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Soy un heroinómano.

Excepto que, realmente, ya poco le importaba. La muerte estaba en todas partes alrededor de él, el hedor de la pena y fracaso que contaminaba el aire que respiraba. Necesitaba del tren loco durante algún tiempo, aun si esto significara la entrada a otra clase de enfermedad.

Por suerte, o tal vez lamentablemente, Butch y V no se quedaron mucho tiempo en el club, y estuvieron en casa un poco después de medianoche. Cuando ellos caminaban por el vestíbulo Phury sobaba sus nudillos, y un rubor que estallaba bajo su ropa. No podía esperar para estar solo.

– ¿Quieren comer? -dijo Vishous bostezando.

– Claro que si -dijo Butch. Entonces echó un vistazo sobre el hombro cuando V fue para la cocina. -. Phury, ¿vienes con nosotros para comer algo?

– Nah, hasta luego. -Cuando subió por la escalera podía sentir los ojos del macho en él.

– Phury… – llamó Butch.

Phury blasfemó y miro sobre su hombro. Un poco de su paseo maniático sangró sabiendo que los ojos del policía estaban fijos en el.

Butch sabía, pensó. De alguna manera el tipo sabía.

– Estás seguro que no quieres comer con nosotros -dijo el humano con voz leve.

Phury no supo que pensar. O tal vez sólo lo rechazo.

– Sí. Estoy seguro.

– Cuidado, amigo. Algunas cosas son difíciles de deshacer.

Phury pensó en Z. En él. Del futuro de mierda al que tenia poco interés en aferrarse.

– Crees que no lo sé -dijo, y salió.

Cuando llegó a su cuarto cerró la puerta y dejó caer su abrigo de cuero en una silla. Sacó el paquete, agarró un poco de humo rojo y un papel de arroz, y preparó un porro. No pensaba en lo que hacía. Se enviciaba sólo de pensarlo, estaba demasiado cerca.

Al menos para esta primera vez.

Él lamió el borde del papel de arroz, presionó la unión, luego se acercó a su cama y se recostó contra las almohadas. Lo tomó ligeramente, acercándolo a la llama para darle vida, y se inclinó sobre el brillo naranja, lo hizo rodar por su mano entre los labios.

El golpe a su puerta lo enojo. Butch joder.

Apagó el encendedor.

– ¿Qué?

Cuando no hubo respuesta, guardó el cigarrillo con él y caminó a través del cuarto. Abrió la puerta.

John tropezó hacia atrás.

Phury respiró hondo. Una vez más. Relájate. Él tenía que relajarse.

– ¿Qué haces, hijo? -le preguntó, acariciando el porro con el dedo índice.

John tomo su almohadilla, escribió unas líneas y se las enseño.

– Siento molestarle. Necesito a alguien que me ayude con mis posiciones de jiu-jitsu, y tú eres muy bueno.

– Oh… sí. Esta noche no John. Lo siento. Estoy… ocupado.

El niño sacudió la cabeza. Después de una pausa, John agitó un adiós. Y giró alejándose.

Phury cerró la puerta, la cerró con llave, y fue derecho a la cama. Él saco el cigarrillo otra vez, puso el porro entre sus labios

Justo cuando la llama golpeó la punta del cigarrillo, se congeló.

No podía respirar. No podía… comenzó a jadear. Cuando sus palmas se pusieron mojadas, el sudor estalló encima de su labio superior, bajo sus axilas y bajó hacia su pecho.

¿Qué joder estaba haciendo? ¿Qué joder hacía?

Heroinómano… heroinómano hijo de puta. Heroinómano de bajos fondos… hijo de puta. Traer heroína ¿a la casa del Rey? Encender la mierda en el complejo de La Hermandad ¿Contaminarse porque era demasiado débil de mierda para enfrentarse a sus problemas?

Infiernos que no, él no haría eso. No deshonraría a sus hermanos, a su rey, con esto. Bastante se enviciaba con el humo rojo. ¿Pero H?

Temblando de la cabeza a los pies, Phury corrió al cuarto, recogió el paquete, y se escapó al cuarto de baño. Tiró el porro y la heroína dentro del inodoro descargándolo una y otra vez.

Tropezando por el cuarto, corrió por el corredor del vestíbulo.

John estaba a la mitad del camino de la magnífica escalera cuando Phury llegó tan rápidamente a la esquina que casi se cayó. Agarró al muchacho y lo arrastró a sus brazos con tanta fuerza, que aquellos huesos frágiles debieron doblarse.

Dejando caer su cabeza en el hombro del niño, Phury se estremeció.

– Ah, Dios… gracias. Gracias, gracias…

Pequeños brazos lo rodearon. Pequeñas manos acariciaron su espalda.

Cuando Phury finalmente lo soltó, tuvo que limpiar sus ojos.

– Pienso que es una gran noche para trabajar en tus posturas. Sí. Es buena hora también para mí. Vamos.

Cuando el niño lo miró… sus ojos de repente parecieron sorprendentemente sabios. Y luego la boca de John trabajó, moviéndose despacio, formando palabras que tenían un impacto aun cuando no tuvieran sonido.

– Usted está en una prisión sin barras. Me preocupo por usted.

Phury parpadeó, atrapado en una extraña deformación del tiempo. Alguien más le había dicho aquellas mismas cosas… El verano pasado.

La puerta del vestíbulo se abrió, rompiendo el momento. Phury y John lo aceptaron sin pensar, Zsadist entró en el vestíbulo.

El hermano lucía abatido mientras echaba un vistazo hacia las escaleras.

– Oh, oye, Phury. John.

Phury frotó su cuello, tratando de volver de cualquier déj à vu de rareza que acabara de pasar junto a John.

– ¿Así que, Z, de dónde vienes?

– De un pequeño viaje. Un pequeño viaje muy lejano. ¿Qué hacen?

– Vamos a ir al gimnasio para trabajar las posiciones de John.

Z cerró la puerta.

– ¿Y si me uno a ustedes? O… tal vez yo debería decir. ¿Puedo unirme a ustedes?

Phury se quedó mirándolo fijamente. John pareció igualmente sorprendido, pero al menos el niño tenía la gracia de asentir con la cabeza.

Phury asintió con la cabeza.

– Sí, por supuesto, hermano. Ven con nosotros. Siempre eres… bienvenido.

Zsadist cruzó el brillante piso de mosaico.

– Gracias. Muchas gracias.

Los tres se dirigieron hacia el sótano.

Cuando caminaban al centro de entrenamiento Phury miró a John y pensó que a veces hacia falta entre dos coches sólo algo del ancho de un cabello para evitar un mortal accidente.

A veces tu vida entera podría depender de una fracción de una pulgada. O el latido de un nanosegundo. O el golpe de una puerta.

Esta clase de hechos hacia creer a un macho en lo divino. Realmente lo hacia creer.

CAPÍTULO 49

Dos meses después…

Bella se materializó enfrente de la mansión de la Hermandad y miró el severo gris de la fachada. Nunca había esperado regresar. Pero el destino tenía otros planes para ella.

Abrió la otra puerta y entró en el vestíbulo. Cuando accionó el intercomunicador y mostró su cara a la cámara, sintió como si estuviese en algún tipo de sueño.

Fritz abrió las puertas de par en par y se inclinó con una sonrisa.

– ¡Madam! Que placer verla.

– Hola. -Pasó al interior y sacudió la cabeza cuando intentó coger su abrigo-. No me quedaré mucho. Sólo estoy aquí para hablar con Zsadist. Por un minuto.

– Pero por supuesto. El Maestro está allí arriba. ¿Me sigue, por favor? -Fritz la condujo a través del vestíbulo a un par de puertas dobles, todo mientras charlaba alegremente, poniéndola al corriente sobre las cosas igual que lo habían hecho todos por Año Nuevo.

Pero el doggen hizo una pausa antes de abrir el camino hacia la biblioteca.

– Le pido disculpas, madam, pero usted parece… ¿Le gustaría anunciarse usted misma? ¿Cuándo esté lista?

– Oh, Fritz, que bien me conoces. Me encantaría tener un minuto para mí misma.

Él asintió, sonrió y desapareció.

Respiró profundamente y escuchó las voces y pasos en la casa. Algunas eran lo bastante bajas y ruidosas para pertenecer a los Hermanos, y echó una ojeada a su reloj. Las siete en punto de la noche. Debían estar preparándose para salir.

Se preguntó como estaría Phury. Y si Tohr había regresado ya. Y como estaba John. Rodeos… se estaba andando con rodeos.

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