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CAPÍTULO 6

Mientras O conducía su F- 150 a lo largo de la Ruta 22, el sol menguante de las cuatro le picaba en los ojos y se sentía como si tuviera resaca. Sí… junto con el dolor de cabeza, tenía los mismos efectos en el cuerpo que solía tener tras una noche de beber mucho, los pequeños temblores titilando justo bajo su piel como gusanos.

La larga línea de arrepentimiento que remolcaba detrás de él también le recordaba sus días de beber. Como cuando se había despertado al lado de una mujer fea a la cual despreciaba, pero que había follado de todas formas. Todo era justo así… sólo que mucho, mucho peor.

Intercambió sus manos en el volante. Sus nudillos estaban claramente estropeados y sabía que tenía arañazos en el cuello. Mientras las imágenes del día le cegaban, su estómago se revolvía. Estaba disgustado por las cosas que había hecho a su mujer.

Bueno, ahora estaba disgustado. Cuando las había estado haciendo… había sido correcto.

Cristo, debería haber sido más cuidadoso. Era un ser vivo, después de todo… Mierda, ¿qué ocurriría si había ido demasiado lejos? Oh, amigo… nunca debería haberse dejado llevar de esa forma. El problema era que tan pronto como había visto que ella había liberado al varón que le había traído, había estado perdido. Solamente explotando directamente a través de ella.

Levantó su pie del embrague. Quería regresar, sacarla de su tubería y reconfortarse a sí mismo con que todavía respiraba. Excepto que no había suficiente tiempo antes de que la reunión de los Principales empezase.

Mientras pisaba el acelerador, supo que no podría dejarla una vez que la viese de cualquier manera, y luego el Fore-lesser le haría una visita. Y eso sería un problema. El centro de persuasión estaba hecho una calamidad. Maldición.

O desaceleró y torció a la derecha, con el camión tambaleándose desde la Ruta 22 a una carretera de tierra de un carril.

La cabaña del Señor X, también cuartel general de la Sociedad Restrictora, estaba en mitad de un bosque de setenta y cinco acres, completamente aislada. El lugar no era nada más que un pequeño grupo de leños con un techo verde oscuro de una sola habitación y una habitación accesoria de la mitad del tamaño detrás de ella. Cuando O se detuvo en el camino, había siete coches y camiones estacionados con una configuración imprecisa, todos ellos domésticos, muchos de ellos de menos de cuatro años de antigüedad.

O caminó dentro de la cabaña y vio lo último que deseaba. Otros diez Principales estaban apiñados en el sombrío interior, sus caras pálidas, sus cuerpos pesados con músculos. Éstos eran los Lessers más fuertes de la Sociedad, los que habían estado más tiempo. O era la única excepción en cuanto al tiempo de servicio. Habían pasado sólo tres años desde su iniciación, y a ninguno de ellos les gustaba porque era nuevo.

No era que tuviesen voto. Era tan resistente como cualquier Principal y lo había probado. Jodidos celosos… Amigo, nunca iba a ser como ellos, solamente era superado por el Omega. No podía creer que los idiotas estuvieran orgullosos de su palidecimiento con el paso del tiempo el tiempo y la desaparición de sus identidades. Él peleaba contra el desvanecimiento. Coloreaba su pelo para conservarlo del color café oscuro que siempre había tenido, y temía el palidecimiento gradual de su iris. No quería parecerse a ellos.

– Llega tarde -dijo el Sr. X. La espalda del Fore-lesser estaba apoyada contra un refrigerador que no estaba enchufado, su pálidos ojos posándose sobre los arañazos que había por todo el cuello de O. ¿Has estado luchando?

– Ya sabe cómo son esos Hermanos.

O encontró un lugar para ponerse enfrente. Aunque él inclinó la cabeza hacia su socio, U, no reconoció a ningún otro.

El Fore-lesser seguía mirándolo.

– ¿Ha visto alguien al Sr. M?

Joder, pensó O. Ese lesser se había puesto en su camino y él y su esposa tenían que ser tomados en consideración.

– ¿O? ¿Tiene algo que decir?

Desde la izquierda, U habló sin temor.

– Vi a M. Justo antes de amanecer. Peleando con un Hermano en el centro.

Mientras el Sr. X desviaba su mirada fija a la izquierda, O estaba fríamente horrorizado por la mentira.

– ¿Usted le vio con sus propios ojos?

La voz del otro lesser fue estable.

– Sí lo hice.

– ¿Por casualidad esta protegiendo a O?

Era lo que había que preguntar. Los lessers eran matones, siempre luchando los unos con los otros por la posición. Aún entre socios había poca lealtad.

– ¿U?

La pálida cabeza del tipo se sacudió.

– Actúa sin ayuda de nadie. ¿Por qué me jugaría mi piel por la de él?

Claramente en eso había algo de lógico y el Sr. X sintió que podía confiar, porque continuó con la reunión. Después de que las cotas de presas y capturas fueran asignadas, el grupo se disolvió.

O se acercó a su socio.

– Tengo que volver al centro un minuto antes de que salgamos. Quiero que me sigas.

Tenía que enterarse de porque U le había salvado el culo, y no estaban preocupado acerca de que el otro lesser viera la forma en que el lugar había quedado. U no causaría problema. Él no era particularmente agresivo o un pensador independiente, más operador que innovador.

Lo que hacía aún más extraño que hubiera tomado la iniciativa que había tomado.

Zsadist clavó los ojos en el reloj de caja del vestíbulo de la mansión. Por la colocación de las manecillas sabía que tenía ocho minutos antes de que el sol estuviese oficialmente puesto. Gracias a Dios que era invierno y las noches eran largas.

Atisbó las contrapuertas y sabía justamente dónde iba ir tan pronto como pudiera pasar a través de ellas. Se había aprendido de memoria la localización que el varón civil les había dado. Podía desmaterializase y estar allí en un parpadeo.

Siete minutos.

Sería mejor esperar hasta que el cielo estuviera totalmente oscuro, pero que se jodiera. En el instante en que la bola de fuego dejada de la mano de Dios se resbalara por el borde del horizonte, saldría. Al infierno con eso si acababa con una perra de bronceado.

Seis minutos.

Volvió a comprobar las dagas en su pecho. Sacó la SIG Sauer de la pistolera de su cadera derecha y la examinó rápidamente una vez más, luego hizo lo mismo con la que estaba en la izquierda. Trató de tocar el pequeño cuchillo arrojadizo de su espalda y las estrella de seis pulgadas que tenía en su muslo.

Cinco minutos.

Z giró la cabeza hacia el lado, haciendo crujir su cuello para relajarlo.

Cuatro minutos.

A la mierda con esto. Se iba ahora…

– Te freirás -dijo Phury desde detrás de él.

Z cerró sus ojos. Su impulso fue repartir golpes, y el deseo se volvió irresistible mientras Phury seguía hablando.

– ¿Z, amigo, cómo vas a ayudarla si te caes de plano sobre tu cara y empiezas a echar humo?

– ¿Intentas ser un aguafiestas? ¿O te sale de forma natural? -La mirada de Z brilló intensamente sobre su hombro, tuvo un recuerdo repentino de aquella noche cuando Bella había venido a la mansión.

Phury había parecido tan encandilado por ella, y Z los recordó a los dos juntos, hablando, justo donde sus botas estaban plantadas ahora. Los había observado desde las sombras, queriéndola mientras ella había sonreído y reído con su gemelo.

La voz de Z se volvió más definida.

– Pensaba que la querrías de vuelta, siendo que ella estaba por ti y mierda, pensaba que eras guapo. O… tal vez quieres que desparezca por eso. ¿Ha sido sacudido tu voto de celibato, mi hermano?

Como Phury se sobresaltó, el instinto de Z por la debilidad se liberó.

– Todos nosotros te vimos revisándola esa noche que vino aquí. La mirabas, ¿verdad? Sí, lo hiciste, y no sólo su cara. ¿Te preguntaste cómo se sentiría ella debajo de ti? ¿Te pusiste nervioso sobre romper la promesa de no tener sexo?

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