Oh, Dios… Eran perfectos. De un blanco cremoso con puntas rosadas. Y el agua le acariciaba los pezones, importunándolos con ondeantes besos que los hacían brillar.
Apretó los parpados cerrados, sacó los brazos de agua y se sentó sobre los talones. Cuando estuvo listo para intentarlo de nuevo, se concentro en la pared que tenía en frente y se inclinó hacia delante… sólo para sentir un repentino dolor en las caderas. Miró hacia abajo, confundido.
Había un hinchado bulto en sus pantalones. Eso estaba tan duro, que había surgido una tienda de campaña en la delantera de sus pantalones de deporte. Evidentemente se había apretado la cosa contra la bañera cuando se inclino, y esa era la causa de la punzada que había sentido.
Maldiciendo, empujó la cosa con la palma de la mano, odiando la sensación de la pesada carga, la forma en que la dura longitud se enredaba en sus pantalones, el hecho de tener que lidiar con eso. Sin embargo no importaba cuanto lo intentara, no podía colocarla correctamente, al menos no sin meter la mano dentro de los pantalones para agarrarla, lo que, maldita fuera, no estaba dispuesto a hacer. Al final se dio por vencido y dejo la erección atrapada, retorcida y doliendo.
Que le sirviera de lección a la cabrona.
Zsadist inspiró hondo, sumergió los brazos profundamente en el agua, y los envolvió debajo del cuerpo de Bella. La saco, nuevamente impresionado por lo liviana que era; luego la coloco contra la pared de mármol usando el costado de su cadera y una mano sobre la clavícula. Levantó la toalla que había dejado en el borde del jacuzzi, pero antes de envolverla alrededor de ella, desplazo la mirada hacia las letras grabadas en la piel del estómago.
Algo extraño se sacudió en su pecho, una gran opresión… No, era una sensación descendente, como si se estuviera cayendo, aunque estaba perfectamente equilibrado. Estaba pasmado. Hacia mucho que nada se abría paso a través de la ira y la insensibilidad. Tenía la sensación de estar… ¿triste?
Lo que sea. Ella tenía piel de gallina, por todo el cuerpo. Así que este no era el momento de tratar de entenderse a si mismo.
La envolvió y la puso en la cama. Haciendo el cobertor a un lado, la acostó, quitándole la empapada toalla. Mientras la cubría con las sábanas y las mantas, captó otro vistazo de su estómago.
La rara sensación de estar cayendo regresó, como si su corazón se hubiera ido de viaje en una góndola hacia el estómago. O tal vez hacia sus muslos.
La arropó y luego se dirigió hacia el termostato. De cara al dial, mirando los números y palabras que no podía entender, no tenía idea de hacia donde girarlo. Movió el pequeño indicador desde donde se hallaba, bien a la izquierda, hacia un lugar entre el medio y el extremo derecho, pero no estaba muy seguro de que es lo que había hecho.
Miró hacia el escritorio. Las dos jeringas y el frasco con morfina estaban allí donde Havers los había dejado. Z fue hacia allí, recogió una jeringa, la droga y las instrucciones de dosificación, luego hizo una pausa antes de salir de la habitación. Bella estaba tan quieta en la cama, tan pequeña contra las almohadas.
La imaginó dentro de ese tubo enterrado en la tierra. Asustada. Sintiendo dolor. Frío. Luego imaginó al lesser haciéndole lo que le había hecho, reteniéndola a la fuerza mientras luchaba y gritaba.
Esta vez Z sabía lo que sentía.
Ansias de venganza. Fría, helada venganza. Tanta, que la mierda se iba a extender hasta el infinito.
CAPÍTULO 10
John se despertó en el suelo con Tohr a su lado y Wrath mirándolo desde arriba.
¿Dónde estaba la mujer de cabello oscuro? Trató de sentarse precipitadamente, pero unas fuertes manos lo mantuvieron en su lugar.
– Sólo quédate echado un poco más, compañero -dijo Tohr.
John estiró el cuello mirando alrededor y allí estaba ella, cerca de la puerta, pareciendo ansiosa. En el momento en que la vio, cada neurona de su cerebro se disparó, y volvió la luz blanca. Empezó a temblar, el cuerpo golpeando contra el suelo.
– Mierda, ahí va de nuevo -murmuró Tohr, inclinándose hacia adelante para tratar de controlar el ataque.
Cuando John sintió que estaba siendo absorbido hacia abajo, extendió una mano en dirección a la mujer de cabellos oscuros, tratando de alcanzarla, estirándose.
– ¿Qué necesitas, hijo? -La voz de Tohr, por encima de él, estaba decayendo como una estación de radio con estática-. Te lo conseguiremos…
La mujer…
– Ve a él, leelan -dijo Wrath-. Toma su mano.
La mujer de cabello oscuro se adelantó, y en el instante que sus palmas lo tocaron todo se volvió negro.
Cuando recobro la conciencia nuevamente, Tohr estaba hablando.
– …de cualquier forma, lo voy a llevar a ver a Havers. Hey, hijo. Has regresado.
John se sentó, sintiendo vértigo. Se llevó las manos a la cara, como si esto pudiera ayudarlo a permanecer consciente, y miró hacia la puerta. ¿Dónde estaba ella? Tenía que… No sabía que tenía que hacer. Pero era algo. Algo que la involucraba a ella…
Hizo señas frenéticamente.
– Se ha ido, hijo -dijo Wrath-. Os mantendremos separados hasta que tengamos una idea de lo que te pasa.
John miró a Tohr e hizo señas despacio. Tohr tradujo.
– Dice que necesita cuidarla.
Wrath se echó a reír suavemente.
– Creo que tengo cubierto ese puesto, hijo. Es mi compañera, mi shellan, tu Reina.
Por alguna razón John se relajó ante esas noticias, y gradualmente volvió a la normalidad. Quince minutos después pudo ponerse en pie.
Wrath le lanzó una dura mirada a Tohr.
– Quiero hablar contigo de estrategia, así que te necesito aquí. Y como Phury va a ir a la clínica esta noche. ¿Por qué no lleva él al muchacho?
Tohr dudó y miró a John.
– ¿Estas de acuerdo, hijo? Mi hermano es un buen tío. En todos los sentidos.
John asintió. Ya había causado suficientes problemas desparramándose por el suelo como si sufriera un ataque de histeria. Después de eso, estaba más que dispuesto a mostrarse amigable.
Dios, ¿que habría pensado esa mujer? Ahora que se había ido, no podía recordar porqué tanto alboroto. Ni siquiera podía recordar su rostro. Era como si sufriera un caso de amnesia.
– Déjame llevarte a la habitación de mi hermano.
John puso la mano en el brazo de Tohr. Cuando terminó de hacer señas, miró a Wrath.
Tohr sonrió.
– John dice que fue un honor conocerte.
– Fue un placer conocerte a ti también, hijo -el Rey volvió al escritorio y se sentó-. Y Tohr, cuando vuelvas, trae a Vishous contigo.
– No hay problema.
O pateó el costado del Taurus de U con fuerza, la bota abolló el guardabarros.
La maldita caja de mierda estaba atascada a un lado de la carretera. En algún sitio elegido al azar de la Ruta 14, a veinticinco millas del centro de la ciudad.
Le había llevado un buena hora enfrente del ordenador de U encontrar el coche, porque la señal LoJack* fue bloqueada a causa de Dios sabía que. Cuando la maldita señal apareció en la pantalla, el Taurus se movía velozmente. Si O hubiera llevado refuerzos, habría dejado a alguien pegado al ordenador mientras pegaba el camión e iba tras el sedán. Pero U estaba cazando en el centro, y sacarlo a él o a cualquier otro de la patrulla habría llamado mucho la atención.
Y O ya tenía suficientes problemas… problemas que estaban haciendo sonar su móvil otra vez siendo esta la llamada número ochocientos. La cosa había empezado a sonar hacía veinte minutos, y desde entonces las llamadas no habían parado de llegar. Sacó el Nokia de la chaqueta de cuero. El identificador de llamadas mostraba el número como desconocido. Probablemente U, o aún peor, el señor X.
Había corrido la voz de que el Centro había sido incinerado.