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La boca de Phury se apretó en una línea, y Z esperó que la respuesta del varón fuese sucia. Quería algo duro de regreso a él. Tal vez aún podrían luchar en los tres minutos restantes.

Pero sólo hubo silencio.

– ¿Nada que decir? -Z recorrió con la mirada el reloj.

– Está bien. Es hora de irse.

– Sangro por ella. Lo mismo que tú.

La mirada de Z regreso a su gemelo, presenciando el dolor en la cara del varón desde la distancia, como si estuviera mirando a través de un par de prismáticos. Tuvo un pensamiento pasajero sobre que debería sentir algo, algún tipo de vergüenza o pena por obligar a Phury a hacer una revelación tan íntima, amarga.

Sin chistar, Zsadist se desmaterializó.

Trianguló su reaparición en un área arbolada cerca de cien yardas de donde el varón civil dijo que había escapado. Cuando Z tomó forma, la luz mortecina en el cielo le cegó y le hizo tener la impresión de que se había alistado como voluntario para un masaje facial ácido. Ignoró el ardor y se dirigió en dirección noreste, corriendo sobre la nieve que cubría la tierra.

Y entonces allí estuvo, en mitad del bosque, cerca de cien pies de una corriente: había una casa de una sola habitación con un Ford negro F-150 y un Taurus plateado difícil de describir estacionados a un lado. Z se movió de lado por la estructura, quedándose detrás de las finas ramas de los pinos, moviéndose silenciosamente en la nieve mientras trabajaba el perímetro del edificio. No tenía ventanas y sólo una puerta. A través de las paredes delgadas podía oír movimiento, conversación.

Sacó a una de sus SIGs, quitando el seguro, y consideró sus opciones. Desmaterializarse dentro era un movimiento tonto, porque no sabía el diseño interior. Y su otra única alternativa, aunque buena, no era muy estratégica tampoco: Derribar a patadas la puerta y entrar disparando era malditamente atrayente, pero por suicida que fuera, no iba a arriesgar la vida de Bella iluminando el lugar.

Salvo que entonces, milagro de milagros, un lesser salió del edificio, la puerta cerrándose con una bofetada. Momentos más tarde un segundo lo siguió, y entonces allí estaba el pip pip de una alarma de seguridad activándose.

El primer instinto de Z fue dispararles a ambos en la cabeza, pero puso el dedo al lado del gatillo. Si los asesinos habían activado la alarma, había una buena probabilidad de que no hubiera nadie más en la casa, y sus oportunidades de sacar a Bella habían mejorado. ¿Pero qué ocurriría si a pesar de todo el lugar estaba vacío? Entonces todo lo que haría es anunciar su presencia y hacer estallar una tormenta de mierda.

Observó a los dos lessers mientras subían al camión. Uno tenía el pelo color café, lo cual usualmente quería decir que el asesino era un recluta nuevo, pero este tipo no actuaba como un jodido chico nuevo: estaba seguro en sus botas y dirigía la conversación. Su camarada de pelo pálido era el que lucía la inclinación de cabeza.

El motor echó a andar y el camión giró, amontonando la nieve bajo sus llantas. Sin luces delanteras, el F-150 se dirigió por una senda apenas perceptible a través de los árboles.

Ver marchar a esos dos bastardos era una prueba de esclavitud, con Z convirtiendo los grandes músculos de su cuerpo en cuerdas de hierro sobre sus huesos. Era hacer eso o ya estaría en la capota del camión, haciendo pedazos con su puño el parabrisas, sacando a los hijos de puta del pelo para poder morderles.

Cuando el sonido del camión se desvaneció, Z escuchó atentamente el silencio que siguió. Cuando no oyó ninguna cosa, volvió a querer estallar a través de la puerta, pero pensó en la alarma y comprobó su reloj. V estaría allí en cerca de un minuto y medio.

Le mataría. Pero esperaría.

Mientras avanzaba con sus botas de cowboy, cayó en la cuenta de un olor, algo en el aire… que inhaló por la nariz. Había propano cerca, en algún lugar cerrado. Probablemente alimentando el generador. Y el queroseno de un calentador. Pero había algo distinto, una clase de humo, de quemado. Se miró las manos, preguntándose si estaba en llamas y no se había dado cuenta. No.

¿Qué diablos?

Sus huesos se enfriaron de repente cuando se dio cuenta de lo que era. Sus botas estaban plantadas en la mitad de un parche requemado de tierra firme, uno del tamaño de un cuerpo. Algo había sido incinerado justo donde estaba parado en las últimas doce horas, por el olor.

Oh… Dios. ¿La habían dejado fuera con el sol?

Z dobló sus piernas agachándose, poniendo su mano libre sobre la tierra marchita. Imaginó a Bella allí cuando el sol salió, imaginó su dolor diez mil veces peor que el que había sentido al materializarse.

El lugar ennegrecido se volvió poco definido.

Se frotó la cara y luego clavó los ojos en su palma. Había humedad en ella. ¿Lágrimas?

Registró su pecho para saber lo que sentía, pero lo único que llegó fue información acerca de su cuerpo. Su torso cimbreaba porque sus músculos estaban débiles. Se sentía mareado y vagamente nauseabundo. Pero eso era todo. No había emociones en él.

Se frotó el esternón y estaba a punto de hacer otro barrido con sus manos cuando un par de botas entraron en su línea de visión.

Miró hacia arriba a la cara de Phury. La cosa era una máscara, todo frío y duro.

– ¿Eso era ella? -dijo con voz ronca, arrodillándose.

Z se sacudió hacia atrás, a duras penas logrando dejar la pistola fuera de la nieve. No podía estar en ningún lugar cerca de alguien ahora mismo, especialmente de Phury.

En un revoltijo muy sucio, se puso de pie.

– ¿Vishous ya está aquí?

– Justo detrás de ti, mi hermano -murmuró V.

– Hay… -se aclaró la garganta. Frotándose la cara en el antebrazo-. Hay una alarma de seguridad. Pienso que el lugar está vacío, porque dos asesinos acaban de salir, pero no estoy seguro.

– Estoy con la alarma.

Z atrapó varios aromas de repente resonando a través de él. Toda la Hermandad estaba allí, incluso Wrath, quien como rey no se suponía que estaría en el campo. Estaban todos armados. Todos habían venido a llevarla de vuelta.

El grupo se alineó contra la casa mientras V forzaba el cerrojo de la puerta. Su Glock entró primero. Cuando no hubo reacción, se resbaló dentro y se encerró a sí mismo. Un momento más tarde hubo un pip largo. Abrió la puerta.

– Bien, vamos.

Z se apresuró a seguir adelante, prácticamente tirando al varón.

Sus ojos penetraron en las esquinas oscuras de la habitación. El lugar era un desorden, con mierda desparramado por todo el piso…Ropas, cuchillos, esposas y botellas de… ¿champú? ¿Y qué mierda era eso? Dios, un botiquín de primeros auxilios abierto, la gasa y el esparadrapo fuera de la tapa arruinada. La cosa parecía como si hubiera sido golpeada hasta que se había abierto.

El corazón golpeaba en su pecho, el sudor floreció por todo su cuerpo, buscó a Bella y vio sólo objetos inanimados: una pared con una estantería que tenía instrumentos de pesadilla. Un catre. Un armario de metal a prueba de fuego del tamaño de un coche. Una mesa de autopsias con cuatro juegos de cadenas de acero colgado de sus esquinas… y la sangre manchando su superficie lisa.

Pensamientos aleatorios se disparaban a través del cerebro de Z. Estaba muerta. Ese óvalo quemado lo probaba. ¿Pero qué ocurriría si eso solamente había sido otro cautivo? ¿Qué ocurriría si había sido movida o algo por el estilo?

Sus hermanos se quedaron atrás, tenían mejor criterio que meterse en medio, Z fue al armario a prueba de fuego, llevando pistola en mano. Abrió las puertas, solamente tirando de los paneles de metal y los dobló hasta que los goznes se rompieron. Tiró las pesadas secciones, oyéndolas caer estrepitosamente.

Armas. Munición. Explosivos plásticos.

El arsenal de sus enemigos.

Entró en el cuarto de baño. Nada excepto una ducha y un cubo con un asiento de inodoro encima.

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