaprobatoria de los hermanos.
– Le pediré perdón inmediatamente. Y escuchad ahora, no dudo de su coraje o su fuerza. Me preocupo por él por que…
Díselo, pensó ella. Ellos seguramente lo entenderán.
– Lo amo.
Bruscamente la tensión en el lugar se alivió. Bien, la mayor parte de ella. Phury se giró distanciándose y se dirigió hacia el fuego, inclinándose hacia la chimenea. Su cabeza baja como si quisiera estar en las llamas.
– Me alegra lo que sientes -dijo Wrath-. Él lo necesita. Ahora ve a buscarlo y pídele perdón.
Antes de salir del estudio, Tohrment se puso frente a ella y la miró a su nivel.
– Intenta alimentarlo mientras estés en ello, ¿vale?
– Rezo para que me lo permita.
CAPÍTULO 37
Rehvenge merodeaba por la casa, yendo de habitación en habitación andando impacientemente. Su campo visual era rojo, sus sentidos vivos, el bastón fue abandonado horas atrás. Con no más frío que de costumbre, se había deshecho del jersey de cuello alto, colgando las armas sobre su piel desnuda. Sentía todo el cuerpo, regodeándose con todo el poder de sus músculos y huesos. Y allí había también otras cosas. Cosas que no había experimentado en…
Dios, había pasado una década desde que se dejara llevar tan lejos, y por eso fue manipulado, un retroceso deliberado en la locura, se sintió con el control… lo cual probablemente era una falacia peligrosa, pero no le importaba una mierda. Se había… liberado. Y quería luchar contra el enemigo con una desesperación que era completamente sexual.
También estaba frustrado como el demonio.
Se asomó por una de las ventanas de la biblioteca. Había dejado bien abierta la puerta principal, para alentar a las visitas. Nada. Nada. Cero.
El reloj del abuelo sonó doce veces.
Había estado tan seguro de que el lesser se mostraría, pero nadie atravesó la puerta, o subió el camino hacia la casa. Y según las cámaras de seguridad de la periferia, los coches que habían pasado por la calle eran sólo los autóctonos del vecindario: varios Mercedes, un Maybach, algunos Lexus SUV, cuatro BMW.
Malditos. Quería a ese asesino, lo suficientemente mal para gritar, y el deseo de luchar, para vehngar a su familia, proteger su territorio, tenía sentido. Su linaje descendía de la elite de guerreros por parte de su madre, y la violencia estaba arraigada en él; siempre la tuvo. Añadiendo a su naturaleza la cólera por lo de su hermana y el hecho que había tenido que sacar urgentemente a su mahmen de la casa en plena jodida luz del día, era como un barril de pólvora.
Pensó en la Hermandad. Habría sido un buen candidato, si lo hubieran reclutado antes de su transición… ¿Excepto qué quien infiernos sabía ya lo que ellos hacían? Habían pasado a la clandestinidad cuando la civilización vampiro se desmoronó, convirtiéndose en ese enclave escondido, protegiéndose a ellos mismos más que a la raza que habían jurado defender.
Demonios, no ayudaba el pensar que si ellos hubieran estado más atentos en su trabajo y menos en sí mismos podían haber impedido el secuestro de Bella. O encontrarla de inmediato.
Una nueva ráfaga de cólera lo atravesó, continuó paseando por la casa con un patrón aleatorio, asomándose a las ventanas y puertas, comprobando los monitores. Finalmente decidió que la espera sin propósito era una tontería. Iba a perder el juicio vagando por allí toda la noche, y tenía negocios que atender en el centro. Si conectaba las alarmas y ellos las hacían saltar, podría materializarse en un parpadeo.
Cuando llegó a su habitación, fue hacia el armario y se detuvo enfrente del armario cerrado al fondo. Ir a trabajar sin medicarse no era una opción, incluso si significaba tener que utilizar una pistola en vez de un mano a mano con el lesser si el bastardo aparecía.
Rehv sacó un vial de dopamina así como una jeringuilla y un torniquete. Cuando preparó la aguja y envolvió la goma alrededor de su antebrazo, clavó los ojos en el claro fluido que estaba a punto de introducir en sus venas. Los charlatanes habían mencionado que con esa clase de dosis tan alta, la paranoia era un efecto secundario en algunos vampiros. Y Rehv había duplicado la prescripción desde… Jesús, desde que Bella había sido raptada. Entonces quizás se había vuelto loco.
Pero entonces pensó en la temperatura del cuerpo de esa cosa que se había parado enfrente de las puertas. Con cincuenta grados no estaba vivo. No los humanos.
Se inyectó esperando hasta la recuperar la visión y el cuerpo. Entonces se abrigó bien, agarró el bastón y salió.