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Comprobó el reloj. Había pasado la friolera de trece minutos. Se imaginaba que la sesión con el psiquiatra duraría una hora, así que la manilla larga de su Patek Philippe tendría que dar cuarenta y siete vueltas más antes de que pudiera embutir al chico de vuelta en el coche y largarse de allí.

– ¿Quieres un café? -dijo una voz femenina.

Levantó la mirada. Una enfermera vestida con un uniforme blanco estaba frente a él. Parecía muy joven, especialmente mientras jugueteaba con una de las mangas. Ella también parecía desesperada por tener algo que hacer.

– Si, seguro. Un café estaría bien.

Ella sonrió ampliamente, los colmillos brillando.

– ¿Cómo te gusta?

– Negro. Negro estará bien. Gracias.

El susurro de sus zapatos de suela blanda decayó mientras se alejaba por el pasillo.

Butch se desabrochó la chaqueta cruzada y se inclinó hacia delante, apoyando los codos en las rodillas. El traje de Valentino que se había puesto antes de venir era uno de sus favoritos. Así como la corbata de Hermes que llevaba alrededor del cuello. Y los mocasines Gucci en los pies.

Si Marissa lo pillaba, planeó que debía tener mejor aspecto del que tuvo jamás.

– ¿Quieres que te drogue?

Bella se centró en la cara de Zsadist mientras él se inclinaba sobre ella. Sus ojos negros eran meras hendiduras, y él tenía ese hermoso sonrojo de la excitación en los duros pómulos. Era pesado encima de ella, y cuando su necesidad aumentó pensó en él liberándose en su interior. Ella sintió un asombroso, refrescante alivio tan pronto como él empezó a correrse, el primer alivio desde que los síntomas de su necesidad habían empezado hacía un par de horas.

Pero la presión estaba volviendo.

– ¿Quieres que te saque de esto, Bella?

Quizás estuviera mejor si él la drogaba. Iba a ser una larga noche y por lo que tenía entendido, sólo se volvería más duro y más intenso según pasaran las horas. ¿Era realmente justo por su parte pedirle que se quedara?

Algo suave le acarició la mejilla. Su pulgar, deslizándose sobre su piel.

– No voy a dejarte -dijo él-. No importa lo que dure, no importa las veces que sea. Te serviré y te dejaré tomar mi vena hasta que esto termine. No te abandonaré.

Levantando la vista fijamente a su cara, ella supo sin preguntar que sería el único tiempo que pasarían juntos. La resolución estaba en sus ojos. Podía verlo claramente.

Una noche y nada más.

Bruscamente él se apartó y se estiró hacia la mesita de noche. Su tremenda erección destacaba directamente desde las caderas, y justo cuando él volvía con la jeringa ella asió la dura carne.

Él siseó y se inclinó antes de agarrarse bajando una mano al colchón.

– A ti – murmuró ella -. No la droga. Te quiero a ti.

Él dejó caer la aguja al suelo, separándole los muslos con las rodillas. Ella lo guió al interior de su cuerpo y sintió un glorioso ímpetu mientras la llenaba. Con un poderoso oleaje su placer creció y entonces se rompió en dos necesidades separadas, una por su sexo, otra por su sangre. Sus colmillos se alargaron mientras clavaba la mirada en la gruesa vena en el lado de su cuello.

Como si presintiera lo que ella necesitaba, giró su cuerpo de forma que podía seguir dentro de ella y le daba acceso a su garganta.

– Aliméntate -dijo él con voz ronca, moviendo su cuerpo dentro de ella y retrocediendo-. Toma lo que necesites.

Ella lo mordió sin vacilación, perforando por la derecha la banda de esclavo, entrando profundamente en la piel. Cuando su sabor le golpeó en la lengua, oyó un rugido saliendo de él. Y entonces la fuerza y el poder de él la bañaron, atravesándola.

O cayó en silencio sobre su cautivo, inseguro de haber escuchado bien. El vampiro que había capturado en el centro y había llevado a la cabaña estaba atado a la mesa, una mariposa en un soporte clavada.

Había capturado al hombre sólo con planes de quitarse la frustración. Nunca se imaginó que aprendería algo útil.

– ¿Qué fue eso? -O acercó la oreja a la boca del civil.

– Se llama… Bella. La única… la hembra que se tomó… su nombre… Bella.

O se enderezó, una violento, balsámico color rosado fluyó por su piel.

– ¿Sabes si está viva?

– Pensé que estaba muerta. -El civil tosió débilmente-. Se había ido hacía mucho.

– ¿Dónde vive su familia? -Cuando no tuvo respuesta inmediata, O hizo algo para garantizarse que el hombre abriera la boca. Cuando el grito se desvaneció, O dijo- ¿Dónde está su familia?

– No lo se. Yo… no lo se realmente. Su familia… No lo se… No lo se…

Murmullo, murmullo, murmullo. El civil cayó en el estado de interrogatorio de diarrea vocal, volviéndose del todo inútil.

O abofeteó a la cosa en silencio.

– Dirección. Quiero una dirección.

Cuando no hubo respuesta, le proporcionó otro motivo de estímulo. El hombre jadeó bajo el reciente ataque, y después dejó escapar,

– Veintisiete de la Senda de Formann.

El corazón de O comenzó a latir, pero se inclinó sobre el vampiro de forma casual.

– Voy a ir ahí ahora mismo. Si me estás diciendo la verdad te dejaré libre. Si no te mataré lentamente tan pronto como regrese. Ahora, ¿quieres cambiar algo?

Los ojos del civil se abrieron como una flecha. Volvió.

– ¿Hola? -dijo O- ¿Me oyes?

Para apresurar al civil, aplicó presión en una zona sensible. La cosa gruñó como un perro.

– Dímelo -dijo O suavemente-. Y te dejaré ir. Esto parará.

La cara del hombre se comprimió, la boca se alzó y reveló los dientes apretados. Una lágrima serpenteó por su magullada mejilla. Aunque tenía la tentación de añadir otra porción de agonía como incentivo, O decidió no trastocar la batalla entre consciencia y supervivencia.

– Veintisiete Thorne.

– Avenida, ¿verdad?

– Sí.

O quitó la lágrima. Entonces le rebanó la garganta.

– Qué mentiroso eres -le dijo al sangrante vampiro.

O no perdió el tiempo, sólo cogió la chaqueta llena de armas y salió. Estaba malditamente seguro de que las direcciones no eran nada. Ése era el problema con la persuasión. Realmente no podías confiar en la información que obtenías.

Iba a comprobar cualquier cosa en las dos calles, pero estaba claramente dando tumbos.

Perdiendo el jodido tiempo.

CAPÍTULO 32

Butch hizo girar la última gota de café por el fondo de la taza, pensando que la porquería era del color del escocés. Cuando tiró la bazofia ya fría, deseo que fuera un Lagavulin de alta graduación.

Comprobó su reloj. Seis minutos para las siete. Dios, esperaba que la sesión fuera de sólo una hora. Si todo iba como la seda, soltaría a John con Tohr y Wellsie y se podría sentar en el sofá con un vaso de escocés antes de que empezara CSI.

Él dio un respingo. No era de extrañar que Marissa no quisiera verle. Menudo buen partido. Un alto funcionario alcohólico viviendo en un mundo que no era suyo.

Si. Vamos caminando hacia el altar.

Mientras se imaginaba en casa, tuvo un pensamiento pasajero del aviso de V de mantenerse lejos de la finca. El problema era, que estar fuera de la barrera solo en las calles no era un buen plan, no con el humor que tenía. Estaba tan frío como el tiempo.

Unos pocos minutos después, las voces bajaban por el pasillo, y John apareció por la esquina con una mujer más mayor. El pobre chico parecía como si hubiera pasado por un ring. Llevaba el pelo levantado como pinchos, como si se hubiera estado pasando las manos por él, y la mirada fija en el suelo. Llevaba aquel cuaderno agarrado al pecho como si fuera un chaleco antibalas.

– Así que nos veremos en la próxima cita, John -dijo la voz femenina muy suavemente-. Después de que hayas pensado sobre ello.

John no contestó, y Butch olvidó su propia mierda quejica. Cualquier cosa que hubiera pasado en esa oficina todavía estaba ahí, y el chico necesitaba un compañero. Abrazó al chico tentativamente, y cuando John se inclinó hacia él, todos los instintos protectores de Butch se alzaron y gruñeron. No le importaba que aquella terapeuta se pareciera a Mary Poppins; quería gritarle por trastornar a un chico pequeño.

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